miércoles, 19 de mayo de 2010

SÉPTIMA SEMANA DE PASCUA

JUEVES
SAN JUAN 17, 20-26 

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»No ruego sólo por éstos, sino por los que han de creer en mí por su palabra: que todos sean uno; como Tú, Padre, en mí y yo en Ti, que así ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que Tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno. Yo en ellos y Tú en mí, para que sean consumados en la unidad, y conozca el mundo que Tú me has enviado y los has amado como me amaste a mí. Padre, quiero que donde yo estoy también estén conmigo los que Tú me has confiado, para que vean mi gloria, la que me has dado porque me amaste antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te conoció; pero yo te conocí, y éstos han conocido que Tú me enviaste. Les he dado a conocer tu nombre y lo daré a conocer, para que el amor con que Tú me amaste esté en ellos y yo en ellos.

Me agrada, Señor, contemplarte de nuevo en oración, en actitud de súplica confiada hacia tu Padre, pidiendo por “los tuyos”, por aquellos hombres sencillos y generosos a quienes habías llamado a que te siguieran y a quienes habías enseñado tantas cosas a lo largo de casi tres años.

Pero no rezaste sólo por ellos, “sino también por los que creerían en Ti por la palabra de tus apóstoles” que más tarde, llevarían tu mensaje a otros pueblos. Pedías por todos los hombres, porque por todos habías venido a la tierra, a todos amabas y por todos ibas a dar la vida.

En esta parte de tu oración sacerdotal, Señor, pedías por tus discípulos, por la unidad entre todos los que iban a creer en Ti a lo largo de los siglos. Era la petición por tu Iglesia, que debería ser una, como el Padre y Tú, sois uno. La unidad —lo sabías muy bien— iba a ser la garantía de la primera cristiandad, la señal de su doctrina, el rasgo de su testimonio, la nota de tu Iglesia.

“Jesucristo quiere que (...) su pueblo —nos recuerda el Concilio Vaticano II— crezca y lleve a la perfección su comunión en la unidad: en la confesión de una sola fe, en la celebración común del culto divino y en la concordia fraterna de la familia de Dios (...). El modelo y principio supremo de este misterio (de la unidad de la Iglesia) es la unidad de un solo Dios Padre e Hijo en el Espíritu Santo, en la Trinidad de personas”. Siguiendo el ejemplo de Cristo, el mismo Concilio ha recomendado insistentemente la oración por la unidad de los cristianos, definiéndola como el “alma de todo movimiento ecuménico” .