viernes, 31 de enero de 2020

31 DE ENERO DE 2020


También los ancianos son el presente y el futuro de la Iglesia

Al recibir a los participantes en el primer Congreso internacional 
de pastoral de los ancianos, el Papa Francisco les dijo que no 
tengan miedo ni se desanimen a la hora de tomar iniciativas 
que ayuden a sus Obispos y a sus Diócesis a promover 
el servicio pastoral con los ancianos. Y les aseguró que 
el Departamento para los Laicos, la Familia y la Vida 
continuará acompañándolos en este trabajo, al igual 
que él mismo, con su oración y bendición.



jueves, 30 de enero de 2020

30 DE ENERO DE 2020




Audiencia con el Papa Francisco: 
“Seguid el ejemplo de los primeros cristianos”
El Santo Padre ha recibido en audiencia hoy, a las 11.45 h., al prelado del Opus Dei, Mons. Fernando Ocáriz, acompañado por el vicario auxiliar, Mons. Mariano Fazio.El
El Papa Francisco ha recibido en audiencia al prelado del Opus Dei, Mons. Fernando Ocáriz. Le acompañaba el vicario auxiliar, Mons. Mariano Fazio. Durante el encuentro, que se prolongó unos treinta minutos, el Papa manifestó todo su afecto por los apostolados de la Obra y alentó a seguir “el ejemplo de los primeros cristianos” en la evangelización de la sociedad.
Al impartir su bendición, el Santo Padre la hizo extensiva a toda la Prelatura y a quienes participan en sus apostolados.

miércoles, 29 de enero de 2020

29 DE ENERO DE 2020




Conclusión: 
Tres usos de la palabra Abba en la Biblia

De la información expuesta anteriormente, puede concluirse que existen tres usos para la palabra Abba en la Biblia.

La palabra Abba (o, mejor dicho, su equivalente hebreo Ab) para designar a los padres de familia terrenales.

La palabra Abba para designar a Dios, el Padre Celestial, como Padre de los espíritus de todos los hombres; así mismo, para indicar el “nuevo nacimiento” que se logra por la conversión, y a través del cual nos hacemos acreedores a los beneficios de la expiación de Jesucristo, por medio de la cual se logra la vida eterna.

La palabra Abba para mostrar a Dios como el Padre de la Iglesia, cuyos miembros fieles son “los hijos”, al extenderse las bendiciones del convenio de Abraham a los gentiles por medio del bautismo como medio de adopción en Israel y en la Iglesia.


martes, 28 de enero de 2020

28 DE ENERO DE 2020



"La Iglesia no irá adelante. El Evangelio no irá adelante con evangelizadores aburridos y amargados. No. Sólo ira adelante con evangelizadores alegres, llenos de vida. El gozo de recibir la Palabra de Dios, el gozo de ser cristianos, el gozo de ir adelante, la capacidad de hacer fiesta sin avergonzarse y no ser como esta señora, Mical, cristianos formales, cristianos prisioneros de las formalidades”. 

lunes, 27 de enero de 2020

27 DE ENERO DE 2020



"Y El los invitó a acercarse y les puso estas comparaciones"

El pasaje evangélico de Jesús exorcista podría haberse escrito en estos términos: David venciendo a Goliat se llama ahora Jesús venciendo a Satanás por el poder del espíritu; Jesús es “más fuerte” que el mal, lo desarma y nos libera del temor a sus amenazas. Pero, ahora como entonces, puede haber personas tercas, endurecidas. Dado que Jesús removía muchas cosas, y en ese sentido resultaba “incómodo”, algunos prefirieron pecar contra la luz, interpretando torcidamente sus acciones. El misterioso dicho de Jesús sobre el pecado imperdonable, quizá hasta hoy no satisfactoriamente descifrado, algo deja claro: la libertad permite al ser humano cerrarse a la salvación; puede empecinarse en su ceguera, negándose a reconocer y aceptar lo evidente.
Esto puede darse en cosas pequeñas, pero también en relación con la globalidad del mensaje cristiano. Tal vez la petición del Padre Nuestro “no nos dejes caer en la tentación” tendría aquí su explicación: que no caigamos en el error radical de cerrarnos a la acción salvífica de Dios, ni a sus pequeñas manifestaciones cotidianas.
Vuestro hermano
Severiano Blanco cmf

domingo, 26 de enero de 2020

26 DE ENERO DE 2020


CARTA APOSTÓLICA
EN FORMA DE «MOTU PROPRIO»
DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
APERUIT ILLIS
CON LA QUE SE INSTITUYE EL DOMINGO DE LA PALABRA DE DIOS

1. «Les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras» (Lc 24,45). Es uno de los últimos gestos realizados por el Señor resucitado, antes de su Ascensión. Se les aparece a los discípulos mientras están reunidos, parte el pan con ellos y abre sus mentes para comprender la Sagrada Escritura. A aquellos hombres asustados y decepcionados les revela el sentido del misterio pascual: que según el plan eterno del Padre, Jesús tenía que sufrir y resucitar de entre los muertos para conceder la conversión y el perdón de los pecados (cf. Lc 24,26.46-47); y promete el Espíritu Santo que les dará la fuerza para ser testigos de este misterio de salvación (cf. Lc 24,49).
La relación entre el Resucitado, la comunidad de creyentes y la Sagrada Escritura es intensamente vital para nuestra identidad. Si el Señor no nos introduce es imposible comprender en profundidad la Sagrada Escritura, pero lo contrario también es cierto: sin la Sagrada Escritura, los acontecimientos de la misión de Jesús y de su Iglesia en el mundo permanecen indescifrables. San Jerónimo escribió con verdad: «La ignorancia de las Escrituras es ignorancia de Cristo» (In Is., Prólogo: PL 24,17).
2. Tras la conclusión del Jubileo extraordinario de la misericordia, pedí que se pensara en «un domingo completamente dedicado a la Palabra de Dios, para comprender la riqueza inagotable que proviene de ese diálogo constante de Dios con su pueblo» (Carta ap. Misericordia et misera, 7). Dedicar concretamente un domingo del Año litúrgico a la Palabra de Dios nos permite, sobre todo, hacer que la Iglesia reviva el gesto del Resucitado que abre también para nosotros el tesoro de su Palabra para que podamos anunciar por todo el mundo esta riqueza inagotable. En este sentido, me vienen a la memoria las enseñanzas de san Efrén: «¿Quién es capaz, Señor, de penetrar con su mente una sola de tus frases? Como el sediento que bebe de la fuente, mucho más es lo que dejamos que lo que tomamos. Porque la palabra del Señor presenta muy diversos aspectos, según la diversa capacidad de los que la estudian. El Señor pintó con multiplicidad de colores su palabra, para que todo el que la estudie pueda ver en ella lo que más le plazca. Escondió en su palabra variedad de tesoros, para que cada uno de nosotros pudiera enriquecerse en cualquiera de los puntos en que concentrar su reflexión» (Comentarios sobre el Diatésaron, 1,18).
Por tanto, con esta Carta tengo la intención de responder a las numerosas peticiones que me han llegado del pueblo de Dios, para que en toda la Iglesia se pueda celebrar con un mismo propósito el Domingo de la Palabra de Dios. Ahora se ha convertido en una práctica común vivir momentos en los que la comunidad cristiana se centra en el gran valor que la Palabra de Dios ocupa en su existencia cotidiana. En las diferentes Iglesias locales hay una gran cantidad de iniciativas que hacen cada vez más accesible la Sagrada Escritura a los creyentes, para que se sientan agradecidos por un don tan grande, con el compromiso de vivirlo cada día y la responsabilidad de testimoniarlo con coherencia.
El Concilio Ecuménico Vaticano II dio un gran impulso al redescubrimiento de la Palabra de Dios con la Constitución dogmática Dei Verbum. En aquellas páginas, que siempre merecen ser meditadas y vividas, emerge claramente la naturaleza de la Sagrada Escritura, su transmisión de generación en generación (cap. II), su inspiración divina (cap. III) que abarca el Antiguo y el Nuevo Testamento (capítulos IV y V) y su importancia para la vida de la Iglesia (cap. VI). Para aumentar esa enseñanza, Benedicto XVI convocó en el año 2008 una Asamblea del Sínodo de los Obispos sobre el tema “La Palabra de Dios en la vida y misión de la Iglesia”, publicando a continuación la Exhortación apostólica Verbum Domini, que constituye una enseñanza fundamental para nuestras comunidades[1]. En este Documento en particular se profundiza el carácter performativo de la Palabra de Dios, especialmente cuando su carácter específicamente sacramental emerge en la acción litúrgica[2].
Por tanto, es bueno que nunca falte en la vida de nuestro pueblo esta relación decisiva con la Palabra viva que el Señor nunca se cansa de dirigir a su Esposa, para que pueda crecer en el amor y en el testimonio de fe.
3. Así pues, establezco que el III Domingo del Tiempo Ordinario esté dedicado a la celebración, reflexión y divulgación de la Palabra de Dios. Este Domingo de la Palabra de Dios se colocará en un momento oportuno de ese periodo del año, en el que estamos invitados a fortalecer los lazos con los judíos y a rezar por la unidad de los cristianos. No se trata de una mera coincidencia temporal: celebrar el Domingo de la Palabra de Dios expresa un valor ecuménico, porque la Sagrada Escritura indica a los que se ponen en actitud de escucha el camino a seguir para llegar a una auténtica y sólida unidad.
Las comunidades encontrarán el modo de vivir este Domingo como un día solemne. En cualquier caso, será importante que en la celebración eucarística se entronice el texto sagrado, a fin de hacer evidente a la asamblea el valor normativo que tiene la Palabra de Dios. En este domingo, de manera especial, será útil destacar su proclamación y adaptar la homilía para poner de relieve el servicio que se hace a la Palabra del Señor. En este domingo, los obispos podrán celebrar el rito del Lectorado o confiar un ministerio similar para recordar la importancia de la proclamación de la Palabra de Dios en la liturgia. En efecto, es fundamental que no falte ningún esfuerzo para que algunos fieles se preparen con una formación adecuada a ser verdaderos anunciadores de la Palabra, como sucede de manera ya habitual para los acólitos o los ministros extraordinarios de la Comunión. Asimismo, los párrocos podrán encontrar el modo de entregar la Biblia, o uno de sus libros, a toda la asamblea, para resaltar la importancia de seguir en la vida diaria la lectura, la profundización y la oración con la Sagrada Escritura, con una particular consideración a la lectio divina.
4. El regreso del pueblo de Israel a su patria, después del exilio en Babilonia, estuvo marcado de manera significativa por la lectura del libro de la Ley. La Biblia nos ofrece una descripción conmovedora de ese momento en el libro de Nehemías. El pueblo estaba reunido en Jerusalén en la plaza de la Puerta del Agua, escuchando la Ley. Aquel pueblo había sido dispersado con la deportación, pero ahora se encuentra reunido alrededor de la Sagrada Escritura como si fuera «un solo hombre» (Ne 8,1). Cuando se leía el libro sagrado, el pueblo «escuchaba con atención» (Ne 8,3), sabiendo que podían encontrar en aquellas palabras el significado de los acontecimientos vividos. La reacción al anuncio de aquellas palabras fue la emoción y las lágrimas: «[Los levitas] leyeron el libro de la ley de Dios con claridad y explicando su sentido, de modo que entendieran la lectura. Entonces el gobernador Nehemías, el sacerdote y escriba Esdras, y los levitas que instruían al pueblo dijeron a toda la asamblea: “Este día está consagrado al Señor, vuestro Dios. No estéis tristes ni lloréis” (y es que todo el pueblo lloraba al escuchar las palabras de la ley). […] “¡No os pongáis tristes; el gozo del Señor es vuestra fuerza!”» (Ne 8,8-10).
Estas palabras contienen una gran enseñanza. La Biblia no puede ser sólo patrimonio de algunos, y mucho menos una colección de libros para unos pocos privilegiados. Pertenece, en primer lugar, al pueblo convocado para escucharla y reconocerse en esa Palabra. A menudo se dan tendencias que intentan monopolizar el texto sagrado relegándolo a ciertos círculos o grupos escogidos. No puede ser así. La Biblia es el libro del pueblo del Señor que al escucharlo pasa de la dispersión y la división a la unidad. La Palabra de Dios une a los creyentes y los convierte en un solo pueblo.
5. En esta unidad, generada con la escucha, los Pastores son los primeros que tienen la gran responsabilidad de explicar y permitir que todos entiendan la Sagrada Escritura. Puesto que es el libro del pueblo, los que tienen la vocación de ser ministros de la Palabra deben sentir con fuerza la necesidad de hacerla accesible a su comunidad.
La homilía, en particular, tiene una función muy peculiar, porque posee «un carácter cuasi sacramental» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 142). Ayudar a profundizar en la Palabra de Dios, con un lenguaje sencillo y adecuado para el que escucha, le permite al sacerdote mostrar también la «belleza de las imágenes que el Señor utilizaba para estimular a la práctica del bien» (ibíd.). Esta es una oportunidad pastoral que hay que aprovechar.
De hecho, para muchos de nuestros fieles esta es la única oportunidad que tienen para captar la belleza de la Palabra de Dios y verla relacionada con su vida cotidiana. Por lo tanto, es necesario dedicar el tiempo apropiado para la preparación de la homilía. No se puede improvisar el comentario de las lecturas sagradas. A los predicadores se nos pide más bien el esfuerzo de no alargarnos desmedidamente con homilías pedantes o temas extraños. Cuando uno se detiene a meditar y rezar sobre el texto sagrado, entonces se puede hablar con el corazón para alcanzar los corazones de las personas que escuchan, expresando lo esencial con vistas a que se comprenda y dé fruto. Que nunca nos cansemos de dedicar tiempo y oración a la Sagrada Escritura, para que sea acogida «no como palabra humana, sino, cual es en verdad, como Palabra de Dios» (1 Ts 2,13).
Es bueno que también los catequistas, por el ministerio que realizan de ayudar a crecer en la fe, sientan la urgencia de renovarse a través de la familiaridad y el estudio de la Sagrada Escritura, para favorecer un verdadero diálogo entre quienes los escuchan y la Palabra de Dios.
6. Antes de reunirse con los discípulos, que estaban encerrados en casa, y de abrirles el entendimiento para comprender las Escrituras (cf. Lc 24,44-45), el Resucitado se aparece a dos de ellos en el camino que lleva de Jerusalén a Emaús (cf. Lc 24,13-35). La narración del evangelista Lucas indica que es el mismo día de la Resurrección, es decir el domingo. Aquellos dos discípulos discuten sobre los últimos acontecimientos de la pasión y muerte de Jesús. Su camino está marcado por la tristeza y la desilusión a causa del trágico final de Jesús. Esperaban que Él fuera el Mesías libertador, y se encuentran ante el escándalo del Crucificado. Con discreción, el mismo Resucitado se acerca y camina con los discípulos, pero ellos no lo reconocen (cf. v. 16). A lo largo del camino, el Señor los interroga, dándose cuenta de que no han comprendido el sentido de su pasión y su muerte; los llama «necios y torpes» (v. 25) y «comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a Él en todas las Escrituras» (v. 27). Cristo es el primer exegeta. No sólo las Escrituras antiguas anticiparon lo que Él iba a realizar, sino que Él mismo quiso ser fiel a esa Palabra para evidenciar la única historia de salvación que alcanza su plenitud en Cristo.
7. La Biblia, por tanto, en cuanto Sagrada Escritura, habla de Cristo y lo anuncia como el que debe soportar los sufrimientos para entrar en la gloria (cf. v. 26). No sólo una parte, sino toda la Escritura habla de Él. Su muerte y resurrección son indescifrables sin ella. Por esto una de las confesiones de fe más antiguas pone de relieve que Cristo «murió por nuestros pecados según las Escrituras; y que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; y que se apareció a Cefas» (1 Co 15,3-5). Puesto que las Escrituras hablan de Cristo, nos ayudan a creer que su muerte y resurrección no pertenecen a la mitología, sino a la historia y se encuentran en el centro de la fe de sus discípulos.
Es profundo el vínculo entre la Sagrada Escritura y la fe de los creyentes. Porque la fe proviene de la escucha y la escucha está centrada en la palabra de Cristo (cf. Rm 10,17), la invitación que surge es la urgencia y la importancia que los creyentes tienen que dar a la escucha de la Palabra del Señor tanto en la acción litúrgica como en la oración y la reflexión personal.
8. El “viaje” del Resucitado con los discípulos de Emaús concluye con la cena. El misterioso Viandante acepta la insistente petición que le dirigen aquellos dos: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída» (Lc 24,29). Se sientan a la mesa, Jesús toma el pan, pronuncia la bendición, lo parte y se lo ofrece a ellos. En ese momento sus ojos se abren y lo reconocen (cf. v. 31).
Esta escena nos hace comprender el inseparable vínculo entre la Sagrada Escritura y la Eucaristía. El Concilio Vaticano II nos enseña: «la Iglesia ha venerado siempre la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo, pues, sobre todo en la sagrada liturgia, nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo» (Const. dogm. Dei Verbum, 21).
El contacto frecuente con la Sagrada Escritura y la celebración de la Eucaristía hace posible el reconocimiento entre las personas que se pertenecen. Como cristianos somos un solo pueblo que camina en la historia, fortalecido por la presencia del Señor en medio de nosotros que nos habla y nos nutre. El día dedicado a la Biblia no ha de ser “una vez al año”, sino una vez para todo el año, porque nos urge la necesidad de tener familiaridad e intimidad con la Sagrada Escritura y con el Resucitado, que no cesa de partir la Palabra y el Pan en la comunidad de los creyentes. Para esto necesitamos entablar un constante trato de familiaridad con la Sagrada Escritura, si no el corazón queda frío y los ojos permanecen cerrados, afectados como estamos por innumerables formas de ceguera.
La Sagrada Escritura y los Sacramentos no se pueden separar. Cuando los Sacramentos son introducidos e iluminados por la Palabra, se manifiestan más claramente como la meta de un camino en el que Cristo mismo abre la mente y el corazón al reconocimiento de su acción salvadora. Es necesario, en este contexto, no olvidar la enseñanza del libro del Apocalipsis, cuando dice que el Señor está a la puerta y llama. Si alguno escucha su voz y le abre, Él entra para cenar juntos (cf. 3,20). Jesucristo llama a nuestra puerta a través de la Sagrada Escritura; si escuchamos y abrimos la puerta de la mente y del corazón, entonces entra en nuestra vida y se queda con nosotros.
9. En la Segunda Carta a Timoteo, que constituye de algún modo su testamento espiritual, san Pablo recomienda a su fiel colaborador que lea constantemente la Sagrada Escritura. El Apóstol está convencido de que «toda Escritura es inspirada por Dios es también útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar» (3,16). Esta recomendación de Pablo a Timoteo constituye una base sobre la que la Constitución conciliar Dei Verbum trata el gran tema de la inspiración de la Sagrada Escritura, un fundamento del que emergen en particular la finalidad salvífica, la dimensión espiritual y el principio de la encarnación de la Sagrada Escritura.
Al evocar sobre todo la recomendación de Pablo a Timoteo, la Dei Verbum subraya que «los libros de la Escritura enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar en las sagradas letras para nuestra salvación» (n. 11). Puesto que las mismas instruyen en vista a la salvación por la fe en Cristo (cf. 2 Tm 3,15), las verdades contenidas en ellas sirven para nuestra salvación. La Biblia no es una colección de libros de historia, ni de crónicas, sino que está totalmente dirigida a la salvación integral de la persona. El innegable fundamento histórico de los libros contenidos en el texto sagrado no debe hacernos olvidar esta finalidad primordial: nuestra salvación. Todo está dirigido a esta finalidad inscrita en la naturaleza misma de la Biblia, que está compuesta como historia de salvación en la que Dios habla y actúa para ir al encuentro de todos los hombres y salvarlos del mal y de la muerte. 
Para alcanzar esa finalidad salvífica, la Sagrada Escritura bajo la acción del Espíritu Santo transforma en Palabra de Dios la palabra de los hombres escrita de manera humana (cf. Const. dogm. Dei Verbum, 12). El papel del Espíritu Santo en la Sagrada Escritura es fundamental. Sin su acción, el riesgo de permanecer encerrados en el mero texto escrito estaría siempre presente, facilitando una interpretación fundamentalista, de la que es necesario alejarse para no traicionar el carácter inspirado, dinámico y espiritual que el texto sagrado posee. Como recuerda el Apóstol: «La letra mata, mientras que el Espíritu da vida» (2 Co 3,6). El Espíritu Santo, por tanto, transforma la Sagrada Escritura en Palabra viva de Dios, vivida y transmitida en la fe de su pueblo santo.
10. La acción del Espíritu Santo no se refiere sólo a la formación de la Sagrada Escritura, sino que actúa también en aquellos que se ponen a la escucha de la Palabra de Dios. Es importante la afirmación de los Padres conciliares, según la cual la Sagrada Escritura «se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que fue escrita» (Const. dogm. Dei Verbum, 12). Con Jesucristo la revelación de Dios alcanza su culminación y su plenitud; aun así, el Espíritu Santo continúa su acción. De hecho, sería reductivo limitar la acción del Espíritu Santo sólo a la naturaleza divinamente inspirada de la Sagrada Escritura y a sus distintos autores. Por tanto, es necesario tener fe en la acción del Espíritu Santo que sigue realizando una peculiar forma de inspiración cuando la Iglesia enseña la Sagrada Escritura, cuando el Magisterio la interpreta auténticamente (cf. ibíd., 10) y cuando cada creyente hace de ella su propia norma espiritual. En este sentido podemos comprender las palabras de Jesús cuando, a los discípulos que le confirman haber entendido el significado de sus parábolas, les dice: «Pues bien, un escriba que se ha hecho discípulo del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando de su tesoro lo nuevo y lo antiguo» (Mt 13,52).
11. La Dei Verbum afirma, además, que «la Palabra de Dios, expresada en lenguas humanas, se hace semejante al lenguaje humano, como la Palabra del eterno Padre, asumiendo nuestra débil condición humana, se hizo semejante a los hombres» (n. 13). Es como decir que la Encarnación del Verbo de Dios da forma y sentido a la relación entre la Palabra de Dios y el lenguaje humano, con sus condiciones históricas y culturales. En este acontecimiento toma forma la Tradición, que también es Palabra de Dios (cf. ibíd., 9). A menudo se corre el riesgo de separar la Sagrada Escritura de la Tradición, sin comprender que juntas forman la única fuente de la Revelación. El carácter escrito de la primera no le quita nada a su ser plenamente palabra viva; así como la Tradición viva de la Iglesia, que la transmite constantemente de generación en generación a lo largo de los siglos, tiene el libro sagrado como «regla suprema de la fe» (ibíd., 21). Por otra parte, antes de convertirse en texto escrito, la Palabra de Dios se transmitió oralmente y se mantuvo viva por la fe de un pueblo que la reconocía como su historia y su principio de identidad en medio de muchos otros pueblos. Por consiguiente, la fe bíblica se basa en la Palabra viva, no en un libro.
12. Cuando la Sagrada Escritura se lee con el mismo Espíritu que fue escrita, permanece siempre nueva. El Antiguo Testamento no es nunca viejo en cuanto que es parte del Nuevo, porque todo es transformado por el único Espíritu que lo inspira. Todo el texto sagrado tiene una función profética: no se refiere al futuro, sino al presente de aquellos que se nutren de esta Palabra. Jesús mismo lo afirma claramente al comienzo de su ministerio: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír» (Lc 4,21). Quien se alimenta de la Palabra de Dios todos los días se convierte, como Jesús, en contemporáneo de las personas que encuentra; no tiene tentación de caer en nostalgias estériles por el pasado, ni en utopías desencarnadas hacia el futuro.
La Sagrada Escritura realiza su acción profética sobre todo en quien la escucha. Causa dulzura y amargura. Vienen a la mente las palabras del profeta Ezequiel cuando, invitado por el Señor a comerse el libro, manifiesta: «Me supo en la boca dulce como la miel» (3,3). También el evangelista Juan en la isla de Patmos evoca la misma experiencia de Ezequiel de comer el libro, pero agrega algo más específico: «En mi boca sabía dulce como la miel, pero, cuando lo comí, mi vientre se llenó de amargor» (Ap 10,10).
La dulzura de la Palabra de Dios nos impulsa a compartirla con quienes encontramos en nuestra vida para manifestar la certeza de la esperanza que contiene (cf. 1 P 3,15-16). Por su parte, la amargura se percibe frecuentemente cuando comprobamos cuán difícil es para nosotros vivirla de manera coherente, o cuando experimentamos su rechazo porque no se considera válida para dar sentido a la vida. Por tanto, es necesario no acostumbrarse nunca a la Palabra de Dios, sino nutrirse de ella para descubrir y vivir en profundidad nuestra relación con Dios y con nuestros hermanos.
13. Otra interpelación que procede de la Sagrada Escritura se refiere a la caridad. La Palabra de Dios nos señala constantemente el amor misericordioso del Padre que pide a sus hijos que vivan en la caridad. La vida de Jesús es la expresión plena y perfecta de este amor divino que no se queda con nada para sí mismo, sino que se ofrece a todos incondicionalmente. En la parábola del pobre Lázaro encontramos una indicación valiosa. Cuando Lázaro y el rico mueren, este último, al ver al pobre en el seno de Abrahán, pide ser enviado a sus hermanos para aconsejarles que vivan el amor al prójimo, para evitar que ellos también sufran sus propios tormentos. La respuesta de Abrahán es aguda: «Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen» (Lc 16,29). Escuchar la Sagrada Escritura para practicar la misericordia: este es un gran desafío para nuestras vidas. La Palabra de Dios es capaz de abrir nuestros ojos para permitirnos salir del individualismo que conduce a la asfixia y la esterilidad, a la vez que nos manifiesta el camino del compartir y de la solidaridad.
14. Uno de los episodios más significativos de la relación entre Jesús y los discípulos es el relato de la Transfiguración. Jesús sube a la montaña para rezar con Pedro, Santiago y Juan. Los evangelistas recuerdan que, mientras el rostro y la ropa de Jesús resplandecían, dos hombres conversaban con Él: Moisés y Elías, que encarnan la Ley y los Profetas, es decir, la Sagrada Escritura. La reacción de Pedro ante esa visión está llena de un asombro gozoso: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías» (Lc 9,33). En aquel momento una nube los cubrió con su sombra y los discípulos se llenaron de temor.
La Transfiguración hace referencia a la fiesta de las Tiendas, cuando Esdras y Nehemías leían el texto sagrado al pueblo, después de su regreso del exilio. Al mismo tiempo, anticipa la gloria de Jesús en preparación para el escándalo de la pasión, gloria divina que es aludida por la nube que envuelve a los discípulos, símbolo de la presencia del Señor. Esta Transfiguración es similar a la de la Sagrada Escritura, que se trasciende a sí misma cuando alimenta la vida de los creyentes. Como recuerda la Verbum Domini: «Para restablecer la articulación entre los diferentes sentidos escriturísticos es decisivo comprender el paso de la letra al espíritu. No se trata de un paso automático y espontáneo; se necesita más bien trascender la letra» (n. 38).
15. En el camino de escucha de la Palabra de Dios, nos acompaña la Madre del Señor, reconocida como bienaventurada porque creyó en el cumplimiento de lo que el Señor le había dicho (cf. Lc 1,45). La bienaventuranza de María precede a todas las bienaventuranzas pronunciadas por Jesús para los pobres, los afligidos, los mansos, los pacificadores y los perseguidos, porque es la condición necesaria para cualquier otra bienaventuranza. Ningún pobre es bienaventurado porque es pobre; lo será si, como María, cree en el cumplimiento de la Palabra de Dios. Lo recuerda un gran discípulo y maestro de la Sagrada Escritura, san Agustín: «Entre la multitud ciertas personas dijeron admiradas: “Feliz el vientre que te llevó”; y Él: “Más bien, felices quienes oyen y custodian la Palabra de Dios”. Esto equivale a decir: también mi madre, a quien habéis calificado de feliz, es feliz precisamente porque custodia la Palabra de Dios; no porque en ella la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, sino porque custodia la Palabra misma de Dios mediante la que ha sido hecha y que en ella se hizo carne» (Tratados sobre el evangelio de Juan, 10,3).
Que el domingo dedicado a la Palabra haga crecer en el pueblo de Dios la familiaridad religiosa y asidua con la Sagrada Escritura, como el autor sagrado lo enseñaba ya en tiempos antiguos: esta Palabra «está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca, para que la cumplas» (Dt 30,14).
Dado en Roma, en San Juan de Letrán, el 30 de septiembre de 2019.
Memoria litúrgica de San Jerónimo en el inicio del 1600 aniversario de la muerte.

Francisco


[1] Cf. AAS 102 (2010), 692-787.
[2] «La sacramentalidad de la Palabra se puede entender en analogía con la presencia real de Cristo bajo las especies del pan y del vino consagrados. Al acercarnos al altar y participar en el banquete eucarístico, realmente comulgamos el cuerpo y la sangre de Cristo. La proclamación de la Palabra de Dios en la celebración comporta reconocer que es Cristo mismo quien está presente y se dirige a nosotros para ser recibido» (Exhort. ap. Verbum Domini, 56).

26 DE ENERO DE 2020


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“Aperuit Illis”. El Papa instituye el “Domingo de la palabra de Dios”
Carta Apostólica en forma Motu Proprio del Santo Padre “Aperuit Illis”, con la que se instituye el Domingo de la Palabra de Dios, para “hacer que la Iglesia reviva el gesto del Resucitado que abre también para nosotros el tesoro de su Palabra para que podamos anunciar por todo el mundo esa riqueza inagotable”.

“Que el III Domingo del Tiempo Ordinario esté dedicado a la celebración, reflexión y divulgación de la Palabra de Dios. Este Domingo de la Palabra de Dios se colocará en un momento oportuno de ese periodo del año, en el que estamos invitados a fortalecer los lazos con los judíos y a rezar por la unidad de los cristianos”, lo establece el Papa Francisco en su Carta Apostólica en forma Motu Proprio “Aperuit Illis”, con la que instituye el Domingo de la Palabra de Dios, documento que fue publicado este 30 de septiembre, en la memoria litúrgica de San Jerónimo en el inicio del 1600 aniversario de su muerte.
Valor ecuménico de la Sagrada Escritura
El Santo Padre señala que, “no se trata de una mera coincidencia temporal: celebrar el Domingo de la Palabra de Dios”, sino que  “expresa un valor ecuménico, porque la Sagrada Escritura indica a los que se ponen en actitud de escucha el camino a seguir para llegar a una auténtica y sólida unidad”. Asimismo, el Pontífice explica que esta Carta Apostólica tiene la intención de “responder a las numerosas peticiones que me han llegado del pueblo de Dios, para que en toda la Iglesia se pueda celebrar con un mismo propósito el Domingo de la Palabra de Dios”.

El carácter performativo de la Palabra
El Papa Francisco recuerda que, “el Concilio Vaticano II dio un gran impulso al redescubrimiento de la Palabra de Dios con la Constitución dogmática Dei Verbum”. Y para aumentar esa enseñanza, Benedicto XVI convocó en el año 2008 una Asamblea del Sínodo de los Obispos sobre el tema “La Palabra de Dios en la vida y misión de la Iglesia”, publicando a continuación la Exhortación Apostólica Verbum Domini, que constituye una enseñanza fundamental para nuestras comunidades. “En este Documento – precisa el Papa – en particular se profundiza el carácter performativo de la Palabra de Dios, especialmente cuando su carácter específicamente sacramental emerge en la acción litúrgica”.
Un día solemne de servicio a la Palabra
Por ello, el Obispo de Roma invita a vivir este Domingo como un día solemne. “Será importante que en la celebración eucarística se entronice el texto sagrado, a fin de hacer evidente a la asamblea el valor normativo que tiene la Palabra de Dios. En este domingo, de manera especial, será útil destacar su proclamación y adaptar la homilía para poner de relieve el servicio que se hace a la Palabra del Señor”. Los Obispos podrán celebrar el rito del Lectorado o confiar un ministerio similar para recordar la importancia de la proclamación de la Palabra de Dios en la liturgia. Es fundamental, subraya el Papa, que no falte ningún esfuerzo para que algunos fieles se preparen con una formación adecuada a ser verdaderos anunciadores de la Palabra, como sucede de manera ya habitual para los acólitos o los ministros extraordinarios de la Comunión y poder resaltar la importancia de seguir en la vida diaria la lectura, la profundización y la oración con la Sagrada Escritura, con una particular consideración a la lectio divina.
La Biblia no es sólo patrimonio de algunos
Asimismo, el Papa Francisco recuerda que, por la gran enseñanza que contiene la Biblia, “no puede ser sólo patrimonio de algunos, y mucho menos una colección de libros para unos pocos privilegiados”. Pertenece, en primer lugar, al pueblo convocado para escucharla y reconocerse en esa Palabra. A menudo se dan tendencias que intentan monopolizar el texto sagrado relegándolo a ciertos círculos o grupos escogidos. No puede ser así. La Biblia es el libro del pueblo del Señor que al escucharlo pasa de la dispersión y la división a la unidad. La Palabra de Dios une a los creyentes y los convierte en un solo pueblo.
Los Pastores responsables de la Sagrada Escritura
En este sentido de búsqueda de la unidad, el Santo Padre señala que, los Pastores son los primeros que tienen la gran responsabilidad de explicar y permitir que todos entiendan la Sagrada Escritura. Puesto que es el libro del pueblo, los que tienen la vocación de ser ministros de la Palabra deben sentir con fuerza la necesidad de hacerla accesible a su comunidad. La homilía, en particular, tiene una función muy peculiar, porque posee «un carácter cuasi sacramental». Ayudar a profundizar en la Palabra de Dios, con un lenguaje sencillo y adecuado para el que escucha, le permite al sacerdote mostrar también la «belleza de las imágenes que el Señor utilizaba para estimular a la práctica del bien».
la Sagrada Escritura, la fe y los sacramentos
Por ello, el Papa Francisco afirma que, es profundo el vínculo entre la Sagrada Escritura y la fe de los creyentes. Porque como dice San Pablo a los Romanos: “la fe proviene de la escucha y la escucha está centrada en la palabra de Cristo”, de esto deriva la urgencia y la importancia que los creyentes tienen que dar a la escucha de la Palabra del Señor tanto en la acción litúrgica como en la oración y la reflexión personal. El contacto frecuente con la Sagrada Escritura y la celebración de la Eucaristía hace posible el reconocimiento entre las personas que se pertenecen. El día dedicado a la Biblia no ha de ser “una vez al año”, sino una vez para todo el año, porque nos urge la necesidad de tener familiaridad e intimidad con la Sagrada Escritura y con el Resucitado, que no cesa de partir la Palabra y el Pan en la comunidad de los creyentes. Para esto necesitamos entablar un constante trato de familiaridad con la Sagrada Escritura, si no el corazón queda frío y los ojos permanecen cerrados, afectados como estamos por innumerables formas de ceguera.
Bienaventurado el que cree en la Palabra
El Papa concluye invitando a que, el domingo dedicado a la Palabra haga crecer en el pueblo de Dios la familiaridad religiosa y asidua con la Sagrada Escritura, como el autor sagrado lo enseñaba ya en tiempos antiguos: esta Palabra «está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca, para que la cumplas». Ya que en el camino de escucha de la Palabra de Dios, nos acompaña la Madre del Señor, reconocida como bienaventurada porque creyó en el cumplimiento de lo que el Señor le había dicho.


viernes, 24 de enero de 2020

24 DE ENERO DE 2020




Glorioso San Francisco de Sales, 
vuestro nombre porta la dulzura del corazón más afligido;
vuestras obras destilan la selecta miel de la piedad;
vuestra vida fue un continuo holocausto de amor perfecto
lleno del verdadero gusto por las cosas espirituales,
y del generoso abandono en la amorosa divina voluntad.

Enséñame la humildad interior,
la dulzura de nuestro exterior,
y la imitación de todas las virtudes que has sabido copiar
de los Corazones de Jesús y de María.


jueves, 23 de enero de 2020

23 DE ENERO DE 2020



"Un joven llamado Antonio sabe que Dios quiere algo de él, pero no puede imaginar cuál es su camino. 

Antonio lee las Escrituras, medita, pero sólo entiende su llamada cuando, al entrar en la iglesia, escuchó la proclamación del evangelio: "Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme" (Mt 19, 21). 

Como si estas palabras hubieran sido dichas sólo para él, Antonio salió inmediatamente, dio a la gente del pueblo la propiedad que había heredado de su familia, vendió todos los bienes muebles y distribuyó a los pobres la gran suma de dinero que poseía. 

Poco después, en otra asamblea litúrgica, escuchó las palabras del Señor: "No os preocupéis por el día de mañana" (Mt 6,34). Y no pudiendo resistir más, salió de nuevo y dio lo que aún le quedaba 

(cf. Atanasio, Vida de Antonio, 2).

miércoles, 22 de enero de 2020

22 DE ENERO DE 2020




San Vicente, diácono y mártir
Hoy celebramos al Diácono San Vicente. 
La historia le sitúa como el mártir más antiguo de los que se conocen en España. Cuando ejercía el Diaconado en Zaragoza, su tierra natal, el Gobernador Dacio mandó detenerle junto al Obispo Valerio. 
Los romanos les condujeron encadenados a Valencia, hasta que les llegó el momento de presentarse ante el juez. 
Dada la dificultad que Valerio tenía para expresarse, 
Vicente habló en nombre de los dos.

Se le representa  con la dalmática 
(vestidura propia del Diácono) y la palma del martirio.


martes, 21 de enero de 2020

21 DE ENERO DE 2020




Manipulación de unas palabras del Papa Francisco


Están trayendo a debate, en algunos medios de comunicación, la interpretación de unas palabras del Papa Francisco en el Ángelus del 31 de diciembre de 2017: “Los padres son los custodios de la vida del hijo, no los propietarios”.

Texto y contexto

Está claro que el Papa utilizó esta expresión pero algunos olvidan el contexto en que las dijo: que los padres son los “custodios” de sus hijos” y que el “propietario” es Dios (no el Estado).

En esta alocución del primer domingo después de Navidad, en la que se celebra la Fiesta de la Sagrada Familia, el Santo Padre invitó a reflexionar sobre la experiencia vivida por María, José y Jesús, mientras crecen juntos como familia en el amor recíproco y en la confianza en Dios.

“La expresión de esta confianza – afirmó el Pontífice – es el rito realizado por María y José con la ofrenda del hijo Jesús a Dios: «Llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor» (Lc 2,22), como exigía la ley de Moisés. Los padres de Jesús van al templo para confirmar que el hijo pertenece a Dios y que ellos son custodios de su vida y no los propietarios”. Es decir, los hijos pertenecen a Dios.

Y repetimos, que el Papa lo que dice es “que el hijo pertenece a Dios” y que los “custodios” son los padres. En ningún momento hace referencia al Estado ni como custodio ni como propietario.

Dios origen y fuente de la vida

Este gesto, precisó el Papa, indica que solamente Dios es el Señor de la historia individual y familiar; y que todo nos viene de Él y por ello, toda familia está llamada a reconocer tal primacía, cuidando y educando a los hijos a abrirse a Dios que es la fuente misma de la vida.

El gozo de ver crecer a los hijos con sabiduría y gracia

Antes de concluir su discurso, el Papa Francisco recordó también, que hoy el Evangelio nos habla de esta gran alegría de la familia de ver crecer a los hijos. “Ellos están destinados a desarrollarse y fortificarse, a adquirir sabiduría y a acoger la gracia de Dios, justamente como sucedió a Jesús. Él es verdaderamente uno de nosotros: el Hijo de Dios se hace niño, acepta crecer, fortalecerse, está lleno de sabiduría y la gracia de Dios está sobre Él. María y José tienen el gozo de ver todo esto en su hijo; y esta es la misión a la cual está orientada la familia: crear las condiciones favorables para el crecimiento armonioso y pleno de los hijos, para que puedan vivir una vida buena, digna de Dios y constructiva para el mundo”.

En ningún momento se hace referencia a que es el Estado el propietario ni custodio de los hijos. Son los padres los custodios de sus hijos y su misión es llevarlos a Dios.

Por lo tanto, la custodia de los padres los llevará a procurar que su hijos se acerquen a Dios. Y, seamos claros, lo que se propone parece que poco llevará Dios.

La solución a este tema es dejar libertad a los padres (custodios) para que decidan si llevan a sus hijos a estas clases que pretende el Gobierno o no los llevan. Y recordar, por último, que la libertad es la piedra de toque de la democracia.

20 DE ENERO DE 2020


¿Quién no quiere tener a alguien con quien co
mpartir un pensar y desear común? Una amistad inquebrantable, de esas que se edifican sobre el mutuo querer por querer. Un amigo que siempre esté ahí, a nuestro lado, es la mejor lotería que nos puede tocar. Lograr esa relación de amor del alma, que lleva a buscar el bien del amigo por encima de todo, constituye un tesoro reservado a unos pocos.
Sí, la amistad es «el plato fuerte de la vida», en acertada expresión de mi querido doctor Enrique Rojas, que yo le robo de vez en cuando. Hoy, en concreto, para encabezar esta gacetilla. Es incalculable la holgura que aporta un amigo fiel. Una forma de amor que a mí me seduce y que trato de colocar en el centro de mi vida. Me refiero a una amistad firme, leal, sincera.

Precisamente a este compartir de pensamiento y sentimiento, de una manera firme y sincera, muy sincera, dedica un reciente texto Fernando Ocáriz, el prelado rojo del Opus Dei. Aclaro: digo lo de rojizo porque nació en el exilio, hijo de padres republicanos; y, claro, con esos antecedentes, se entiende que sienta predilección por estos temas que llevan el rastro de su corazón y defienda con vehemencia, en esta larga reflexión, «el inestimable valor social de la amistad, como contribución a la armonía y a la creación de ambientes sociales más dignos de la persona humana». Algo, por otra parte, muy cristiano.

Me ha gustado este llamamiento de Monseñor Ocáriz a compartir con los demás alegría y sinsabores, afanes e ilusión. Vivir es esto. ¡Qué, si no! «Jesús, ¡quiere mucho!», me repetía con aquella mirada limpia que pertenecía más al cielo que a la tierra, mi irreemplazable amigo Javier Echevarría. Pues sostiene el prelado rojo que «valorar a quien es distinto o piensa de modo diverso es una actitud que denota libertad interior y apertura de miras: dos aspectos de una amistad auténtica». ¡Qué gran verdad!

«Necesitamos descubrir lo bueno en cada persona y renunciar al deseo de hacerlas a nuestra imagen». Cierto, muy cierto, Don Fernando: las cosas del querer no tienen cómo ni porqué. Al contrario: «el amigo no puede tener, para su amigo, dos caras. El hombre falso, de ánimo doble, es inconstante en todo». Estarás de acuerdo conmigo, amable lector, en que la verdadera amistad exige renuncia, rectitud; osadía y generosidad. Si no es un intercambio de calderilla. Algo que nada tiene que ver con el plato fuerte de la vida.

domingo, 19 de enero de 2020

19 DE ENERO DE 2020


Viento fuerte y frío. 
Un paseo para despejar las ideas. 

Y el viento arrecia, hasta el punto 
que apenas puedo andar seguro. 

En un recodo de la calle, el viento crece. 

Siento la necesidad de agarrarme a algo. 
Pero no hay nada donde echar la mano. 
Arrimado a la pared salvo caer a tierra. 

Un buen susto. 
Pero todo ya ha pasado. 
Estoy en casa al calor del hogar.

sábado, 18 de enero de 2020

18 DE ENERO DE 2020





Llueve en la ciudad. La tarde está cayendo. 
El silencio lo llena todo.

El agua esperada ya está aquí. Gota a gota hasta llenar los pantanos.

El tiempo pasa y los relojes siguen marcando las horas.

En el silencio se oye la lluvia y se marca el tiempo.