martes, 21 de enero de 2020

20 DE ENERO DE 2020


¿Quién no quiere tener a alguien con quien co
mpartir un pensar y desear común? Una amistad inquebrantable, de esas que se edifican sobre el mutuo querer por querer. Un amigo que siempre esté ahí, a nuestro lado, es la mejor lotería que nos puede tocar. Lograr esa relación de amor del alma, que lleva a buscar el bien del amigo por encima de todo, constituye un tesoro reservado a unos pocos.
Sí, la amistad es «el plato fuerte de la vida», en acertada expresión de mi querido doctor Enrique Rojas, que yo le robo de vez en cuando. Hoy, en concreto, para encabezar esta gacetilla. Es incalculable la holgura que aporta un amigo fiel. Una forma de amor que a mí me seduce y que trato de colocar en el centro de mi vida. Me refiero a una amistad firme, leal, sincera.

Precisamente a este compartir de pensamiento y sentimiento, de una manera firme y sincera, muy sincera, dedica un reciente texto Fernando Ocáriz, el prelado rojo del Opus Dei. Aclaro: digo lo de rojizo porque nació en el exilio, hijo de padres republicanos; y, claro, con esos antecedentes, se entiende que sienta predilección por estos temas que llevan el rastro de su corazón y defienda con vehemencia, en esta larga reflexión, «el inestimable valor social de la amistad, como contribución a la armonía y a la creación de ambientes sociales más dignos de la persona humana». Algo, por otra parte, muy cristiano.

Me ha gustado este llamamiento de Monseñor Ocáriz a compartir con los demás alegría y sinsabores, afanes e ilusión. Vivir es esto. ¡Qué, si no! «Jesús, ¡quiere mucho!», me repetía con aquella mirada limpia que pertenecía más al cielo que a la tierra, mi irreemplazable amigo Javier Echevarría. Pues sostiene el prelado rojo que «valorar a quien es distinto o piensa de modo diverso es una actitud que denota libertad interior y apertura de miras: dos aspectos de una amistad auténtica». ¡Qué gran verdad!

«Necesitamos descubrir lo bueno en cada persona y renunciar al deseo de hacerlas a nuestra imagen». Cierto, muy cierto, Don Fernando: las cosas del querer no tienen cómo ni porqué. Al contrario: «el amigo no puede tener, para su amigo, dos caras. El hombre falso, de ánimo doble, es inconstante en todo». Estarás de acuerdo conmigo, amable lector, en que la verdadera amistad exige renuncia, rectitud; osadía y generosidad. Si no es un intercambio de calderilla. Algo que nada tiene que ver con el plato fuerte de la vida.

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