DOS DE LOS SETENTA Y DOS |
VIGÉSIMA SEXTA SEMANA DEL T. O.
SÁBADO
SAN LUCAS 10, 17- 24CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://www.vatican.va/
Volvieron los setenta y dos llenos de alegría diciendo:
—Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.
Él les dijo:
—Veía yo a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad, os he dado potestad para aplastar serpientes y escorpiones y sobre todo poder del enemigo, de manera que nada podrá haceros daño. Pero no os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos más bien de que vuestros nombres están escritos en el Cielo.
En aquel mismo momento se llenó de gozo en el Espíritu Santo y dijo:
—Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y prudentes y las revelaste a los pequeños. Sí, Padre, pues así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre, ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo.
Y volviéndose hacia los discípulos les dijo aparte:
—Bienaventurados los ojos que ven lo que estáis viendo. Pues os aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros estáis viendo y no lo vieron; y oír lo que estáis oyendo y no lo oyeron.
Fueron setenta y dos los discípulos que enviaste a predicar por las aldeas y ciudades. Treinta y dos parejas, pues los enviaste de dos en dos. Como el Padre me ha enviado —les dijiste— así os envío Yo. Si a Mí me han oído —insististe— también a vosotros os oirán. Si a Mí me han despreciado lo mismo harán con vosotros. Y les diste otras normas de comportamiento: desde llevar el bastón, las sandalias, hasta lo de sacudir el polvo del camino, lo de residir en lugares de paz.
Pasados unos días, Señor, “volvieron los setenta y dos llenos de alegría”. Alegría interna, producto del deber cumplido, de la misión realizada. Y alegría externa, en la cara, que es espejo del alma. Y comenzaron a contar. ¡Qué hermosos serían aquellos relatos! ¡Qué satisfacción en los discípulos, pero, sobre todo, qué satisfacción en Ti, Señor! Ellos en el sumo de la aventura decían: “hasta los demonios se nos someten en tu nombre”.
Y Tú, Señor, utilizando una luminosa metáfora contestaste: “veía yo a Satanás caer del cielo como un rayo”. El mal vencido por el bien; la oscuridad por la luz, el pecado por la gracia; el enemigo del hombre por la fuerza de Dios. Y seguiste: alegraos por esto, sí, por la potestad que os he dado, pero sobre todo, alegraos porque “vuestros nombres están escritos en el cielo”. Los setenta y dos emocionados y llenos de alegría se callaron.
Tú, Señor, “lleno de gozo en el Espíritu Santo”, dijiste estas palabras tan hermosas: “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños y sencillos. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre, ni quién es el Padre sino el Hijo; y a quien el Hijo quiera revelarlo”. Hubo de nuevo, por unos instantes, un silencio inmenso.
Luego te volviste a los setenta y dos y les dijiste: Sois unos privilegiados, unos bienaventurados por lo que estáis viendo y oyendo. Muchos profetas y reyes quisieron ver u oír estas cosas y no lo vieron. Y aunque el evangelista no dice nada, un aplauso cerrado debió cerrar aquel momento.