miércoles, 24 de febrero de 2010


Primera Semana de Cuaresma
JUEVES
San Mateo 7, 7-12

»Pedid y se os dará; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; y todo el que busca, encuentra; y al que llama se le abrirá.
»¿Quién de entre vosotros, si su hijo suyo le pide un pan le da una piedra? ¿O si le pide un pez le da una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se lo pidan?» Todo lo que queráis que hagan los hombres con vosotros, hacedlo también vosotros con ellos: ésta es la Ley y los Profetas.

Los discípulos por norma deben escuchar a su maestro. A Ti, Señor, tus discípulos te escuchaban con atención y agrado. Tú les enseñabas de modos distintos: a veces mientras avanzabais por el camino; otras veces les instruías en la tranquilidad de algún descampado; en ocasiones dialogabas con ellos, a la orilla del mar; en la base de la barca; en la ladera de un monte.

Quiero pensar que esta vez estabas a la sombra de una higuera. Acaso, cerca, jugaban un grupo de niños; en la casas vecinas trabajaban las mujeres; y allá no muy lejos, un hombre entrado en años arreaba con un látigo a su cabalgadura.

Fue entonces, cuando comenzaste a decir: pedid y se os dará, buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; y todo el que busca, encuentra; y al que llama se le abrirá. Todo un programa de comportamiento: pedir como necesitados; buscar, como interesados; llamar como confiados.

Y, quizás, mientras hablabas, mirando al niño que jugaba allí cerca, se te ocurrió la comparación: si vuestro hijo pide pan le dais pan, no una piedra; y si pide pescado le dais pescado, no una serpiente; es decir, le atendéis, le amáis, le queréis. Pues cuánto más vuestro Padre del cielo, que es bueno, os dará cosas buenas. Si vosotros que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, vuestro Padre os colmará de bienes. Conviene, pues, que pidáis, que busquéis, que llaméis.

Y al final, Señor, dejaste caer una de tus hermosas sentencias: “Tratad a los demás como queréis que ellos os traten”. Qué buen consejo para vivirlo siempre.