Y ME HABLÓ LA MADERA
Amanecieron
nuevas auroras y llegaron nuevas puestas de sol. Y también presencias de lunas
y risas de millares de estrellas. Y por dentro, un cosquilleo fino y suave de
risas y de flores.
Y a mí
alrededor, todo siguió igual. Yo iba sintiendo que el tiempo pasaba, que los
horizontes cada vez eran más largos y que los espacios se hacían más hermosos.
Y vivía feliz y tranquila”.
La
parrafada había sido larga, desconcertante, pero yo la había escuchado
entusiasmado.
Me levanté, salí del templo. Recorrí dos calles dirección norte y
me encontré con un anciano que caminaba despacio por la cera de la derecha de
su calle. Le saludé con amabilidad y él respondió con parecido saludo. Hablamos
de la familia, de los hijos, de los nietos. Me despedí del anciano y me fui a
casa. Era la hora de comer.
PARA ESCUCHAR