viernes, 14 de enero de 2011


SAN MATEO

PRIMERA SEMANA DEL T. O.

SÁBADO
 SAN MARCOS 2, 13-17


CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=rVwhnjvjntU




Y se fue otra vez a la orilla del mar. Y toda la muchedumbre iba hacia él, y les enseñaba. Al pasar, vio a Leví el de Alfeo sentado al telonio, y le dijo:
—Sígueme.
Él se levantó y le siguió.
Ya en su casa, estando a la mesa, se sentaron con Jesús y sus discípulos muchos publicanos y pecadores, porque eran muchos los que le seguían. Los escribas de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, empezaron a decir a sus discípulos:
—¿Por qué come con publicanos y pecadores?
Lo oyó Jesús y les dijo:
—No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos; no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.

Habías salido, Señor, a predicar y te habías dirigido “de nuevo a la orilla del lago”. Se ve que te gustaba aquel sitio: era manso, acogedor, abierto. La gente acudía a Ti llena de gozo. Yo también acudía entusiasmado. Me gustaba tanto estar junto a Ti. Es un tiempo estupendo el gastado a tu lado. Lo mejor del día: el rato de oración pasado en tu presencia.

Y Tú, Señor, nos enseñabas. Nos decías cosas sencillas, importantes. No usabas libros, porque Tú eres el mejor libro. No te inquietabas porque Tú eres paciente. Nos hablabas del Padre y de las flores del campo; de la conversión interior y del descanso del cuerpo; de la vida terrena y de la vida eterna; de las cosas de este mundo y de las cosas del cielo.

Aquel día, al pasar —cuando ibas hacia el lago—, viste a Leví, el de Alfeo, que estaba en su trabajo: era recaudador. Con voz se-rena le dijiste: sígueme; y él se levantó y te siguió. Y los dos, solos, llegasteis hasta el lago. ¡A saber la de cosas que hablaríais por el camino! ¡A saber lo que Tú le dirías y lo que él te preguntaría!

Y Leví, contento, feliz, te invitó a comer a su casa. Y en su casa os juntasteis un buen grupo de gente, entre ellos, algunos de mala fama. ¡Aquella comida debió de ser maravillosa! Comida de despedida de trabajo y de inicio de una aventura apostólica. La gente hablaba. Tú, Señor, mirabas y amabas.

A los pocos días, algunos fariseos te echaron en cara que comí-as con “gente de mala fama”: recaudadores, pecadores; que habías celebrado a lo grande la “marcha” de Leví. Y eso, según ellos, no estaba bien. ¡El cuchicheo y murmujeo se fue haciendo mayor!

Y Tú, Señor, sin perder la paz, ni la calma, a los que protestaban de tu actitud les dijiste: “No necesitan médicos los sanos, sino los enfermos”. No he venido a llamar a los justos, sino a los peca-dores. Algunos te aplaudieron, otros se callaron, los más se fueron.

Tú y “los tuyos” también os fuisteis a descansar. Yo, después de un breve paseo, me fui a casa.

Las horas siguientes fueron para mí un continuo martilleo: justos, pecadores, justos, pecadores, justos, pecadores. Y me acordé de tu Madre y le dije: Madre, “ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”.