Dios no pasa nunca y todos existimos en virtud de su amor. Existimos porque
él nos ama, porque él nos ha pensado y nos ha llamado a la vida. Existimos
en los pensamientos y en el amor de Dios. Existimos en toda nuestra
realidad, no sólo en nuestra "sombra". Nuestra serenidad, nuestra
esperanza, nuestra paz se fundan precisamente en esto: en Dios, en su
pensamiento y en su amor; no sobrevive sólo una "sombra" de
nosotros mismos, sino que en él, en su amor creador, somos conservados e
introducidos con toda nuestra vida, con todo nuestro ser, en la eternidad.
Es su amor lo que vence la muerte y nos da la eternidad, y es este amor lo
que llamamos "cielo": Dios es tan grande que tiene sitio también
para nosotros. Y el hombre Jesús, que es al mismo tiempo Dios, es para
nosotros la garantía de que ser-hombre y ser-Dios pueden existir y vivir
eternamente uno en el otro. Benedicto XVI, 15 de agosto de 2010.
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