El Papa Francisco trabaja a destajo desde las cinco
de la mañana e impone su austeridad en el Vaticano
Al Papa Francisco le gusta madrugar. En
Buenos Aires se levantaba a las cuatro y media de la mañana, y
dedicaba largos ratos a rezar y estudiar antes de celebrar la misa. Ahora,
como Papa, tiene que descansar un poco más.
Se levanta en torno a las cinco, reza en
privado y celebra cada día la Misa de las siete de la mañana en la capilla de
la Casa Santa Marta. Suelen concelebrar algunos sacerdotes y asisten los
empleados de la Casa, aparte de grupos de invitados: los barrenderos del
Vaticano, los jardineros, las telefonistas, los periodistas y los fotógrafos de
«L’Osservatore Romano».
Al terminar la misa, el Papa se sienta entre
los fieles en los bancos del fondo de la capilla para hacer un rato de
acción de gracias en silencio por haber recibido la comunión. A los diez
minutos sale de la capilla y espera en la puerta para saludar a cada uno de los
asistentes. Así empieza su día.
A continuación baja a desayunar al comedor de
la casa-residencia en la que vive y hace sus comidas, muy contento de
vivir con medio centenar largo de personas –sacerdotes y obispos- que
trabajan en el Vaticano. Lo considera mucho más vivificante que estar aislado
en lo alto del Apartamento pontificio.
Sin derroches