domingo, 26 de junio de 2011

DESDE MI VENTANA

Hoy voy a escribir sobre la arboleda que contemplo desde mi ventana. Además de los dos arbolitos de mi jardín, siguiendo la parte izquierda de mi posición, diviso una espesa y frondosa hilera de árboles. Casi todos del mismo tamaño. Siguen el margen del río a pies juntillas, río que ni veo sus aguas, ni oigo su ruido, pero sé que existe y que corre entre los prados y cruza un poco más adelante la carretera, perdiéndose poco después.


Los árboles viven la mejor época del año. Llenos de ramas y de hojas, llenos de vida y de presencia. Todos teñidos de verde, con diversas tonalidades, convierten el conjunto en algo armonioso y bello. Parecen, vistos a la distancia que yo los contemplo, que están pegados, juntos entre sí, pero no, son los extremos los que se tocan, que los troncos y raíces llevan una buena distancia.


Sobre la mitad de la hilera de árboles que veo, hay una ruptura. Es la carretera que transita por estos lugares. Aunque si no te fijas demasiado, parece que es una línea continua sin ningún espacio libre.


En la parte derecha de mi visión, se alzan otros arbolitos. Algunos de cortas ramas, otros más esbeltos que parecen vigías del campo. Hay también ramujas, yerbajos y cardos. Todo el campo está vivo y verde. Y arriba, un cielo azul intenso, como si fuera una bóveda interminable. Además hoy hace calor. Ni los pájaros revolotean por los campos. Sólo se oyen algunos cánticos suaves y lejanos.


Al final más árboles que más parecen una mancha verde que sirven de cerco, que seres individuales y distintos. Sin esfuerzo me pongo a recitar el Salmo 8.


Señor Dios nuestro, que admirable es tu nombre en toda la tierra. (…) cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder?


Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies. Rebaños de ovejas y de toros, los peces del mar que trazan sendas por el mar. Señor Dios nuestro, que admirable es tu nombre en toda la tierra”.


Miro a los árboles que siguen el cauce del río y en ellos, veo a Dios. ¡¡¡Gracias!!!