miércoles, 22 de diciembre de 2010

ZACARIAS E ISABEL
CUARTA SEMANA DE ADVIENTO

JUEVES (FERIA DÍA 23 DE DICIEMBRE)
SAN LUCAS 1, 57-66

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.facebook.com/video/video.php?v=172701172982

Entretanto le llegó a Isabel el tiempo del parto, y dio a luz un hijo. Y sus vecinos y parientes oyeron la gran misericordia que el Señor le había mostrado y se congratulaban con ella. El día octavo fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías. Pero su ma-dre dijo:
—De ninguna manera, sino que se llamará Juan.
Y le dijeron:
—No hay nadie en tu familia que tenga este nombre.
Al mismo tiempo preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. Y él, pidiendo unatablilla, escribió: “Juan es su nom-bre”. Lo cual llenó a todos de admiración. En aquel momento recobró el habla, se soltó su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios. Y se apoderó de todos sus vecinos el temor y se comentaban estos acontecimientos por toda la montaña de Judea; y cuantos los oían los grababan en su corazón, diciendo:
—¿Qué va a ser, entonces, este niño?
Porque la mano del Señor estaba con él.
Entretanto le llegó a Isabel el tiempo del parto y dio a luz un hijo.

Allí estaban —sigo imaginando la escena— vecinos y parientes, y gentes llegadas de fuera. Allí estaba yo, a la vera del misterio, junto a la casa de Zacarías, degustando todavía las melodías del canto de tu Madre, Señor, y esperando el nacimiento de quien iba a ser tu Precursor. E Isabel dio a luz un hijo.

Todos felicitamos a Isabel y a Zacarías. Algunos comenzaron a cantar las misericordias de Dios. Otros permanecimos aturdidos. Aquel día hubo en aquel pequeño pueblo, más luz que nunca, más alegría que nunca. Sólo cuando tu naciste, Señor, brilló la alegría con mayor esplendor.

El pequeño era un niño hermoso. Sus primeros suspiros sonaban a promesa, a pregón, a anuncio. Y aunque el recién nacido llamaba la atención como cualquier niño, parecía que no le gustaba demasiado que los demás nos fijáramos en él. Con su naturalidad parece como si quisiera decirnos: ¡Que no soy yo el que esperáis; que el que viene es Él!

A los ocho días, sus padres lo llevaron al templo. Había que cumplir el rito de la ceremonia de la circuncisión y de la imposición del nombre. Y se inició una discusión. Realmente fue bonita la porfía que mantuvo Isabel con Zacarías y sus familiares. Ella decía que no se llamará Zacarías, que su nombre será Juan. Y preguntaban al Padre. Y éste, mudo que mudo, no decía ni palabra. Al fin, acudieron a la tablilla. Y Zacarías escribió: Juan es su nombre. Isabel añadió: lo esperaba.

Algo grandioso comenzaba a vivirse allí, en aquella sencilla familia. Y Zacarías comenzó a hablar; y a bendecir a Dios. Y todos, vecinos y parientes y cuantos por allí estábamos, quedamos emocionamos, deslumbrados, contentos.

Con celeridad se corrió la noticia por toda la montaña de Judea, y se percibió que Dios andaba por medio. Allí había ocurrido algo extraordinario. ¡Aquel niño iba a ser algo grande! Señor, enséñanos la lección. ¡Es tan bonita la escena! ¡Es tan hermosa la vida de Juan! Auméntanos la fe a todos.