viernes, 9 de julio de 2010


Querido D. Esteban: Desde Pamplona mi más cordial enhorabuena. Que Dios le otorgue mil bendiciones y gracias para que nos ayude a todos sus diocesanos a ser fieles servidores del Evangelio. Pido por usted y por su futura tarea apostólica. Me encomiendo, desde ya, a sus plegarias y deseo ser altavoz de sus palabras. Como muestra cuelgo aquí, en mi blog, su cariñoso y entrañable saludo. Que el Cristo del Otero y Nuestra Señora de la Calle le acompañen y guíen siempre en su camino. Atentamente, JMC

Queridos hermanos en el Señor:
Hace tan sólo unos momentos, se ha hecho público en Roma mi nombramiento como nuevo Obispo de la diócesis de Palencia.
Mi primer pensamiento se dirige, en actitud agradecida, a Nuestro Señor Jesucristo, que me llamó al orden episcopal hace ya casi diez años y que se ha fiado de mí para continuar su obra de salvación como sucesor de los Apóstoles.
Con sentimientos de filial obediencia, agradezco a Su Santidad el Papa Benedicto XVI, el haberme escogido para apacentar la iglesia particular de Palencia, vaceante tras el traslado de su último Obispo, Monseñor José Ignacio Munilla, a la diócesis de San Sebastián.
Acojo el nombramiento con sentimientos encontrados de tristeza y de alegría. Tristeza por tener que abandonar la Archidiócesis de Valencia, donde he nacido, he vivido y he ejercido el ministerio sacerdotal hasta ahora. Y tener que dejarla precisamente en estos momentos, en que su Arzobispo, Don Carlos Osoro Sierra, con quien siempre me he sentido tan unido, nos había ilusionado con un ambicioso itinerario de renovación espiritual y pastoral diocesana, itinerario con el que yo me había identificado plenamente. A él y al Sr. Cardenal Don Agustín García-Gasco, Arzobispo emérito de Valencia, les debo la pequeña experiencia que tengo en el gobierno pastoral de una diócesis.
Tristeza también por tener que alejarme, siquiera circunstancialmente, de mi familia, de mis amigos, y de tantos sacerdotes, personas consagradas y laicos cristianos, con quienes he estado íntimamente unido durante muchos años y a quienes siempre tendré en el recuerdo y en mi corazón. En este sentido imito, aunque de lejos, la actitud del patriarca Abraham cuando el Señor le pidió que dejase su casa, su tierra y su parentela y se dirigiese hacia lo desconocido, hacia el país de Canaán. A todos ellos les doy las gracias por las muestras de cariño que me han dispensado y les pido disculpas por las veces que les habré ofendido.
Nací en Valencia y me siento orgulloso de pertenecer a esta tierra tan hermosa, bendecida por Dios y bajo la protección de la Virgen María, en su entrañable título de “Mare de Deu dels Desamparats”. A ella confío mi nuevo ministerio y desde ahora pido su constante protección.
Pero me marcho también con sentimientos de cristiana alegría, por sentirme enviado por el Señor para cumplir una nueva misión en su Iglesia. No conozco más que por lecturas y referencias la iglesia particular de Palencia. Se me ha indicado que voy a ser el Obispo número cien del episcopologio palentino. Ello me dice bien a las claras que soy el furgón de cola de un numeroso grupo de grandes Obispos que me han precedido y que he de esforzarme por continuar la obra apostólica que ellos han realizado a lo largo de la dilatada historia de la diócesis.
Y voy a ser Obispo en esa noble tierra de la vieja Castilla, reavivando así mis antiguas raíces castellanas. Mi padre nació en un pequeño pueblo de la Tierra de Campos, Vidayanes del Campo, en la cercana provincia de Zamora. Allí vivió también mi entera familia paterna y allí pasé temporadas de mi vida juvenil. Vuelvo ahora a la Tierra de Campos, donde vivieron mis antepasados.
Mi pensamiento se dirige ya hacia todos los fieles cristianos de mi nueva iglesia particular. Saludo cordialmente a su Vicario General, Don Antonio Gómez Cantero, así como a los demás vicarios, al Colegio de Consultores, a todos los que trabajan en la Curia diocesana, al Cabildo de su bella Catedral, a los sacerdotes de los arciprestazgos de Brezo, Campoo-Santullán, Ojeda, Valle, Carrión, Campos, Camino de Santiago, Palencia y Cerrato. Me pongo desde este momento a vuestro servicio y espero que, cuando vaya, me admitáis de corazón como centro de comunión de vuestro presbiterio. Hemos de ir consiguiendo entre todos lo que el gran Papa Juan Pablo II nos enseñó en su Carta Apostólica “Novo Millennio Ineunte”: “Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo” (nº 43).
Mi pensamiento se dirige igualmente hacia los seminaristas de la diócesis y hacia todos los consagrados, tanto a los dedicados a la vida activa como a los de vida contemplativa, que tan rica tradición tiene por esas tierras. Vuestra dedicación y vuestra oración serán fundamentales para que yo pueda continuar desarrollando la misión evangelizadora de los pastores que me han precedido.
Y mi pensamiento se dirige finalmente hacia todos los fieles laicos: catequistas, agentes de pastoral, padres y madres de las familias cristianas, jóvenes que sois la esperanza de la Iglesia y sobre todo los que sufrís por la enfermedad, el dolor moral, la marginación, la pérdida de libertad o la pérdida del trabajo. Os aseguro que mi oración os tendrá presentes a todos ante el Señor y os pido desde ahora que recéis por mí.
A las autoridades, fieles cristianos y ciudadanos todos de Palencia se dirige desde la ciudad del Turia mi cordial saludo, esperando merecer que algún día me consideréis un palentino más. ¡Hasta pronto! Que Dios os bendiga.
Valencia, 9 de Julio de 2010

+ Esteban Escudero
Obispo electo de Palencia
Décima Cuarta Semana del T. O.
SÁBADO
San Mateo 10, 24-33

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK    http://www.diocesispalencia.org

»No está el discípulo por encima del maestro, ni el siervo por encima de su señor. Al discípulo le basta llegar a ser como su maestro, y al siervo como su señor. Si al amo de la casa le han llamado Beelzebul, cuánto más a los de su misma casa. No les tengáis miedo, porque nada hay oculto que no vaya a ser descubierto, ni secreto que no llegue a saberse. Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a plena luz; y lo que escuchasteis al oído, pregonadlo desde los terrados. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma; temed ante todo al que puede hacer perder alma y cuerpo en el infierno. ¿No se vende un par de pajarillos por un as? Pues bien, ni uno solo de ellos caerá en tierra sin que lo permita vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. Por tanto, no tengáis miedo: vosotros valéis más que muchos pajarillos.
»A todo el que me confiese delante de los hombres, también yo le confesaré delante de mi Padre que está en los Cielos. Pero al que me niegue delante de los hombres, también yo le negaré delante de mi Padre que está en los Cielos.

Es posible que de entre tus discípulos, después de escuchar las anteriores instrucciones, alguno comenzara a preguntarse por qué habían de suceder estas cosas ahora, y por qué les había de suceder a ellos. En realidad, todos estaban dispuestos a cumplir su misión, pero todo aquello era misterioso, extraño.

Tú, Señor, con gran compresión y no menos piedad, les aclaraste la cuestión: no está el discípulo —les dijiste— por encima del maestro, ni el siervo por encima de su señor. Al discípulo le basta imitar a su maestro; y al siervo le sobra con parecerse a su amo.

Y entonces, poniéndote de pie y llamando la atención hacia tu persona, les dijiste: Si a Mí me han llamado Beelzebul, qué no os llamarán a vosotros; si a Mí me condenaron a muerte, qué extraño os condenen a vosotros. Recordadlo bien: Os llamarán de todo, pero fuera el miedo, fuera el temor; porque todo llegará a saberse, porque todo, en su día, quedará al descubierto. A vosotros, igual que a Mí, os corresponde cumplir la voluntad de Dios y predicar la Buena Nueva.

Luego, Señor, hablaste a “los tuyos” del alma y del cuerpo, de los pajarillos, de los cabellos de la cabeza, de la providencia divina; y terminaste tu intervención con estas alentadoras palabras: a todo el que me confiese delante de los hombres, también yo le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos”. Y otras más: “al que me niegue, yo le negaré.

Al final llegó el silencio. Cada uno se dirigió a su casa. Aquella noche, Señor, es posible que tus discípulos soñaran con espadas y cárceles, con coronas de triunfo y rincones de cielo. Nosotros, ahora, después de veinte siglos, escuchamos tus consejos, reflexionamos sobre ellos, y procuramos entenderlos.