lunes, 21 de octubre de 2013

SENCILLAS VIVENCIAS

JESÚS Y EL HARAPIENTO


Hoy he subido con cierto tiempo a Pamplona. Por eso, antes de dirigirme a Carlos III, 51, que era mi destino he pasado, para visitar al Señor, por la Capilla de la Adoración Perpetua. He entrado. Había poca gente. Tres minutos, arrodillado a los pies del Señor y una petición concreta.

Luego he salido a la calle. Y allí, a la puerta de la Capilla del Santísimo, acurrucado junto a la escalera, un pobre, de mediana edad, con barba espesa y la mano extendida pidiendo una limosna.

Le miré a los ojos, pero no le di nada. Ya le había visto al entrar y también le había saludado con suaves palabras. Pero nada más. Un leve deseo de ayudar, un ligero movimiento de piedad. Pero nada más.

Me pasa muchas veces. Tengo que hacer un acto de fe para adorar a Jesús Sacramentado, presente con su Cuerpo y su Sangre, su Alma y su Divinidad, oculto en el Pan Consagrado. Y del fondo de mi ser me brota una oración: “Yo quisiera, Señor, recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con la que os recibió vuestra Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los Santos.

Y tengo que hacer también un acto de fe, para ver en cualquier pordiosero, sentado a la puerta de la Capilla, pidiendo limosna, para ver detrás de sus harapos, y hasta de “su mala pinta”, un hijo de Dios, un hermano mío.

Una vez más repito en mi interior: “Señor que vea, Señor, que veamos, Señor que vean. Que te veamos detrás del Pan y que te veamos detrás del harapiento que doblado, con el móvil en la mano, pide limosna.

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