PARÁBOLA DE LA ALDEANA
Dicen que hace mucho tiempo,
vivía en un pueblo una aldeana muy hermosa. Todos querían esposarla pero ella
sentía que nadie le aseguraba verdadero amor.
Así, se le acercó el mercader
más rico diciéndole: “Te amaré a pesar de tu pobreza”. Pero como en sus palabras
no encontró verdadero amor prefirió no casarse.
Después se le acercó un gran
general y le dijo: “Me casaré contigo a pesar de las distancias que nos
separen”. Pero tampoco aceptó la hermosa aldeana.
Más tarde se le acercó el
emperador a decirle: “Te aceptaré en mi palacio a pesar de tu condición de
mortal”.
Y también rehusó la muchacha a casarse porque tampoco veía en él un
amor desinteresado.
Hasta que un día se le acercó
un joven y le dijo: “Te amaré a pesar... de mí mismo”. Y como en sus palabras
encontró un amor verdadero y sincero, optó por casarse con él.
Nosotros, ¿buscamos a Jesús por
tener “pan” que nos aproveche, cosas materiales, y pensamos conseguirlas una
fórmula mágica que nosotros llamamos “oración”, o bien lo hacemos por amor, de
forma desinteresada?
Señor, quiero quererte “por
ti”, “a pesar de mí mismo”, hacer las cosas por Ti, por agradarte a Ti, con la
alegría de un buen hijo que intenta hacer las cosas lo mejor que puede,
poniendo los cinco sentidos en esa labor, por amor, por cumplir tu voluntad
como nos dices hoy: «Obrad no por el alimento que perece sino por el que
perdura hasta la vida eterna.»
Ayúdame, Jesús, a obrar con
rectitud de intención; es decir, con la intención recta, con la intención
correcta, porque es la que perdura, porque es la Tuya. Ayúdame a buscar en todo
momento tu voluntad, y a ponerla en práctica con todo el entusiasmo posible (P.
Cardona).