sábado, 9 de octubre de 2010

XXVIII DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO
EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 17, 11-19


CON SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=YwZpw1gm2Xc

Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:
-- Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.
Al verlos, les dijo:
-- Id a presentaros a los sacerdotes.
Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo:
-- ¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?
Y le dijo:
-- Levántate, vete; tu fe te ha salvado.

La Primera lectura de la Misa de hoy nos recuerda la curación de Naamán el Sirio, sanado de la lepra por el Profeta Eliseo. El Señor se sirvió de este milagro para atraerlo a la fe, un don mucho mayor que la salud del cuerpo.

En el Evangelio tomado de San Lucas, nos relata un hecho similar: un samaritano -que, como Naamán, tampoco pertenecía al pueblo de Israel- que encuentra la fe después de su curación, como premio a su agradecimiento.

Recordemos la escena: Jesús, en su último viaje a Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Y al entrar en una aldea le salieron al encuentro diez leprosos que se detuvieron a lo lejos, a cierta distancia donde se encontraba el Maestro y el grupo que le acompañaba, pues la ley prohibía a estos enfermos acercarse a las gentes.

Y ellos, levantando la voz, pues están lejos, dirigen a Jesús una petición, llena de respeto, que llega directamente al Corazón de Cristo: "Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros".

Aquellos hombres, leprosos, excluidos de la sociedad, acuden a la misericordia divina. Y Jesús, lleno de lástima, se compadece de ellos y les manda ir a mostrarse a los sacerdotes, como estaba preceptuado en la Ley, para que certificaran su curación.

Y ellos, llenos de fe y esperanza, obedientes, se encaminaron donde les había indicado el Señor, como si ya estuvieran sanos; a pesar de que todavía no lo estaban. Y por su fe y docilidad, dice el texto, se vieron libres de la enfermedad.

Estos leprosos nos enseñan a acudir a la misericordia divina, que es la fuente de todas las gracias; y nos enseñan a tener fe y ser dóciles a quienes, en nombre del Maestro, nos indican lo que debemos hacer.

Y nos ofrecen también la oportunidad de preguntarnos si somos agradecidos: con Dios y con los demás.

Con frecuencia, vivimos pendientes de lo que nos falta y nos fijamos poco en lo que tenemos, en lo que nos ayudan y quizá por eso lo apreciamos menos y nos quedamos cortos en la gratitud. O pensamos que lo que tenemos nos es debido a nosotros mismos y nos olvidamos de lo que San Agustín señala al comentar este pasaje del Evangelio: "Nuestro, no es nada, a no ser el pecado que poseemos. Pues ¿qué tienes que no hayas recibido? (1 Cor 4,7)".

Muchos son los favores que recibimos de Dios directamente: salud, sol, lluvia, etc., y muchos también los beneficios que recibimos a través de las personas que tratamos diariamente. ¿Somos agradecidos? Es de bien nacidos ser agradecidos.

En concreto hoy, que celebramos el día de la Parroquia, es bueno que recordemos aunque sea rápidamente lo que la Parroquia nos ofrece, lo que de la Parroquia recibimos.

De la parroquia recibimos la gracia, el perdón, la Eucaristía, la Palabra de Dios, la formación doctrinal, la ayuda espiritual y la material en ocasiones, la amistad y la acogida y tantas otras cosas.

Por eso, conviene que hoy también nos preguntemos si amamos a la parroquia, si la defendemos, si somos agradecidos con ella.

Y nos preguntemos: ¿ayudamos a la parroquia con nuestra oración, con nuestro tiempo, con nuestras aportaciones materiales?.¿Vibramos con las cosas de la parroquia? ¿Nos alegramos de que marche cada vez mejor? ¿Qué haya más culto? ¿Qué haya más actividades?