"No deja de ser lamentable que haya acontecimientos y personajes
imponentes absolutamente desconocidos cuando hay cientos de calles
dedicados a completas insignificancias. Esta ignorancia nos hace
más imperfectos y más manipulables": lo afirma el escritor y
periodista Pedro Fernández Barbadillo y lo afirma, por supuesto,
respecto a la Historia de España, esa gran desconocida y esa gran
menospreciada por los mismos españoles.
Lamenta, por ejemplo (y es sólo un ejemplo entre mil), en 1988 una
producción televisiva española con actores españoles (Fernando Rey y Xavier
Elorriaga) cantase las glorias del marinero inglés del siglo XVIII James
Cooke, y sin embargo a los responsables de TVE no se les ocurriese
hacer lo propio con la Real Expedición Filantrópica de la Viruela,
que recorrió medio mundo a principios del siglo XIX llevando la vacuna.
"Por desgracia", comenta, "desde el siglo XIX los españoles
estamos escindidos": "Parte del pueblo quiere destruir la
nación o está descontenta con ella", y luego están los
nacionalistas, que "quieren la disolución de España como condición
necesaria para poder crear sus Estaditos. A los llamémosles ilustrados y
progresistas lo español les da vergüenza o asco y preferirían que nos
diluyéramos en entidades supranacionales como la Unión Europea o una
cosmópolis utópica".
Para intentar paliar en lo posible esta situación, Pedro Fernández
Barbadillo acaba de publicar Lecciones de España (Manuscritos), donde reúne, junto a
algunos trabajos inéditos, sus colaboraciones más interesantes en diversos
medios (Libertad Digital, Alba,etc.) sobre circunstancias o
personalidades desconocidas o infravaloradas de la Historia de España.
Una visión de las cosas donde, como no podía ser de otra forma tratándose
del pasado español, la religión está muy presente: "Se puede ser
español y no católico, incluso no creyente, y también católico y
antiespañol, como Sabino Arana y Jordi Pujol, pero la esencia de lo
español está unido al catolicismo y a la Iglesia", apunta.
-¿Por qué esa unión?
-Pese a debilidades y caídas, el pueblo español decidió ser católico varias
veces a lo largo de su historia: cuando acepta el cristianismo bajo el
Imperio romano, cuando los godos abjuran del arrianismo, cuando resiste la
invasión árabe, cuando se convierte en el defensor de la Iglesia frente a
la Reforma y rechaza formar una iglesia nacional estilo inglés, cuando
lleva la cruz a las Indias y a Filipinas, cuando se levanta contra
Napoleón, que trae la Modernidad, y cuando se rebela contra un régimen
decidido a erradicar la religión.
-Eso no lo hace precisamente simpático a ojos de dicha Modernidad...
¿España suscita aversión?
-Sin duda, en una época de la historia caracterizada en Occidente por su
irreligiosidad, el catolicismo de España constituye un baldón, un
“obstáculo tradicional” al progreso y la inserción “en el mundo de hoy”. Si
los irlandeses hubieran renunciado al catolicismo, seguro que habrían recibido
mejor trato de los ingleses. Si los cristeros mexicanos hubieran aceptado
pedir licencia al Gobierno federal para celebrar sus ceremonias, no habrían
sido masacrados. Y si el último emperador Habsburgo no hubiese sido un
devoto católico quizás no habría muerto desterrado en Madeira.
-Para la izquierda, acabar con esa catolicidad se ha convertido en un
objetivo nuclear...
-Yo no entiendo de otra manera la obsesión anticatólica, que no
anticlerical, de la izquierda española en el momento en que la Iglesia
tiene menos influencia. Bastaría con dejar que se extinguiese suavemente,
como está ocurriendo en Suiza o Alemania.
-Ha habido otros momentos malos. El libro arranca con la batalla de
Guadalete...
-La caída del Reino de los Godos debería inculcarse en todos los españoles
desde la escuela, como lección para toda la vida. Por una rencilla entre
dos oligarquías para hacerse con el poder, una de ellas llama (y no era la
primera vez) a unos aliados extranjeros que, al final, lejos de conformarse
con el botín, se quedan con el país entero. Y encima, por causas todavía no
suficientemente explicadas, sin apenas resistencia. No es sorprendente que
los españoles de la Edad Media atribuyesen la desaparición de los godos a
un castigo divino.
-¿No hicimos luego méritos para compensar aquello?
-El español es uno de la media docena de pueblos sin los que no se puede
entender la historia universal. Sus aportaciones son la Reconquista, el
único país invadido por los árabes de donde se expulsa al islam; el
Descubrimiento y la Colonización de América; y la defensa de la Iglesia
frente al protestantismo.
-¿Están vinculadas esas aportaciones?
-Si España (y Portugal) se hubiera convertido definitivamente en un país
musulmán, como ocurrió a otras regiones donde había unas comunidades
cristianas más poderosas, como Egipto y Bizancio, cabe preguntarse quién
habría descubierto América.
-¿Y ahora? ¿Nos sacará de la modorra religiosa el temor a la sharia?
-La violencia de grandes círculos del islam ha destrozado el discurso
buenista sobre las bondades de las sociedades multiculturales. Pero no
tengo esperanza en esa reacción.
-¿Por qué?
-Los cristianos europeos y americanos estamos asistiendo al exterminio de
nuestros hermanos árabes sin hacer otras cosa que mandar cartas a la ONU y
la Liga Árabe. Rezamos, sí, pero cuando los turcos sitiaron Viena en 1683
los polacos acudieron en su ayuda con oraciones y con espadas.
-Europa se ha rendido ahora preventivamente...
-La caída de la natalidad y el invierno demográfico, la renuncia de los
europeos a perpetuarse en hijos, a mí me lleva a pensar que nuestro
continente ha decidido suicidarse. Por aburrimiento, por asimilación de un
complejo de culpa, por ateísmo (no hay nada después de la muerte, así que
disfrutemos de la fiesta hasta que se acabe), por el discurso ecologista
(la humanidad destruye el planeta)…
-¿No hay esperanza?
-Dios es el señor de la historia. En la Navidad de 1979, los paracaidistas
del Ejército Rojo soviético aterrizaron en Kabul. ¡Quién podía pensar que
en otra Navidad sólo doce años después asistiríamos al arriado de la
bandera roja en el Kremlin y su sustitución por la bandera zarista!
-Una última curiosidad, ahora que el personaje está de actualidad. Usted
apunta en su libro que Jordi Pujol no simpatizaba con Juan Pablo II. ¿Por
qué?
-Para el Santo, tanto en política como en teología, el Mal existe y un
católico debe colocarse ante él. En cambio, Pujol y otros democristianos
prefieren creer que el Mal no existe o, en caso de que exista, se encuentra
a su derecha.
-¿Y la cuestión de España?
-San Juan Pablo II demostró que estaba en contra de la fragmentación de
España, con obras y palabras, y en cuanto comprendió el destrozo de la fe
que había causado el clero nacionalista, en cuanto dispuso de recambios y
contó con obispos fieles a su línea empezó a cambiar el perfil de los
obispos nombrados para las diócesis catalanas y vascas.
-Algo que irrita profundamente a los nacionalistas...
-Pujol, como Javier Arzallus, presidente del PNV (partido confesional
católico hasta 1977), terminan sustituyendo en sus partidos y sus
sociedades el catolicismo por el nacionalismo, convertido en una religión
laica.
-Además, Juan Pablo II reactivó las causas de canonización de los mártires
españoles de la guerra...
-Cosa que también disgustaba muchísimo a Pujol, porque suponía reconocer
que el bando nacional de la guerra tenía al menos algo de razón, que el
régimen franquista había salvado a la Iglesia de un holocausto y que sus
aliados de izquierdas, los esquerristas, los socialistas y los comunistas,
estaban manchados por el pecado de las matanzas de católicos.
-¿Aumentará en el futuro el divorcio entre nacionalismo y catolicismo?
-Para mí constituye un cambio radical de la esencia del clero español que
los seminaristas de Madrid, Getafe y Toledo, que reúnen estudiantes de toda
España, sumen la cuarta parte de los seminaristas de toda España. Cabe
esperar que dentro de unos años, los sacerdotes estén vacunados contra el
sentimiento de campanario.
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