sábado, 9 de febrero de 2013

SENCILLAS VIVENCIAS


LAS HUELLAS EN LA NIEVE

Este año el tiempo atmosférico nos ofrece abundantes temas de escritura. Es verdad eso de que cada día tiene su afán. Ayer era la lluvia, hoy es la nieve. Ayer, llovía sin parar; hoy, nieva sin dejarlo.

Acabo de venir de la Parroquia. Por el camino he pisado con gusto la blanda nieve recién caída. Solo dos huellas había en la nieve: la huella de una persona joven y la huella de un perro pequeño. Huellas distintas, a todas luces.

Ahora estoy escribiendo en mi habitación. Por mi ventana veo que sigue nevando. Los copos saltan revoltosos sobre el suelo y caen sin hacer ruido. Siempre la nieve ha sido silenciosa. Su color blanco da claridad a las cosas y a las casas.

Mientras escribo veo a las gentes que caminan despacio de un lugar a otro. Van protegidas de abrigo y todas llevan abiertos sus paraguas. En la plaza han aumentado las huellas, son huellas de ida y vuelta.

Los capós de los coches están cubiertos de copos de nieve. Parecen todos iguales, aunque no lo son.Igual que los copos, parecen todos iguales pero tampoco lo son. Es bonito contemplarlos así. 

Más nieve, más personas, más huellas. La presencia de la nieve, de las huellas, me han recordado un hermoso suceso de la vida de San Josemaría.

 “Las Navidades de 1917-1918 fueron extremadamente frías. El termómetro se mantuvo a catorce grados bajo cero durante muchos días y la ciudad quedó casi paralizada. Un día de aquellos, tras una fuerte nevada, sucedió un hecho que, aunque pueda parecer intrascendente, cambió el horizonte de su vida: vio unas huellas en la nieve, las huellas de un carmelita que caminaba con los pies descalzos por amor a Dios. Al ver aquellas huellas, Josemaría experimentó en su alma una profunda inquietud divina que le suscitó un fuerte deseo de entrega. Otros hacían tantos sacrificios por Dios y él —se preguntó—... ¿no era capaz de ofrecerle nada?

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