domingo, 28 de noviembre de 2010


CENTURION

PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO

LUNES
 SAN MATEO 8, 5-11

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=5Tw6TkJbg84

Al entrar en Cafarnaún se le acercó un centurión que le rogó:
—Señor, mi criado yace paralítico en casa con dolores muy fuertes.
Jesús le dijo:
—Yo iré y le curaré.
Pero el centurión le respondió:
—Señor, no soy digno de que entres en mi casa. Pero basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. Pues también yo soy un hombre que se encuentra bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes. Le digo a uno: Vete, y va; y a otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace.
Al oírlo Jesús se admiró, y dijo a los que le seguían:
—En verdad os digo que en nadie de Israel he encontrado una fe tan grande. Y os digo que muchos de oriente y occidente vendrán y se pondrán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos, mientras que los hijos del Reino serán arrojados a las tinieblas exteriores: allí será el llanto y el rechinar de dientes. Y le dijo Jesús al centurión:
—Vete y que se haga conforme has creído.
Y en aquel momento quedó sano el criado.

Llegaste a Cafarnaún, Señor. Como en otras ocasiones, te acompañaban tus discípulos. Quizás también algunos curiosos. Las gentes del lugar, como ocurría siempre, al enterarse que habías llegado, se acercaron a saludarte, a escucharte y a pedirte favores.

Entre los que se acercaron, se hallaba un centurión. Era éste, un hombre con mando sobre una centuria de soldados romanos. Un personaje extranjero, pagano, que por cuestiones políticas vivía en Cafarnaún. Y, sin mediar palabra alguna, como si te conociera de siempre te rogó con firmeza: Señor, mi criado yace paralítico en casa con dolores muy fuertes.

Manifestó, pues, una petición, clara, concreta, sencilla. Sin demasiados detalles. Los necesarios. Dijo que el enfermo era su criado, que sufría mucho, que estaba en su casa. Lo importante era la petición: su criado necesitaba tu ayuda y él te lo pedía lleno de fe y confianza.

Tú, Señor, le dijiste: Yo iré y le curaré ¡Qué prontitud en responder a la llamada! ¡Qué generosidad para solucionar una necesidad! ¡Qué sencillez en la realización de una acción extraordinaria!

Pero el centurión respondió: Señor, no soy digno de que entres en mi casa. Basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. ¡Qué precisión tan concreta! ¡Qué confianza en tu poder! ¡Qué fe en tu persona!

Y Tú, Señor, quizás un poco cansado del camino y con ganas de reponer fuerzas, ante petición tan clara, accediste a ir a curar a su criado enfermo. Pero aquel hombre confiesa que no es digno. Entonces Tú, Señor, te llenaste de admiración y dijiste a los que te seguían: En verdad os digo que en nadie de Israel he encontrado una fe tan grande.

Y al centurión le dijiste: Vete y que se haga conforme has creído. Y en aquel momento quedó sano el criado.

Señor, yo creo; pero aumenta mi fe.