domingo, 30 de enero de 2011

CUARTA SEMANA DEL T. O.

LUNES
SAN MARCOS 5, 1-20

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=JRFdJN4YqaM


Y llegaron a la orilla opuesta del mar, a la región de los gerasenos. Apenas salir de la barca, vino a su encuentro desde los sepulcros un hombre poseído por un espíritu impuro, que vivía en los sepulcros y nadie podía tenerlo sujeto ni siquiera con cadenas; porque había estado muchas veces atado con grilletes y cadenas, y había roto las cadenas y deshecho los grilletes, y nadie podía dominarlo. Y se pasaba las noches enteras y los días por los sepulcros y por los montes, gritando e hiriéndose con piedras. Al ver a Jesús desde lejos, corrió y se postró ante él; y, gritando con gran voz, dijo:
—¿Qué tengo que ver contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? ¡Te conjuro por Dios que no me atormentes! — porque le decía: ¡Sal, espíritu impuro, de este hombre!
Y le preguntó:
—¿Cuál es tu nombre?
Le contestó:
—Mi nombre es Legión, porque somos muchos.
Y le suplicaba con insistencia que no lo expulsara fuera de la región.
Había por allí junto al monte una gran piara de cerdos paciendo. Y le suplicaron:
—Envíanos a los cerdos, para que entremos en ellos.
Y se lo permitió. Salieron los espíritus impuros y entraron en los cerdos; y la piara, alrededor de dos mil, se lanzó corriendo por la pendiente hacia el mar, donde se iban ahogando. Los porqueros huyeron y lo conta-ron por la ciudad y por los campos. Y acudieron a ver qué había pasado. Llegaron junto a Jesús, y vieron al que había estado endemoniado —al que había tenido Legión— sentado, vestido y en su sano juicio; y les entró miedo. Los que lo habían presenciado les explicaron lo que había sucedido con el que había estado poseído por el demonio y con los cerdos. Y comenzaron a rogarle que se alejase de su región. En cuanto él subió a la barca, el que había estado endemoniado le suplicaba quedarse con él; pero no lo admitió, sino que le dijo:
—Vete a tu casa con “los tuyos” y anúnciales las grandes cosas que el Señor ha hecho contigo, y cómo ha tenido misericordia de ti.
Se fue y comenzó a proclamar en la Decápolis lo que Jesús había hecho con él. Y todos se admiraban.

Llegaste, Señor, acompañado de tus discípulos “a la orilla del lago, en la región de los Gerasenos”. La travesía había sido tran-quila. Habían surgido comentarios positivos sobre tus últimas enseñanzas, y los sueños futuros sobre tu empresa comenzaban, poco a poco, a abrirse camino.

Apenas habías desembarcado, Señor, te salió al paso un hombre poseído por un espíritu impuro. Luego supiste —es una forma de decir— que aquel hombre vivía en un cementerio cercano, entre las tumbas; que en ocasiones ni con cadenas le podían sujetar; que muchas veces se había soltado del cepo y de las cadenas con las que pretendían sujetarle; que tenía una fuerza enorme; que no había manera de “domarlo”; que se pasaba el día y la noche gritando en los montes; y que él mismo se hería con piedras.

Parece que aquel hombre te había visto de lejos. Y corrió como un loco hacia Ti y ante Ti se postró el infeliz sujeto. Y a grito pelado decía: “¿Qué tienes que ver conmigo Jesús, Hijo del Altísimo?” Pero también te pedía que lo curaras. Y Tú, Señor, ordenaste al espíritu malo que saliera de aquel hombre. Y él, como un poseso, gritaba cada vez más fuerte. Tú, entonces, le preguntaste por su nombre. Él respondió que “eran legión”. Y te rogaba encarecidamente les “echases a paseo”.

Había, por cierto, cerca de allí —te acuerdas, Señor—, una piara de cerdos. Y los espíritus querían ir a ellos. Y Tú se lo permitiste. Y los espíritus salieron como demonios y se metieron en los cerdos. Y los cerdos “como posesos” se lanzaron al lago; y aquellos animales, pesados y torpes como pocos, murieron ahogados. Los porqueros disgustados se fueron al pueblo y anunciaron lo ocurrido.

Y la gente vino asustada y curiosa enseguida. Y vieron al endemoniado, a tu lado, sentado, tranquilo, sereno. Y todos se llevaron las manos a la cabeza. Y algunos volvieron a contar las cosas ocurridas con todo detalle. Y te rogaron, Señor, que te fueras de sus contornos. Y el endemoniado quería ir contigo. Pero no se lo permitiste. Y Tú, Señor, te fuiste en la barca. Y al recién curado le ordenaste que se fuera a su casa y diera una alegría a los suyos y anunciase que Tú habías tenido gran misericordia con él.

Y aquel hombre, obediente y curado, comenzó a proclamar por la Decápolis lo ocurrido. Todos se admiraban. Y muchos, aturdidos, no pasaban a creerlo. Pero la evidencia les obligaba a aceptarlo. Sólo los porquerizos no quisieron que te quedaras allí. Temían desgracias mayores. Como si esto hubiera sido una desgracia.

Quédate, Señor, con nosotros, aunque se sequen las flores del jardín o las amapolas vuelen llevadas por los aires. Quédate con nosotros, aunque el huracán se lleve las viviendas y las aguas inunden nuestros campos. Quédate en mi pueblo, en mi barrio, en mi hogar, en mi alma. Y despide con tu fuerza los viejos demonios que anidan a nuestro alrededor. Nosotros, agradecidos procuraremos anunciar tu mensaje por todos los pueblos, por todas las ciudades, por todo el mundo.