Aquel día, no hablamos mucho más. Era ya la
hora de cenar y además, tenía que acudir
al hotel donde me iba a hospedar antes de que fuera más tarde. El Párroco pidió
a “parlapuñaos” que me acompañase al hotel. Y dirigiéndose a mi, dijo: “José
María no olvides, que mañana tienes Misa a las siete de la mañana en las monjas.
Ahora cuando salgais, “parlapuñaos”, te dirá por donde se baja a las monjas.
Me despedí de Don Manuel y de su ama. Y con
el hombre joven que me encontré el tren, “parlapuñaos”, le decían, salí a la
calle. En la calle apenas había gente. El hotel donde me iba a hospedar estaba
en la misma plaza del Ayuntamiento, es decir, muy cerca. Antes de entrar “mi
primer feligrés”, me indicó por dónde tenía que dirigirme hasta las monjas. Me despedí de él muy agradecido Y
sin más, entré en el hotel.
Después del saludo de rigor, me dio una llave
correspondiente a la habitación que iba a ocupar aquella noche. Subí y vi una
sencilla estancia: una cama, una pequeña mesa y una sencilla silla. Ni lavabo,
ni cuarto de baño, ni nada más. Una cosa simple. Coloqué mis cosas y bajé a
cenar.
La dueña me indicó el lugar del comedor. Me
senté, con su permiso, en una mesa donde cenaba un hombre joven. Luego supe que
era un viajante, vendedor de cuchillos. Me presenté y enseguida entablamos conversación. Aquella primera noche, cené morcilla hecha de arroz. En mi casa
siempre había visto la morcilla hecha con cebolla. Esta era distinta. Me gustó
y muchas veces, después, he recordado aquella primera morcilla de Barruelo.
Llegó la hora de irnos a dormir. Subí a la
habitación, no sin antes pedir a la dueña del hotel que, por favor, me avisará a
las 6:30, para levantarme y poder llegar puntual a la Capilla de las monjas.
Hice mis últimos rezos y traté de descansar. Pero no pude. Aquella noche,
apenas pegué ojo: ruidos de puertas, conversaciones por el pasillo, grifos... Total que me pasé la noche en vela.
Eso sí, a las 6:30 me llamaron. Estaba despierto. Me levanté, me aseé como pude y con el ánimo alegre y la inquietud de lo
desconocido, me dirigí a las monjas. Me abrieron al instante. Saludé a la superiora, me
acompañó hasta la sacristía. A la siete en punto comenzaba la Misa.