viernes, 26 de noviembre de 2010

VELAD
TRIGÉSIMA CUARTA SEMANA
DEL T. O. SÁBADO
 SAN LUCAS 21, 34-36

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
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»Vigilaos a vosotros mismos, para que vuestros corazones no estén ofuscados por la crápula, la embriaguez y los afanes de esta vida, y aquel día no sobrevenga de improviso sobre vosotros, porque caerá como un lazo sobre todos aquellos que habitan en la faz de toda la tierra. Vigilad orando en todo tiempo, a fin de que podáis evitar todos estos males que van a suceder, y estar en pie delante del Hijo del Hombre.

Al llegar a casa días después, aún quisiste ofrecer a “los tuyos” algunos consejos. Parece que se terminaba el tiempo y aún tenías cosas que decir. ¡Querrías completar tu obra, terminar el trabajo que años antes habías comenzado! Y señalaste algunos puntos.

Hablaste de vigilancia: Vigilancia del corazón y vigilancia de las malas tendencias; todos estáis —viniste a decir— expuestos a todo. Gula, envidia, avaricia..., los siete pecados capitales. Ante eso, vigilancia, saber estar.

Al tener que dar cuenta de lo recibido, era una razón más para la vigilancia. Como no se sabía cuándo vendría el lazo destructivo, convenía vigilar y orar, evitar los males del mundo y estar de pie para recibir el premio: la presencia del Hijo del Hombre.

Me figuro hablando con unos y con otros. Acaso en particular, en privado. Había también preguntas personales y respuestas concretas. ¡Era tan necesario entender estas cosas!

Y, tras la cena, el descanso. Allí en sosiego del sueño, entre vela y vela, rumiar lo oído y escuchado. Y en el hondón del alma acudir a los cielos, implorando ayuda y fuerza. Se acercaban días difíciles. Se tocaban ya horas de entrega y de correspondencia al amor.

Durante el día, en el Templo. Por la noche, en el huerto de los olivos. En el Templo te oían los hombres, en el huerto quizás estabas solo, pero hablas con Dios. El espíritu debe estar pronto, porque la carne es débil.