domingo, 28 de febrero de 2010


Segunda Semana de Cuaresma
LUNES
San Lucas 6, 36-38


»Por el contrario, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada por ello; y será grande vuestra recompensa, y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los ingratos y con los malos. Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso. No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados. Perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará; echarán en vuestro regazo una buena medida, apretada, colmada, rebosante: porque con la misma medida que midáis se os medirá.

Una lección más, Señor, de tu magisterio. ¡Con cuánta paciencia y con cuánto cariño nos ibas enseñando! ¡Y a nosotros cuánto nos cuesta aprender tus enseñanzas! Y, sobre todo, cuánto nos cuesta cumplirlas. Nos consuela, Señor, que Tú conoces nuestro barro; que sabes de la pasta que estamos hechos; que entiendes nuestras debilidades y nuestros proyectos y nuestros buenos deseos.

Hoy nos dijiste: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará”. Dos “noes” y tres “síes”: no juzguéis, no condenéis, perdonad, dad, sed compasivos. Un buen programa y un buen proyecto.

Y si hacéis así, nos dijiste: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante; deseos colmados; medida que se sobra; premio rebosante. Todo nos habla de generosidad, de abundancia, de sobrepremio.

Y terminaste con una breve sentencia: “La medida que uséis, la usarán con vosotros”. El que se resiste a perdonar, no será perdonado; el que se resiste a ayudar, no será ayudado; el que se resiste a comprender, no será comprendido; el que se resiste a premiar, no será premiado; el que se resiste a amar, no será amado. La misma medida, la misma.

¡Cómo nos gusta a todos que nos premien, que nos consideren, que nos acojan, que nos reciban en su entorno! Y cómo nos gustará, sobre todo, que Dios nos reciba en sus manos en el día de nuestra muerte. Para que esto suceda, antes, a lo largo de la vida, tenemos que premiar, considerar, acoger, recibir a los demás.

Cuando llegue la hora de la verdad, cuando llegue la hora del examen —al atardecer de la vida nos examinarán del amor— nos medirán con la misma medida que hayamos medido. Conviene utilizar una medida comprensiva, misericordiosa: la medida de Dios que nos ama sin medida.