domingo, 23 de mayo de 2010

OCTAVA SEMANA DEL T. O.

LUNES
SAN MARCOS 10, 17-27

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Cuando salía para ponerse en camino, vino uno corriendo y, arrodillado ante él, le preguntó:
—Maestro bueno, ¿qué debo hacer para conseguir la vida eterna?
Jesús le dijo:
—¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino uno solo, Dios. Ya conoces los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no dirás falso testimonio, no defraudarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre.
—Maestro, todo esto lo he guardado desde mi adolescencia —respondió él.
Y Jesús, fijó en él su mirada y quedó prendado de él. Y le dijo:
—Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo. Luego, ven y sígueme.
Pero él, afligido por estas palabras, se marchó triste, pues tenía muchas posesiones.
Jesús, mirando a su alrededor, dijo a sus discípulos:
—¡Qué difícilmente entrarán en el Reino de Dios los que tienen riquezas!
Los discípulos quedaron impresionados por sus palabras. Y hablándoles de nuevo, dijo:
—Hijos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios.
Y ellos se quedaron aún más asombrados diciéndose unos a otros:
—Entonces, ¿quién puede salvarse?
Jesús, con la mirada fija en ellos, les dijo:
—Para los hombres esto es imposible, pero para Dios no; porque para Dios todo es posible.

Podía ser por la mañana. Tú, Señor, salías a predicar. Quizás aquella noche habías rogado por los jóvenes judíos. Los evangelistas no dicen expresamente que Tú te reunieras con jóvenes. Pero ese día, precisamente, cuando salías para ponerte en camino, vino un joven —y vino corriendo— y, arrodillado ante Ti, te preguntó: Maestro bueno, ¿qué he de hacer para conseguir la vida eterna? Aquel joven te llamó bueno y deseaba conseguir la vida verdadera.

Tú, Señor, dijiste al joven: ¿y por qué me llamas bueno?, nadie es bueno sino Dios. ¿Quisiste decirle que eras Dios, porque eras bueno? ¿Que no podías ser bueno si no fueras Dios? Y seguiste: Ya conoces los mandamientos. Él respondió: “Sí, los he guardado todos desde mi infancia”.

Fijaste en él tu mirada, le amaste, y enseguida añadiste: si quie-res conseguir la vida eterna, vende cuanto tienes, dáselo a los pobres y luego ven conmigo. Y fue entonces cuando se rompió el diálogo.

Y el joven, afligida el alma, se quedó de piedra. Quizás no esperaba aquella respuesta. Y se marchó cabizbajo y triste. La razón fue que tenía muchos bienes y en ellos tenía puesta su confianza.