Y ME HABLÓ LA MADERA
Tras
esta confesión de Santa Teresa, agobiado y preocupado, me levanté del banco. Me
dirigí a la sacristía.
Preparé para rezar el Rosario y celebrar la Santa Misa.
El
Rosario -lo aprendí de pequeño- es la mejor oración que podemos dirigir a
María. A mí nunca me pareció aburrido. Quizás fue porque aprendí esta devoción
del ejemplo de mis padres. En mi casa vi rezar el Rosario, desde pequeño, todos
los días. También los días en los que llegaba mi padre y mi madre rendidos del
campo.
Antes la Santa Misa. Sí , la Santa Misa es el centro
y la raíz de nuestra vida interior. En la Misa adoramos a Dios, le damos
gracias, le pedimos perdón y le rogamos nuevos auxilios. Son los fines de la Misa. Cuando estudié
teología aprendí que estos fines son: latréutico, impetratorio, etc.
Aquel
día, el rezo del Rosario y la celebración de la Santa Misa , me llenaron
de paz. Casi me olvidé de lo que la Santa me había contado. Aunque a decir
verdad, no lo pude olvidar del todo.
Terminada
la Misa, era mi costumbre, inicié mi acción de gracias por la Comunión
recibida. Para mi la acción de gracias es una necesidad. A veces cuando contemplo
a la gente que finaliza la Misa se apresura a salir a la calle, me causa un
temblor especial. Comprendo que pueda haber casos en los que la obligación esté
por delante de la devoción, pero en los casos en que los tan raudos para salir
del templo, se quedan largos ratos hablando en el pórtico o se dirigen veloces
al bar, no lo entiendo. Sólo la falta de formación eucarística me mueven a
disculpar estas conductas.
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