martes, 15 de febrero de 2011

AVISO
De hoy en adelante, hasta el 9 de marzo de 2011, el texto evangélico de cada día y el comentario al mismo, estará tomado de la página web http://evangeli.net/evangelio/que-es-evangeli
Muchas gracias.
JMC

SEXTA SEMNA TIEMPO ORDINARIO
MIERCOLES
Evangelio (Mc 8,22-26):

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
 http://www.youtube.com/watch?v=qJzQ2JsD4SI&feature=related


En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegan a Betsaida. Le presentan un ciego y le suplican que le toque. Tomando al ciego de la mano, le sacó fuera del pueblo, y habiéndole puesto saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntaba: «¿Ves algo?». Él, alzando la vista, dijo: «Veo a los hombres, pues los veo como árboles, pero que andan». Después, le volvió a poner las manos en los ojos y comenzó a ver perfectamente y quedó curado, de suerte que veía claramente todas las cosas. Y le envió a su casa, diciéndole: «Ni siquiera entres en el pueblo».

Quedó curado, de suerte que veía claramente todas las cosas
Hoy a través de un milagro, Jesús nos habla del proceso de la fe. La curación del ciego en dos etapas muestra que no siempre es la fe una iluminación instantánea, sino que, frecuentemente requiere un itinerario que nos acerque a la luz y nos haga ver claro. No obstante, el primer paso de la fe —empezar a ver la realidad a la luz de Dios— ya es motivo de alegría, como dice san Agustín: «Una vez sanados los ojos, ¿qué podemos tener de más valor, hermanos? Gozan los que ven esta luz que ha sido hecha, la que refulge desde el cielo o la que procede de una antorcha. ¡Y cuán desgraciados se sienten los que no pueden verla!».

Al llegar a Betsaida traen un ciego a Jesús para que le imponga las manos. Es significativo que Jesús se lo lleve fuera; ¿no nos indicará esto que para escuchar la Palabra de Dios, para descubrir la fe y ver la realidad en Cristo, debemos salir de nosotros mismos, de espacios y tiempos ruidosos que nos ahogan y deslumbran para recibir la auténtica iluminación?

Una vez fuera de la aldea, Jesús «le untó saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó: ‘¿Ves algo?’» (Lc 8,23). Este gesto recuerda al Bautismo: Jesús ya no nos unta saliva, sino que baña todo nuestro ser con el agua de la salvación y, a lo largo de la vida, nos interroga sobre lo que vemos a la luz de la fe. «Le puso otra vez las manos en los ojos; el hombre miró: estaba curado, y veía todo con claridad» (Lc 8,25); este segundo momento recuerda el sacramento de la Confirmación, en el que recibimos la plenitud del Espíritu Santo para llegar a la madurez de la fe y ver más claro. Recibir el Bautismo, pero olvidar la Confirmación nos lleva a ver, sí, pero sólo a medias.

Comentario: Rev. D. Joaquim MESEGUER García (Sant Quirze del Vallès, Barcelona, España)












lunes, 14 de febrero de 2011

SEXTA SEMANA DEL T. O.

MARTES
SAN MARCOS 8, 14-21




CON SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=Y2GQsdOKQUI&feature=related

Se olvidaron de llevar panes y no tenían consigo en la barca más que un pan. Y les advertía diciendo:
—Estad alerta y guardaos de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes.
Y ellos comentaban unos con otros que no tenían pan. Al darse cuenta Jesús, les dice:
—¿Qué vais comentando de que no tenéis pan? ¿Todavía no entendéis ni comprendéis? ¿Tenéis endurecido el corazón? ¿Tenéis ojos y no veis; tenéis oídos y no oís? ¿No os acordáis de cuántos cestos llenos de trozos recogisteis, cuando partí los cinco panes para cinco mil?
— Doce — le respondieron:
— Y cuando los siete panes para los cuatro mil, ¿cuántas espuertas llenas de trozos recogisteis?
—siete — le contestaron:
Y les decía:
—¿Todavía no comprendéis?

De ordinario tus discípulos, Señor, llevaban pan para el camino. Pero aquel día habían olvidado coger pan tierno. Quizás en la barca había algún trozo, pero sería atrasado y duro. No sé en qué estarían pensando tus discípulos, Señor, pero el hecho es que no habían cogido los panes que presumiblemente necesitarían aquella jornada. Y entre ellos, no se comentaba otra cosa. Entonces Tú, medio en bromas, medio en veras, les dijiste que tuviesen cuidado “con la levadura de los fariseos y con la de Herodes”.

Pero ellos seguían comentado la falta de pan; sin relacionar la levadura con el olvido. Los discípulos iban inquietos por el despiste del pan y ahora seguían despistados ante tu mensaje. Y Tú, Señor, mientras remaban, y como sin querer la cosa, comentaste su falta de precaución y prudencia ya que no acababan de entender.

Se hizo un espeso silencio en la barca. Tan sólo se oían los remos y el chillar de unas gaviotas que cruzaban el cielo. Nadie se atrevía a hablar. Tu advertencia, Señor, les había impresionado.

Entonces, Tú comenzaste a hablar: A ver, ¿cuántos cestos de sobras recogisteis cuando repartí cinco panes entre cinco mil? ¿Os acordáis? Ellos te contestaron: Doce. ¿Y cuántos canastos de sobras recogisteis cuando repartí siete entre cuatro mil? Y te respondieron: siete. Y añadiste: ¿Y no acabáis de entender?

Señor, haz que elija la verdadera levadura, y el verdadero pan. Que haga, Señor, tu voluntad. Que como Tú, Señor, pueda decir: mi comida es hacer la voluntad de mi Padre.



domingo, 13 de febrero de 2011

SEXTA SEMANA DEL T. O.

LUNES
SAN MARCOS 8, 11-13


CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=mNQawdto0kg&feature=related


Salieron los fariseos y comenzaron a discutir con él, pidiéndole para tentarle, una señal del cielo. Suspirando desde lo más íntimo, dijo:
—¿Por qué esta generación pide una señal? En verdad os digo que a esta generación no se le dará ninguna señal.
Y dejándolos, subió de nuevo a la barca y se marchó a la otra orilla.

Los fariseos tenían ganas de discutir. Y empezaron. Querían comprobar si, en verdad, Señor, tenías poder; comprobar si eras un hombre importante, uno de los Profetas, o si eras, tal vez, el Mesías, el esperado, el que libraría a Israel de sus males.

Por eso te pidieron un signo del cielo. Tú dando un profundo suspiro con suavidad, pero con energía dijiste: ¿Por qué me pedís un signo? ¿Quiénes sois vosotros para pedirme un signo? ¿Quién es esta generación para pedir una señal? Y mirándoles de frente añadiste: “A esta generación no se le dará un signo”.

Los fariseos buscaban una señal aparatosa, llamativa, tal vez, un exterminio del poder enemigo, una destrucción de los adversarios, etc. Y tu Reino, Señor, llegabas con suavidad, con amabilidad, y qué contraste, lleno de signos, de milagros, de curaciones, aunque los fariseos ante pruebas excepcionales y milagrosas permanecían soberbios.

Ante tanta negación Tú, Señor, sin decir nada más, los dejaste. Y ellos siguieron hablando, durante días, años, lustros, negando la luz de tu verdad, la claridad de tu mensaje, la grandeza de tu doctrina.

Tú, Señor, te embarcaste de nuevo y pasaste a la otra orilla. ¡Cuánto te gustaba la barca, Señor! Acaso pensabas en la barca de la Iglesia y en los mares del mundo. Y los “tuyos” a tu lado, fieles, obedientes —a veces, un poco torpes y tozudos— pero siempre contigo, siguiendo tus pasos, aprendiendo tu doctrina.

sábado, 12 de febrero de 2011

SEXTA SEMANA DEL T. O.

DOMINGO (A)
SAN MATEO 5, 17-37

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK  http://vatican.va/


»No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolirlos sino a darles su plenitud. En verdad os digo que mientras no pasen el cielo y la tierra, de la Ley no pasará ni la más pequeña letra o trazo hasta que todo se cumpla. Así, el que quebrante uno solo de estos mandamientos, incluso de los más pequeños, y enseñe a los hombres a hacer lo mismo, será el más pequeño en el Reino de los Cielos. Por el contrario, el que los cumpla y enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos. Os digo, pues, que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos.
»Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás, y el que mate será reo de juicio. Pero yo os digo: Todo el que se llene de ira contra su hermano será reo de juicio; y el que insulte a su hermano será reo ante el Sanedrín; el que le maldiga será reo del fuego del infierno. Por tanto, si al llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, vete primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve después para presentar tu ofrenda. Ponte de acuerdo cuanto antes con tu adversario mientras vas de camino con él; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al alguacil y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que restituyas la última moneda.
»Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio en su corazón. Si tu ojo derecho te escandaliza, arráncatelo y tíralo; porque más te vale que se pierda uno de tus miembros que no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. Y si tu mano derecha te escandaliza, córtala y arrójala de ti; porque más te vale que se pierda uno de tus miembros que no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno.
»Se dijo también: Cualquiera que repudie a su mujer, déle libelo de repudio. Pero yo os digo que todo el que repudia a su mujer —excepto en el caso de fornicación— la expone a cometer adulterio, y el que se casa con la repudiada comete adulterio.
»También habéis oído que se dijo a los antiguos: No jurarás en vano, sino que cumplirás tus juramentos que le hayas hecho al Señor. Pero yo os digo: No juréis de ningún modo; ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del Gran Rey. Tampoco jures por tu cabeza, porque no puedes volver blanco o negro ni un solo cabello.


En este texto, Señor, “enseñaste el verdadero valor de la Ley que Dios había dado al pueblo hebreo a través de Moisés y la per-feccionaste aportando, con autoridad divina, su interpretación definitiva”. No habías venido a abolir sino a dar plenitud a la Ley.

Tú añadiste a lo que fue dicho (por Dios) lo que ahora estableces. No anulas los preceptos de la Antigua Ley, sino que los interiorizas, los llevas a la perfección de su contenido, proponiendo lo que ya estaba implícito en ellos, aunque los hombres no lo hubieran entendido en profundidad” .

Señor, en este texto abordas también la cuestión del divorcio; restableces la originaria indisolubilidad del matrimonio, tal como Dios lo había instituido: y otras cosas más que ahora te agradecemos.

El verso 48 resume la enseñanza de todo el capítulo. Tú, Señor, llevas la Ley a su plenitud proponiendo la invitación de la perfección de tu Padre que está en los Cielos”.

De suerte que “el fin del cumplimiento de la Ley es llegar a la perfección o santidad de Dios. La criatura en sentido estricto no puede alcanzarla, pero la santidad de Dios es el modelo al que ha de tender” .

Ayúdanos a seguir tus enseñanzas, tus consejos, a no perderte de vista nunca.


viernes, 11 de febrero de 2011

QUINTA SEMANA DEL T. O.

SÁBADO
SAN MARCOS 8, 1-10


CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=1Opkdju_kA8&feature=related


En aquellos días, reunida de nuevo una gran muchedumbre que no tenía qué comer, llamando a los discípulos les dijo:
—Me da mucha pena la muchedumbre, porque ya llevan tres días conmigo y no tienen qué comer; y si los despido en ayunas a sus casas desfallecerán en el camino, pues algunos han venido desde lejos.
Y le respondieron sus discípulos:
—¿Quién podrá alimentarlos de pan aquí, en un desierto?
Les preguntó:
—¿Cuántos panes tenéis?
—Siete, respondieron ellos.
Entonces ordenó a la multitud que se acomodase en el suelo. Tomando los siete panes, después de dar gracias, los partió y los fue dando a sus discípulos para que los distribuyeran; y los distribuyeron a la muchedumbre. Tenían también unos pocos pececillos; después de bendecirlos, mandó que los distribuyeran. Y comieron y quedaron satisfechos, y con los trozos sobrantes recogieron siete espuertas. Eran unos cuatro mil. Y los despidió.
Y subiendo enseguida a la barca con sus discípulos, se fue hacia la región de Dalmanuta.


Ocurrió uno de aquellos días —un día de tantos— un día en que la gente que te seguía, que te escuchaba, que quería aprender de Ti, se dio cuenta que no tenía que comer. Entonces Tú hiciste una de las tuyas. Llamaste a tus discípulos, y les dijiste: “Me da lástima de esta gente; llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer”. Y añadiste: Algo habrá que hacer. Si los despedimos para que se vayan a sus casas —algunos son de lejos— se van a desmayar por el camino. Si seguimos impasibles, desfallecerán de igual modo. Algo habrá que hacer. ¿Qué podríamos hacer? Decidme algo, vosotros, discípulos míos, amigos míos.
Y tus discípulos —hombres como eran— te dijeron: ¿Y de dónde se puede sacar pan —sólo pan— aquí, en despoblado, para que puedan llevarse un bocado a la boca y no desfallezcan? Y ahí terminó la ayuda. Entonces, Tú preguntaste si había algún pan por allí. Te dijeron que sí, que alguno había. Preguntaste de nuevo: ¿Cuántos panes tenéis? Te dijeron: siete panes. ¡Una miseria, en verdad!
Y Tú, Señor, sabiendo lo que te traías entre manos, mandaste que la gente se sentara en el suelo. Y tomaste los siete panes en tus manos, pronunciaste la acción de gracias, los partiste y los fuiste dando a tus discípulos para que ellos lo distribuyeran. Y así lo hicieron, lo sirvieron a la gente. Hiciste lo mismo con unos cuantos peces. Los bendijiste y mandaste repartirlos. Los repartieron también. Y la gente comió pan y pez hasta quedar satisfecha. ¡Debía saber a gloria bendita aquella comida tan simple!
Y al final de tan improvisada comida, sobraron mendrugos de pan y sobraron trozos de peces, y los recogisteis —no sólo fue limpieza del campo— y se llenaron siete canastas. Y, al final, todo aquel lugar quedó muy limpio. Y eso que gente había “a miles”: cuatro mil, sin contar mujeres ni niños. Después de una breve tertulia, cada uno se fue a su casa. Y Tú, Señor, con tus discípulos, te fuiste a Dalmanuta.

jueves, 10 de febrero de 2011

QUINTA SEMANA DEL T. O.

VIERNES
SAN MARCOS 7, 31-37

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=96pgrEqmYOU

De nuevo, salió de la región de Tiro y vino a través de Sidón hacia el mar de Galilea, cruzando el territorio de la Decápolis. Le traen a uno que era sordo y que a duras penas podía hablar y le ruegan que le imponga su mano. Y apartándolo de la muchedumbre, le metió los dedos en las orejas y le tocó con saliva la lengua; y mirando al cielo, suspiró, y le dijo:
—Effetha, que significa: “Ábrete”.
Y se le abrieron los oídos, quedó suelta la atadura de su lengua y empezó a hablar correctamente. Y les ordenó que no lo dijeran a nadie. Pe-ro cuanto más se lo mandaba, más lo proclamaban; y estaban tan maravillados que decían:
—Todo lo ha hecho bien, hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

Y en tu constante caminar, Señor, ibas de un lado para otro. Dejas Tiro y te pasas por Sidón, atravesando la Decápolis, hacia el lago de Galilea. Allí, junto al lago disfrutabas del clima del mar, enseñabas tu doctrina y formabas a “los tuyos”. El agua y el sol, la brisa y el viento..., como te gustaban. ¡Quizás te recordaban estas cosas la fuerza del Espíritu!

Y allí, junto a las aguas, en un momento dado, unos desconocidos te presentaron un hombre sordo. Y te pidieron, Señor, que le impusieras las manos. Tus manos divinas. ¡Qué fuerza y qué poder tenían tus manos! Te pidieron eso, que impusieras tus manos sobre la cabeza del enfermo; su pelo quizás era negro oscuro y raído por el sol.

Y Tú, Señor, sin decir nada, realizaste un hermoso rito: sacaste al joven de entre la gente hacia un lado, le metiste tus dedos divinos en sus roñosos oídos, y con la fuerza de tu saliva le tocaste su lengua de trapo. Y luego miraste al cielo —mientras todos te miraban a Ti— diste un suspiro de amor y dijiste a aquellos oídos sordos y a aquella lengua inútil: effetá, esto es, ábrete, abriros.

Y al momento se le abrieron los oídos y se le soltó la lengua. Y aquel hombre oía y hablaba sin dificultad. Y recitaba acciones de gracias y oía mandatos de amor. Y Tú, Señor, —Tú sabrás por qué— les mandaste callar la boca, que no dijeran nada a nadie. Pero, nada, cuanto más insistías menos caso te hacía —Tú sabrás por qué— y con más insistencia proclamaba tu amor a los hombres.

Y todos fuera de sí decían todo lo hace bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

miércoles, 9 de febrero de 2011

QUINTA SEMANA DEL T. O.

JUEVES
SAN MARCOS 7, 24-30

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://video.google.com/videoplay?docid=-1964866981293126654#

Se fue de allí y se marchó hacia la región de Tiro y de Sidón. Entró en una casa y deseaba que nadie lo supiera, pero no pudo permanecer inadvertido. Es más, en cuanto oyó hablar de él una mujer cuya hija tenía un espíritu impuro, entró y se postró a sus pies. La mujer era griega, sirofenicia de origen. Y le rogaba que expulsara de su hija al demonio. Y le dijo:
—Deja que primero se sacien los hijos, porque no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perrillos.
Ella respondió diciendo:
—Es verdad, Señor, pero también los perrillos comen debajo de la mesa las migajas de los hijos.
Y le dijo:
—Por esto que has dicho, vete, el demonio ha salido de tu hija.
Y al regresar a su casa encontró a la niña echada en la cama, y que el demonio había salido.


Señor, ibas de aquí para allá. No parabas de caminar y de moverte. Esta vez, llegaste a la región de Tiro. Te alojaste en una determinada casa, ¿qué casa fue aquella, Señor? Yo no soy digno de que entres en mi casa, decimos antes de comulgar. Aquel dueño digno o no, te alojó en su casa. Me atrevo a pensar que sería una casa humilde —como la tuya—, porque tu intención era pasar des-apercibido. Pero no lo conseguiste. ¡No te dejaron en paz, Señor, no te dejaron!

Fue una buena mujer; madre de una hija atormentada quien se enteró que llegabas y te descubrió. Fue hasta donde Tú estabas y se echó a tus pies. ¡Qué humildad y qué amor los de aquella mujer, pagana, fenicia, de Siria! Y te rogaba que salvases a su hija. Y Tú, Señor: primero son los hijos, luego los perros. Tú que lo sabes to-do... ¡Qué pensarías en tu interior, Señor, qué pensarías cuando pronunciaste estas palabras!

Y ella: pues si Tú lo dices, Señor, así será. De acuerdo, primero los hijos; las migajas a los perros; echa esas migajas debajo de mi mesa, échalas; por favor, cura a mi hija.

Y Tú, Señor, que los sabías todo —sufriendo, sin duda— le dijiste: anda, vete, te lo has ganado; tu hija está ya sana. Gracias, te dijo, con sus ojos, aquella pagana; no necesitó de palabras; las palabras le sobraban. Y saliendo de debajo de la mesa de la humildad, se fue dando saltos de alegría a su casa.

Al llegar se encontró a su hija, echada en la cama: feliz, sonriente, acerada. Lo que pasó luego, no lo sabemos, pero a buen seguro que aquella madre y aquella hija volvieron a agradecerte el favor y quizás te regalaron un cordero; o te hicieron un manto nuevo y hasta es posible que te siguieran por el camino. La humildad es el fundamento de una santidad completa.



martes, 8 de febrero de 2011

QUINTA SEMANA DEL T. O.
MIÉRCOLES
SAN MARCOS 7, 14-23

CON SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=93chgOYBV0k&feature=related


Y después de llamar de nuevo a la muchedumbre, les decía:
—Escuchadme todos y entendedlo bien: nada hay fuera del hombre que, al entrar en él, pueda hacerlo impuro; las cosas que salen del hombre, ésas son las que hacen impuro al hombre.
Y cuando entró en casa, ya sin la muchedumbre, los discípulos le preguntaron el sentido de la parábola. Y les dice:
—¿Así que también vosotros sois incapaces de entender? ¿No sabéis que todo lo que entra en el hombre desde fuera no puede hacerlo impuro, porque no entra en su corazón, sino en el vientre, y va a la cloaca?
De este modo declaraba puros todos los alimentos. Pues decía:
—Lo que sale del hombre es lo que hace impuro al hombre. Porque del interior del corazón de los hombres proceden los malos pensamientos, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, los deseos avariciosos, las maldades, el fraude, la deshonestidad, la envidia, la blasfemia, la soberbia y la insensatez. Todas estas cosas malas proceden del interior y hacen impuro al hombre.

Esta vez, Señor, fuiste Tú el que llamaste a la gente. Y la gente acudió. Les dijiste: “Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro”. Y añadiste: “Lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre”. De dentro, del corazón; o del cerebro; o del alma; o de la persona entera. Eso sí, eso sí que hace impuro a la persona, al hombre, al ser humano. ¡El que tenga oídos para oír que oiga! ¡Dame entendederas, Señor!
Aquel día, pues, la gente, ¿oyó?, ¿entendió? ¿pidió más explicaciones? No lo sé. Sólo sé que, dentro ya de casa, tus discípulos te pidieron nuevas explicaciones. Algo habías dicho, Señor, que no les sonaba bien. La verdad que no era tan fácil entenderlo como nos parece ahora. ¿O acaso eran torpes tus discípulos?
Dijiste: Sois torpes todos, los de fuera (la gente) y vosotros los de dentro (mis discípulos). Y volviste otra vez a explicar lo mismo: “lo de fuera no mancha al hombre, porque no entra en el corazón”. Lo que se come no mancha al espíritu. Se echa fuera y vale. “Con esto declarabas, Señor, puros todos los alimentos”.
Y seguiste: Lo que sale del corazón, del alma, eso sí que puede manchar. Y empezaste con una retahíla de cosas que sí que manchan: muerte, robos, injusticias, fraudes, desenfrenos, orgullos, frivolidades. Y otras cosas que no enumeraste y también salen de dentro. Eso sí. “Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro”. Ahora, Señor, sí, te hemos entendido.
Señor, que conoces nuestros corazones y conoces también sus escondrijos, ayúdanos a lavar bien todos los rincones del alma, para que la boca no maldiga, ni los pies corran tras el mal, ni las manos golpeen a nadie; ni los ojos nos traicionen; ni el entendimiento se corrompa, ni la voluntad se canse.

lunes, 7 de febrero de 2011

QUINTA SEMANA DEL T. O.

MARTES SAN MARCOS 7, 1-13

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=MM_kwO06UmM


Se reunieron junto a él los fariseos y algunos escribas que habían llegado de Jerusalén, y vieron a algunos de sus discípulos que comían los panes con manos impuras, es decir, sin lavar. Pues los fariseos y todos los judíos nunca comen si no se lavan las manos muchas veces, observando la tradición de los mayores; y cuando llegan de la plaza no comen, si no se purifican; y hay otras muchas cosas que guardan por tradición: purificaciones de las copas y de las jarras, de las vasijas de cobre y de los lechos. Y le preguntaban los fariseos y los escribas:
—¿Por qué tus discípulos no se comportan conforme a la tradición de los mayores, sino que comen el pancon manos impuras?
Él les respondió:
—Bien profetizó Isaías de vosotros los hipócritas, como está escrito:
Este pueblo me honra con los labios,
pero su corazón está bien lejos de mí.
Inútilmente me dan culto,
mientras enseñan doctrinas que son preceptos humanos.
»Abandonando el mandamiento de Dios, retenéis la tradición de los hombres.
Y les decía:
—¡Qué bien anuláis el mandamiento de Dios, para guardar vuestra tradición! Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre». «Y el que maldiga al padre o a la madre, sea castigado con la muerte. Vosotros, en cambio, decís que si un hombre dice al padre o a la madre: “Que sea declarada Corbán —que significa ofrenda—, cualquier cosa que pudieras recibir de mi, ya no le permitís hacer nada por el padre o por la madre. Con ello anuláis la palabra de Dios por vuestra tradición, que vosotros mismos habéis establecido; y hacéis otras muchas cosas semejantes a éstas.

Te rondaban los fariseos inquietos. No sé con qué intenciones. Aquel día se acercaron a Ti, Señor, un grupo de ellos y también algunos letrados de Jerusalén. Llegaban con ganas de pelea. Se habían enterado que tus discípulos eso de lavarse las manos no lo cumplían; que parece se habían desgarrado de la tradición; y que volvían de la plaza y se ponían a comer; y tampoco lavaban los vasos, las jarras y ollas, ni las limpiaban, quizás alguna vez, pero nada de obligaciones fijas.

Así que llegados hasta Ti, entraron en directo: ¿por qué tus discípulos comen con las manos impuras? ¿por qué no siguen la tradición de los mayores? Y Tú, Señor, ni corto ni perezoso, les echaste, con cariño y amabilidad, una buena reprimenda. “Sois unos hipócritas. Ya lo dijo Isaías: honráis a Yahvé con los labios, pero no con el corazón. Dais culto a Dios, pero un culto vacío, fofo, sin amor”.

Mientras decías estas cosas, Señor, no se oía nada a tu alrededor. Y seguiste diciendo: habéis dejado a un lado el mandamiento de Dios y ¡hala!, permanecéis bien apegados a la tradición de los hombres. Más aún: anuláis, a veces, el mandamiento de Dios para hacer vuestros caprichos. Que Moisés dijo que honrar a los padres, vais vosotros y os sacáis de la maga la obligación de ofrenda. Y con ello no permitís hacer nada por los padres, y les dejáis que se mueran de pena y de necesidad. Y como ésta, hacéis muchas.

domingo, 6 de febrero de 2011

QUINTA SEMANA DEL T. O.

LUNES
SAN MARCOS 6, 53-56

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=ke3mWi2rEXQ

Acabaron la travesía hasta la costa, llegaron a Genesaret y atracaron. Cuando bajaron de la barca, enseguida lo reconocieron. Y recorrían toda aquella región, a donde oían que estaba él le traían sobre las camillas a todos los que se sentían mal. Y en cualquier lugar que entraba, en pueblos o en ciudades, o en aldeas, colocaban a los enfermos en las plazas, y le suplicaban que les dejase tocar al menos el borde de su manto; y todos los que le tocaban quedaban sanos.

Habíais terminado felices la travesía. Ibais Tú y tus discípulos. Al fin pisasteis tierra, era Genesaret. Allí amarrasteis la barca y bajasteis a la arena. Enseguida os descubrieron y otra vez la gente se arremolinó junto a vosotros. Tú, Señor, diste orden de no estar mucho tiempo allí, porque pensabais recorrer toda la comarca. ¡No parabas, Señor, ni un minuto! Parece que te faltaba tiempo, a ti dueño del tiempo, parece que no ibas a poder llegar, cuando sabías que el triunfo era seguro.

Cuando las gentes se enteraban que pasabas, Señor, salían a tu encuentro, algunos te llevaban enfermos en camillas, otros caminaban por su pie. Todos querían llegar cerca de Ti, poder verte, hablarte, poder rogarte algún favor. En realidad, eras Tú, Señor, quien los buscabas.

Y en cualquier lugar que entrabas, pueblo, ciudad, poblado apa-recían los enfermos y allí, en la plaza, estaban todos, en tu presencia. ¡Qué espectáculo, Señor! Ayes y miserias en la plaza pública; dolores y congojas gritando al unísono. Y todos querían llegar cerca de Ti. Deseaban al menos tocar el borde de tu manto; darte la mano, sentir la mirada de tus ojos.

Algunos tuvieron más suerte. Llegaron hasta tu puerta, se arrodillaron en tu presencia y besaron tus pies. Y Tú, Señor, misericordioso les curaste; diste fuerzas a sus miembros paralíticos y alegría a sus ojos turbios y desilusionados.

Ahora llegamos hasta Ti, Señor, un grupo de enfermos: cojos y ciegos; aturdidos y despistados; cansados y de vuelta de muchas cosas; y queremos llegar a tu lado, a tus pies, para pedirte que nos cures de nuestros males, para pedirte que llenes el zurrón de nuestra vida de la ilusión de tu esperanza; para que deposites en el alma de todos nosotros la frescura de la primera entrega.

sábado, 5 de febrero de 2011

LUZ DEL MUNDO
QUINTA SEMANA DEL T. O.

DOMINGO (A)
SAN MATEO 5, 13-16

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=SdpdfMEM5rU&feature=fvwrel

»Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa ¿con qué se salará? No vale más que para tirar la fuera y que la pisotee la gente.
»Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en lo alto de un monte; ni se enciende una luz para ponerla debajo de un celemín, sino sobre un candelero para que alumbre a todos los de la casa. Alumbre así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.

Señor, con claridad y firmeza dijiste que nosotros, tus discípulos, somos la sal de la tierra. Y que, como la sal, debemos sazonar el mundo. Al estilo de la sal, sin que se note —ni por pizca de más, ni por pizca de menos—. Como la sal que cumple su función cuando nadie habla de ella, así, nosotros cumpliremos nuestra misión cuando no se note.

Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? Pusiste, Señor, el dedo en la llaga. Si nosotros, que somos como la sal, nos volvemos inactivos, cobardes, perezosos, ¿quién hará la función de la sal? Si nosotros, que debemos dar ejemplo, no lo damos, ¿quién se enterará de tu doctrina y de tu verdad? ¿Quién salará al mundo?

Y si la sal no sazona —dijiste— “no sirve más que para tirarla fuera y que la gente la pise”. Tirar fuera y pisar. No se trata de amoldar, cambiar, convertirse, sino tirar fuera y pisar. Fuera, donde nada sirve. Y pisar, castigar, humillar, poner el pie encima, triturar.

Nos dijiste también, Señor, que somos la luz del mundo. Y que la luz es para que luzca: y que si se enciende una lámpara, es para ponerla en el candelero, no para meterla debajo de un cesto o de un celemín. Así nosotros tenemos que ser luz que alumbre a los hombres, para que viendo nuestras buenas obras den gloria a Dios-Padre que está en los cielos. Y ellos, a su vez, serán luz para otros hombres.

Sal y luz. Dos metáforas, dos comparaciones, dos palabras. Y cuánta enseñanza detrás; y cuánta exigencia futura por delante.

Quizás hoy nos preguntas si hemos sido sal para la tierra. Tú lo sabes todo, Señor. Pero ayúdanos a ser como la sal, sin que se note, sin que se hable de nosotros.

Señor, Tú lo sabes todo. Tú sabes que queremos ser sal. Y queremos ser luz. ¿Señor, somos luz en los senderos de la vida que otros como nosotros recorren o, por el contrario, somos sombra obscura, penumbra triste, guía inútil? Tú, Señor, sabes cuánta es nuestra luz y cuánto alumbramos cada uno; Tú Señor, sabes cómo guiamos y cómo marcamos los senderos. Pero ayúdanos a ser luz clara, sencilla, amable.

viernes, 4 de febrero de 2011

CUARTA SEMANA DEL T. O.

SÁBADO SAN MARCOS 6, 30-34

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=786EU_uSSgQ

Reunidos los Apóstoles con Jesús, le explicaron todo lo que habían hecho y enseñado. Y les dice:
—Venid vosotros solos a un lugar apartado, y descansad un poco.
Porque eran muchos los que iban y venían, y ni siquiera tenían tiempo para comer. Y se marcharon en la barca a un lugar apartado ellos solos.
Pero los vieron marchar, y muchos los reconocieron. Y desde todas las ciudades, salieron deprisa hacia allí por tierra y llegaron antes que ellos. Al desembarcar vio Jesús una gran multitud y se llenó de compasión por ella, porque estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas.

Los Apóstoles, después de unos días de intenso trabajo apostólico, volvieron a reunirse contigo, Señor. Por sus caras reconociste que llegaban alegres y contentos. También percibiste las ganas que mostraban de continuar la tarea. “Y te contaron todo lo que habían hecho y enseñado”. ¡Qué habrían hecho aquellos pobres pescadores! ¡Qué habrían enseñado aquellos iletrados e incultos judíos! A Ti, Señor, entonces, te lo contaron todo; a nosotros, después, en tu Evangelio, casi nada. ¡Nos habría gustado tanto saberlo!

Tú, Señor, después de escucharles con atención les dijiste que te siguieran; que les habías buscado un sitio tranquilo para descansar un poco. Tal vez, habías notado, en sus rostros, el cansancio y la tensión acumulados. ¡Señor estabas en todo! Y ahora querías premiar a “los tuyos” con un descanso merecido y con una tranquilidad necesaria.

Afuera, había mucho movimiento de gentes que iban y venían; de gentes que preguntaban y pedían soluciones; de gentes que aplaudían y gritaban alabanzas. Cuando unos se iban, llegaban otros, de suerte que ni siquiera teníais tiempo para comer.

Al fin, quisisteis ir todos, en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Allí podrías seguir hablando, contando sucedidos, aclarando conceptos; ajustando las piezas que quedaban sueltas. Pero la cosa no fue tan fácil. Muchos os vieron marchar y os reconocieron; hombres y mujeres procedentes de todas las aldeas salieron corriendo por tierra hasta llegar a aquel sitio y se os adelantaron.

Y al desembarcar, Señor, viste una multitud y te dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y te pusiste a enseñarles con calma. A eso habías venido, Señor, a enseñar a las gentes tu doctrina, tus mandatos, la Buena Nueva.

Señor, enséñame a mí también, tu doctrina, sin prisas, con calma. Repíteme las cosas; una y otra vez. Y cuando me distraiga, ten paciencia conmigo; y cuando veas que no comprendo tu lección, sigue insistiendo.

jueves, 3 de febrero de 2011


CUARTA SEMANA DEL T. O.
VIERNES
SAN MARCOS 6, 14-29


CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=i6MW0WmMUmg


Llegó esto a oídos del rey Herodes, pues su nombre se había hecho famoso, y decía:
—Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos, y por eso actúan en él unos poderes.
Otros decían:
—Es Elías.
Otros, en fin, decían:
—Es un profeta, igual que los demás profetas.
Pero cuando lo oyó Herodes decía:
—Éste es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado.
En efecto, el propio Herodes había mandado apresar a Juan y le había encadenado en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, porque se había casado con ella y Juan le decía a Herodes: “No te es lícito tener a la mujer de tu hermano”. Herodías le odiaba y quería matarlo, pero no podía: porque Herodes tenía miedo de Juan, ya que se daba cuenta de que era un hombre justo y santo. Y le protegía y al oírlo le entraban muchas dudas, y le escuchaba con gusto. Cuando llegó un día propicio, en el que Herodes por su cumpleaños dio un banquete a sus magnates, a los tribunos y a los principales de Galilea, entró la hija de la propia Herodías, bailó y gustó a Herodes y a los que con él estaban a la mesa. Dijo el rey a la muchacha:
—Pídeme lo que quieras y te lo daré. Y le juró varias veces:
—Cualquier cosa que me pidas te daré, aunque sea la mitad de mi reino.
Y, saliendo, le dijo a su madre:
—¿Qué le pido?
—La cabeza de Juan el Bautista— contestó ella.
Y al instante, entrando deprisa donde estaba el rey, le pidió:
—Quiero que enseguida me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista.
El rey se entristeció; pero por el juramento y por los comensales no quiso contrariarla. Y enseguida el rey envió a un verdugo con la orden de traer su cabeza. Este se marchó, lo decapitó en la cárcel, y trajo su cabeza en una bandeja, y la dio a la muchacha, y la muchacha la entregó a su madre. Cuando se enteraron sus discípulos, vinieron, tomaron su cuerpo y lo pusieron en un sepulcro.

Tu fama, Señor, iba en aumento. Todos opinaban. Hasta el rey Herodes se interesó por Ti. Unos decían que eras Juan el Bautista resucitado; otros decían que eras Elías u otro Profeta de los antiguos. Herodes insistía en que eras Juan al que él mismo había mandado decapitar, pero que había resucitado.

Dejemos a un lado, Señor, la historia trágica de Juan, y aprovechemos esta ocasión para recordar tu fuerza, tu fama, la bondad de tus caminos. Habías empezado a predicar poco ha y ya te conocían por doquier. Habías realizado cuatro acciones maravillosas y tu fama se había extendido como la pólvora; habías trazado tu camino y ya te seguían muchos discípulos.

Cada mañana nacemos de nuevo. Un sentimiento de novedad despierta nuestra alma en cada instante. Por una parte, tenemos la sensación de que las auroras se amontonan a nuestro lado y, por otra, nos parece que acaba de amanecer nuestra historia. Miramos hacia atrás y apenas vemos nada. Miramos hacia adelante y sólo encontramos camino limpio, vereda que andar, promesas.

Señor, así como tu fama iba en aumento, te pedimos que nuestras obras buenas también crezcan. Qué no temamos a los Herodes de turno que se dedican a aniquilar vidas, a cortar caminos, a ahogar verdades; lo que importa es que nuestras vidas sean respuesta a tu amor; que nuestro trabajo, sea signo de autenticidad y signo de tu verdad; que nuestro camino siga tu camino y nuestra senda descanse en tu regazo.

miércoles, 2 de febrero de 2011

CUARTA SEMANA DEL T. O.

JUEVES
SAN MARCOS 6, 7-13

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=-beQzp9T1Ts&feature=related


Y recorría las aldeas de los contornos enseñando.
Y llamó a los doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles potestad sobre los espíritus inmundos. Y les mandó que no llevasen nada para el camino, ni pan, ni alforja, ni dinero en la bolsa, sino solamente un bastón; y que fueran calzados con sandalias y no llevaran dos túnicas. Y les decía:
—Si entráis en una casa, quedaos allí hasta que salgáis de aquel lugar. Y si en algún sitio no os acogen ni os escuchan, al salir de allí sacudíos el polvo de los pies en testimonio contra ellos. Se marcharon y predicaron que se convirtieran. Y expulsaban muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.

Un día, cuando te pareció bien, Señor, llamaste a tus discípulos para que estuvieran junto a Ti. Y poco después los enviaste a predicar de dos en dos. Les dijiste que les delegabas la autoridad que Tú tenías sobre los espíritus inmundos. Ellos, aturdidos, aceptaron tus órdenes, siguieron tus consejos, con el fin de ayudarte a extender el Reino.

No sabemos ni cuántos ni quiénes fueron elegidos, ni cómo se hizo la elección. Sí sabemos que salieron de dos en dos y que les encargaste que llevaran para el camino un bastón y nada más. Un bastón era poca cosa, pero era defensa, era mando, era apoyo; un bastón era poca cosa, pero era autoridad.

Y les dijiste que no llevaran ni pan ni alforja, ni dinero suelto en la faja; es decir, que no se preocupasen del hoy —del pan de cada día— ni del pan de mañana, ni de la alforja del futuro; ni llevasen dineros en la faja —solución humana a los conflictos—. Pero, eso sí, que llevasen sandalias, —para caminar—; pero no túnica de repuesto.

Y antes de iniciar la marcha les diste, Señor, unas advertencias precisas. Les dijiste que en la casa que entraran, allí se quedaran hasta terminar la tarea. Y si en algún lugar no les recibían o no los escuchaban, que se fueran a otro, pero que antes sacudieran el pol-vo de los pies, como prueba de su culpa.

Ellos, felices, salieron a predicar la conversión: ¡qué cosa más difícil! Y echaron muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban. Iban como Tú, Señor, haciendo el bien y predicando la Buena Nueva.

martes, 1 de febrero de 2011

CUARTA SEMANA DEL T. O.

MIÉRCOLES
SAN MARCOS 6, 1-6


CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=ZDuROQTuLlQ


Salió de allí y se fue a su ciudad, y le seguían sus discípulos. Y cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la Sinagoga, y muchos de los que le oían decían admirados:
—¿De dónde sabe éste estas cosas? ¿Y qué sabiduría es la que se le ha dado y estos milagros que se hacen por sus manos? ¿No es éste el artesano, el hijo de María, y hermano de Santiago y de José y de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?
Y se escandalizaban de él. Y les decía Jesús:
—No hay profeta menospreciado sino en su propia tierra, entre sus parientes y en su casa.
Y no podía hacer allí ningún milagro; solamente sanó a unos pocos enfermos imponiéndoles las manos. Y se asombraba por causa de la incredulidad.

Una vez más, volviste a tu tierra. Te acompañaban tus discípulos. Al acercarte a tu ciudad, tu corazón palpitaría más deprisa. Allí estaba todavía la higuera del vecino Jonás; y los tapiales de las casas tan conocidos por Ti. Y al pasar por la vivienda de Samuel verías la puerta que Tú habías colocado; y las ventanas en la casa de tus primos. Y el agua de la fuente notaría tu visita y el arroyuelo cantaría elegante a tu paso. Y recordarías tantos y tantos detalles. Pero, sobre todo, te emocionaría saludar de nuevo a tu Madre y a “los tuyos”. ¡Cuántos recuerdos apiñados para Ti!

Y llegado el sábado, fuiste a la Sinagoga. Y te pusiste a enseñar. Había acudido mucha gente —multitud dicen otros— y la muchedumbre se preguntaba asombrada: ¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas, ¿no viven con nosotros aquí? En realidad, Señor, tenían razones para estar asombrados. ¡Te habían visto tantas veces, tranquilo, sereno, silencioso, callado! ¡Y ahora, así de repente, mostrabas grandiosa doctrina, hacías tantos milagros, tenías tanta autoridad! Pero Tú bien sabías que no tenían razón.

Y así, sin razón, aunque con razones, comenzaron, Señor, a desconfiar de Ti. Y comenzaron a buscar explicaciones a tus palabras. Y a tus hechos y a tu doctrina. Al no encontrarlas, optaron por el camino más fácil, pero también más absurdo: la desconfianza; la negación; la duda, la sospecha, el vete a saber...

Y Tú, Señor, ¡cómo no! ante tales hechos, te molestaste. Y no sé si en público o ante grupo más reducido de personas, comenzaste a decir que estaba ocurriendo lo de siempre: no desprecian a un profeta más que en su pueblo, entre sus parientes, en su tierra, en su casa.

Y no pudiste —o no quisiste— hacer allí, en tu pueblo, ningún milagro. Sólo curaste a algunos enfermos —qué culpa tenían ellos—, imponiéndoles las manos. Y te disgustaste por la falta de fe de tus paisanos. Y te fuiste pronto hacia otros pueblos de alrededor y predicabas y enseñabas y curabas y amabas.

Señor, que pasas cerca de mi casa, que estás en mi casa. Que sepa reconocerte aunque vengas envuelto en ropas de artesano; que sepa escucharte, aunque no hables el lenguaje de los sabios; que sepa seguirte, aunque camines a paso largo y ligero; que sepa, Señor, abandonarme en Ti, esperar en ti, descansar en Ti; que te ame siempre aunque seas de mi pueblo, de mi raza, de mi tierra, de mi casa.

CUANTAS VECES SIENDO NIÑO.....
http://www.youtube.com/watch?v=3aZgCbCgQ0E

lunes, 31 de enero de 2011

CUARTA SEMANA DEL T. O.

MARTES
SAN MARCOS 5, 21-43

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=XsdVO9iL5m4


Y tras cruzar de nuevo Jesús en la barca hasta la orilla opuesta, se congregó una gran muchedumbre a su alrededor mientras él estaba junto al mar. Viene uno de los jefes de la Sinagoga, que se llamaba Jairo. Al verlo, se postra a sus pies, y le suplica con insistencia diciendo:
—Mi hija está en las últimas. Ven, pon tus manos sobre ella para que se salve y viva.
Se fue con él, y le seguía la muchedumbre, que le apretujaba.
Y una mujer que tenía flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho a manos de muchos médicos y se había gastado todos sus bienes sin aprovecharle de nada, sino que iba de mal en peor, cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás entre la muchedumbre y le tocó el manto;-porque decía: “Con que toque su ropa, me curaré” Y de repente se secó la fuente de su sangre y sintió en su cuerpo que estaba curada de la enfermedad. Y al momento Jesús conoció en sí mismo la fuerza salida de él y, vuelto hacia la muchedumbre, decía:
—¿Quién me ha tocado la ropa?
Y le decían sus discípulos:
—Ves que la muchedumbre te apretuja y dices ¿Quién me ha tocado?
Y miraba a su alrededor para ver a la que había hecho esto. La mujer, asustada y temblorosa, sabiendo lo que le había ocurrido, se acercó, se postró ante él y le dijo toda la verdad. Él entonces le dijo:
—Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu dolencia.
Todavía estaba él hablando, cuando llegan desde la casa del jefe de la Sinagoga, diciendo:
—Tu hija ha muerto; ¿para qué molestas ya al Maestro?
Jesús, al oír lo que hablaban, dice al jefe de la Sinagoga:
—No temas, tan sólo ten fe. Y no permitió que nadie le siguiera, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la Sinagoga, y ve el alboroto, y a los que lloraban y a las plañideras. Y al entrar, les dice:
—¿Por qué alborotáis y estáis llorando? La niña no ha muerto, sino que duerme.
Y se burlaban de él. Pero él, haciendo salir a todos, toma consigo al padre y a la madre de la niña y a los que le acompañaban, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice:
—Talitha qumi, que significa: “Niña, a ti te digo, levántate”
Y en seguida la niña se levantó y se puso a andar, pues tenía doce años. Y quedaron llenos de asombro. Les insistió mucho en que nadie lo supiera, y dijo que le dieran a ella de comer.


Las aguas del mar de Tiberíades estaban casi siempre en calma. A Ti, Señor, te gustaba ir de una orilla a la otra. Para ello utilizabas una pequeña barca. Te acompañaban tus discípulos. Muchos de ellos eran conocedores del mar y de sus aguas. Sabían manejar los remos y conocían cuándo el viento era favorable. Les gustaba la barca.

Llegaste a la otra orilla. Y allí descansabas junto al mar. Poco después una gran muchedumbre se congregó a tu alrededor. Te seguían porque te tenían aprecio; te seguían entusiasmados porque esperaban recibir gracias de Ti. ¡Aprendían tantas cosas a tu lado!

En esto, haciéndose hueco entre la gente, llegó hasta Ti un jefe de la Sinagoga, se llamaba Jairo. Se postró ante Ti y te suplicó con insistencia: Ven a mi casa, te necesito.

Tú, Señor, fuiste con él. Y la gente que te seguía, te apretujaba, casi no te dejaban andar. En este momento, una mujer enferma “vino por detrás” y “te tocó el manto”. Y “de repente se sintió curada”. Tú, Señor, lo notaste. Te volviste hacia la muchedumbre y preguntaste: ¿Quién me ha tocado la ropa? La mujer se asustó y confesó todo: yo he sido, Señor.

Entonces Tú dijiste a la mujer “Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu dolencia”. La mujer se fue contenta. Quiero pensar que aquella mujer fue ya para siempre una persona feliz.

En esto, llegaron noticias de la muerte de la hija de Jairo. Alguien le dijo, Jairo “no molestes ya al Maestro”. Pero Tú, Señor, dirigiéndote a él, dijiste: “No temas, Jairo, tan sólo ten fe”.

Y tomando consigo a Pedro, Santiago y Juan fuiste con él a su casa. De lejos se oían los llantos. Al entrar en la casa pediste calma y sosiego. Con tus tres discípulos y los padres entrasteis “donde estaba la niña”. Y dijiste a la niña: “Niña, a ti te digo, levántate”. Y se levantó. Y comenzó a andar. Era muy joven, apenas doce años.

La alegría fue enorme. Aunque Tú, Señor, insististe en que no se supiera. Sólo pediste que le dieran de comer a la niña.

¡Las aguas del lago seguían mansas y en aquella casa floreció la fe!

QUE DETALLE, SEÑOR, HAS TENIDO CONMIGO
http://www.youtube.com/watch?v=htSssuE0_b4

domingo, 30 de enero de 2011

CUARTA SEMANA DEL T. O.

LUNES
SAN MARCOS 5, 1-20

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=JRFdJN4YqaM


Y llegaron a la orilla opuesta del mar, a la región de los gerasenos. Apenas salir de la barca, vino a su encuentro desde los sepulcros un hombre poseído por un espíritu impuro, que vivía en los sepulcros y nadie podía tenerlo sujeto ni siquiera con cadenas; porque había estado muchas veces atado con grilletes y cadenas, y había roto las cadenas y deshecho los grilletes, y nadie podía dominarlo. Y se pasaba las noches enteras y los días por los sepulcros y por los montes, gritando e hiriéndose con piedras. Al ver a Jesús desde lejos, corrió y se postró ante él; y, gritando con gran voz, dijo:
—¿Qué tengo que ver contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? ¡Te conjuro por Dios que no me atormentes! — porque le decía: ¡Sal, espíritu impuro, de este hombre!
Y le preguntó:
—¿Cuál es tu nombre?
Le contestó:
—Mi nombre es Legión, porque somos muchos.
Y le suplicaba con insistencia que no lo expulsara fuera de la región.
Había por allí junto al monte una gran piara de cerdos paciendo. Y le suplicaron:
—Envíanos a los cerdos, para que entremos en ellos.
Y se lo permitió. Salieron los espíritus impuros y entraron en los cerdos; y la piara, alrededor de dos mil, se lanzó corriendo por la pendiente hacia el mar, donde se iban ahogando. Los porqueros huyeron y lo conta-ron por la ciudad y por los campos. Y acudieron a ver qué había pasado. Llegaron junto a Jesús, y vieron al que había estado endemoniado —al que había tenido Legión— sentado, vestido y en su sano juicio; y les entró miedo. Los que lo habían presenciado les explicaron lo que había sucedido con el que había estado poseído por el demonio y con los cerdos. Y comenzaron a rogarle que se alejase de su región. En cuanto él subió a la barca, el que había estado endemoniado le suplicaba quedarse con él; pero no lo admitió, sino que le dijo:
—Vete a tu casa con “los tuyos” y anúnciales las grandes cosas que el Señor ha hecho contigo, y cómo ha tenido misericordia de ti.
Se fue y comenzó a proclamar en la Decápolis lo que Jesús había hecho con él. Y todos se admiraban.

Llegaste, Señor, acompañado de tus discípulos “a la orilla del lago, en la región de los Gerasenos”. La travesía había sido tran-quila. Habían surgido comentarios positivos sobre tus últimas enseñanzas, y los sueños futuros sobre tu empresa comenzaban, poco a poco, a abrirse camino.

Apenas habías desembarcado, Señor, te salió al paso un hombre poseído por un espíritu impuro. Luego supiste —es una forma de decir— que aquel hombre vivía en un cementerio cercano, entre las tumbas; que en ocasiones ni con cadenas le podían sujetar; que muchas veces se había soltado del cepo y de las cadenas con las que pretendían sujetarle; que tenía una fuerza enorme; que no había manera de “domarlo”; que se pasaba el día y la noche gritando en los montes; y que él mismo se hería con piedras.

Parece que aquel hombre te había visto de lejos. Y corrió como un loco hacia Ti y ante Ti se postró el infeliz sujeto. Y a grito pelado decía: “¿Qué tienes que ver conmigo Jesús, Hijo del Altísimo?” Pero también te pedía que lo curaras. Y Tú, Señor, ordenaste al espíritu malo que saliera de aquel hombre. Y él, como un poseso, gritaba cada vez más fuerte. Tú, entonces, le preguntaste por su nombre. Él respondió que “eran legión”. Y te rogaba encarecidamente les “echases a paseo”.

Había, por cierto, cerca de allí —te acuerdas, Señor—, una piara de cerdos. Y los espíritus querían ir a ellos. Y Tú se lo permitiste. Y los espíritus salieron como demonios y se metieron en los cerdos. Y los cerdos “como posesos” se lanzaron al lago; y aquellos animales, pesados y torpes como pocos, murieron ahogados. Los porqueros disgustados se fueron al pueblo y anunciaron lo ocurrido.

Y la gente vino asustada y curiosa enseguida. Y vieron al endemoniado, a tu lado, sentado, tranquilo, sereno. Y todos se llevaron las manos a la cabeza. Y algunos volvieron a contar las cosas ocurridas con todo detalle. Y te rogaron, Señor, que te fueras de sus contornos. Y el endemoniado quería ir contigo. Pero no se lo permitiste. Y Tú, Señor, te fuiste en la barca. Y al recién curado le ordenaste que se fuera a su casa y diera una alegría a los suyos y anunciase que Tú habías tenido gran misericordia con él.

Y aquel hombre, obediente y curado, comenzó a proclamar por la Decápolis lo ocurrido. Todos se admiraban. Y muchos, aturdidos, no pasaban a creerlo. Pero la evidencia les obligaba a aceptarlo. Sólo los porquerizos no quisieron que te quedaras allí. Temían desgracias mayores. Como si esto hubiera sido una desgracia.

Quédate, Señor, con nosotros, aunque se sequen las flores del jardín o las amapolas vuelen llevadas por los aires. Quédate con nosotros, aunque el huracán se lleve las viviendas y las aguas inunden nuestros campos. Quédate en mi pueblo, en mi barrio, en mi hogar, en mi alma. Y despide con tu fuerza los viejos demonios que anidan a nuestro alrededor. Nosotros, agradecidos procuraremos anunciar tu mensaje por todos los pueblos, por todas las ciudades, por todo el mundo.

sábado, 29 de enero de 2011

CUARTA SEMANA DEL T. O.

DOMINGO (A)
SAN MATEO 5, 1-12A





CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=N8C9QlfExtg

Al ver Jesús a las multitudes, subió al monte; se sentó y se le acercaron sus discípulos; y abriendo su boca les enseñaba diciendo:
—Bienaventurados los pobres de espíritu, porque suyo es el Reino de los Cielos.
»Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados.
»Bienaventurados los mansos, porque heredarán la tierra.
»Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque quedarán saciados.
»Bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericor-dia.
»Bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a Dios.
»Bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios.
»Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque suyo es el Reino de los Cielos.
»Bienaventurados cuando os injurien, os persigan y, mintiendo, digan contra vosotros todo tipo de maldad por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo: de la misma manera persiguieron a los profetas de antes de vosotros.

Señor, de nuevo te encontrabas rodeado de gente. Eran muchos los que te seguían y te escuchaban. Hablabas con autoridad y despertabas confianza. Al ver el gentío que se había aglomerado junto a Ti, subiste a la montaña. Y te sentaste en un lugar adecuado. A tu alrededor se colocaron tus discípulos. Un poco más distantes los demás. Y, con solemnidad y firmeza, comenzaste a presentar tu programa.

Allí, entre la gente, había pobres —Tú eras pobre— y dijiste que los pobres serían bienaventurados porque conseguirían el Reino de Dios. Allí había gente sufridora y con capacidad de aguante —Tú eras uno de ellos—; y dijiste que los que sufren heredarían la tierra. Allí había gente con lágrimas en los ojos —Tú también llorabas— y dijiste que alcanzarían la felicidad, que serían consolados.

Mientras hablabas, en toda aquella zona no se oía un susurro. A lo lejos, un labrador, en silencio, seguía detrás de su yunta; y algo más cerca, una buena mujer recogía leña para su hogar. El silencio era enorme. Ni siquiera el respirar de las gentes dañaba la paz del momento. El sol, desde arriba, contemplaba la escena con calor; y el viento aplaudía en silencio. Y desde el cielo, por una ventana abierta a la tierra, se oyó una voz que decía: “Este es mi Hijo, el bienaventurado, escuchadle”.

Allí había también gente con hambre de pan y de justicia —Tú eras el justo— y dijiste que aguantasen un poco, que muy pronto serían bienaventurados y serían saciados. Allí había gente misericordiosa —Tú eras misericordioso—; y les dijiste que al fin saltarí-an de gozo porque también ellos alcanzarían misericordia.

Allí estaban niños y niñas limpios de corazón —Tú eras siempre limpio—; y les dijiste que serían felices contemplando a Dios cara a cara, por siempre jamás. Allí había gente que trabajaba por la paz —Tú eras la paz—; y les dijiste que obtendrían el título de hijos de Dios. Allí había gente que era perseguida —Tú serías tam-bién perseguido—; y les dijiste que con el tiempo sí serían dueños y señores del Reino de los Cielos.

Dejaste de hablar, Señor y el silencio siguió presente. Y la emoción fue en aumento. Y la esperanza en crecida.

Al fin terminaste con estas palabras: Bienaventurados cuando os injurien, os persigan y, mintiendo, digan contra vosotros todo tipo de maldad por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.

Un aplauso inmenso y prolongado cerró este acto. Luego Tú, Señor, te fuiste a cumplir con tu programa y nosotros con el nuestro. Una cosa nos ha quedado clara: para ser felices y dichosos, debemos seguir tus pasos, cumplir tu programa.

viernes, 28 de enero de 2011

TERCERA SEMANA DEL T. O.

SÁBADO
SAN MARCOS 4, 35-41

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=O2H_8d6o2HQ&feature=related

Aquel día, llegada la tarde, les dice:
—Crucemos a la otra orilla.
Y, despidiendo a la muchedumbre, le llevaron en la barca tal como estaba. Y le acompañaban otras barcas. Y se levantó una gran tempestad de viento, y las olas se echaban encima de la barca, hasta el punto de que la barca ya se inundaba. Él estaba en la popa durmiendo sobre un cabezal. Entonces le despiertan, y le dicen:
—Maestro, ¿no te importa que perezcamos?
Y puesto en pie, increpó al viento y dijo al mar:
—¡Calla, enmudece!
Y se calmó el viento, y sobrevino una gran calma. Entonces les dijo:
—¿Por qué os asustáis? ¿Todavía no tenéis fe?
Y se llenaron de gran temor, y se decían unos a otros:
—¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?

Al atardecer, Señor, dijiste a tus discípulos: Vamos a la otra orilla. La otra orilla era el poder descansar un poco; el poder comentar algunas cosas juntos; el poder programar otras actividades; el poder estar a solas con cada uno de “los tuyos”. Esta orilla era la de las palabras, la de los apretujones, la de las curaciones, la de los milagros, también era la orilla de las críticas, de las envidias, de las zancadillas, de las traiciones.

Despidiéndote de la gente, subiste a la barca, sin recoger nada, como estabas. Tus discípulos, felices, remaron mar adentro; otras barcas os acompañaron. Y es muy probable que comenzaseis a entonar salmos o cánticos de travesía.

Pero de pronto, “se levantó un fuerte huracán y las olas rompían contra las barcas hasta casi llenarlas de agua”. Tal fue la tormenta, que la cosa comenzó a ser preocupante. Mientras, Tú, Señor, tras el duro quehacer del día y con el runrún de los remos y de las canciones, te habías quedado dormido sobre un almohadón.

Tan profundo era tu sueño que tuvieron que darte unos golpes para despertarte y Pedro, con su vozarrón de pescador curtido, te dijo: Maestro, ¿no te importa que perezcamos?

Y Tú, Señor, de un salto, te pusiste de pie. Poco después, increpando al viento dijiste al mar: silencio, enmudece: Y se calmó el viento, y sobrevino una gran calma. Todos quedaron tranquilos: los de los remos siguieron remando, y otros comenzaron a entonar nuevos salmos, esta vez de acción de gracias. Las barcas seguían camino de la otra orilla.

Luego, Tú, Señor, dijiste a los tuyos: “¿Por qué os asustáis? ¿Todavía no tenéis fe?”. Y todos, absolutamente todos, “se quedaron espantados, temblorosos, estupefactos”. Y se decían entre sí, entre la admiración y la congoja, es maravilloso; hasta las aguas y los vientos le obedecen.

Señor, también yo voy de camino hacia la otra orilla, hacia tu encuentro, y en la travesía que tengo que realizar se levantan vientos y zozobras. Aumenta mi fe, para que acuda a pedir tu ayuda. Aumenta mi fe, para que me convenza que Tú tienes poder para mandar al viento y a la tristeza; a las aguas y a las dudas.