miércoles, 12 de febrero de 2020


12 DE FEBRERO DE 2020



Publicada la Exhortación post-sinodal sobre la Amazonia.

El documento traza nuevos caminos de evangelización
y cuidado del ambiente y de los pobres.
Francisco desea un nuevo impulso misionero y
alienta el papel
de los laicos en las comunidades eclesiales.

martes, 11 de febrero de 2020

11 DE FEBRERO DE 2020



La Historia - Lourdes, Francia
El 11 de febrero de 1858, Bernadette, una niña de catorce años, recogía leña en Massbielle, en las afueras de Lourdes, cuando acercándose a una gruta, una de viento la sorprendió y vio una nube dorada y a una Señora vestida de blanco, con sus pies descalzos cubiertos por dos rosas doradas, que parecían apoyarse sobre las ramas de un rosal, en su cintura tenia una ancha cinta azul, sus manos juntas estaban en posición de oración y llevaba un rosario.

Bernadette al principio se asusto, pero luego comenzó a rezar el rosario que siempre llevaba consigo, al mismo tiempo que la niña, la Señora pasaba las cuentas del suyo entre sus dedos, al finalizar, la Virgen María retrocedió hacia la Gruta y desapareció. Estas apariciones se repitieron 18 veces, hasta el día 16 de julio.

El 18 de febrero en la tercera aparición la Virgen le dijo a Bernadette: "Ven aquí durante quince días seguidos". La niña le prometió hacerlo y la Señora le expresó "Yo te prometo que serás muy feliz, no en este mundo, sino en el otro".

La noticia de las apariciones se corrió por toda la comarca, y muchos acudían a la gruta creyendo en el suceso, otros se burlaban.
En la novena aparición, el 25 de febrero, la Señora mando a Santa Bernadette a beber y lavarse los pies en el agua de una fuente, señalándole el fondo de la gruta. La niña no la encontró, pero obedeció la solicitud de la Virgen, y escarbó en el suelo, produciéndose el primer brote del milagroso manantial de Lourdes.

En las apariciones, la Señora exhortó a la niña a rogar por los pecadores, manifestó el deseo de que en el lugar sea erigida una capilla y mando a Bernadette a besar la tierra, como acto de penitencia para ella y para otros, el pueblo presente en el lugar también la imito y hasta el día de hoy, esta práctica continúa.

El 25 de marzo, a pedido del párroco del lugar, la niña pregunta a la Señora ¿Quien eres?, y ella le responde: "Yo soy la Inmaculada Concepción".

Luego Bernadette fue a contarle al sacerdote, y él quedo asombrado, pues era casi imposible que una jovencita analfabeta pudiese saber sobre el dogma de la Inmaculada Concepción, declarado por el Papa Pío IX en 1854.
En la aparición del día 5 de abril, la niña permanece en éxtasis, sin quemarse por la vela que se consume entre sus manos.

El 16 de julio de 1858, la Virgen María aparece por última vez y se despide de Bernadette.

En el lugar se comenzó a construirse un Santuario, el Papa Pío IX le dio el titulo de Basílica en 1874. Las apariciones fueron declaradas auténticas el 18 de Enero 1862.
Lourdes es uno de los lugares de mayor peregrinaje en el mundo, millones de personas acuden cada año y muchísimos enfermos han sido sanados en sus aguas milagrosas. La fiesta de Nuestra Señora de Lourdes se celebra el día de su primera aparición, el 11 de febrero.

lunes, 10 de febrero de 2020

10 DE FEBRERO DE 2020





Santa EscolásticaReligiosa (año 543)

Era hermana gemela de San Benito, el santo que fundó la primera comunidad religiosa de occidente. Nació el año 480, en Nursia, Italia.
Desde muy joven se dedicó también ella a la vida religiosa y fue superiora de un convento de monjas. Su hermano dirigía un gran convento para hombres en el Monte Casino, y Escolástica fundó un convento para mujeres a los pies de ese mismo monte.
Aunque eran hermanos y se amaban mucho, sin embargo San Benito no iba a visitar a Escolástica sino una vez cada año, pues él era muy mortificado en hacer visitas. El día de la visita lo pasaban los dos hablando de temas espirituales.
Pocos días antes de la muerte de la santa fue su hermano a visitarla y después de haber pasado el día entero en charlas religiosas, el santo se despidió y se dispuso a volver al monasterio. Era el primer jueves de Cuaresma del año 547.
Escolástica le pidió a San Benito que se quedara aquella noche charlando con ella acerca del cielo y de Dios. Pero el santo le respondió: ¿Cómo se te ocurre hermana semejante petición? ¿No sabes que nuestros reglamentos nos prohiben pasar la noche fuera del convento? Entonces ella juntó sus manos y se quedó con la cabeza inclinada, orando a Dios. Y en seguida se desató una tormenta tan espantosa y un aguacero tan violento, que San Benito y los dos monjes que lo acompañaban no pudieron ni siquiera intentar volver aquella noche a su convento. Y la santa le dijo emocionada: "¿Ves hermano? Te rogué a ti y no quisiste hacerme caso. Le rogué a Dios, y El sí atendió mi petición".
Y pasaron toda aquella noche rezando y hablando de Dios y de la Vida Eterna.
Benito volvió a su convento de Monte Casino y a los tres días, al asomarse a la ventana de su celda vio una blanquísima paloma que volaba hacia el cielo. Entonces por inspiración divina supo que era el alma de su hermana que viajaba hacia la eternidad feliz. Envió a unos de sus monjes a que trajeran su cadáver, y lo hizo enterrar en la tumba que se había preparado para él mismo. Pocos días después murió también el santo. Así estos dos hermanos que vivieron toda la vida tan unidos espiritualmente, quedaron juntos en la tumba, mientras sus almas cantan eternamente las alabanzas a Dios en el cielo.
El trabajo ofrecido por Dios es una gran oración (San Benito).

domingo, 9 de febrero de 2020

20 DE FEBRERO DE 2020



Jesús mismo fue “sal” durante treinta años de vida oculta en Nazaret. Y fue luz especialmente en su vida pública..

También nosotros estamos llamados a ser a ser luz. Todos estamos llamados a ser sal y luz.

Y lo somos de una manera clara cuando profesamos nuestra fe en momentos difíciles. Cuando cumplimos nuestras obligaciones de cristianos.  
Para enseñar la doctrina del Señor. Es necesario edificar con la sal del ejemplo y con la luz de la palabra.

viernes, 7 de febrero de 2020

7 DE FEBRERO DE 2020



La palabra ABBA en el Antiguo Testamento


Aunque el término abba no aparece como tal en el Antiguo Testamento, los hebreos tenían una palabra muy parecida: ab, que se produce con frecuencia. Ab generalmente se refiere a un padre humano. En ocasiones, el Antiguo Testamento también habla de Dios en el papel de Padre de Israel (ver Éxodo 4:22, Deuteronomio 32:6, Isaías 45:9-11, Malaquías 2:10) o del rey de Israel (2 Samuel 7:14; Salmos 2:7; Salmos 89:26-27).

jueves, 6 de febrero de 2020

6 DE FEBRERO DE 2020





Para señalarnos cuál es nuestra misión Jesús nos dice: Vosotros sois la sal de la tierra. Vosotros sois la luz del mundo.

La sal y la luz son dos elementos que forman parte importantes y necesarios para nuestra vida.

miércoles, 5 de febrero de 2020

5 DE FEBRERO DE 2020


Agueda significa "la buena", "la virtuosa".
Un himno latino sumamente antiguo canta así: "Oh Agueda: tu corazón era tan fuerte que logró aguantar que el pecho fuera destrozado a machetazos y tu intercesión es tan poderosa, que los que te invocan cuando huyen al estallar el volcán Etna, se logran librar del fuego y de la lava ardiente, y los que te rezan, logran apagar el fuego de la concupiscencia.".

Agueda nación en Catania, Sicilia, al sur de Italia, 
hacia el año 230.

martes, 4 de febrero de 2020


4 DE FEBRERO DE 2020



EL ANCIANO DEL TEMPLO
HISTORIA DE UN HOMBRE JUSTO

Rafael Dolader
Simeón es una figura del evangelio que aparece en el relato de la
presentación del niño Jesús en el Templo. Lo cuenta el evangelista
San Lucas en el capítulo 2 de su evangelio (22-40):
“Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés,
los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al
Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo
primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la
oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos
pichones.»
Había por entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Este
hombre, justo y temeroso de Dios, esperaba la consolación de
Israel, y el Espíritu Santo estaba en él. Había recibido la revelación
del Espíritu Santo de que no moriría antes de ver al Cristo del
Señor. Así, vino al Templo movido por el Espíritu. Y al entrar los
padres con el niño Jesús, para cumplir lo que prescribía la Ley
sobre él, lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios diciendo:
Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo
irse en paz,
según tu palabra:
porque mis ojos han visto
tu salvación,
la que has preparado
ante la faz de todos los pueblos:
luz para iluminar a los gentiles
y gloria de tu pueblo Israel.
Su padre y su madre estaban admirados por las cosas que se
decían de él.
Simeón los bendijo y le dijo a María, su madre:
Mira, éste ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos
en Israel, y para signo de contradicción —y a tu misma alma
la traspasará una espada—, a fin de que se descubran los
pensamientos de muchos corazones.
Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se
volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y
robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo
acompañaba.”
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Agradecimientos:
La historia de Simeón que a continuación se relata, está
inspirada en el capítulo 14 del libro “El belén que puso
Dios” escrito por D. Enrique Monasterio.
A D. Enrique va mi agradecimiento por su maestría en
meterse entre los personajes del evangelio y contarnos
esas historias tan preciosas.
Y también por el permiso concedido para difundir el
relato que he ampliado; por cualquier medio y que llegue
a muchas personas, “a cuántas más, mejor” me dijo.

SIMEÓN
EL ANCIANO DEL TEMPLO
HISTORIA DE UN HOMBRE JUSTO
Simeón nació hacia el año 70 antes de Cristo. A los 10 años era un
chaval despierto, espabilado, bondadoso. De piel morena, pelo
negro rizado y revuelto, ojos castaños y sonrisa amplia. Jugaba
siempre con su hermana Raquel, dos años mayor, y su prima
Salomé, de la misma edad. Le gustaba contemplar las estrellas; su
padre le enseñó a distinguirlas y orientarse con ellas.
Aquella noche sin luna, las estrellas brillaban con más fuerza, se
distinguían muy bien unas de otras. Se tumbó bajo la higuera,
emocionado con el espectáculo que se le ofrecía; le llamó la
atención una pequeña que parpadeaba, no la tenía situada hasta
ahora; incluso le pareció que se movía. Clavó la mirada en ella y se
asustó; era cierto, no solo se movía, sino que se le acercaba sin
aumentar de tamaño. Fue todo muy rápido y ¡zas!, Simeón se echó
la mano a la cara, pero la estrella ya estaba dentro. Se frotó lo ojos
y no hubo forma, estaba en su interior, plateada y con cola.
A la mañana despertó alegre y temeroso, consciente de que aquello
marcaría su vida en adelante. Fue al encuentro de su madre que
estaba con las gallinas, recogiendo los huevos.
- Mamá, se me ha metido una estrella en el ojo.
- ¡Qué dices Simeón! No confundas una mota de polvo con
una estrella, vaya imaginación que tienes.
- Que sí mamá, que es una estrella. Anoche cuando estaba
viendo el cielo antes de ir a dormir, fue muy rápido y se metió
sin hacer daño. Me brilla dentro, mira el fondo de los ojos.
- ¡Ahí va, pues es verdad! ¿te duele?
- No mamá.
- Pues venga, no hagas caso que se irá como ha venido.
Su hermana Raquel también quiso comprobarlo y se emocionó.
Salió corriendo en busca de su prima ¡a Simeón se le ha metido
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una estrella en el ojo! Salomé tardó un instante en plantarse delante
a curiosear los ojos de Simeón que, a decir verdad, le gustaba
hacerlo con y sin estrella.
Desde aquel momento, Simeón añadió otras inquietudes a sus
ganas de jugar y de aprender. En la escuela se lo notaron
enseguida; todos sabían lo de la estrella, aunque a él no le gustaba
hablar del suceso. La escuela estaba bajo la higuera; sentados
sobre una piedra, recibían las enseñanzas y repasaban la Ley.
Aquel día hablaron de las profesiones y el rabino les preguntó:
- Juan ¿qué quieres ser de mayor?
- Pastor como mi padre; yo carpintero; yo herrero.
- ¿y tú Simeón?
- Yo … quiero ver al Mesías.
Se hizo el silencio, no era la primera vez que Simeón respondía
estas ocurrencias. Al poco, uno de los compañeros comentó bajito
¡toma, y yo! Y luego otro, y otro hasta que explotó la carcajada
general y la clase quedó alborotada.
- ¿por qué dices eso Simeón? Le preguntó el profesor, que se
lo tomaba en serio.
- No sé Rabí, debe ser cosa de la estrella.
Al cumplir la edad, Simeón dejó la escuela; su padre lo envió con un
primo segundo que era comerciante y recorría las rutas del mar al
interior. Con él tuvo la oportunidad de conocer el mundo de las telas
y especias, aprendió a negociar; destacó por su carácter social,
abierto y conciliador. Entre viaje y viaje, pasaba temporadas en el
pueblo y se enamoró de Susana. Decidieron contraer matrimonio y
se independizó de su tío. Iniciaron nuevas rutas por su cuenta; los
dos valían para el negocio y así pasaban todo el día juntos. Llegó el
primer hijo; cuando salían de viaje lo dejaban con los padres de
Simeón. Con el segundo hijo, los viajes se hicieron más
complicados y cambiaron de estrategia. Decidieron abrir comercio
en Jerusalén; así, ella se quedaría con los niños y atendería la
tienda. Él continuó viajando, pero procuraba pasar más tiempo en
casa para ayudar a Susana con los cuatro hijos que Yahvé les
había bendecido.
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A los setenta años, aunque mayores, todavía les acompañaban las
fuerzas y ganas para seguir con el trabajo. Simeón conocía los
caminos de Palestina como la palma de la mano. Tenía amigos en
todos los puntos de la ruta, en cada pueblo la gente le esperaba
con sus productos. Bueno y piadoso, hacía muchos favores; todos
le querían y le pedían que continuara un poco más.
Aquella vez la caravana se le hacía un poco más pesada; hasta tal
punto que consideraba si ya habría llegado el momento de jubilarse.
Al pasar por Nazaret, se incorporó una muchacha joven montada en
un borrico. No le pasaron desapercibidos ninguno de los dos; ella
por su sonrisa y el asno por su frescura.
- ¿Viajas sola?
Y la conversación surgió amable y cariñosa; al poco ya sabía que
se llamaba María, que iba a Judá a visitar a su prima Isabel, que
estaba en cinta y pronto daría a luz un niño. El resto del camino lo
hicieron juntos. Simeón acogió a María entre su gente; todos
quedaron prendados de aquella joven. Durante el trayecto siguieron
hablando, tenían muchas inquietudes en común. Simeón le contó lo
de la estrella y su ilusión de ver al Mesías. Ella le confío que se
consideraba la esclava del Señor.
Llegados a Judá, la caravana continuaba. La despedida fue como la
de un padre y una hija, tal era el cariño que les unió en tan poco
tiempo.
- María, te voy a pedir un favor. Reza para que el Señor me
conceda el favor de ver al Mesías antes de morir.
- Simeón, lo haré y espero pasar un día por Jerusalén para
conocer a Susana y a tu familia.
Al cabo de unas semanas Simeón estaba en casa, descansando
del viaje y haciendo planes con Susana. Llevaban un tiempo
considerando la posibilidad de traspasar el negocio; se resistían por
temor a no saber qué hacer ¡toda la vida trabajando! Estaban
contentos porque tenían suficiente para pasar el resto de sus vidas,
la familia era grande, estaban unidos y se apoyaban unos a otros.
Simeón confiaba todos sus pensamientos a Susana, ella le apoyaba
en sus inquietudes, se tomaba en serio lo de la estrella, por más
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que fuera un suceso extraordinario que a veces provocaba risas
entre los amigos.
Una de aquellas tardes, sentado en una silla baja a la puerta del
comercio, se le acercó un tipo alto, bien plantado; Simeón ¿puedo
hablar a solas contigo? Pasaron al interior,
- ¿Y tú quién eres?
- Soy Gabriel Arcángel, que sirvo delante de tu Señor. Hace
unos días acogiste en la caravana a una joven llamada María,
la Llena de Gracia, que será madre del Mesías ¡qué cerca lo
has tenido! Aquél juego que empezó con la estrella, va en
serio. Te has empeñado en ver al Mesías y María ha
conseguido mucho más: lo tendrás en tus brazos. Ella no
podía decirte nada; nada más llegar a casa de su prima
empezó a pedir que te concediéramos ese favor y en el cielo
nadie le va a negar nada a la Reina de los Ángeles. Dentro de
unos meses dará a luz, hacia el 25 de diciembre. Cuando
vayan a presentarlo al templo, tendrás la oportunidad que
tanto has pedido.
Desde aquél día, Simeón vivía emocionado pensando en el
momento que Gabriel les anunció. Susana compartía la misma
emoción; cerraron el negocio y los dos iban con frecuencia al
templo, esperando el encuentro. Simeón empezó a usar bastón los
días que no tenía la compañía de Susana para andar por las calles
estrechas, repletas de gente.
El atrio del Templo era un jaleo continuo, se mezclaban las voces de
los mercaderes, de los mendigos, de los amigos al encontrarse, del
ganado que reclamaba la comida.
- ¡Simeón, Simeón!
Miró a un lado y otro, no sabía de dónde le llamaban
- ¡Simeón!
Sí, ya la había visto, levantó los brazos de júbilo, salió corriendo a
su encuentro, perdió el bastón, tropezó y a punto estuvo de caer si
no fuera por aquel mozo apuesto que acompañaba a María y le
sostuvo con fuerza.
- ¡María, qué alegría!
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- Simeón ¿cómo estás? Mira, José es mi marido y éste
pequeño es Jesús, el que tú querías ver desde que la estrella
se metió en tu vida. Tómalo.
Y Simeón extendió los brazos temblorosos que recibieron al Mesías
esperado; los ojos se le nublaron de lágrimas, no distinguía que
aquella criatura le sonreía, que María y José se miraban felices y le
agradecían lo que hizo en la caravana cuando ella fue a ver a su
prima.
Simeón se serenó, dejó un beso en la frente del niño, levantó los
ojos al cielo, alzó con fuerza el tesoro que acogía en sus brazos y
entonó un cántico:
- Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse
en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador…
María y José hicieron la presentación del Niño y, a la salida, fueron
con Simeón a conocer a Susana. Se quedaron a comer y también a
dormir, la casa era grande y estaban a gusto. Los hijos y nietos de
Simeón vinieron a conocer a María, de quien tanto les había
hablado su padre. El niño se portó de maravilla, fue el centro de
todas las miradas, de todos los comentarios. José estaba muy
pendiente de María, todavía se tenía que recuperar del parto y de la
caminata hasta el templo; no conseguía que estuviera reposada,
siempre atenta a servir y ayudar a Susana.
A la mañana, con la fresca, José cargó las alforjas con las frutas,
verduras y dulces que Susana les preparó durante la noche. El niño
dormía en los brazos de María, sentada sobre el burro. Y se
volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.
Simeón y Susana, cogidos de la mano, les vieron alejarse mientras
rezaban en voz alta, dando gracias a Dios por la maravilla vivida al
recibirlo en su casa.
2 de febrero de 2020
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Rafael Dolader Sancho
rdolader@

lunes, 3 de febrero de 2020

3 DE FEBRERO DE 2020




Según la tradición, Blas de Sebaste era conocido por su don de curación milagrosa, que aplicaba tanto a personas como a animales. Salvó la vida de un niño que se ahogaba al trabársele en la garganta una espina de pescado.

Este sería el origen de la costumbre de bendecir las gargantas el día de su fiesta el 3 de febrero. Se le acercaban también los animales enfermos para que les curase, pero en cambio no le molestaban durante su tiempo de oración.

Cuando llegó a Sebaste la persecución de Agrícola, gobernador de Capadocia, contra los cristianos, que fue la última persecución romana, sus cazadores fueron a buscar animales para los juegos de la arena en el bosque de Argeus y encontraron muchos de ellos esperando fuera de la cueva de san Blas. Allí encontraron a Blas en oración y le detuvieron.


domingo, 2 de febrero de 2020

2 DE FEBRERO DE 2020 




 Todo bautizado ha recibido la vocación al anuncio – anunciar algo, anunciar a Jesús, a la misión evangelizadora: anunciar a Jesús! Las parroquias y las diversas comunidades eclesiales están llamadas a fomentar el compromiso de jóvenes, familias y ancianos, para que todos puedan hacer una experiencia cristiana, viviendo la vida y la misión de la Iglesia como protagonistas”
( Papa Francisco )

sábado, 1 de febrero de 2020

1 DE FEBRERO DE 2020




Presentación de Jesús en el Templo


Según la Ley de Moisés, el primer hijo en nacer, el primogénito, le pertenecía a Dios.  El niño debía ser "rescatado" llevándolo al Templo a los 40 días de nacido y pagando por él al Templo con un cordero o, si fuesen pobres, con un par de  palomas.  La liturgia celebra la presentación de Jesús el 2 de febrero por ser esta fecha 40 días después del 25 de diciembre.
José y María cumplieron la ley:
(Lc 2, 22-25, 34-35)
“Llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor. (...) Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón que esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. (...)Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción- ¡y a ti misma una espada te traspasará el alma!- a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.

¿Por que el "rescate" con un cordero o paloma?

En algunas de las religiones paganas de aquel tiempo, los padres mataban a sus hijos primogénitos para ofrecerlos a los dioses. Dios enseñó a los judíos que esa práctica es una abominación.  En vez de matar al niño debían ofrecer un cordero por su rescate. 

Un sacerdote recibía a los padres a la puerta del Templo y hacía la oración de presentación.

El dueño de todo se hizo por amor tan pobre que sus padres no tenían cordero con que rescatarlo. Sin embargo el mismo es el Cordero de Dios que se ofreció para rescatar a toda la humanidad.

Según una costumbre católica los niños se presentan este día en la iglesia al Señor y a la Virgen.


viernes, 31 de enero de 2020

31 DE ENERO DE 2020


También los ancianos son el presente y el futuro de la Iglesia

Al recibir a los participantes en el primer Congreso internacional 
de pastoral de los ancianos, el Papa Francisco les dijo que no 
tengan miedo ni se desanimen a la hora de tomar iniciativas 
que ayuden a sus Obispos y a sus Diócesis a promover 
el servicio pastoral con los ancianos. Y les aseguró que 
el Departamento para los Laicos, la Familia y la Vida 
continuará acompañándolos en este trabajo, al igual 
que él mismo, con su oración y bendición.



jueves, 30 de enero de 2020

30 DE ENERO DE 2020




Audiencia con el Papa Francisco: 
“Seguid el ejemplo de los primeros cristianos”
El Santo Padre ha recibido en audiencia hoy, a las 11.45 h., al prelado del Opus Dei, Mons. Fernando Ocáriz, acompañado por el vicario auxiliar, Mons. Mariano Fazio.El
El Papa Francisco ha recibido en audiencia al prelado del Opus Dei, Mons. Fernando Ocáriz. Le acompañaba el vicario auxiliar, Mons. Mariano Fazio. Durante el encuentro, que se prolongó unos treinta minutos, el Papa manifestó todo su afecto por los apostolados de la Obra y alentó a seguir “el ejemplo de los primeros cristianos” en la evangelización de la sociedad.
Al impartir su bendición, el Santo Padre la hizo extensiva a toda la Prelatura y a quienes participan en sus apostolados.

miércoles, 29 de enero de 2020

29 DE ENERO DE 2020




Conclusión: 
Tres usos de la palabra Abba en la Biblia

De la información expuesta anteriormente, puede concluirse que existen tres usos para la palabra Abba en la Biblia.

La palabra Abba (o, mejor dicho, su equivalente hebreo Ab) para designar a los padres de familia terrenales.

La palabra Abba para designar a Dios, el Padre Celestial, como Padre de los espíritus de todos los hombres; así mismo, para indicar el “nuevo nacimiento” que se logra por la conversión, y a través del cual nos hacemos acreedores a los beneficios de la expiación de Jesucristo, por medio de la cual se logra la vida eterna.

La palabra Abba para mostrar a Dios como el Padre de la Iglesia, cuyos miembros fieles son “los hijos”, al extenderse las bendiciones del convenio de Abraham a los gentiles por medio del bautismo como medio de adopción en Israel y en la Iglesia.


martes, 28 de enero de 2020

28 DE ENERO DE 2020



"La Iglesia no irá adelante. El Evangelio no irá adelante con evangelizadores aburridos y amargados. No. Sólo ira adelante con evangelizadores alegres, llenos de vida. El gozo de recibir la Palabra de Dios, el gozo de ser cristianos, el gozo de ir adelante, la capacidad de hacer fiesta sin avergonzarse y no ser como esta señora, Mical, cristianos formales, cristianos prisioneros de las formalidades”. 

lunes, 27 de enero de 2020

27 DE ENERO DE 2020



"Y El los invitó a acercarse y les puso estas comparaciones"

El pasaje evangélico de Jesús exorcista podría haberse escrito en estos términos: David venciendo a Goliat se llama ahora Jesús venciendo a Satanás por el poder del espíritu; Jesús es “más fuerte” que el mal, lo desarma y nos libera del temor a sus amenazas. Pero, ahora como entonces, puede haber personas tercas, endurecidas. Dado que Jesús removía muchas cosas, y en ese sentido resultaba “incómodo”, algunos prefirieron pecar contra la luz, interpretando torcidamente sus acciones. El misterioso dicho de Jesús sobre el pecado imperdonable, quizá hasta hoy no satisfactoriamente descifrado, algo deja claro: la libertad permite al ser humano cerrarse a la salvación; puede empecinarse en su ceguera, negándose a reconocer y aceptar lo evidente.
Esto puede darse en cosas pequeñas, pero también en relación con la globalidad del mensaje cristiano. Tal vez la petición del Padre Nuestro “no nos dejes caer en la tentación” tendría aquí su explicación: que no caigamos en el error radical de cerrarnos a la acción salvífica de Dios, ni a sus pequeñas manifestaciones cotidianas.
Vuestro hermano
Severiano Blanco cmf

domingo, 26 de enero de 2020

26 DE ENERO DE 2020


CARTA APOSTÓLICA
EN FORMA DE «MOTU PROPRIO»
DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
APERUIT ILLIS
CON LA QUE SE INSTITUYE EL DOMINGO DE LA PALABRA DE DIOS

1. «Les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras» (Lc 24,45). Es uno de los últimos gestos realizados por el Señor resucitado, antes de su Ascensión. Se les aparece a los discípulos mientras están reunidos, parte el pan con ellos y abre sus mentes para comprender la Sagrada Escritura. A aquellos hombres asustados y decepcionados les revela el sentido del misterio pascual: que según el plan eterno del Padre, Jesús tenía que sufrir y resucitar de entre los muertos para conceder la conversión y el perdón de los pecados (cf. Lc 24,26.46-47); y promete el Espíritu Santo que les dará la fuerza para ser testigos de este misterio de salvación (cf. Lc 24,49).
La relación entre el Resucitado, la comunidad de creyentes y la Sagrada Escritura es intensamente vital para nuestra identidad. Si el Señor no nos introduce es imposible comprender en profundidad la Sagrada Escritura, pero lo contrario también es cierto: sin la Sagrada Escritura, los acontecimientos de la misión de Jesús y de su Iglesia en el mundo permanecen indescifrables. San Jerónimo escribió con verdad: «La ignorancia de las Escrituras es ignorancia de Cristo» (In Is., Prólogo: PL 24,17).
2. Tras la conclusión del Jubileo extraordinario de la misericordia, pedí que se pensara en «un domingo completamente dedicado a la Palabra de Dios, para comprender la riqueza inagotable que proviene de ese diálogo constante de Dios con su pueblo» (Carta ap. Misericordia et misera, 7). Dedicar concretamente un domingo del Año litúrgico a la Palabra de Dios nos permite, sobre todo, hacer que la Iglesia reviva el gesto del Resucitado que abre también para nosotros el tesoro de su Palabra para que podamos anunciar por todo el mundo esta riqueza inagotable. En este sentido, me vienen a la memoria las enseñanzas de san Efrén: «¿Quién es capaz, Señor, de penetrar con su mente una sola de tus frases? Como el sediento que bebe de la fuente, mucho más es lo que dejamos que lo que tomamos. Porque la palabra del Señor presenta muy diversos aspectos, según la diversa capacidad de los que la estudian. El Señor pintó con multiplicidad de colores su palabra, para que todo el que la estudie pueda ver en ella lo que más le plazca. Escondió en su palabra variedad de tesoros, para que cada uno de nosotros pudiera enriquecerse en cualquiera de los puntos en que concentrar su reflexión» (Comentarios sobre el Diatésaron, 1,18).
Por tanto, con esta Carta tengo la intención de responder a las numerosas peticiones que me han llegado del pueblo de Dios, para que en toda la Iglesia se pueda celebrar con un mismo propósito el Domingo de la Palabra de Dios. Ahora se ha convertido en una práctica común vivir momentos en los que la comunidad cristiana se centra en el gran valor que la Palabra de Dios ocupa en su existencia cotidiana. En las diferentes Iglesias locales hay una gran cantidad de iniciativas que hacen cada vez más accesible la Sagrada Escritura a los creyentes, para que se sientan agradecidos por un don tan grande, con el compromiso de vivirlo cada día y la responsabilidad de testimoniarlo con coherencia.
El Concilio Ecuménico Vaticano II dio un gran impulso al redescubrimiento de la Palabra de Dios con la Constitución dogmática Dei Verbum. En aquellas páginas, que siempre merecen ser meditadas y vividas, emerge claramente la naturaleza de la Sagrada Escritura, su transmisión de generación en generación (cap. II), su inspiración divina (cap. III) que abarca el Antiguo y el Nuevo Testamento (capítulos IV y V) y su importancia para la vida de la Iglesia (cap. VI). Para aumentar esa enseñanza, Benedicto XVI convocó en el año 2008 una Asamblea del Sínodo de los Obispos sobre el tema “La Palabra de Dios en la vida y misión de la Iglesia”, publicando a continuación la Exhortación apostólica Verbum Domini, que constituye una enseñanza fundamental para nuestras comunidades[1]. En este Documento en particular se profundiza el carácter performativo de la Palabra de Dios, especialmente cuando su carácter específicamente sacramental emerge en la acción litúrgica[2].
Por tanto, es bueno que nunca falte en la vida de nuestro pueblo esta relación decisiva con la Palabra viva que el Señor nunca se cansa de dirigir a su Esposa, para que pueda crecer en el amor y en el testimonio de fe.
3. Así pues, establezco que el III Domingo del Tiempo Ordinario esté dedicado a la celebración, reflexión y divulgación de la Palabra de Dios. Este Domingo de la Palabra de Dios se colocará en un momento oportuno de ese periodo del año, en el que estamos invitados a fortalecer los lazos con los judíos y a rezar por la unidad de los cristianos. No se trata de una mera coincidencia temporal: celebrar el Domingo de la Palabra de Dios expresa un valor ecuménico, porque la Sagrada Escritura indica a los que se ponen en actitud de escucha el camino a seguir para llegar a una auténtica y sólida unidad.
Las comunidades encontrarán el modo de vivir este Domingo como un día solemne. En cualquier caso, será importante que en la celebración eucarística se entronice el texto sagrado, a fin de hacer evidente a la asamblea el valor normativo que tiene la Palabra de Dios. En este domingo, de manera especial, será útil destacar su proclamación y adaptar la homilía para poner de relieve el servicio que se hace a la Palabra del Señor. En este domingo, los obispos podrán celebrar el rito del Lectorado o confiar un ministerio similar para recordar la importancia de la proclamación de la Palabra de Dios en la liturgia. En efecto, es fundamental que no falte ningún esfuerzo para que algunos fieles se preparen con una formación adecuada a ser verdaderos anunciadores de la Palabra, como sucede de manera ya habitual para los acólitos o los ministros extraordinarios de la Comunión. Asimismo, los párrocos podrán encontrar el modo de entregar la Biblia, o uno de sus libros, a toda la asamblea, para resaltar la importancia de seguir en la vida diaria la lectura, la profundización y la oración con la Sagrada Escritura, con una particular consideración a la lectio divina.
4. El regreso del pueblo de Israel a su patria, después del exilio en Babilonia, estuvo marcado de manera significativa por la lectura del libro de la Ley. La Biblia nos ofrece una descripción conmovedora de ese momento en el libro de Nehemías. El pueblo estaba reunido en Jerusalén en la plaza de la Puerta del Agua, escuchando la Ley. Aquel pueblo había sido dispersado con la deportación, pero ahora se encuentra reunido alrededor de la Sagrada Escritura como si fuera «un solo hombre» (Ne 8,1). Cuando se leía el libro sagrado, el pueblo «escuchaba con atención» (Ne 8,3), sabiendo que podían encontrar en aquellas palabras el significado de los acontecimientos vividos. La reacción al anuncio de aquellas palabras fue la emoción y las lágrimas: «[Los levitas] leyeron el libro de la ley de Dios con claridad y explicando su sentido, de modo que entendieran la lectura. Entonces el gobernador Nehemías, el sacerdote y escriba Esdras, y los levitas que instruían al pueblo dijeron a toda la asamblea: “Este día está consagrado al Señor, vuestro Dios. No estéis tristes ni lloréis” (y es que todo el pueblo lloraba al escuchar las palabras de la ley). […] “¡No os pongáis tristes; el gozo del Señor es vuestra fuerza!”» (Ne 8,8-10).
Estas palabras contienen una gran enseñanza. La Biblia no puede ser sólo patrimonio de algunos, y mucho menos una colección de libros para unos pocos privilegiados. Pertenece, en primer lugar, al pueblo convocado para escucharla y reconocerse en esa Palabra. A menudo se dan tendencias que intentan monopolizar el texto sagrado relegándolo a ciertos círculos o grupos escogidos. No puede ser así. La Biblia es el libro del pueblo del Señor que al escucharlo pasa de la dispersión y la división a la unidad. La Palabra de Dios une a los creyentes y los convierte en un solo pueblo.
5. En esta unidad, generada con la escucha, los Pastores son los primeros que tienen la gran responsabilidad de explicar y permitir que todos entiendan la Sagrada Escritura. Puesto que es el libro del pueblo, los que tienen la vocación de ser ministros de la Palabra deben sentir con fuerza la necesidad de hacerla accesible a su comunidad.
La homilía, en particular, tiene una función muy peculiar, porque posee «un carácter cuasi sacramental» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 142). Ayudar a profundizar en la Palabra de Dios, con un lenguaje sencillo y adecuado para el que escucha, le permite al sacerdote mostrar también la «belleza de las imágenes que el Señor utilizaba para estimular a la práctica del bien» (ibíd.). Esta es una oportunidad pastoral que hay que aprovechar.
De hecho, para muchos de nuestros fieles esta es la única oportunidad que tienen para captar la belleza de la Palabra de Dios y verla relacionada con su vida cotidiana. Por lo tanto, es necesario dedicar el tiempo apropiado para la preparación de la homilía. No se puede improvisar el comentario de las lecturas sagradas. A los predicadores se nos pide más bien el esfuerzo de no alargarnos desmedidamente con homilías pedantes o temas extraños. Cuando uno se detiene a meditar y rezar sobre el texto sagrado, entonces se puede hablar con el corazón para alcanzar los corazones de las personas que escuchan, expresando lo esencial con vistas a que se comprenda y dé fruto. Que nunca nos cansemos de dedicar tiempo y oración a la Sagrada Escritura, para que sea acogida «no como palabra humana, sino, cual es en verdad, como Palabra de Dios» (1 Ts 2,13).
Es bueno que también los catequistas, por el ministerio que realizan de ayudar a crecer en la fe, sientan la urgencia de renovarse a través de la familiaridad y el estudio de la Sagrada Escritura, para favorecer un verdadero diálogo entre quienes los escuchan y la Palabra de Dios.
6. Antes de reunirse con los discípulos, que estaban encerrados en casa, y de abrirles el entendimiento para comprender las Escrituras (cf. Lc 24,44-45), el Resucitado se aparece a dos de ellos en el camino que lleva de Jerusalén a Emaús (cf. Lc 24,13-35). La narración del evangelista Lucas indica que es el mismo día de la Resurrección, es decir el domingo. Aquellos dos discípulos discuten sobre los últimos acontecimientos de la pasión y muerte de Jesús. Su camino está marcado por la tristeza y la desilusión a causa del trágico final de Jesús. Esperaban que Él fuera el Mesías libertador, y se encuentran ante el escándalo del Crucificado. Con discreción, el mismo Resucitado se acerca y camina con los discípulos, pero ellos no lo reconocen (cf. v. 16). A lo largo del camino, el Señor los interroga, dándose cuenta de que no han comprendido el sentido de su pasión y su muerte; los llama «necios y torpes» (v. 25) y «comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a Él en todas las Escrituras» (v. 27). Cristo es el primer exegeta. No sólo las Escrituras antiguas anticiparon lo que Él iba a realizar, sino que Él mismo quiso ser fiel a esa Palabra para evidenciar la única historia de salvación que alcanza su plenitud en Cristo.
7. La Biblia, por tanto, en cuanto Sagrada Escritura, habla de Cristo y lo anuncia como el que debe soportar los sufrimientos para entrar en la gloria (cf. v. 26). No sólo una parte, sino toda la Escritura habla de Él. Su muerte y resurrección son indescifrables sin ella. Por esto una de las confesiones de fe más antiguas pone de relieve que Cristo «murió por nuestros pecados según las Escrituras; y que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; y que se apareció a Cefas» (1 Co 15,3-5). Puesto que las Escrituras hablan de Cristo, nos ayudan a creer que su muerte y resurrección no pertenecen a la mitología, sino a la historia y se encuentran en el centro de la fe de sus discípulos.
Es profundo el vínculo entre la Sagrada Escritura y la fe de los creyentes. Porque la fe proviene de la escucha y la escucha está centrada en la palabra de Cristo (cf. Rm 10,17), la invitación que surge es la urgencia y la importancia que los creyentes tienen que dar a la escucha de la Palabra del Señor tanto en la acción litúrgica como en la oración y la reflexión personal.
8. El “viaje” del Resucitado con los discípulos de Emaús concluye con la cena. El misterioso Viandante acepta la insistente petición que le dirigen aquellos dos: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída» (Lc 24,29). Se sientan a la mesa, Jesús toma el pan, pronuncia la bendición, lo parte y se lo ofrece a ellos. En ese momento sus ojos se abren y lo reconocen (cf. v. 31).
Esta escena nos hace comprender el inseparable vínculo entre la Sagrada Escritura y la Eucaristía. El Concilio Vaticano II nos enseña: «la Iglesia ha venerado siempre la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo, pues, sobre todo en la sagrada liturgia, nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo» (Const. dogm. Dei Verbum, 21).
El contacto frecuente con la Sagrada Escritura y la celebración de la Eucaristía hace posible el reconocimiento entre las personas que se pertenecen. Como cristianos somos un solo pueblo que camina en la historia, fortalecido por la presencia del Señor en medio de nosotros que nos habla y nos nutre. El día dedicado a la Biblia no ha de ser “una vez al año”, sino una vez para todo el año, porque nos urge la necesidad de tener familiaridad e intimidad con la Sagrada Escritura y con el Resucitado, que no cesa de partir la Palabra y el Pan en la comunidad de los creyentes. Para esto necesitamos entablar un constante trato de familiaridad con la Sagrada Escritura, si no el corazón queda frío y los ojos permanecen cerrados, afectados como estamos por innumerables formas de ceguera.
La Sagrada Escritura y los Sacramentos no se pueden separar. Cuando los Sacramentos son introducidos e iluminados por la Palabra, se manifiestan más claramente como la meta de un camino en el que Cristo mismo abre la mente y el corazón al reconocimiento de su acción salvadora. Es necesario, en este contexto, no olvidar la enseñanza del libro del Apocalipsis, cuando dice que el Señor está a la puerta y llama. Si alguno escucha su voz y le abre, Él entra para cenar juntos (cf. 3,20). Jesucristo llama a nuestra puerta a través de la Sagrada Escritura; si escuchamos y abrimos la puerta de la mente y del corazón, entonces entra en nuestra vida y se queda con nosotros.
9. En la Segunda Carta a Timoteo, que constituye de algún modo su testamento espiritual, san Pablo recomienda a su fiel colaborador que lea constantemente la Sagrada Escritura. El Apóstol está convencido de que «toda Escritura es inspirada por Dios es también útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar» (3,16). Esta recomendación de Pablo a Timoteo constituye una base sobre la que la Constitución conciliar Dei Verbum trata el gran tema de la inspiración de la Sagrada Escritura, un fundamento del que emergen en particular la finalidad salvífica, la dimensión espiritual y el principio de la encarnación de la Sagrada Escritura.
Al evocar sobre todo la recomendación de Pablo a Timoteo, la Dei Verbum subraya que «los libros de la Escritura enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar en las sagradas letras para nuestra salvación» (n. 11). Puesto que las mismas instruyen en vista a la salvación por la fe en Cristo (cf. 2 Tm 3,15), las verdades contenidas en ellas sirven para nuestra salvación. La Biblia no es una colección de libros de historia, ni de crónicas, sino que está totalmente dirigida a la salvación integral de la persona. El innegable fundamento histórico de los libros contenidos en el texto sagrado no debe hacernos olvidar esta finalidad primordial: nuestra salvación. Todo está dirigido a esta finalidad inscrita en la naturaleza misma de la Biblia, que está compuesta como historia de salvación en la que Dios habla y actúa para ir al encuentro de todos los hombres y salvarlos del mal y de la muerte. 
Para alcanzar esa finalidad salvífica, la Sagrada Escritura bajo la acción del Espíritu Santo transforma en Palabra de Dios la palabra de los hombres escrita de manera humana (cf. Const. dogm. Dei Verbum, 12). El papel del Espíritu Santo en la Sagrada Escritura es fundamental. Sin su acción, el riesgo de permanecer encerrados en el mero texto escrito estaría siempre presente, facilitando una interpretación fundamentalista, de la que es necesario alejarse para no traicionar el carácter inspirado, dinámico y espiritual que el texto sagrado posee. Como recuerda el Apóstol: «La letra mata, mientras que el Espíritu da vida» (2 Co 3,6). El Espíritu Santo, por tanto, transforma la Sagrada Escritura en Palabra viva de Dios, vivida y transmitida en la fe de su pueblo santo.
10. La acción del Espíritu Santo no se refiere sólo a la formación de la Sagrada Escritura, sino que actúa también en aquellos que se ponen a la escucha de la Palabra de Dios. Es importante la afirmación de los Padres conciliares, según la cual la Sagrada Escritura «se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que fue escrita» (Const. dogm. Dei Verbum, 12). Con Jesucristo la revelación de Dios alcanza su culminación y su plenitud; aun así, el Espíritu Santo continúa su acción. De hecho, sería reductivo limitar la acción del Espíritu Santo sólo a la naturaleza divinamente inspirada de la Sagrada Escritura y a sus distintos autores. Por tanto, es necesario tener fe en la acción del Espíritu Santo que sigue realizando una peculiar forma de inspiración cuando la Iglesia enseña la Sagrada Escritura, cuando el Magisterio la interpreta auténticamente (cf. ibíd., 10) y cuando cada creyente hace de ella su propia norma espiritual. En este sentido podemos comprender las palabras de Jesús cuando, a los discípulos que le confirman haber entendido el significado de sus parábolas, les dice: «Pues bien, un escriba que se ha hecho discípulo del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando de su tesoro lo nuevo y lo antiguo» (Mt 13,52).
11. La Dei Verbum afirma, además, que «la Palabra de Dios, expresada en lenguas humanas, se hace semejante al lenguaje humano, como la Palabra del eterno Padre, asumiendo nuestra débil condición humana, se hizo semejante a los hombres» (n. 13). Es como decir que la Encarnación del Verbo de Dios da forma y sentido a la relación entre la Palabra de Dios y el lenguaje humano, con sus condiciones históricas y culturales. En este acontecimiento toma forma la Tradición, que también es Palabra de Dios (cf. ibíd., 9). A menudo se corre el riesgo de separar la Sagrada Escritura de la Tradición, sin comprender que juntas forman la única fuente de la Revelación. El carácter escrito de la primera no le quita nada a su ser plenamente palabra viva; así como la Tradición viva de la Iglesia, que la transmite constantemente de generación en generación a lo largo de los siglos, tiene el libro sagrado como «regla suprema de la fe» (ibíd., 21). Por otra parte, antes de convertirse en texto escrito, la Palabra de Dios se transmitió oralmente y se mantuvo viva por la fe de un pueblo que la reconocía como su historia y su principio de identidad en medio de muchos otros pueblos. Por consiguiente, la fe bíblica se basa en la Palabra viva, no en un libro.
12. Cuando la Sagrada Escritura se lee con el mismo Espíritu que fue escrita, permanece siempre nueva. El Antiguo Testamento no es nunca viejo en cuanto que es parte del Nuevo, porque todo es transformado por el único Espíritu que lo inspira. Todo el texto sagrado tiene una función profética: no se refiere al futuro, sino al presente de aquellos que se nutren de esta Palabra. Jesús mismo lo afirma claramente al comienzo de su ministerio: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír» (Lc 4,21). Quien se alimenta de la Palabra de Dios todos los días se convierte, como Jesús, en contemporáneo de las personas que encuentra; no tiene tentación de caer en nostalgias estériles por el pasado, ni en utopías desencarnadas hacia el futuro.
La Sagrada Escritura realiza su acción profética sobre todo en quien la escucha. Causa dulzura y amargura. Vienen a la mente las palabras del profeta Ezequiel cuando, invitado por el Señor a comerse el libro, manifiesta: «Me supo en la boca dulce como la miel» (3,3). También el evangelista Juan en la isla de Patmos evoca la misma experiencia de Ezequiel de comer el libro, pero agrega algo más específico: «En mi boca sabía dulce como la miel, pero, cuando lo comí, mi vientre se llenó de amargor» (Ap 10,10).
La dulzura de la Palabra de Dios nos impulsa a compartirla con quienes encontramos en nuestra vida para manifestar la certeza de la esperanza que contiene (cf. 1 P 3,15-16). Por su parte, la amargura se percibe frecuentemente cuando comprobamos cuán difícil es para nosotros vivirla de manera coherente, o cuando experimentamos su rechazo porque no se considera válida para dar sentido a la vida. Por tanto, es necesario no acostumbrarse nunca a la Palabra de Dios, sino nutrirse de ella para descubrir y vivir en profundidad nuestra relación con Dios y con nuestros hermanos.
13. Otra interpelación que procede de la Sagrada Escritura se refiere a la caridad. La Palabra de Dios nos señala constantemente el amor misericordioso del Padre que pide a sus hijos que vivan en la caridad. La vida de Jesús es la expresión plena y perfecta de este amor divino que no se queda con nada para sí mismo, sino que se ofrece a todos incondicionalmente. En la parábola del pobre Lázaro encontramos una indicación valiosa. Cuando Lázaro y el rico mueren, este último, al ver al pobre en el seno de Abrahán, pide ser enviado a sus hermanos para aconsejarles que vivan el amor al prójimo, para evitar que ellos también sufran sus propios tormentos. La respuesta de Abrahán es aguda: «Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen» (Lc 16,29). Escuchar la Sagrada Escritura para practicar la misericordia: este es un gran desafío para nuestras vidas. La Palabra de Dios es capaz de abrir nuestros ojos para permitirnos salir del individualismo que conduce a la asfixia y la esterilidad, a la vez que nos manifiesta el camino del compartir y de la solidaridad.
14. Uno de los episodios más significativos de la relación entre Jesús y los discípulos es el relato de la Transfiguración. Jesús sube a la montaña para rezar con Pedro, Santiago y Juan. Los evangelistas recuerdan que, mientras el rostro y la ropa de Jesús resplandecían, dos hombres conversaban con Él: Moisés y Elías, que encarnan la Ley y los Profetas, es decir, la Sagrada Escritura. La reacción de Pedro ante esa visión está llena de un asombro gozoso: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías» (Lc 9,33). En aquel momento una nube los cubrió con su sombra y los discípulos se llenaron de temor.
La Transfiguración hace referencia a la fiesta de las Tiendas, cuando Esdras y Nehemías leían el texto sagrado al pueblo, después de su regreso del exilio. Al mismo tiempo, anticipa la gloria de Jesús en preparación para el escándalo de la pasión, gloria divina que es aludida por la nube que envuelve a los discípulos, símbolo de la presencia del Señor. Esta Transfiguración es similar a la de la Sagrada Escritura, que se trasciende a sí misma cuando alimenta la vida de los creyentes. Como recuerda la Verbum Domini: «Para restablecer la articulación entre los diferentes sentidos escriturísticos es decisivo comprender el paso de la letra al espíritu. No se trata de un paso automático y espontáneo; se necesita más bien trascender la letra» (n. 38).
15. En el camino de escucha de la Palabra de Dios, nos acompaña la Madre del Señor, reconocida como bienaventurada porque creyó en el cumplimiento de lo que el Señor le había dicho (cf. Lc 1,45). La bienaventuranza de María precede a todas las bienaventuranzas pronunciadas por Jesús para los pobres, los afligidos, los mansos, los pacificadores y los perseguidos, porque es la condición necesaria para cualquier otra bienaventuranza. Ningún pobre es bienaventurado porque es pobre; lo será si, como María, cree en el cumplimiento de la Palabra de Dios. Lo recuerda un gran discípulo y maestro de la Sagrada Escritura, san Agustín: «Entre la multitud ciertas personas dijeron admiradas: “Feliz el vientre que te llevó”; y Él: “Más bien, felices quienes oyen y custodian la Palabra de Dios”. Esto equivale a decir: también mi madre, a quien habéis calificado de feliz, es feliz precisamente porque custodia la Palabra de Dios; no porque en ella la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, sino porque custodia la Palabra misma de Dios mediante la que ha sido hecha y que en ella se hizo carne» (Tratados sobre el evangelio de Juan, 10,3).
Que el domingo dedicado a la Palabra haga crecer en el pueblo de Dios la familiaridad religiosa y asidua con la Sagrada Escritura, como el autor sagrado lo enseñaba ya en tiempos antiguos: esta Palabra «está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca, para que la cumplas» (Dt 30,14).
Dado en Roma, en San Juan de Letrán, el 30 de septiembre de 2019.
Memoria litúrgica de San Jerónimo en el inicio del 1600 aniversario de la muerte.

Francisco


[1] Cf. AAS 102 (2010), 692-787.
[2] «La sacramentalidad de la Palabra se puede entender en analogía con la presencia real de Cristo bajo las especies del pan y del vino consagrados. Al acercarnos al altar y participar en el banquete eucarístico, realmente comulgamos el cuerpo y la sangre de Cristo. La proclamación de la Palabra de Dios en la celebración comporta reconocer que es Cristo mismo quien está presente y se dirige a nosotros para ser recibido» (Exhort. ap. Verbum Domini, 56).