Primera Semana de Cuaresma
VIERNES
San Mateo 5, 20-26
Os digo, pues, que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos.
»Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás, y el que mate será reo de juicio. Pero yo os digo: Todo el que se llene de ira contra su hermano será reo de juicio; y el que insulte a su hermano será reo ante el Sanedrín; y el que le maldiga será reo del fuego del infierno. Por lo tanto, si al llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante el altar, vete primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve después para presentar tu ofrenda. Ponte de acuerdo cuanto antes con tu adversario mientras vas de camino con él; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al alguacil y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que restituyas la última moneda.
Tú, Señor, conocías bien a “los tuyos” y también a los que te rodeaban. Más de treinta años viviendo entre la gente, te había proporcionado un conocimiento exacto del ambiente y de las costumbres de tu tiempo. Además, por ser Dios, conocías hasta lo más íntimo del corazón de cada uno.
VIERNES
San Mateo 5, 20-26
Os digo, pues, que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos.
»Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás, y el que mate será reo de juicio. Pero yo os digo: Todo el que se llene de ira contra su hermano será reo de juicio; y el que insulte a su hermano será reo ante el Sanedrín; y el que le maldiga será reo del fuego del infierno. Por lo tanto, si al llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante el altar, vete primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve después para presentar tu ofrenda. Ponte de acuerdo cuanto antes con tu adversario mientras vas de camino con él; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al alguacil y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que restituyas la última moneda.
Tú, Señor, conocías bien a “los tuyos” y también a los que te rodeaban. Más de treinta años viviendo entre la gente, te había proporcionado un conocimiento exacto del ambiente y de las costumbres de tu tiempo. Además, por ser Dios, conocías hasta lo más íntimo del corazón de cada uno.
Un día dijiste a tus discípulos: “Si no sois mejores que los letrados y fariseos no entraréis en el Reino de los cielos”. Puedo pensar que los letrados y fariseos no eran buenos, y que, por lo tanto, había que superarlos: o que eran buenos y había que ser mejores. En todo caso, lo que propones, Señor, es un cambio, un perfeccionamiento, un pasar del Antiguo al Nuevo Testamento.
Se dijo: no matarás; Yo os digo, no pelearos; se dijo, Yo os digo: cambiar, pues, para mejor. Ahora, después de veinte siglos, Señor, sigue sonando tu palabra: se dijo..., pero yo os digo... Ayúdanos a entender este cambio, y, sobre todo, ayúdanos a creerte a Ti.
Seguidamente hablaste de un tema muy importante; la ofrenda a Dios y el amor al hermano. Ambas cosas, dijiste, tienen que ir de la mano, unidas. No podemos amarte a Ti, Señor, si no vivimos en paz entre nosotros. Por lo tanto, hay que arreglar la situación de enemistad, de odio, de rencor con el hermano para ir a ofrendar al Padre de todos. Es necesario el cambio.
Y hay que hacerlo pronto, sin dar largas al asunto; sin dejarlo para más tarde, porque con el tiempo, las cosas a veces se complican. Cuando las ofensas no se perdonan, se enconan: y las heridas enconadas requieren un tratamiento, un proceso, que, en ocasiones, si nos descuidamos, nunca llega.
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