domingo, 28 de marzo de 2010


Lunes Santo
San Juan 12, 1-11


Jesús, seis días antes de la Pascua, marchó a Betania, donde estaba Lázaro, al que Jesús había resucitado de entre los muertos. Allí le prepararon una cena. Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban a la mesa con él.
María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se llenó de la fragancia del perfume. Dijo Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que iba a entregar:
—¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?
Pero esto lo dijo no porque él se preocupara de los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella. Entonces dijo Jesús:
—Dejadle que lo emplee para el día de mi sepultura; pues a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis.
Una gran multitud de judíos se enteró de que estaba allí, y fueron no sólo por Jesús, sino también por ver a Lázaro, al que había resucitado de entre los muertos. Los príncipes de los sacerdotes decidieron dar muerte también a Lázaro, porque muchos, por su causa, se apartaban de los judíos y creían en Jesús.

Volviste, Señor, a Betania. Faltaban seis días para la Pascua y quisiste despedirte de tus buenos amigos: Lázaro, Marta y María. ¡Qué emocionante debió ser aquel encuentro! Te obsequiaron, Señor, con una cena. Marta servía, Lázaro estaba contigo en la mesa y María te ungió los pies y te los enjugó con su cabellera. La casa se llenó de la fragancia del perfume.

También estaban a la mesa, tus Apóstoles, tus escogidos. Judas Iscariote durante la cena, o quizás después, ante el frasco derramado, comentó que no entendía aquel despilfarro; ¿por qué no se había vendido aquel perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres en vez de usarlo allí, de aquella manera tan innecesaria?

Tú, Señor, con agradecimiento saliste al paso del gesto de María. Y dijiste a Judas: déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; para el día de mi muerte. Marta, María y Lázaro, tus amigos, sabían que te iban a entregar, que te iban a condenar, que iban a crucificarte y que te enterrarían como mandaba la Ley, por eso quisieron agradecerte tantos favores y compraron ungüento para tu sepultura.

Se adelantaron. El amor siempre se adelanta. Y en esta ocasión también. Y Marta te enjugó los pies y se llenó de perfume, de emoción. Sólo Judas el apegado a las cosas materiales no supo ver, ni entender esta acción agradecida.

De nuevo Tú, Señor, dirigiéndote a todos, dijiste: A los pobres los tendréis siempre con vosotros; pero a Mí no siempre me tendréis.

En esto, muchos judíos se enteraron que estabas allí y vinieron a verte, había también expectación por ver a Lázaro, resucitado. Pero también los sacerdotes supieron que estabas allí y decidieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos, por su causa, se les iban y creían en Ti, Señor.

Nosotros también creemos en Ti, Señor.

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