viernes, 26 de marzo de 2010


Quinta Semana de Color del textoCuaresma
SÁBADO
San Juan 11, 45-57


Muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que hizo Jesús, creyeron en él. Pero algunos de ellos fueron a los fariseos y les contaron lo que Jesús había hecho. Entonces los pontífices de los sacerdotes y los fariseos convocaron el Sanedrín:
—¿Qué hacemos, puesto que este hombre realiza muchos signos? —de-cían— Si le dejamos así, todos creerán en él; y vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar y nuestra nación.
Uno de ellos, Caifás, que aquel año era sumo sacerdote, les dijo:
—Vosotros no sabéis nada, ni os dais cuenta de que os conviene que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca toda la nación —pero esto no lo dijo por sí mismo, sino que, siendo sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación; y no sólo por la nación, sino para reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos. Así, desde aquel día decidieron darle muerte. Entonces Jesús ya no andaba en público entre los judíos, sino que se marchó de allí a una región cercana al desierto, a la ciudad llamada Efraín, donde se quedó con sus discípulos.
Pronto iba a ser la Pascua de los judíos, y muchos subieron de aquella región a Jerusalén antes de la Pascua para purificarse. Los que estaban en el Templo buscaban a Jesús, y se decían unos a otros:
—¿Qué os parece, no vendrá a la fiesta?
Los príncipes de los sacerdotes y los fariseos habían dado órdenes de que si alguien sabía dónde estaba, lo denunciase, para poder prenderlo.

Tú, Señor, habías resucitado a Lázaro. Muchos judíos habían llegado al lugar de los hechos: la casa de Marta y María. Y, al comprobar el suceso, creyeron en Ti, Señor. Otros, por el contrario, enterados del acontecimiento fueron a contárselo a los fariseos en plan de acusación y reproche. A éstos tanto les debió inquietar el hecho, que convocaron al Sanedrín. Reunidos, el responsable del grupo dijo: ¿Qué estamos haciendo? Este hombre hace muchos milagros; este hombre es un peligro. Si le siguen tantos, vendrán los romanos y nos destruirán el Templo y la nación. La cosa es preocupante; no se puede permanecer inactivos.

Entonces tomó la palabra Caifás, sumo sacerdote aquel año, y dijo: no tenéis ni idea, ¿no comprendéis que conviene que muera uno por el pueblo y no perezca la nación entera? Así era en verdad, convenía que Tú, Señor, murieras por el pueblo Israel y por todos los hombres. Caifás hablaba proféticamente. Y en aquel momento, decidieron darte muerte.

Tú, Señor, por aquellos días cuidabas de no dejarte ver. Más aún, te retiraste a Efraín y allí pasabas el tiempo con tus discípulos. ¡Qué días aquellos tan intensos! ¡Qué conversaciones tan íntimas y también tan tensas con “los tuyos”! ¡Qué naturalidad! ¡Qué misterio!

El tiempo corría. Se acercaba la Pascua y la gente subía hacia Jerusalén para purificarse. Algunos te buscaban; otros preguntaban si subirías Tú también a la fiesta. Querían escucharte y estar contigo. Tus palabras eran convincentes. Pero los sumos sacerdotes, atolondrados, inquietos habían dado órdenes de que les avisaran, tan pronto aparecieras, para prenderte.

Tú, Señor, te entregaste voluntariamente. Cuando llegó tu hora.

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