domingo, 1 de agosto de 2010

DÉCIMA OCTAVA SEMANA DEL T. O.

LUNES
SAN MATEO 14, 13-21

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK   http://diocesisalmeria.es/

Al oírlo Jesús se alejó de allí en una barca hacia un lugar apartado él solo. Cuando la gente se enteró le siguió a pie desde las ciudades. Al desembarcar vio una gran muchedumbre y se llenó de compasión por ella y curó a los enfermos. Al atardecer se acercaron sus discípulos y le dije-ron: —Este es un lugar apartado y ya ha pasado la hora; despide a la gen-te para que vayan a las aldeas a comprarse alimentos. Pero Jesús les dijo: —No hace falta que se vayan, dadles vosotros de comer. Ellos le respondieron: —Aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces. Él les dijo: —Traédmelos aquí. Entonces mandó a la gente que se acomodara en la hierba. Tomó los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los dio a los discípulos y los discípulos a la gente. Comieron todos hasta que quedaron satisfechos, y de los trozos que sobraron recogieron doce cestos llenos. Los que comieron eran unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

Herodes había mandado matar a Juan el Bautista. Tú, Señor, te enteraste de inmediato. No me cuesta pensar que sufrirías profundamente por tal barbaridad. Tal vez por eso, decidiste poner agua por medio. Y en una barca te alejaste de allí, buscando un lugar apartado, seguro. ¡Bendita soledad!

Algún tiempo después, “la gente se enteró que te habías marchado”. Y de distintas ciudades acudieron a pie hacia donde Tú te habías dirigido. Al “desembarcar viste que una gran muchedumbre estaba allí reunida”. Y te compadeciste de todos: a unos les curaste de sus males, a otros les atendiste en sus reclamaciones, a todos les consolaste de sus ansiedades. Tu corazón, Señor, se entregó totalmente. Y la gente, feliz, no se apartaba de tu lado. Hasta se olvidó de ir a comer.

Ya al atardecer, tus discípulos, pensando en la gente, te hicieron ver la necesidad de que los despidieses. Necesitaban alimentarse y allí no había nada que llevarse a la boca. Cerca se encontraban algunas aldeas donde poder comprar alimentos. También pensarían que Tú, Señor, como hombre que eras, necesitabas reponer fuerzas y descansar.

Mas Tú, Señor, les dijiste que no hacía falta despedirlos. Y aña-diste: “dadles vosotros de comer”. Ellos te dijeron que sólo tenían cinco panes y dos peces. Pediste que te los trajeran de inmediato. Mientras tus discípulos fueron a buscarlos, mandaste a la gente se acomodara sobre la hierba. Y así lo hicieron.

Presentados los cinco panes y los dos peces ante Ti, Señor, con exquisita naturalidad, los tomaste en tus manos, levantaste los ojos al cielo, pronunciaste la bendición sobre ellos, y los diste a tus discípulos y ellos los repartieron entre la gente. Comieron todos hasta saciarse. De las sobras se recogieron doce cestos llenos. Eran cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños, los que tomaron de aquellos cinco panes y de aquellos dos peces.

Yo también, Señor, quiero estar contigo. Y deseo que Tú estés conmigo. Necesito tu alimento y tu gracia, tu vigor y tu fuerza. Todo lo demás será añadidura, cestos de sobras.

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