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TRIGÉSIMA TERCERA SEMANA DEL T. O.
MIÉRCOLES
SAN LUCAS 19, 11-28CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://espanol.video.yahoo.com/watch/7266022/18956164
Mientras estaban oyendo estas cosas, les añadió una parábola, porque él estaba cerca de Jerusalén y ellos pensaban que el Reino de Dios se manifestaría enseguida. Dijo pues:
—Un hombre noble marchó a una tierra lejana a recibir la investidura real y volverse. Llamó a diez siervos suyos, les dio diez minas y les dijo: “Negociad hasta mi vuelta”. Sus ciudadanos le odiaban y enviaron una embajada tras él para decir: “No queremos que éste reine sobre nosotros”. Al volver, recibida ya la investidura real, mandó llamar ante sí a aquellos siervos a quienes había dado el dinero, para saber cuánto habían negociado. Vino el primero y dijo: “Señor, tu mina ha producido diez”. Y le dijo: “Muy bien, siervo bueno, porque has sido fiel en lo poco, ten potestad sobre diez ciudades”. Vino el segundo y dijo: “Señor, tu mina ha producido cinco”. Le dijo a éste: “Tu ten también el mando de cinco ciudades”. Vino el otro y dijo: “Señor, aquí está tu mina, que he tenido guardada en un pañuelo; pues tuve miedo de ti porque eres hombre severo, recoges lo que no depositaste y cosechas lo que no sembraste”. Le dice: “Por tus palabras te juzgo, siervo malo; ¿sabías que yo soy hombre severo, que recojo lo que no he depositado y cosecho lo que no he sembrado? ¿Por qué no pusiste mi dinero en el banco? Así, al volver yo lo hubiera retirado con los intereses”. Y les dijo a los presentes: “Quitadle la mina y dádsela al que tiene diez”. Entonces le dijeron: “Señor, ya tiene diez minas”. Os digo que a todo el que tiene se le dará, pero al que no tiene incluso lo que tiene se le quitará. En cuanto a esos enemigos míos que no han querido que yo reinara sobre ellos, traedlos aquí y matadlos en mi presencia.
Dicho esto, caminaba delante de ellos subiendo a Jerusalén.
Estabas ya cerca de Jerusalén. Tus discípulos, atentos siempre a tus palabras, pensaban que el Reino de Dios estaba a punto de manifestarse. Y de manifestarse, creían, se haría de forma ostentosa, llamativa, pública. Por eso, tal vez, Tú, Señor, seguiste, a la vez que caminabais, clarificando las cosas. Y lo hiciste contando una larga parábola.
Se trataba de un hombre que decidió marchar a un país lejano. Y, antes de emprender el viaje, llamó a varios de sus criados. A todos les ofreció la oportunidad de negociar con dineros por él prestados. Algunos de aquellos siervos se rebelaron. No quisieron admitir el trato. Otros accedieron. Al volver llamó a mandamiento a estos últimos siervos. Y allí, delante del amo, cada uno fue dando razón de su trabajo. El dueño aquel los fue premiando según iban pasando; premió a casi todos, pero, cuando llegó el último, se armó la marimorena.
Entonces Tú, Señor, ofreciste a tus discípulos varias conclusiones: La primera fue esta: A todo el que tiene se la dará, pero al que no tiene incluso lo que tiene se le quitará. De esta forma, Señor, corregías la visión humana de los discípulos que pensaban en tu inminente manifestación gloriosa como Mesías, en la instauración del Reino de Dios .
Y la segunda fue estremecedora: “En cuanto a esos enemigos míos que no han querido que yo reinara sobre ellos, traedlos aquí y matadlos en mi presencia”.
¡Misterio! Jesús enseña efectivamente que vendrá como Rey y juzgará: sus servidores fieles no deben preocuparse de los enemigos del Reino, sino de hacer fructificar la herencia que les ha entregado.
Mientras contabas estas cosas, Señor, ibas subiendo a Jerusalén. Estabais ya cerca, muy cerca de la ciudad santa.
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