DESDE MI VENTANA
No siempre fue tan fácil como hoy realizar los translados. En estos momentos abundan los transportes públicos. También se dispone de vehículos propios. Todo lo cual hace más cómodo y rápido ir de un lugar a otro. No siempre fue así. Es el caso que voy a contar de mi primer viaje a Barruelo de Santullán.
DIA 6 DE JULIO DE 2011
Pasado el tiempo, quizás parezca exagerado lo que voy a contar. Pero en aquel momento, no dejaba de ser una pequeña aventura. Había recibido mi primer nombramiento el día 5 de Julio, el día 10 del mismo mes, tenía que estar en el lugar de destino. De mi pueblo, Villasaracino, hasta Barruelo, puede haber ochenta kilómetros. No había línea de autobuses, yo no tenía coche propio, ni moto, ni siquiera bicicleta. Sólo me quedaba viajar en tren, salir desde Osorno, once kilómetros de mi peublo, y viajar hasta Aguilar de Campoo; después desde allí empalmar con otro tren hasta Barruelo de Santullán. Para llegar a Osorno, existía un viejo autobús diario. Antes de iniciar este viaje, tenía programado, como premio, pasar un par de días en Burgos, en casa de quienes fueron padrinos de mi primera Misa. Y así lo hice. Llegué a Burgos en un coche particular y volví en el mismo. De la estancia en Burgos, recuerdo buenas cosas. Además de encontrarme con gentes nuevas y tierras nuevas, la alegría que experimenté en la celebración de la Santa Misa en un altar de la Catedral. Fue para mi como un sueño: yo cura joven, de pueblo de toda la vida, poder celebrar en la hermosa Catedral de la Ciudad Castellana.
Pero vayamos al viaje. Era por la tarde, mes de julio, calor de verano. Era casi anochecido, cuando monté en un viejo tren en la pequeña estación de Osorno. Como todos los curas de entonces, vestía de sotana, limpia, recién estrenada, eso sí. Tenía yo entonces venticinco años, pelo negro, un cura joven, sin estrenar. Llevaba conmigo una pequeña maleta con el Libro de las Horas y la ropa imprescindible para tres días. Entré en el departamento del tren con cierta precaución. Viajaba poca gente aquel día. Entre los que formaban el grupo de viajeros, estaba un señor de mediana edad, bajo de estatura, muy hablador, muy fumador y muy simpático. Saludé a todos y enseguida entré en conversación con este hombre. Le pregunté a dónde iba. El me preguntó que a dónde iba yo. Coincidió que los dos, curiosamnte, íbamos a Barruelo de Santullan. Me cayó bien aquel hombre desde el primer momento. Pasado algún tiempo, fuimos buenos amigos. No tardó en sacar su petaca del bolsillo, papel de hacer cigarros y comenzó a liar uno. Me ofreció tabaco, le dije que no fumaba. Pero alabé el modo de hacer el cigarro y le conté la habilidad que tenían mis abuelos, y además le dije que mis dos abuelos eran grandes fumadores, que mi padre no lo era y que quizás por ello, yo tampoco fumaba.
Y al nombrar ahora a mi padre, me acuerdo de las recomendaciones que me hizo antes de emprender el viaje a Barruelo: "Mira, hijo, me dijo, vas a un pueblo defícil. Casi todos son mineros, y no olvides la fama que tienen los mineros". Me dijo más: "Recuerda que durante los años de la guerra civil española, los sacerdotes lo pasaron muy mal, por esos lugares". Y además, me dijo: "Los mineros tienen fama de ser poco religiosos, así que ten cuidado y no te metas en líos".
(Seguirá mañana)
No siempre fue tan fácil como hoy realizar los translados. En estos momentos abundan los transportes públicos. También se dispone de vehículos propios. Todo lo cual hace más cómodo y rápido ir de un lugar a otro. No siempre fue así. Es el caso que voy a contar de mi primer viaje a Barruelo de Santullán.
TREN DE LOS AÑOS SESENTA |
Pasado el tiempo, quizás parezca exagerado lo que voy a contar. Pero en aquel momento, no dejaba de ser una pequeña aventura. Había recibido mi primer nombramiento el día 5 de Julio, el día 10 del mismo mes, tenía que estar en el lugar de destino. De mi pueblo, Villasaracino, hasta Barruelo, puede haber ochenta kilómetros. No había línea de autobuses, yo no tenía coche propio, ni moto, ni siquiera bicicleta. Sólo me quedaba viajar en tren, salir desde Osorno, once kilómetros de mi peublo, y viajar hasta Aguilar de Campoo; después desde allí empalmar con otro tren hasta Barruelo de Santullán. Para llegar a Osorno, existía un viejo autobús diario. Antes de iniciar este viaje, tenía programado, como premio, pasar un par de días en Burgos, en casa de quienes fueron padrinos de mi primera Misa. Y así lo hice. Llegué a Burgos en un coche particular y volví en el mismo. De la estancia en Burgos, recuerdo buenas cosas. Además de encontrarme con gentes nuevas y tierras nuevas, la alegría que experimenté en la celebración de la Santa Misa en un altar de la Catedral. Fue para mi como un sueño: yo cura joven, de pueblo de toda la vida, poder celebrar en la hermosa Catedral de la Ciudad Castellana.
Pero vayamos al viaje. Era por la tarde, mes de julio, calor de verano. Era casi anochecido, cuando monté en un viejo tren en la pequeña estación de Osorno. Como todos los curas de entonces, vestía de sotana, limpia, recién estrenada, eso sí. Tenía yo entonces venticinco años, pelo negro, un cura joven, sin estrenar. Llevaba conmigo una pequeña maleta con el Libro de las Horas y la ropa imprescindible para tres días. Entré en el departamento del tren con cierta precaución. Viajaba poca gente aquel día. Entre los que formaban el grupo de viajeros, estaba un señor de mediana edad, bajo de estatura, muy hablador, muy fumador y muy simpático. Saludé a todos y enseguida entré en conversación con este hombre. Le pregunté a dónde iba. El me preguntó que a dónde iba yo. Coincidió que los dos, curiosamnte, íbamos a Barruelo de Santullan. Me cayó bien aquel hombre desde el primer momento. Pasado algún tiempo, fuimos buenos amigos. No tardó en sacar su petaca del bolsillo, papel de hacer cigarros y comenzó a liar uno. Me ofreció tabaco, le dije que no fumaba. Pero alabé el modo de hacer el cigarro y le conté la habilidad que tenían mis abuelos, y además le dije que mis dos abuelos eran grandes fumadores, que mi padre no lo era y que quizás por ello, yo tampoco fumaba.
Y al nombrar ahora a mi padre, me acuerdo de las recomendaciones que me hizo antes de emprender el viaje a Barruelo: "Mira, hijo, me dijo, vas a un pueblo defícil. Casi todos son mineros, y no olvides la fama que tienen los mineros". Me dijo más: "Recuerda que durante los años de la guerra civil española, los sacerdotes lo pasaron muy mal, por esos lugares". Y además, me dijo: "Los mineros tienen fama de ser poco religiosos, así que ten cuidado y no te metas en líos".
(Seguirá mañana)
2 comentarios:
Lectura interesante, y memoria prodigiosa.
¡Qué narración más exhaustiva y bella. Te hace retroceder al tren, al autobús, a la conversación con el desconocido que llega a ser tu amigo... Así era la España de hace 50 años... No me llama la atención el consejo de su padre, eso se decía y Vd. nos dirá, en sus siguientes relatos, si era así o no. Ánimo seguiré mañana su recorrido por aquellos lugares donde no me cabe duda, habría hecho una gran labor.
De su lectura quiero resaltar:
El esfuerzo, la generosidad, amabilidad, piedad, ilusión, alegría,y el entusiasmo del sacerdote que comienza, y la preocupación de un padre que quiere lo mejor para su hijo.
Buen ejemplo para los nuevos ordenando, padres e hijos de hoy.
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