DÍA 4 DE AGOSTO DE 2011
Pasado un tiempo, cuando el número de colaboraciones era numeroso, decidí recopilarlas en un sencillo libro que titulé: “Villasarracino, distante de río caudaloso o celebre monte” de que salieran a la venta y de realizar una sencilla presentación del libro, con el fin de que se conociera más y pudieran adquirirle mayor número de personas, procuré darlo a conocer, principalmente a las personas del pueblo que habían emigrado del lugar, en busca de trabajo para ellos mismos o para sus hijos.
El procedimiento que utilicé fue muy sencillo: Tras conseguir direcciones, bien directamente, o bien indirectamente, a través de envíos que me iban llegando de otras personas, logré un número numeroso de direcciones. A cada uno de ellos escribí una carta, dando noticia de la publicación del libro y la posibilidad de hacerse con un ejemplar a un precio especial.
La respuesta fue muy positiva. Pude colocar bastantes libros y salir adelante en los costes de la publicación. Un día lo presenté en Palencia en los locales de Caja España, con excelente aceptación de crítica y público.
Esto era el año 2000. Durante estos años he seguido repartiendo libros sobre Villasarracino.
Hoy, día 4 de agosto de 2011, he revivido un hecho curioso. Había salido a esperar a una hermana al coche de línea que venía de Palencia. Como el día estaba cubierto y no hacía demasiado calor, salí con bastante tiempo sobre el horario de llegada.
Paseaba haciendo tiempo por el lugar de la parada. En esto veo que una señora sale de su casa y se dirige a un contenedor colocado en una esquina a depositar una bolsa de basura. Depositada la bolsa en su interior, se dirige a mí, llamándome por mi nombre. Me acercó y sin más me dice: “Josemaría, tu me escribiste una carta sin poner remite y con menos franqueo de lo prescrito. Para recogerla tuve que abonar una cantidad de dinero. Luego me volviste a escribir otra, de la misma manera. Carta que no recogí”.
Ante esta explicación, debí abrir los ojos como platos y mostrando con mis gestos una clara extrañeza, por lo que la señora en cuestión prosiguió. “No olvides que me enviaste la carta a Bilbao y allí no te podías ni te puedes fiar de coger una carta sin remite”.
Me disculpé y le hice una sencilla pregunta. ¿Pudiste hacerte con mi libro? A lo que me respondió: No. Y no lo hice porque me pareció muy mal la forma de dirigirte a mi. Insistí que había pasado mucho tiempo. A lo que me dijo: “Nunca había dicho nada a tus hermanas, pero hoy que te he visto, no he podido dejar de contártelo”.
Le dí las gracias y le prometí un libro. Lo haré cuento antes pueda, pero antes de cumplir con lo prometido, quería plasmar este hecho, que confirma una vez más, que las cosas desagradables permanecen en la memoria. Y una lección más: es necesario desahogarse para que las cantarillas fluyan.
Nunca podía haber pensado que después de once años, una carta enviada con naturalidad, podría haber mantenido un pose triste durante tanto tiempo. Y una vez más se hace realidad el dicho: “Lo que puede suceder, sino ha sucedido, puede suceda”.
http://www.opusdei.es/art.php?p=28215
UNA CARTA SIN REMITE
Durante varios años, semanalmente, fui escribiendo en el Diario Palentino, breves colaboraciones, en las que procuraba dar a conocer diferentes aspectos de mi pueblo natal, orígenes de su historia, últimos acontecimientos.
Pasado un tiempo, cuando el número de colaboraciones era numeroso, decidí recopilarlas en un sencillo libro que titulé: “Villasarracino, distante de río caudaloso o celebre monte” de que salieran a la venta y de realizar una sencilla presentación del libro, con el fin de que se conociera más y pudieran adquirirle mayor número de personas, procuré darlo a conocer, principalmente a las personas del pueblo que habían emigrado del lugar, en busca de trabajo para ellos mismos o para sus hijos.
El procedimiento que utilicé fue muy sencillo: Tras conseguir direcciones, bien directamente, o bien indirectamente, a través de envíos que me iban llegando de otras personas, logré un número numeroso de direcciones. A cada uno de ellos escribí una carta, dando noticia de la publicación del libro y la posibilidad de hacerse con un ejemplar a un precio especial.
La respuesta fue muy positiva. Pude colocar bastantes libros y salir adelante en los costes de la publicación. Un día lo presenté en Palencia en los locales de Caja España, con excelente aceptación de crítica y público.
Esto era el año 2000. Durante estos años he seguido repartiendo libros sobre Villasarracino.
Hoy, día 4 de agosto de 2011, he revivido un hecho curioso. Había salido a esperar a una hermana al coche de línea que venía de Palencia. Como el día estaba cubierto y no hacía demasiado calor, salí con bastante tiempo sobre el horario de llegada.
Paseaba haciendo tiempo por el lugar de la parada. En esto veo que una señora sale de su casa y se dirige a un contenedor colocado en una esquina a depositar una bolsa de basura. Depositada la bolsa en su interior, se dirige a mí, llamándome por mi nombre. Me acercó y sin más me dice: “Josemaría, tu me escribiste una carta sin poner remite y con menos franqueo de lo prescrito. Para recogerla tuve que abonar una cantidad de dinero. Luego me volviste a escribir otra, de la misma manera. Carta que no recogí”.
Ante esta explicación, debí abrir los ojos como platos y mostrando con mis gestos una clara extrañeza, por lo que la señora en cuestión prosiguió. “No olvides que me enviaste la carta a Bilbao y allí no te podías ni te puedes fiar de coger una carta sin remite”.
Me disculpé y le hice una sencilla pregunta. ¿Pudiste hacerte con mi libro? A lo que me respondió: No. Y no lo hice porque me pareció muy mal la forma de dirigirte a mi. Insistí que había pasado mucho tiempo. A lo que me dijo: “Nunca había dicho nada a tus hermanas, pero hoy que te he visto, no he podido dejar de contártelo”.
Le dí las gracias y le prometí un libro. Lo haré cuento antes pueda, pero antes de cumplir con lo prometido, quería plasmar este hecho, que confirma una vez más, que las cosas desagradables permanecen en la memoria. Y una lección más: es necesario desahogarse para que las cantarillas fluyan.
Nunca podía haber pensado que después de once años, una carta enviada con naturalidad, podría haber mantenido un pose triste durante tanto tiempo. Y una vez más se hace realidad el dicho: “Lo que puede suceder, sino ha sucedido, puede suceda”.
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3 comentarios:
Curioso relato.¡Quién lo iba a sospechar! Admiro su sencillez a la hora de contarlo, su humildad a la hora de reconocer su error y me quedo con las cuatro enseñanzas, las que saca en su relato y las dos a las que concluyo yo después de leer su escrito.
Gracias.
Me admira su capacidad de sacar conclusiones tan sabias con hechos tan sencillos. Le animo a seguir así.
Gracias anónimo y gracias Marta por el ánimo que me dáis para segui adelante. Un saludo JMC
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