domingo, 28 de febrero de 2010


Segunda Semana de Cuaresma
LUNES
San Lucas 6, 36-38


»Por el contrario, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada por ello; y será grande vuestra recompensa, y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los ingratos y con los malos. Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso. No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados. Perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará; echarán en vuestro regazo una buena medida, apretada, colmada, rebosante: porque con la misma medida que midáis se os medirá.

Una lección más, Señor, de tu magisterio. ¡Con cuánta paciencia y con cuánto cariño nos ibas enseñando! ¡Y a nosotros cuánto nos cuesta aprender tus enseñanzas! Y, sobre todo, cuánto nos cuesta cumplirlas. Nos consuela, Señor, que Tú conoces nuestro barro; que sabes de la pasta que estamos hechos; que entiendes nuestras debilidades y nuestros proyectos y nuestros buenos deseos.

Hoy nos dijiste: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará”. Dos “noes” y tres “síes”: no juzguéis, no condenéis, perdonad, dad, sed compasivos. Un buen programa y un buen proyecto.

Y si hacéis así, nos dijiste: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante; deseos colmados; medida que se sobra; premio rebosante. Todo nos habla de generosidad, de abundancia, de sobrepremio.

Y terminaste con una breve sentencia: “La medida que uséis, la usarán con vosotros”. El que se resiste a perdonar, no será perdonado; el que se resiste a ayudar, no será ayudado; el que se resiste a comprender, no será comprendido; el que se resiste a premiar, no será premiado; el que se resiste a amar, no será amado. La misma medida, la misma.

¡Cómo nos gusta a todos que nos premien, que nos consideren, que nos acojan, que nos reciban en su entorno! Y cómo nos gustará, sobre todo, que Dios nos reciba en sus manos en el día de nuestra muerte. Para que esto suceda, antes, a lo largo de la vida, tenemos que premiar, considerar, acoger, recibir a los demás.

Cuando llegue la hora de la verdad, cuando llegue la hora del examen —al atardecer de la vida nos examinarán del amor— nos medirán con la misma medida que hayamos medido. Conviene utilizar una medida comprensiva, misericordiosa: la medida de Dios que nos ama sin medida.

sábado, 27 de febrero de 2010


II DOMINGO DE CUARESMA CICLO C

+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 17, 1–9
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta.
Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.
Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.
Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús:
–«Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía:
–«Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.»
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto.
Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo:
–«Levantaos, no temáis.»
Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:
–«No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resu­cite de entre los muertos.

Hoy, segundo Domingo de Cuaresma, el Evangelio nos muestra la Transfiguración del Señor: acontecimiento que es un anuncio, un anticipo glorioso de la Resurrección. El Señor quería que sus discípulos, de modo especial los que tendrían la responsabilidad de guiar a la Iglesia naciente, experimentaran directamente su gloria divina, para afrontar cuando llegase el escándalo de la cruz.

Junto a Jesús –dice el texto- aparecieron Elías y Moisés, para significar que las Sagradas Escrituras concordaban en anunciar el misterio de su Pascua, es decir, que Cristo debía sufrir y morir para entrar en su gloria (cf. Lc 24, 26. 46).

Y en este momento, como había sucedido después del bautismo en el Jordán, llegaron del cielo los signos de la complacencia de Dios Padre: la luz, que transfiguró a Cristo, y la voz que lo proclamó "Hijo amado" (Mc 9, 7).

La primera lectura nos recuerda el ejemplo de Abrahán, nuestro padre en la fe, y nos muestra la vida cristiana como un largo camino que hay que recorrer.

Dios nos llama, nos invita a recorrer el camino. Y lo importante es no parar, lo importante es avanzar sin cesar en ese camino de la salvación, fiándonos siempre del amor del que nos ha llamado.

Abrahán se fía de Dios. En esto consiste la fe. En sabernos amados por Dios, en fiarnos de Él y aceptar su palabra como la palabra de vida y de salvación, aunque muchas veces sea desconcertante para nosotros.

Por su parte, San Pablo nos invita a no perder de vista esta perspectiva: somos peregrinos, caminantes hacia la vida eterna. Por tanto no debemos pegarnos a las cosas materiales de este mundo. Porque hemos de ir más lejos.

No hemos de hacer como aquellos que dice San Pablo que son enemigos de la cruz de Cristo y que tienen por Dios su vientre, y por gloria sus vergüenzas, sólo aspiran a cosas terrenas.
La meta es clara: la vida eterna; el camino también es claro: escuchar a Cristo y vivir en su voluntad.

Este es el “motor” que nos hace avanzar: Este es mi Hijo, el amado, mi escogido. Escuchadlo. Avanza en el camino de la vida eterna aquel que, humildemente, escucha a Jesucristo, lo acepta como único Señor y único Maestro y trata de tener sus mismos sentimientos y actitudes, y después trata de vivir como vivió El.


viernes, 26 de febrero de 2010




Primera Semana de Cuaresma
SÁBADO
San Mateo 5, 43-48

»Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos y pecadores. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tenéis? ¿No hacen eso también los publicanos? Y si saludáis solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen eso también los paganos? Por eso, sed vosotros perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto.

Se dijo en el mandamiento antiguo: amarás al prójimo y aborrecerás al enemigo. Pero yo os digo: “amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen, rezad por los que os persiguen y calumnian”. El cambio es espectacular, notorio, enorme.

Así actúa —señalaste— nuestro Padre del cielo: regala el sol a buenos y malos; manda lluvia a justos e injustos; a todos trata con amor, consideración, respeto. Eso mismo tenemos que hacer nosotros y así seremos hijos del Padre que está en el cielo. La comparación era clara. El paso era grande, el cambio significativo.

Luego formulaste unas preguntas: “Si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Si saludáis sólo a vuestro hermano, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?” y Tú, Señor, querías de nosotros algo más, mucho más; de ninguna manera los publicanos y paganos no deberían ser regla de conducta para los que te queríamos seguir.

Por eso, añadiste: Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. Ahora sí que nos colocas el listón alto. Perfectos como el Padre celestial. Meta alta, pero sugerente; difícil, pero alentadora. Siempre podremos y deberemos hacer las cosas mejor: hasta llegar al Padre.

Dijiste que hay que buscar la perfección. Y la perfección no está en cumplir la ley natural —la que pueden cumplir los paganos— ni siquiera la ley mosaica, que la cumplen los publicanos y fariseos; sino que está en cumplir la ley Nueva, tu ley, Señor.

Y esta ley nueva tiene un mandamiento nuevo, amar a los demás como Tú los amas; sin hacer distinciones; amar a todos: a amigos y enemigos; a buenos y malos; a justos y a pecadores, amar a todos teniendo en cuenta las exigencias de la justicia, de la piedad, de la necesidad, etc. Así, sólo así, seremos buenos hijos de Dios; sólo así, llegaremos a parecernos cada vez más a Ti, nuestro modelo.

jueves, 25 de febrero de 2010


Primera Semana de Cuaresma
VIERNES
San Mateo 5, 20-26

Os digo, pues, que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos.
»Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás, y el que mate será reo de juicio. Pero yo os digo: Todo el que se llene de ira contra su hermano será reo de juicio; y el que insulte a su hermano será reo ante el Sanedrín; y el que le maldiga será reo del fuego del infierno. Por lo tanto, si al llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante el altar, vete primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve después para presentar tu ofrenda. Ponte de acuerdo cuanto antes con tu adversario mientras vas de camino con él; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al alguacil y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que restituyas la última moneda.

Tú, Señor, conocías bien a “los tuyos” y también a los que te rodeaban. Más de treinta años viviendo entre la gente, te había proporcionado un conocimiento exacto del ambiente y de las costumbres de tu tiempo. Además, por ser Dios, conocías hasta lo más íntimo del corazón de cada uno.

Un día dijiste a tus discípulos: “Si no sois mejores que los letrados y fariseos no entraréis en el Reino de los cielos”. Puedo pensar que los letrados y fariseos no eran buenos, y que, por lo tanto, había que superarlos: o que eran buenos y había que ser mejores. En todo caso, lo que propones, Señor, es un cambio, un perfeccionamiento, un pasar del Antiguo al Nuevo Testamento.

Se dijo: no matarás; Yo os digo, no pelearos; se dijo, Yo os digo: cambiar, pues, para mejor. Ahora, después de veinte siglos, Señor, sigue sonando tu palabra: se dijo..., pero yo os digo... Ayúdanos a entender este cambio, y, sobre todo, ayúdanos a creerte a Ti.

Seguidamente hablaste de un tema muy importante; la ofrenda a Dios y el amor al hermano. Ambas cosas, dijiste, tienen que ir de la mano, unidas. No podemos amarte a Ti, Señor, si no vivimos en paz entre nosotros. Por lo tanto, hay que arreglar la situación de enemistad, de odio, de rencor con el hermano para ir a ofrendar al Padre de todos. Es necesario el cambio.

Y hay que hacerlo pronto, sin dar largas al asunto; sin dejarlo para más tarde, porque con el tiempo, las cosas a veces se complican. Cuando las ofensas no se perdonan, se enconan: y las heridas enconadas requieren un tratamiento, un proceso, que, en ocasiones, si nos descuidamos, nunca llega.

miércoles, 24 de febrero de 2010


Primera Semana de Cuaresma
JUEVES
San Mateo 7, 7-12

»Pedid y se os dará; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; y todo el que busca, encuentra; y al que llama se le abrirá.
»¿Quién de entre vosotros, si su hijo suyo le pide un pan le da una piedra? ¿O si le pide un pez le da una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se lo pidan?» Todo lo que queráis que hagan los hombres con vosotros, hacedlo también vosotros con ellos: ésta es la Ley y los Profetas.

Los discípulos por norma deben escuchar a su maestro. A Ti, Señor, tus discípulos te escuchaban con atención y agrado. Tú les enseñabas de modos distintos: a veces mientras avanzabais por el camino; otras veces les instruías en la tranquilidad de algún descampado; en ocasiones dialogabas con ellos, a la orilla del mar; en la base de la barca; en la ladera de un monte.

Quiero pensar que esta vez estabas a la sombra de una higuera. Acaso, cerca, jugaban un grupo de niños; en la casas vecinas trabajaban las mujeres; y allá no muy lejos, un hombre entrado en años arreaba con un látigo a su cabalgadura.

Fue entonces, cuando comenzaste a decir: pedid y se os dará, buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; y todo el que busca, encuentra; y al que llama se le abrirá. Todo un programa de comportamiento: pedir como necesitados; buscar, como interesados; llamar como confiados.

Y, quizás, mientras hablabas, mirando al niño que jugaba allí cerca, se te ocurrió la comparación: si vuestro hijo pide pan le dais pan, no una piedra; y si pide pescado le dais pescado, no una serpiente; es decir, le atendéis, le amáis, le queréis. Pues cuánto más vuestro Padre del cielo, que es bueno, os dará cosas buenas. Si vosotros que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, vuestro Padre os colmará de bienes. Conviene, pues, que pidáis, que busquéis, que llaméis.

Y al final, Señor, dejaste caer una de tus hermosas sentencias: “Tratad a los demás como queréis que ellos os traten”. Qué buen consejo para vivirlo siempre.

martes, 23 de febrero de 2010


Primera Semana de Cuaresma
MIËRCOLES
San Lucas 11, 29-32

Habiéndose reunido una gran muchedumbre, comenzó a decir:
—Esta generación es una generación perversa; busca una señal y no se le dará otra señal que la de Jonás. Porque, así como Jonás fue señal para los habitantes de Nínive, del mismo modo lo será también el Hijo del Hombre para esta generación. La reina del Sur se levantará en el juicio contra los hombres de esta generación y los condenará: porque vino de los confines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y daos cuenta de que aquí hay algo más que Salomón. Los hombres de Nínive se levantarán en el Juicio contra esta generación y la condenarán: porque ellos se convirtieron ante la predicación de Jonás, y daos cuenta de que aquí hay más que Jonás.

La gente se arremolinaba junto a Ti, Señor. Allí estaban todos unidos, como una piña. Deseaban oír tus palabras. Acaso también esperaban ser curados de sus enfermedades; o, tal vez, pretendían recibir algún favor de tus manos. Allí se hallaban todos, ansiosos de recibir la ayuda corporal y el alimento espiritual.

Entonces Tú, Señor, dijiste: Esta generación es una generación perversa. Aunque no te referías a aquellos que te seguían, sino a la élite, a los escribas y fariseos. ¡Qué jarro de agua, Señor!
Esta generación —seguiste— pide un signo, una señal. Pues bien, se le dará una señal: Como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación. Tú ibas a ser la señal. Y en efecto, lo fuiste, con tu muerte y resurrección: igual que Jonás estuvo oculto en la ballena, Tú estuviste oculto en la tierra y como Jonás antes de morir te dedicaste un tiempo a la predicación y a la penitencia.

Y comparaste también aquella generación con la generación del tiempo de la reina del Sur, con los hombres de Nínive; y preferiste aquellos hombres de entonces a éstos hombres de hoy, porque aquellos escucharon a Salomón y a Jonás, y éstos a Ti no te escucharon; y eso que Tú, Señor, eres más que los dos y más que todos juntos.

Abro mi corazón y te presento mis viejas inquietudes: ¿Por qué, Señor, nos resistimos a acoger tu Palabra, tu gracia, tu persona? ¿Por qué pretendemos ver con los ojos del cuerpo y prescindimos de los ojos del espíritu? ¿Por qué somos así, Señor? ¿Por qué?
Señor, ayúdanos a reconocerte en este gran signo: el signo de tu misericordia, el signo de tu entrega, de tu amor.

lunes, 22 de febrero de 2010


Primera Semana de Cuaresma
MARTES
San Mateo 6, 7-15

Y al orar no empleéis muchas palabras como los gentiles, que piensan que por su locuacidad van a ser escuchados. Así pues, no seáis como ellos; porque bien sabe vuestro Padre de qué tenéis necesidad antes de que se lo pidáis. Vosotros, en cambio, orad así:
Padre nuestro, que estás en los cielos,
santificado sea tu Nombre;
venga tu Reino;
hágase tu voluntad
como en el cielo, también en la tierra;
danos hoy nuestro pan cotidiano;
y perdónanos nuestras deudas,
como también nosotros perdonamos a nuestros deudores;
y no nos pongas en tentación,
sino líbranos del mal» Porque si les perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre Celestial. Pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestros pecados.

En un resallano del monte, de rodillas, hablabas, Señor, a tus discípulos que arremolinados como siempre a tu alrededor, te escuchaban atentos. Momentos después, llegó un número crecido de hombres sencillos. Aquella tarde les ibas a enseñar cosas importantes.

Tras un murmullo suave al principio, un silencio denso envolvió al grupo después. Fue entonces, cuando Tú, Señor, comenzaste a decir palabras divinas. Tus oyentes las recogían en sus mentes, en sus corazones; más tarde, algunos las pusieron por escrito.

Cuando recéis —dijiste— no habléis mucho, a lo pagano, sino usad las palabras justas, y que sean palabras llanas, confiadas; en realidad, vuestro Padre Dios —subrayaste— sabe todo lo que necesitáis antes de que se lo pidáis.
Tus discípulos aprendieron que la oración para que sea verdadera debe comenzar en el silencio del corazón, sólo así terminará en las manos de Dios. La manifestación externa, aunque conviene sea natural, es secundaria.

Y a continuación, Señor, les enseñaste la oración más hermosa que jamás haya existido. No sé si la recitaste despacio o la dijiste de corrido, lo cierto es que tus discípulos la aprendieron con exactitud y así la transmitieron.

Dijiste: “Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén”.

domingo, 21 de febrero de 2010




Primera Semana de Cuaresma
LUNES
San Mateo 25, 31-46


»Cuando venga el Hijo del Hombre en su gloria y acompañado de todos los ángeles, se sentará entonces en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las gentes; y separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá las ovejas a su derecha, los cabritos en cambio a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los que estén a su derecha: «Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo: porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era peregrino y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme». Entonces le responderán los justos: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos peregrino y te acogimos, o en la cárcel y vinimos a verte? Y el Rey, en respuesta, les dirá: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mi me lo hicisteis. Entonces dirá a los que estén a la izquierda: «Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles: porque tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed y no me disteis de beber; era peregrino y no acogisteis; estaba desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis». Entonces le replicarán también ellos: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, peregrino o desnudo, enfermo o en la cárcel y no te asistimos?” Entonces les responderá: “En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también dejasteis de hacerlo conmigo. Y estos irán al suplicio eterno; los justos, en cambio, a la vida eterna”.

La vida del hombre sobre la tierra es corta. El que llega a los cien años es una excepción. El resto de los humanos se queda por debajo. La media de edad ha ido cambiando a lo largo de la historia de la humanidad. Quizás ahora, estamos en la cresta de la ola. No obstante, a pesar de la brevedad, la vida del hombre es importante desde el principio hasta el fin. Y quizás lo más importante sea el fin, el momento del juicio, de la sentencia.

Tú, Señor, lo sabías, Por eso, en tu predicación, nos presentaste “con toda grandiosidad” la doctrina sobre el Juicio Final de la humanidad. Y lo hiciste con una parábola que hablaba de vigilancia, rendimiento y sentencias.

“Entonces, se pondrán a la luz la conducta de cada uno y el secreto de los corazones. Entonces será condenada la incredulidad culpable que ha tenido en nada la gracia ofrecida por Dios. La actitud con respecto al prójimo revelará la acogida o el rechazo de la gracia y del amor divino”, dice el Catecismo de la Iglesia Católica, n. 678—.

Todo un espectáculo: Conductas generosas enterradas en el anonimato del tiempo saldrán a la luz y serán premiadas; acciones insignificantes y orilladas por las medidas humanas, serán magnificadas por la vara de Dios; y a la contra, vidas rodeadas de aplausos y de boato, serán colocadas en su puesto justo; trabajos premiados, serán aniquilados; torres gigantes, caerán por los suelos. ¡Todo un espectáculo de luminosidad y justicia!

“La parábola revela también las dimensiones de amor de Dios en la vida terrena. “Acá solas estas dos que nos pide el Señor; amor de Su Majestad y del prójimo; es en lo que hemos de trabajar. Guardándolas con perfección, hacemos su voluntad (...). La más cierta señal que —a mi parecer— guardamos estas dos cosas, es guardando bien la del amor del prójimo; porque si amamos a Dios no se puede saber (aunque hay indicios grandes para entender que le amamos), mas el amor del prójimo, sí”.

Y continua: “Y estad ciertas que mientras más en éste os viereis aprovechadas, más lo estáis en el amor de Dios; porque es tan grande el que Su Majestad nos tiene, que en pago del que tenemos a el prójimo, hará que crezca el que tenemos a Su Majestad por mil maneras; en esto yo no puedo dudar”. (Santa Teresa de Jesús, Morad. 5, 3.7-8)[1].

Haz, Señor, que aquel día sea luz y alegría, felicidad y bienaventuranza para todos. Y que la Vida, después de esta vida, sea Vida eterna.

[1] Cfr. Sagrada Biblia. Nuevo Testamento. Ediciones Universidad de Navarra, Pamplona 1999, págs. 122-123.

sábado, 20 de febrero de 2010


Domingo I de Cuaresma Ciclo C (21 de febrero de 2010)


+ Lectura del santo evangelio según san Lucas 4, 1-13

En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordány, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientrasera tentado por el diablo. Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: — «Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan.» Jesús le contestó: —«Está escrito: “No sólo de pan vive el hombre”.» Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo—«Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo.» Jesús le contestó: — «Está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”.»Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: —«Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Encargará a los ángeles que cuiden de ti”, y también: “Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”.» Jesús le contestó: —«Está mandado: “No tentarás al Señor, tu Dios”.» Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión.

Así como pueblo de Israel fue llevado por Dios durante cuarenta años por el desierto, para prepararlo a la misión que había de ejercer entre las naciones, así también Jesús, como nos cuenta hoy el Evangelio, fue llevado por el Espíritu durante cuarenta días por el desierto para prepararse a su misión: la de rescatar y reunir a los hijos de Dios que el pecado degradó y había dispersado.

Hoy entramos con él en el desierto, para vencer con él esas tentaciones que siempre amenazan nuestra identidad cristiana, apartándonos del único Señor.

Son las tentaciones de todos los hombres, que también Cristo, como hombre, tuvo que vencer: «Sintió hambre Jesús y el diablo le tentó: “Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan”».

Es la tentación de vivir para satisfacer las apetencias, de andar sobre todo pendientes de las necesidades por cubrir, de existir para consumir. Y Jesús le contesta, enseñándonos así cómo vencer esta tentación: «Está escrito por Dios: “No sólo de pan vive el hombre”». No, no somos nosotros para las cosas, sino las cosas para nosotros, porque nosotros somos de Dios.

El Diablo ataca entonces por otra de las apetencias radicales del hombre. Y así, «llevándolo a lo alto, le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dice: “Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado y yo lo doy a quien quiero. Si te arrodillas ante mí, todo será tuyo”».

Otra debilidad del corazón humano: la codicia y el poder. Algo que algunos sacian porque, sin escrúpulos, secundan la tentación. Por eso el Diablo le pone como condición: “Si me adoras lo tienes fácil”. Pero es un embustero, porque el mundo no es suyo, sino de Dios. Y Jesús le vence diciendo de quién son las cosas y de quién el poder. Y así vence la tentación afirmando: «Al Señor tu Dios adorarás y a él sólo darás culto».

Pero el Diablo no se da por vencido y ataca ahora de modo más sutil. Lo lleva «al alero del Templo y le dice: “Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito que Dios no permitirá que te pase nada malo”».

Es la tentación que nosotros podemos sentir, cuando acudimos a Dios queriéndolo poner al servicio de nuestros planes; marcándole la pauta de cómo ha de comportarse con nosotros; diciéndole, en definitiva, lo que esperamos que haga para seguir confiando en él. Y por eso Jesús nos ayuda a vencer esta tentación que está en la base de muchas personas que dieron la espalda a Dios, porque no les solucionó sus problemas. Con su respuesta nos enseña a ponernos de verdad en las manos de Dios rechazando de raíz toda tentación: «Está mandado: “No tentarás al Señor tu Dios”».

(cfr. http://www.diocesisdejaen.es/)

viernes, 19 de febrero de 2010


Sábado después de Ceniza.
San Lucas 5, 27-32


Después de esto, salió y vio a un publicano, llamado Leví, sentado al telonio, y le dijo:
—Sígueme.
Y, dejadas todas las cosas, se levantó y le siguió. Y Leví preparó en su casa un gran banquete para él. Había un gran número de publicanos y de otros que le acompañaban a la mesa. Y los fariseos y sus escribas empezaron a murmurar y a decir a los discípulos de Jesús:
—¿Por qué coméis y bebéis con los publicanos y pecadores?
Y respondiendo Jesús les dijo:
—No tienen necesidad de médico los que están sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a la penitencia.


Apenas habías terminado una actividad, Señor, comenzabas otra. Siempre con orden, con minuciosidad. Después de un asunto llegaba otro. No dejabas nada a la improvisación, aunque lo pareciera en ocasiones. En tu providencia todo fluía con orden y agilidad.
Aquella jornada saliste de casa como siempre. Las calles de las poblaciones de entonces, durante el día, estaban abarrotadas de personas. En general, las gentes conversaban en pequeños grupos. Tú, acaso, lo hacías con Pedro. No lo sabemos. El hecho es que, mientras avanzabais, “viste” a un publicano, de nombre Leví, que estaba sentado en su trabajo. Era recaudador de impuestos —oficio mal visto por el pueblo— y mirándole a los ojos, sin preámbulo alguno, le dijiste: “Sígueme”.
Y él, Leví, el publicano, “dejándolo todo”, te siguió. Quizás, de inmediato, cambiaste con El alguna palabra; quizás te dijo que hacía tiempo que te venía siguiendo; quizás Tú le dijiste que desde toda la eternidad te habías fijado en él y que desde siempre le conocías por su nombre; quizás él te contó sus antiguas preocupaciones y sus viejos temores; quizás Tú le manifestaste algún secreto y él a Ti los suyos. No lo sabemos.
Sí sabemos que Leví, para celebrar aquel encuentro, te invitó a comer a su casa días más tarde. En el banquete estaban publicanos, gente amiga, tus discípulos.
Los fariseos y escribas, días después, murmuraban del banquete y de la gente allí reunida. Y como no se atrevieran a decírtelo a Ti, ni a Leví, se lo comunicaron a tus discípulos.
Al enterarte Tú, Señor, les dijiste algo tan sencillo y tan de sentido común como esto: “no necesitan médico los que están sanos, sino los enfermos”.

jueves, 18 de febrero de 2010



Viernes después de Ceniza
San Mateo 9, 14-15


Entonces se le acercaron los discípulos de Juan para decirle:
—¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos con frecuencia, y, en cambio, tus discípulos no ayunan?
Jesús les respondió:
—¿Acaso pueden estar de duelo los amigos del esposo mientras el esposo está con ellos? Ya vendrá el día en que les será arrebatado el esposo; entonces, ya ayunarán.


Juan había comenzado a predicar, algo antes que Tú, Señor. Y por entonces, ya tenía un buen número de discípulos que le seguían, aceptaban sus normas y las cumplían a rajatabla; eran fieles observantes: ayunaban con frecuencia, elevaban plegarias al cielo y se mortificaban de otras maneras. Lo mismo que hacían los fariseos.

Un día, un grupo de discípulos de Juan se acercaron hasta donde Tú estabas. Y, después del normativo saludo, te preguntaron: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan? La pregunta era interesante y además práctica. Ansiosos de aprender esperaron tu respuesta.

Tú, Señor, les dijiste: ¿Es que pueden guardar luto los amigos del novio mientras el novio está con ellos? ¿Os parece bien que cuando las campanas tocan a fiesta la gente se vaya a llorar a los desiertos? ¿No os dais cuenta que ha comenzado una nueva etapa? ¿No tenéis conciencia de que algo nuevo ha nacido?

Ayunar, mortificarse, son signos de esperanza, de cumplimiento de futuras promesas, de nuevas realidades; pero si ha llegado el Reino nuevo, la nueva etapa, si estamos ya de bodas, hay que formar parte de los amigos del novio, hay que alegrarse con él y con todos; es decir, hay que acompañar a la comparsa mientras se oye el repique de campanas.

Y dijiste también: “llegará un día en que se lleven al novio y entonces mis discípulos ayunarán”. Y ayunarán como medio de agradecimiento y como remedio para alimentar hasta el final la esperanza de conseguir el premio.

Señor, ayúdanos a mortificarnos por Ti y por las almas, a estar alegres, para que nuestras obras sean premiadas.

miércoles, 17 de febrero de 2010


Jueves después de Ceniza.
San Lucas 9, 22-25


Y añadió que el Hijo del Hombre debía padecer mucho y ser rechazado por causa de los ancianos, de los príncipes de los sacerdotes y de los escribas, y ser llevado a la muerte resucitar al tercer día.
Y les decía a todos:
—Si alguno quiere venir detrás de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz cada día, y que me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí, ése la salvará. Porque ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si se destruye a sí mismo, o se pierde?

Nos dijiste, Señor, que tenías que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, por los sumos sacerdotes y letrados —gente importante—, y ser ejecutado. ¡Qué tres palabras más duras, Señor: padecer, ser desechado, ser ejecutado! Pasos de un camino que quisiste recorrer y que tenemos que recorrer también nosotros.

Era tan espinoso este mensaje, tan inaudito, tan singular, que tus discípulos aunque lo oyeron, no lo captaron; lo oyeron, pero no lo asimilaron; lo oyeron pero no lo podían creer, por eso se resistían. Y, sin embargo, Señor, ahí estaba el meollo de tu mensaje, de tu redención.
Y porque no te entendían, estaban serios, asustados, tristes. Quizás por eso Tú, Señor, les dijiste: “El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo”. Se trataba de un programa exigente: Tomar la cruz cada día y seguirte o dicho de otra manera: para poder seguirte había que tomar la cruz de cada día.

Y añadiste: “El que quiera salvar su vida (sin mí) la perderá: y el que la pierda (por mí) la salvará”. No era, ni es, un juego de palabras; es un programa, es un estilo nuevo que Tú proponías: vivir muriendo. Mejor, mucho mejor, que el de morir viviendo. Programa hermoso, pero difícil; programa espléndido, pero laborioso.

Y añadiste: ¿De qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si se destruye a sí mismo, o se pierde?. ¿De qué le sirve al hombre ganar, tener, ser mucho, si pierde su alma?
Haz, Señor, que sepamos llevar la cruz de cada día y así, con tu gracia, podamos conseguir la resurrección eterna.

martes, 16 de febrero de 2010



Miércoles de Ceniza.
San Mateo 6, 1-6. 16-18


»Guardaos bien de hacer vuestra justicia delante de los hombres con el fin de que os vean; de otro modo no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos.
»Por tanto, cuando des limosna no lo vayas pregonando, como hacen los hipócritas en las Sinagogas y en las calles, con el fin de que los alaben los hombres. En verdad os digo que ya recibieron su recompensa. Tú, por el contrario, cuando des limosna, que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu mano derecha, para que tu limosna quede en lo oculto; de este modo, tu Padre, que ve en lo oculto, te recompensará.
»Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que son amigos de orar puestos de pie en las Sinagogas y en las esquinas de las plazas, para exhibirse delante de los hombres; en verdad os digo que ya recibieron su recompensa. Tú, por el contrario, cuando te pongas a orar, entra en tu aposento y, con la puerta cerrada, ora a tu Padre, que está en lo oculto; y tu Padre que ve en lo oculto, te recompensará. (...)
»Cuando ayunéis no os finjáis tristes como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres noten que ayunan. En verdad os digo que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lávate la cara, para que no adviertan los hombres que ayunas, sino tu Padre, que está en lo oculto, y tu Padre, que ve en lo oculto, te recompensará.


Estabas rodeado de un grupo de discípulos. Y comenzaste a enseñarles. Era la de aquel día, una lección importante. Una lección para la vida. Una lección para siempre. “No hagáis las cosas —di-jiste— por el premio terreno, hacedlas por el premio de Dios”. A la hora de hacer limosna que no se entere vuestra mano izquierda de lo que hace la derecha. Basta que se entere Dios. Lo mismo cuando recéis, hacedlo en presencia de Dios; y lo mismo cuando ayunéis, que ni siquiera se note. Basta que lo sepa Dios.

Tus palabras, Señor, nos ofrecen dos grandes lecciones. Una responde al qué, y la otra, al cómo. El qué: hay que hacer limosna, hay que rezar, hay que ayunar. Tres acciones a realizar por nosotros los hombres: ayudar a los demás; acudir a Ti, Señor; y mortificar nuestro cuerpo.
Luego, el cómo: cómo dar limosna, cómo rezar y cómo ayunar. Y nos lo enseñaste de dos modos: uno negativo y otro positivo, o dicho de otra manera, ofreciste dos modelos: uno a no seguir y otro, a seguir siempre.

No hagáis como lo hipócritas y los farsantes que recorren las calles, las Sinagogas, las esquinas para recibir aplausos, honores, parabienes, estima de las gentes, de los hombres; sino haced como yo, que hago salir el sol y me callo; que estoy unido a mi Padre y nadie se entera; que ayuno y paso desapercibido. Así tenéis que actuar: en el silencio, en la normalidad.

Luego aclaraste lo del premio: los hipócritas, los farsantes, tal vez reciban aplausos, parabienes de la gente, pero humanos, perecederos, ficticios. Al contrario, los que me imiten recibirán el abrazo del Padre y el premio eterno; la paga verdadera: el cielo.

lunes, 15 de febrero de 2010



Sexta Semana del T. O.
MARTES
San Marcos 8, 14-21


Se olvidaron de llevar panes y no tenían consigo en la barca más que un pan. Y les advertía diciendo:
—Estad alerta y guardaos de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes.
Y ellos comentaban unos con otros que no tenían pan. Al darse cuenta Jesús, les dice:
—¿Qué vais comentando de que no tenéis pan? ¿Todavía no entendéis ni comprendéis? ¿Tenéis endurecido el corazón? ¿Tenéis ojos y no veis; tenéis oídos y no oís? ¿No os acordáis de cuántos cestos llenos de trozos recogisteis, cuando partí los cinco panes para cinco mil?
— Doce — le respondieron:
— Y cuando los siete panes para los cuatro mil, ¿cuántas espuertas llenas de trozos recogisteis?
—siete — le contestaron:
Y les decía:
—¿Todavía no comprendéis?

De ordinario tus discípulos, Señor, llevaban pan para el camino. Pero aquel día habían olvidado coger pan tierno. Quizás en la barca había algún trozo, pero sería atrasado y duro. No sé en qué estarían pensando tus discípulos, Señor, pero el hecho es que no habían cogido los panes que presumiblemente necesitarían aquella jornada. Y entre ellos, no se comentaba otra cosa. Entonces Tú, medio en bromas, medio en veras, les dijiste que tuviesen cuidado “con la levadura de los fariseos y con la de Herodes”.

Pero ellos seguían comentado la falta de pan; sin relacionar la levadura con el olvido. Los discípulos iban inquietos por el despiste del pan y ahora seguían despistados ante tu mensaje. Y Tú, Señor, mientras remaban, y como sin querer la cosa, comentaste su falta de precaución y prudencia ya que no acababan de entender.

Se hizo un espeso silencio en la barca. Tan sólo se oían los remos y el chillar de unas gaviotas que cruzaban el cielo. Nadie se atrevía a hablar. Tu advertencia, Señor, les había impresionado.
Entonces, Tú comenzaste a hablar: A ver, ¿cuántos cestos de sobras recogisteis cuando repartí cinco panes entre cinco mil? ¿Os acordáis? Ellos te contestaron: Doce. ¿Y cuántos canastos de sobras recogisteis cuando repartí siete entre cuatro mil? Y te respondieron: siete. Y añadiste: ¿Y no acabáis de entender?
Señor, haz que elija la verdadera levadura, y el verdadero pan. Que haga, Señor, tu voluntad. Que como Tú, Señor, pueda decir: mi comida es hacer la voluntad de mi Padre.

domingo, 14 de febrero de 2010


Sexta Semana del T. O.
LUNES
San Marcos 8, 11-13

Salieron los fariseos y comenzaron a discutir con él, pidiéndole para tentarle, una señal del cielo. Suspirando desde lo más íntimo, dijo:
—¿Por qué esta generación pide una señal? En verdad os digo que a esta generación no se le dará ninguna señal.
Y dejándolos, subió de nuevo a la barca y se marchó a la otra orilla.


Los fariseos tenían ganas de discutir. Y empezaron. Querían comprobar si, en verdad, Señor, tenías poder; comprobar si eras un hombre importante, uno de los Profetas, o si eras, tal vez, el Mesías, el esperado, el que libraría a Israel de sus males.
Por eso te pidieron un signo del cielo. Tú dando un profundo suspiro con suavidad, pero con energía dijiste: ¿Por qué me pedís un signo? ¿Quiénes sois vosotros para pedirme un signo? ¿Quién es esta generación para pedir una señal? Y mirándoles de frente añadiste: “A esta generación no se le dará un signo”.
Los fariseos buscaban una señal aparatosa, llamativa, tal vez, un exterminio del poder enemigo, una destrucción de los adversarios, etc. Y tu Reino, Señor, llegaba con suavidad, con amabilidad, y qué contraste, lleno de signos, de milagros, de curaciones, aunque los fariseos ante esas pruebas excepcionales y milagrosas permanecían soberbios.
Tal vez por eso, Señor, ante tanta negación, sin decir nada, los dejaste. Y ellos siguieron hablando, durante días, años, lustros, negando la luz de tu verdad, la claridad de tu mensaje, la grandeza de tu doctrina.
Y Tú, Señor, te embarcaste de nuevo y pasaste a la otra orilla. ¡Cuánto te gustaba la barca, Señor! Acaso pensabas en la barca de la Iglesia y en los mares del mundo. Y los “tuyos” a tu lado, fieles, obedientes —a veces, un poco torpes y tozudos— pero siempre contigo, siguiendo tus pasos, aprendiendo tu doctrina.

sábado, 13 de febrero de 2010



VI DOMINGO TIEMPO ORDINARIO CICLO C

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 6, 17, 20-26
En aquel tiempo, bajo Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedentes de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Él, levantando los ojos hacía sus discípulos, les dijo: --Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del Hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo; porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas. Pero, ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis! ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas.

Todos, si exclusión ninguna, deseamos ser felices, ser bienaventurados. La felicidad ha sido siempre el deseo natural de todos los hombres. Todos, de una u otra forma, la buscamos.
Sin embargo, en otros tiempos y lo mismo en el mundo de hoy hay gente que no es feliz, que no es dichosa, bienaventurada. Gente que busca la felicidad, pero no la encuentra. Y no la encuentra quizá porque la busca donde no está.
Me viene a la memoria el chiste de la farola: Un borracho que está agarrado a una farola a las tres de la madrugada, se encuentra con un policía: - Oiga, ¿qué hace aquí?- Es que he perdido las llaves en la calle de abajo. - ¿Y por qué las busca aquí? - ¿Pues porque aquí hay más luz? A veces, también a nosotros nos falta conocer el camino que lleva a la felicidad.

En el Evangelio de hoy se nos indica el camino que nos lleva a la felicidad: el camino de las Bienaventuranzas.

Las Bienaventuranzas son como una velada biografía interior de Jesús, como un retrato de su figura. Las Bienaventuranzas son señales que indican el camino también a la Iglesia, que debe reconocer en ellas su modelo; son orientaciones para el seguimiento que afectan a cada fiel, si bien de modo diferente, según las diversas vocaciones (cf. Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, 98s).
El camino está claro. ¿Eres feliz? ¿Quieres ser plenamente feliz? Si quieres alcanzar la felicidad en este mundo -a pesar del sufrimiento- ya sabes el camino: ¡Sigue a Cristo! ¡Confía plenamente en Él! ¡Él te ama más que nadie! ¡Vive las Bienaventuranzas! ¡No tengas miedo! ¡Vive una vida de fidelidad a Cristo y a la Iglesia y tu vida será fructífera!
(Cfr. Arzobispado de Valencia: www.archivalencia.org/ )

viernes, 12 de febrero de 2010

Quinta Semana del Tiempo Ordinario
SÁBADO
San Marcos 8, 1-10


En aquellos días, reunida de nuevo una gran muchedumbre que no tenía qué comer, llamando a los discípulos les dijo:
—Me da mucha pena la muchedumbre, porque ya llevan tres días conmigo y no tienen qué comer; y si los despido en ayunas a sus casas desfallecerán en el camino, pues algunos han venido desde lejos.
Y le respondieron sus discípulos:
—¿Quién podrá alimentarlos de pan aquí, en un desierto?
Les preguntó:
—¿Cuántos panes tenéis?
—Siete, respondieron ellos.
Entonces ordenó a la multitud que se acomodase en el suelo. Tomando los siete panes, después de dar gracias, los partió y los fue dando a sus discípulos para que los distribuyeran; y los distribuyeron a la muchedumbre. Tenían también unos pocos pececillos; después de bendecirlos, mandó que los distribuyeran. Y comieron y quedaron satisfechos, y con los trozos sobrantes recogieron siete espuertas. Eran unos cuatro mil. Y los despidió.
Y subiendo enseguida a la barca con sus discípulos, se fue hacia la región de Dalmanuta.

Ocurrió uno de aquellos días —un día de tantos— un día en que la gente que te seguía, que te escuchaba, que quería aprender de Ti, se dio cuenta que no tenía que comer. Entonces Tú hiciste una de las tuyas. Llamaste a tus discípulos, y les dijiste: “Me da lástima de esta gente; llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer”. Y añadiste: Algo habrá que hacer. Si los despedimos para que se vayan a sus casas —algunos son de lejos— se van a desmayar por el camino. Si seguimos impasibles, desfallecerán de igual modo. Algo habrá que hacer. ¿Qué podríamos hacer? Decidme algo, vosotros, discípulos míos, amigos míos.
Y tus discípulos —hombres como eran— te dijeron: ¿Y de dónde se puede sacar pan —sólo pan— aquí, en despoblado, para que puedan llevarse un bocado a la boca y no desfallezcan? Y ahí terminó la ayuda. Entonces, Tú preguntaste si había algún pan por allí. Te dijeron que sí, que alguno había. Preguntaste de nuevo: ¿Cuántos panes tenéis? Te dijeron: siete panes. ¡Una miseria, en verdad!
Y Tú, Señor, sabiendo lo que te traías entre manos, mandaste que la gente se sentara en el suelo. Y tomaste los siete panes en tus manos, pronunciaste la acción de gracias, los partiste y los fuiste dando a tus discípulos para que ellos lo distribuyeran. Y así lo hicieron, lo sirvieron a la gente. Hiciste lo mismo con unos cuantos peces. Los bendijiste y mandaste repartirlos. Los repartieron también. Y la gente comió pan y pez hasta quedar satisfecha. ¡Debía saber a gloria bendita aquella comida tan simple!
Y al final de tan improvisada comida, sobraron mendrugos de pan y sobraron trozos de peces, y los recogisteis —no sólo fue limpieza del campo— y se llenaron siete canastas. Y, al final, todo aquel lugar quedó muy limpio. Y eso que gente había “a miles”: cuatro mil, sin contar mujeres ni niños. Después de una breve tertulia, cada uno se fue a su casa. Y Tú, Señor, con tus discípulos, te fuiste a Dalmanuta.

Quinta Semana del T. O.
VIERNES
San Marcos 7, 31-37

De nuevo, salió de la región de Tiro y vino a través de Sidón hacia el mar de Galilea, cruzando el territorio de la Decápolis. Le traen a uno que era sordo y que a duras penas podía hablar y le ruegan que le imponga su mano. Y apartándolo de la muchedumbre, le metió los dedos en las orejas y le tocó con saliva la lengua; y mirando al cielo, suspiró, y le dijo:
—Effetha, que significa: “Ábrete”.
Y se le abrieron los oídos, quedó suelta la atadura de su lengua y empezó a hablar correctamente. Y les ordenó que no lo dijeran a nadie. Pero cuanto más se lo mandaba, más lo proclamaban; y estaban tan maravillados que decían:
—Todo lo ha hecho bien, hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

Y en tu constante caminar, Señor, ibas de un lado para otro. Dejas Tiro y te pasas por Sidón, atravesando la Decápolis, hacia el lago de Galilea. Allí, junto al lago disfrutabas del clima del mar, enseñabas tu doctrina y formabas a “los tuyos”. El agua y el sol, la brisa y el viento..., como te gustaban. ¡Quizás te recordaban estas cosas la fuerza del Espíritu!
Y allí, junto a las aguas, en un momento dado, unos desconocidos te presentaron un hombre sordo. Y te pidieron, Señor, que le impusieras las manos. Tus manos divinas. ¡Qué fuerza y qué poder tenían tus manos! Te pidieron eso, que impusieras tus manos sobre la cabeza del enfermo; su pelo quizás era negro oscuro y raído por el sol.
Y Tú, Señor, sin decir nada, realizaste un hermoso rito: sacaste al joven de entre la gente hacia un lado, le metiste tus dedos divinos en sus roñosos oídos, y con la fuerza de tu saliva le tocaste su lengua de trapo. Y luego miraste al cielo —mientras todos te miraban a Ti— diste un suspiro de amor y dijiste a aquellos oídos sordos y a aquella lengua inútil: effetá, esto es, ábrete, abriros.
Y al momento se le abrieron los oídos y se le soltó la lengua. Y aquel hombre oía y hablaba sin dificultad. Y recitaba acciones de gracias y oía mandatos de amor. Y Tú, Señor, —Tú sabrás por qué— les mandaste callar la boca, que no dijeran nada a nadie. Pero, nada, cuanto más insistías menos caso te hacían —Tú sabrás por qué— y con más insistencia proclamaban tu amor a los hombres.
Y todos fuera de sí decían todo lo hace bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

lunes, 1 de febrero de 2010


Mensaje del Papa para la Jornada de las Comunicaciones Sociales 2010


“El sacerdote y la pastoral en el mundo digital”


CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 23 de enero de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje que ha enviado Benedicto XVI con motivo de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales (16 de mayo de 2010), con el tema "El sacerdote y la pastoral en el mundo digital: los nuevos medios al servicio de la Palabra".
* * *
Queridos Hermanos y Hermanas,
El tema de la próxima Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales - "El sacerdote y la pastoral en el mundo digital: los nuevos medios al servicio de la Palabra" - se inserta muy apropiadamente en el camino del Año Sacerdotal, y pone en primer plano la reflexión sobre un ámbito pastoral vasto y delicado como es el de la comunicación y el mundo digital, ofreciendo al sacerdote nuevas posibilidades de realizar su particular servicio a la Palabra y de la Palabra. Las comunidades eclesiales, han incorporado desde hace tiempo los nuevos medios de comunicación como instrumentos ordinarios de expresión y de contacto con el propio territorio, instaurado en muchos casos formas de diálogo aún de mayor alcance. Su reciente y amplia difusión, así como su notable influencia, hacen cada vez más importante y útil su uso en el ministerio sacerdotal.
La tarea primaria del sacerdote es la de anunciar a Cristo, la Palabra de Dios hecha carne, y comunicar la multiforme gracia divina que nos salva mediante los Sacramentos. La Iglesia, convocada por la Palabra, es signo e instrumento de la comunión que Dios establece con el hombre y que cada sacerdote está llamado a edificar en Él y con Él. En esto reside la altísima dignidad y belleza de la misión sacerdotal, en la que se opera de manera privilegiada lo que afirma el apóstol Pablo: "Dice la Escritura: 'Nadie que cree en Él quedará defraudado'... Pues "todo el que invoca el nombre del Señor se salvará". Ahora bien, ¿cómo van a invocarlo si no creen en Él? ¿Cómo van a creer si no oyen hablar de Él? ¿Y cómo van a oír sin alguien que les predique? ¿Y cómo van a predicar si no los envían?" (Rm 10,11.13-15).
Las vías de comunicación abiertas por las conquistas tecnológicas se han convertido en un instrumento indispensable para responder adecuadamente a estas preguntas, que surgen en un contexto de grandes cambios culturales, que se notan especialmente en el mundo juvenil. En verdad el mundo digital, ofreciendo medios que permiten una capacidad de expresión casi ilimitada, abre importantes perspectivas y actualiza la exhortación paulina: "¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!" (1 Co 9,16). Así pues, con la difusión de esos medios, la responsabilidad del anuncio no solamente aumenta, sino que se hace más acuciante y reclama un compromiso más intenso y eficaz. A este respecto, el sacerdote se encuentra como al inicio de una "nueva historia", porque en la medida en que estas nuevas tecnologías susciten relaciones cada vez más intensas, y cuanto más se amplíen las fronteras del mundo digital, tanto más se verá llamado a ocuparse pastoralmente de este campo, multiplicando su esfuerzo para poner dichos medios al servicio de la Palabra.
Sin embargo, la creciente multimedialidad y la gran variedad de funciones que hay en la comunicación, pueden comportar el riesgo de un uso dictado sobre todo por la mera exigencia de hacerse presentes, considerando internet solamente, y de manera errónea, como un espacio que debe ocuparse. Por el contrario, se pide a los presbíteros la capacidad de participar en el mundo digital en constante fidelidad al mensaje del Evangelio, para ejercer su papel de animadores de comunidades que se expresan cada vez más a través de las muchas "voces" surgidas en el mundo digital. Deben anunciar el Evangelio valiéndose no sólo de los medios tradicionales, sino también de los que aporta la nueva generación de medios audiovisuales (foto, vídeo, animaciones, blogs, sitios web), ocasiones inéditas de diálogo e instrumentos útiles para la evangelización y la catequesis.
El sacerdote podrá dar a conocer la vida de la Iglesia mediante estos modernos medios de comunicación, y ayudar a las personas de hoy a descubrir el rostro de Cristo. Para ello, ha de unir el uso oportuno y competente de tales medios - adquirido también en el período de formación - con una sólida preparación teológica y una honda espiritualidad sacerdotal, alimentada por su constante diálogo con el Señor. En el contacto con el mundo digital, el presbítero debe trasparentar, más que la mano de un simple usuario de los medios, su corazón de consagrado que da alma no sólo al compromiso pastoral que le es propio, sino al continuo flujo comunicativo de la "red".
También en el mundo digital, se debe poner de manifiesto que la solicitud amorosa de Dios en Cristo por nosotros no es algo del pasado, ni el resultado de teorías eruditas, sino una realidad muy concreta y actual. En efecto, la pastoral en el mundo digital debe mostrar a las personas de nuestro tiempo y a la humanidad desorientada de hoy que "Dios está cerca; que en Cristo todos nos pertenecemos mutuamente" (Discurso a la Curia romana para el intercambio de felicitaciones navideñas, 22 diciembre 2009).
¿Quién mejor que un hombre de Dios puede desarrollar y poner en práctica, a través de la propia competencia en el campo de los nuevos medios digitales, una pastoral que haga vivo y actual a Dios en la realidad de hoy? ¿Quién mejor que él para presentar la sabiduría religiosa del pasado como una riqueza a la que recurrir para vivir dignamente el hoy y construir adecuadamente el futuro? Quien trabaja como consagrado en los medios, tiene la tarea de allanar el camino a nuevos encuentros, asegurando siempre la calidad del contacto humano y la atención a las personas y a sus auténticas necesidades espirituales. Le corresponde ofrecer a quienes viven éste nuestro tiempo "digital" los signos necesarios para reconocer al Señor; darles la oportunidad de educarse para la espera y la esperanza, y de acercarse a la Palabra de Dios que salva y favorece el desarrollo humano integral. La Palabra podrá así navegar mar adentro hacia las numerosas encrucijadas que crea la tupida red de autopistas del ciberespacio, y afirmar el derecho de ciudadanía de Dios en cada época, para que Él pueda avanzar a través de las nuevas formas de comunicación por las calles de las ciudades y detenerse ante los umbrales de las casas y de los corazones y decir de nuevo: "Estoy a la puerta llamando. Si alguien oye y me abre, entraré y cenaremos juntos" (Ap 3, 20).
En el Mensaje del año pasado animé a los responsables de los procesos comunicativos a promover una cultura de respeto por la dignidad y el valor de la persona humana. Ésta es una de las formas en que la Iglesia está llamada a ejercer una "diaconía de la cultura" en el "continente digital". Con el Evangelio en las manos y en el corazón, es necesario reafirmar que hemos de continuar preparando los caminos que conducen a la Palabra de Dios, sin descuidar una atención particular a quien está en actitud de búsqueda. Más aún, procurando mantener viva esa búsqueda como primer paso de la evangelización. Así, una pastoral en el mundo digital está llamada a tener en cuenta también a quienes no creen y desconfían, pero que llevan en el corazón los deseos de absoluto y de verdades perennes, pues esos medios permiten entrar en contacto con creyentes de cualquier religión, con no creyentes y con personas de todas las culturas. Así como el profeta Isaías llegó a imaginar una casa de oración para todos los pueblos (cf. Is 56,7), quizá sea posible imaginar que podamos abrir en la red un espacio - como el "patio de los gentiles" del Templo de Jerusalén - también a aquéllos para quienes Dios sigue siendo un desconocido.
El desarrollo de las nuevas tecnologías y, en su dimensión más amplia, todo el mundo digital, representan un gran recurso para la humanidad en su conjunto y para cada persona en la singularidad de su ser, y un estímulo para el debate y el diálogo. Pero constituyen también una gran oportunidad para los creyentes. Ningún camino puede ni debe estar cerrado a quien, en el nombre de Cristo resucitado, se compromete a hacerse cada vez más prójimo del ser humano. Los nuevos medios, por tanto, ofrecen sobre todo a los presbíteros perspectivas pastorales siempre nuevas y sin fronteras, que lo invitan a valorar la dimensión universal de la Iglesia para una comunión amplia y concreta; a ser testigos en el mundo actual de la vida renovada que surge de la escucha del Evangelio de Jesús, el Hijo eterno que ha habitado entre nosotros para salvarnos. No hay que olvidar, sin embargo, que la fecundidad del ministerio sacerdotal deriva sobre todo de Cristo, al que encontramos y escuchamos en la oración; al que anunciamos con la predicación y el testimonio de la vida; al que conocemos, amamos y celebramos en los sacramentos, sobre todo en el de la Santa Eucaristía y la Reconciliación.
Queridos sacerdotes, os renuevo la invitación a asumir con sabiduría las oportunidades específicas que ofrece la moderna comunicación. Que el Señor os convierta en apasionados anunciadores de la Buena Noticia, también en la nueva "ágora" que han dado a luz los nuevos medios de comunicación.
Con estos deseos, invoco sobre vosotros la protección de la Madre de Dios y del Santo Cura de Ars, y con afecto imparto a cada uno la Bendición Apostólica.
Vaticano, 24 de enero 2010, Fiesta de San Francisco de Sales.
BENEDICTUS PP. XVI

[Traducción distribuida por la Santa Sede
© Libreria Editrice Vaticana]

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