DÍA 1 DE AGOSTO DE 2011
No ocurre lo mismo con los paseos de las afueras de los pueblos. Cuando sales a pasear fuera del pueblo, de inmediato te encuentras con el campo. Y de inmediato, desaparecen las gentes, dejas de escuchar ruidos de los motores de vehículos, y por supuesto, no encuentras un banco donde descansar un poco y reponer fuerzas.
Ayer hice mi primer paseo de estas vacaciones. Lo inicié acompañado de mi hermana Mercedes. Dejamos la Plaza de Arriba atrás, subimos por la Calle Mayor Antigua que va a la ermita y tomamos el camino llamado de Carrecarrión. Antes rezamos una Avemaría a la Virgen de la Piedad, pues pasamos junto a su ermita, y también un responso por nuestros padres y hermana, enterrados en el cementerio sito junto a la ermita.
El camino de Carrecarrión está en cuesta. El firme del suelo plagado de cantos lisos, lo que hace muy incomodo el paseo por este lugar. Por eso, apenas habíamos avanzado doscientos metros, y comprobada experimentalmente la dificultad del camino, optamos por cruzar a través de los rastrojos hacia otro, que le llaman el Camino del Páramo, esperando fuera más cómodo y fácil.
Y así fue, cuando llegamos al nuevo camino, comprobamos que era mucho más llevadero y andariego. Y por él fuimos caminando, a paso acompasado, no muy ligero, hasta llegar a la cima. Allí se abría una gran llanura, de donde podíamos divisar pueblos a una distancia considerable.
Una vez más aquí, en la cima del Páramo, nos salió del alma la clásica expresión de esta tierra: “Ancha es Castilla”; y también aquella otra más vulgar y sencilla, pero tan real como la primera, “aprovechemos, aquí se respira aire puro”. Y con gesto de obediencia al médico que te dice: “tome aire, suéltelo, respire”, hicimos esta operación varias veces, con la seguridad de que nuestros pulmones se ensancharon.
Desandamos nuestros pasos. La vuelta siempre se hace más fácil y más llevadera. Y volvimos a contemplar un prometedor pinar de plantas aún jóvenes a nuestra derecha; grandes fincas sembradas de girasol, a uno y otro lado, que parecían pinturas modernas. Y el color blanco de las fincas poco ha sembradas de trigo y cebada, felizmente ya recogidos.
Y entre pisar en el suelo y mirar los verdes de girasoles, mezclados entre blancos grandes, la conversación se iba tejiendo amena y distendida, recordando cosas de ayer y matizando asuntos de hoy. Y siempre dando a nuestras palabras un tinte positivo y esperanzador.
Habíamos hecho una hora de paseo. Ni un solo banco para descansar. Ni una sola persona a quien saludar. Ni un solo coche al que esquivar. Ni un solo ruido que maldecir. Todo era paz, serenidad, sosiego. Sólo el viento del norte te daba en la cara y algún que otro saltamontes brincaba asustadizo junto a nuestros pies.
Ya en casa, recordé aquellos versos de Fray Luis de León de Oda a la vida retirada: “¡Qué descansada vida, la del que huye del mundanal ruido, y sigue la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido”! Y le dí gracias a Dios por mi primer paseo por el campo.
http://www.opusdei.es/art.php?p=30681
VISTA DESDE EL PARAMO |
MI PRIMER PASEO POR EL CAMPO
Los paseos por las afueras de la ciudad son muy distintos que los paseos por las afueras de los pueblos. Los paseos que circundan los cascos urbanos, suelen estar muy solicitados por gente mayor y también por madres con sus hijos pequeños; son paseos llenos de ruidos de coches y de dueños con sus perros. De vez en cuando, te encuentras con un banco de madera o hierro que te ofrece un descanso gratificante.
No ocurre lo mismo con los paseos de las afueras de los pueblos. Cuando sales a pasear fuera del pueblo, de inmediato te encuentras con el campo. Y de inmediato, desaparecen las gentes, dejas de escuchar ruidos de los motores de vehículos, y por supuesto, no encuentras un banco donde descansar un poco y reponer fuerzas.
Ayer hice mi primer paseo de estas vacaciones. Lo inicié acompañado de mi hermana Mercedes. Dejamos la Plaza de Arriba atrás, subimos por la Calle Mayor Antigua que va a la ermita y tomamos el camino llamado de Carrecarrión. Antes rezamos una Avemaría a la Virgen de la Piedad, pues pasamos junto a su ermita, y también un responso por nuestros padres y hermana, enterrados en el cementerio sito junto a la ermita.
El camino de Carrecarrión está en cuesta. El firme del suelo plagado de cantos lisos, lo que hace muy incomodo el paseo por este lugar. Por eso, apenas habíamos avanzado doscientos metros, y comprobada experimentalmente la dificultad del camino, optamos por cruzar a través de los rastrojos hacia otro, que le llaman el Camino del Páramo, esperando fuera más cómodo y fácil.
Y así fue, cuando llegamos al nuevo camino, comprobamos que era mucho más llevadero y andariego. Y por él fuimos caminando, a paso acompasado, no muy ligero, hasta llegar a la cima. Allí se abría una gran llanura, de donde podíamos divisar pueblos a una distancia considerable.
Una vez más aquí, en la cima del Páramo, nos salió del alma la clásica expresión de esta tierra: “Ancha es Castilla”; y también aquella otra más vulgar y sencilla, pero tan real como la primera, “aprovechemos, aquí se respira aire puro”. Y con gesto de obediencia al médico que te dice: “tome aire, suéltelo, respire”, hicimos esta operación varias veces, con la seguridad de que nuestros pulmones se ensancharon.
Desandamos nuestros pasos. La vuelta siempre se hace más fácil y más llevadera. Y volvimos a contemplar un prometedor pinar de plantas aún jóvenes a nuestra derecha; grandes fincas sembradas de girasol, a uno y otro lado, que parecían pinturas modernas. Y el color blanco de las fincas poco ha sembradas de trigo y cebada, felizmente ya recogidos.
Y entre pisar en el suelo y mirar los verdes de girasoles, mezclados entre blancos grandes, la conversación se iba tejiendo amena y distendida, recordando cosas de ayer y matizando asuntos de hoy. Y siempre dando a nuestras palabras un tinte positivo y esperanzador.
Habíamos hecho una hora de paseo. Ni un solo banco para descansar. Ni una sola persona a quien saludar. Ni un solo coche al que esquivar. Ni un solo ruido que maldecir. Todo era paz, serenidad, sosiego. Sólo el viento del norte te daba en la cara y algún que otro saltamontes brincaba asustadizo junto a nuestros pies.
Ya en casa, recordé aquellos versos de Fray Luis de León de Oda a la vida retirada: “¡Qué descansada vida, la del que huye del mundanal ruido, y sigue la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido”! Y le dí gracias a Dios por mi primer paseo por el campo.
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1 comentario:
No hay poema que pueda expresar de mejor manera una profunda serenidad y exquisita armonía. Esa paz, esa soledad querida y perseguida, el gozar de la sencillez de la vida y el pleno contacto con la naturaleza. No estaría de más alejarse de los negocios mundanos y gozar de la meditación para aproximarse cada día más a Dios.
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