martes, 6 de septiembre de 2011

DÍA 6 DE SEPTIEMBRE DE 2011


RECTITUD DE INTENCIÓN

Cuando llega septiembre, pasadas las vacaciones, vuelve a hacerse difícil encontrar sitio para aparcar el coche en la calle.

Cuento lo que me pasó ayer: Llegué a la puerta de mi casa, con la idea de aparcar un momento, mientras subía a recoger unos papeles. Y me encuentro con que todos los aparcamientos de la plaza estaban ocupados. Di una vuelta a la plaza, y otra, y otra más y nada. No encontré sitio.


Aburrido salí de la plaza, tomé la dirección derecha y mediante un pequeño giro también a la derecha, entré en otra plaza a la búsqueda y captura de un lugar para dejar mi coche y subir al piso a recoger unos papeles.

Pero tampoco allí había sitios libres; di marcha atrás, tomé de nuevo la carretera y me fui hasta el garaje que tengo a cinco minutos del lugar en el que vivo. Llegué allí, con el mando a distancia abrí la puerta, esperé que se abriera del todo, aceleré un poco, subí un pequeño peldaño y cómodamente bajé por la rampa del garaje.

Ya en el garaje, hice una ligera maniobra, eché marcha atrás, giré luego hacia adelante y aparqué divinamente el coche.

Salí del coche, cerré la puerta del vehículo con el mando a distancia y suavemente subí la rampa hacia la salida. Abrí la puerta del garaje, salí al exterior, cerré la puerta y me dirigí a la casa, mi lugar de destino.

Después de estas maniobras, de estas vueltas y revueltas, de estas idas y venidas, en las que había gastado más de veinte minutos de tiempo y energías, me pregunté:¿ha sido todo esto de alguna utilidad?

Depende de la rectitud de intención con que yo lo haya hecho, de cómo haya vivido la presencia de Dios en esta pequeña aventura. Pero como nadie es juez en propia causa, no me quiero juzgar y menos en público. Sólo recordar la fábula "La ardilla y el caballo", de Tomás de Iriarte:

"Mirando estaba un ardilla, a un generoso alazán, que dócil a espuela y rienda, se adiestraba en galopar. Viéndole hacer movimientos tan veloces y a compás, de aquesta suerte le dijo con muy poca cortedad: «Señor mío, de ese brío, ligereza y destreza no me espanto, que otro tanto suelo hacer, y acaso más. Yo soy viva, soy activa, me meneo, me paseo, yo trabajo, subo y bajo, no me estoy quieta jamás.» El paso detiene entonces el buen potro, y muy formal en los términos siguientes respuesta a la ardilla da: «Tantas idas y venidas, tantas vueltas y revueltas (quiero, amiga, que me diga), ¿son de alguna utilidad? Yo me afano: mas no en vano. Sé mi oficio, en servicio de mi dueño, tengo empeño de lucir mi habilidad.»

¿Ardilla o caballo? Rectitud de intención. 


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