Después de
asearme, como todos los días, abrí la ventana para ventilar un poco mi habitación.
Los aparcamientos que diviso desde mi ventana, totalmente llenos de coches. Las
baldosas que cubren el suelo, casi todas libres. Solo una persona vestida de
negro caminaba lentamente por la plaza. Llevaba en la mano izquierda una cartera
de ordenador portátil. Se le notaba un poco cargado de hombros.
Enseguida
me di cuenta que era el párroco de Santa Teresa de Jesús, que como de
costumbre, a primeras horas de la mañana, cuando apenas se han levantado las
primeras persianas, él se dirige a la Parroquia.
Le seguí
con los ojos. No pudo saludar a nadie por el camino, porque nadie se cruzó con él.
Enseguida, llegó a los escalones que conducen al pórtico. Los subió con decisión.
Unos pasos más y estaba frente a la puerta principal.
Me dí
cuenta que extrajo del bolso de su abrigo una llave. Ví que abrió la puerta con
rapidez y entró dentro del templo. Ya no puede decir más. Lo que ocurrió
dentro, lo adivino, pero no puedo afirmarlo. Sospecho que rezar.
Todavía no eran las ocho y media de la
mañana y a buen seguro que el pastor de almas rezaba por sus feligreses. Para mi ha sido un buen ejemplo, una hermosa
lección, hoy, Jornada Mundial de la Vida Consagrada.
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