lunes, 5 de enero de 2015

VIEJOS ESCRITOS

Y me habló la madera

Era un día frío y seco, puro invierno, cuando llegué al templo y vi que la imagen de Santa Teresa de Jesús, que tantos años había visto colocada en un lateral del presbiterio, estaba puesta sobre una peana dorada, situada en el centro del retablo que se acababa de colocar en este templo. 

Apenas me senté en el banco de madera amarillenta, la Santa comenzó a hablarme. No me hablaba con palabras humanas, sino en el silencio. Era información interior, envuelta en misterio, pero con una claridad exquisita.

Lo primero que me dijo fue que estaba feliz ocupando su nuevo puesto. Que hacía tiempo que estaba esperando este cambio. Que no estaba disgustada con nadie. Ni con quienes la trajeron a esta iglesia, ni con quienes habían decidido que ocupase el último lugar en el rango de preferencias. 

"Al fin de cuentas -siguió diciendo la Santa- Jesús es el Señor y María es su Madre. Y yo -aunque santa- no dejo de ser una criatura, "vanidosilla" a veces, ligera en otras y merecedora del infierno en muchas ocasiones". (SEGUIRÁ)

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