Y ME HABLÓ LA MADERA
Al fin, cerraron el trato. No
pude enterarme del precio, cosa que agradecí, pero sí advertí que unos y otros
estaban contentos. Marcharon de allí, con cierta rapidez, quizás a celebrarlo a
algún lugar cercano. Sólo se despidió de mí el señor del calzón verde y blusa negra.
Se acercó hasta mí, me dio unos golpecitos con un pequeño martillo, después
hizo sobre mí una marca con un objeto punzante y me dijo, bajito, como al oído:
Hasta luego hermoso tronco. Y que sepas que aunque eres añejo y vetusto, yo
seré tu creador. Te infundiré un nuevo rostro, te daré vida y te mirarán con
devoción y piedad mucha gente. Espero que me lo agradezcas algún día y cuando
cuentes estas cosas, que algún día las contarás, me recuerdes con cariño, me
recuerdes como a un padre.
Yo no me ví en aquel momento,
porque lleno de vergüenza cerré los ojos. Luego, con el tiempo, me dijo mi
padre que me había puesto totalmente rojo. Lo que sí recuerdo es que por mi
interior sentí como un suave cosquilleo que recorrió todo mi ser. Que quise
decir algo, preguntar algo, incluso quise protestar enérgicamente, pero no
pude hacerlo, un grueso nudo se me puso en la garganta. Quedé
completamente mudo.
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