miércoles, 9 de junio de 2010

DÉCIMA SEMANA DEL T. O.

JUEVES
SAN MATEO 5, 20-26

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK: http://www.tresmasdos.es/

Os digo, pues, que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos.
»Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás, y el que mate será reo de juicio. Pero yo os digo: Todo el que se llene de ira contra su hermano será reo de juicio; y el que insulte a su hermano será reo ante el Sanedrín; el que le maldiga será reo del fuego del infierno. Por tanto, si al llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar, vete primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve después para presentar tu ofrenda. Ponte de acuerdo cuanto antes con tu adversario mientras vas de camino con él; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al alguacil y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que restituyas la última moneda.

Entrar en el Reino de los Cielos es la meta que el hombre debe conseguir. Para eso, hemos sido creados por Dios. Para servirle en esta vida y después gozar de su compañía en la vida eterna. Pero para entrar en el Reino de los Cielos —según tus palabras— debemos superar en “justicia” a los escribas y a los fariseos.

Señor, para eso, nos recordaste una serie de peldaños a subir, una serie de acciones a realizar, unos mandamientos imprescindibles que cumplir. Habéis oído que se dijo..., pero yo os digo. Esta era la fórmula que acababas de introducir para establecer las diferencias entre tu programa y el Antiguo. Habías afirmado que llevarías a plenitud la Ley Antigua, y comenzabas a establecer las bases para realizarlo, a marcar las diferencias. Se dijo..., os digo.

Y hablaste del “no matar antiguo”, que seguías manteniendo. Pero ahora reforzabas su exigencia. Exigías: no sólo no hacer daño sino amar al hermano; no sólo no quitar la vida sino demostrar comprensión con el hermano; incluso exigías rehacer la fraternidad si esta se hubiera roto o quebrado; exigías hasta dejar la ofrenda ante el altar e ir primero a reconciliarte con el hermano.

Exigías no sólo no matar, sino perdonar, querer, amar al hermano. Con tu vida y con tus palabras, Señor, habías dado un salto gigantesco en la historia de la salvación. Algo importante acababa de empezar.

martes, 8 de junio de 2010

DÉCIMA SEMANA DEL T. O.

MIÉRCOLES
SAN MATEO 5, 17-19

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK:  http://www.elizagipuzkoa.org/

»No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolirlos sino a darles su plenitud. En verdad os digo que mientras no pasen el cielo y la tierra, de la Ley no pasará ni la más pequeña letra o trazo hasta que todo se cumpla. Así, el que quebrante uno solo de estos mandamientos, incluso de los más pequeños, y enseñe a los hombres a hacer lo mismo, será el más pequeño en el Reino de los Cielos. Por el contrario, el que los cumpla y enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos.

Siempre hablaste claro, Señor. También ahora. Nos dijiste que tu llegada al mundo no traía la misión de abolir la Ley ni los Profetas. Que habías venido a la tierra a dar plenitud a la Ley de los Antiguos, a las palabras de los Profetas.

Y tan verdad era lo que decías que pusiste por señal al cielo y a la tierra. Ellos serían testigos de que tus promesas iban a cumplirse hasta en el más mínimo detalle. Tú, Señor, eres la Verdad.

Dijiste también que quien quebrantase uno solo de esos mandamientos o enseñase a los demás a quebrantarlos, sería el más pequeño en el Reino de Dios. Y el que los cumpla y enseñe, será el más grande en el Cielo.

“Jesús enseña el verdadero valor de la Ley que Dios había dado al pueblo hebreo a través de Moisés, y la perfecciona aportando, con autoridad divina, su interpretación definitiva. Jesús añade a lo que “fue dicho” (por Dios), lo que Él ahora establece. No anula los preceptos de la Antigua Ley, sino que los interioriza, los lleva a la perfección de su contenido, proponiendo lo que estaba implícito en ellos, aunque los hombres no lo hubieran entendido en profundidad” .

Señor, pido tu ayuda para saber aceptar tu Ley (Nueva y Antigua); para saber cumplirla en lo pequeño y en lo grande.

lunes, 7 de junio de 2010

DÉCIMA SEMANA DEL T. O.

MARTES
SAN MATEO 5, 13-16

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK: http://www.opusdei.org/

»Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa ¿con qué se salará? No vale más que para tirarla fuera y que la pisotee la gente.
»Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en lo alto de un monte; ni se enciende una luz para ponerla debajo de un celemín, sino sobre un candelero a fin de que alumbre a todos los de la casa. Alumbre así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre, que está en los Cielos.

Todos habían desaparecido. Sólo tus discípulos permanecían contigo. Quizás se hallaban algunos más a tu alrededor. De estas precisiones no se ocuparon los evangelistas. Les preocupaba más la fuerza de tu mensaje. En todo caso, según dice el texto, comenzaste a proclamar: vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo.

Era como decir: sed sal, sed luz. Sólo así, los demás, al ver vuestra luz y al notar vuestra sal, glorificarán a Dios Padre que está en los cielos; y darán testimonio de la grandeza de Dios.

Me pregunto. ¿Soy sal para los demás? ¿Soy luz para el mundo? ¿Mis buenas obras ayudan a los demás a glorificar a Dios? ¿Paso por el mundo dando luz y calor? Ayúdame a ser sal y a ser luz.

También dijiste, que si la sal se vuelve sosa, no sirve para nada sino para tirarla y pisarla; y que si la luz se pone debajo del celemín, no sirve para nada. Ayúdanos a sazonar, a alumbrar; a cumplir nuestra misión de seguidores tuyos, de continuadores de tu obra.

Te pedimos, Señor, que pongas tu dulce sabor en la vida de cada uno de nosotros y tu luz refulgente en nuestras acciones. Y con tu gracia y tu ayuda todos y cada uno seamos sal que sazona y luz que alumbra y que quema.

domingo, 6 de junio de 2010

DÉCIMA SEMANA DEL T. O.

LUNES
SAN MATEO 5, 1-12

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK:  http://www.diocesispalencia.org/

Al ver Jesús a las multitudes, subió al monte; se sentó y se le acercaron sus discípulos; y abriendo su boca les enseñaba diciendo:
—Bienaventurados los pobres de espíritu, porque suyo es el Reino de los Cielos.
»Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados.
»Bienaventurados los mansos, porque heredarán la tierra.
»Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque quedarán saciados.
»Bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia.
»Bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a Dios.
»Bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios.
»Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque suyo es el Reino de los Cielos.
»Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y, mintiendo, digan contra vosotros todo tipo de maldad por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo: de la misma manera persiguieron a los profetas de antes de vosotros.

Quizás tus discípulos te preguntaron más de una vez, quienes podían considerarse felices, dichosos, según las exigencias de tu doctrina. Y Tú, Señor, les habrías respondido que le felicidad no se hallaba ni en las riquezas, ni el poder, ni en la fama, ni en el placer. Pero ellos no acaban de entenderte.

Es verdad, que conocían por experiencia que ni los que gozaban de poder eran siempre felices, ni los que gozaban de buena salud eran, en todo momento, dichosos, ni los que poseían muchos bienes gozaban siempre de felicidad. Entonces, se preguntaban: ¿dónde se encuentra la felicidad? ¿quiénes son los verdaderamente felices?

Sabían también tus discípulos que Tú habías nacido pobre; que nunca presumías de poder; que jamás buscabas el aplauso; que lo tuyo no era acudir, sin más, a banquetes, a comidas, a fiestas. ¿Estaría la felicidad en estas cosas?

Querían saberlo. Por eso, un día te lo preguntaron más claramente: Señor, ¿quienes son los auténticos bienaventurados, los felices de verdad?

sábado, 5 de junio de 2010

SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI
Evangelio según san Lucas 9, 11b-17


CON UN SOLO GOLPE DE CLIK:  http://www.architoledo.org/

En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban.
Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle:
— «Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.»
El les contestó:
— «Dadles vosotros de comer.»
Ellos replicaron:
— «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.»
Porque eran unos cinco mil hombres.
Jesús dijo a sus discípulos:
— «Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.»
Lo hicieron así, y todos se echaron.
Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos

La solemnidad del Corpus Christi que hoy celebramos, nos invita a contemplar el misterio supremo de nuestra fe: la santísima Eucaristía, presencia real de nuestro Señor Jesucristo en el Sacramento del altar.

Nació esta fiesta con la finalidad precisa de reafirmar abiertamente la fe del pueblo de Dios en Jesucristo vivo y realmente presente en el santísimo sacramento de la Eucaristía. Fue instituida esta fiesta para adorar, alabar y dar públicamente las gracias al Señor, que "en el Sacramento eucarístico Jesús sigue amándonos "hasta el extremo", hasta el don de su cuerpo y de su sangre".

Con esta celebración, la Iglesia quiere subrayar la necesidad y la importancia de la Eucaristía. La Eucaristía es el centro de la vida cristiana. Ella es la fuente y el culmen de toda acción cristiana. Por la Eucaristía vive y crece la Iglesia. Por la Eucaristía vivimos y crecemos los cristianos.

En la Eucaristía recibimos el pan de la Palabra de Dios como la luz que debe iluminar nuestra vida; y en ella recibimos el Pan de la Vida que es Jesucristo que se nos da en la comunión para nuestro alimento y crecimiento espiritual en el camino hacia la vida eterna, que es la meta de la fe.

Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, cumple el mandato de Jesús de hacer en memoria suya lo que Él hizo en la última cena; celebra el memorial del sacrificio de Jesucristo en la Cruz y también la ofrenda que Jesucristo glorioso hace de toda su vida.

Este recuerdo no es una simple evocación de los acontecimientos salvadores de Jesús, sino una actualización, siempre viva y eficaz de los mismos. Por eso, la Eucaristía es el sacramento del amor: Jesucristo de nuevo se ofrece y se entrega totalmente por nosotros (cf. Catecismo, 1362s).

Es necesario por nuestra parte, superar la comodidad y convencernos de que necesitamos participar en la Eucaristía todos los Domingos. Y después, el haber celebrado la Eucaristía se ha de notar en la vida de cada día: el que participa en la Eucaristía ha de dar testimonio cada día de aquello que celebra el Domingo. No ha de dar testimonio de que es perfecto, sino de que trata de serlo, de que lucha y se esfuerza por ser cada día mejor cristiano. El que participa en la Eucaristía ha de vivir con un estilo diferente al estilo de vida del mundo.

Adoremos con devoción el Santísimo Sacramento, al final de la Misa haremos un breve rato de adoración, y vivamos después como verdaderos adoradores.

viernes, 4 de junio de 2010

NOVENA SEMANA DEL T. O.

SÁBADO
SAN MARCOS 12, 38-44

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK: http://www.opusdei.org/

Y enseñándoles, decía:
—Cuidado con los escribas, a los que les gusta pasear vestidos con largas túnicas y que los saluden en las plazas, y ocupar los primeros asientos en las Sinagogas y los primeros puestos en los banquetes. Devoran las casas de las viudas mientras fingen largas oraciones. Éstos recibirán una condena más severa.
Sentado Jesús frente al gazofilacio, miraba cómo la gente echaba en él monedas de cobre, y bastantes ricos echaban mucho. Y al llegar una viuda pobre, echó dos monedas, que hacen la cuarta parte del as. Llamando a sus discípulos, les dijo:
—En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos los que han echado en el gazofilacio, pues todos han echado algo de lo que les sobraba; ella, en cambio, en su necesidad, ha echado todo lo que tenía, todo su sustento.

Tú hablabas siempre de cosas importantes y con delicadeza descendías a los detalles. “Los tuyos” te escuchaban y aprendían. A veces, olvidaban lo escuchado, pero lo recordaban de nuevo. Era la tuya toda una estratagema pedagógica. Un día les enseñaste que se guardasen de los escribas.

A los escribas les gustaba pasear llevando vestidos lujosos, les gustaba que las gentes les saludaran en las plazas; les encantaba ocupar los primeros asientos en la Sinagoga y escoger los primeros puestos en los banquetes. Los escribas se aprovechaban de los bienes de las viudas, fingían rezar largo y tendido: hacer comedia.

Un día les dijiste a “los tuyos”, que los escribas y los que como ellos actuasen, recibirían un juicio severo. Convenía, pues, “guardarse” de imitar sus conductas; había que procurar no ser como ellos. El modelo eras Tú; no “los escribas”.

Quizás ese mismo día, te fijaste en la ofrenda de la viuda. Estabas sentado frente al gazofilacio. Te entretenías contemplando cómo la gente echaba monedas de cobre, algunos echaban muchas. Al llegar aquella viuda, pobre y buena, echó dos monedas, es decir, una miseria. Entonces Tú, te pusiste de pie, y alborozado llamaste a tus discípulos. Todos acudieron a tu llamada, se colocaron a tu alrededor. Y les dijiste: Esta viuda, pobre y sencilla, ha sido la más generosa, porque ha dado todo lo que tenía.

Fue aquella una lección práctica de generosidad. No es más el que más tiene, sino el que más es. No es más el que más puede, sino el que más es. No es más el que más triunfa, sino el que más es.

jueves, 3 de junio de 2010

NOVENA SEMANA DEL T. O.

VIERNES
SAN MARCOS 12, 35-37

CON SOLO GOLPE DE CLIK: http://www.diariopalentino.es/

Y tomando la palabra, decía enseñando en el Templo:
—¿Cómo dicen los escribas que el Cristo es hijo de David? El mismo David, movido por el Espíritu Santo, ha dicho:
Dijo el Señor a mi Señor: “Siéntate a mi derecha,
hasta que ponga a tus enemigos bajo tus pies”.
»El mismo David le llama Señor. Entonces, ¿cómo va ser hijo suyo?
Y una inmensa muchedumbre le escuchaba con gusto.

Tú, Señor, estabas en el Templo. Estabas enseñando. En un momento de tu intervención, preguntaste a los que te escuchaban. ¿Cómo dicen los escribas que el Cristo es hijo de David, si el mismo David le llama Señor? ¿Si es Señor, cómo puede ser hijo? Na-die dijo nada; o, mejor dicho, nada se recoge en el texto. Porque Tú sí que debiste decir algo, pues la muchedumbre te escuchaba con gusto. Yo también quiero escuchar.

Se puede escuchar a la fuerza: como el ruido de un camión que pasa bajo tu ventana; se puede escuchar con resignación: como se escucha la reprimenda que te larga alguien; se puede escuchar con prisa: como el consejo en la escalerilla del tren que sale de la estación; se puede escuchar con desgana: como la perorata lenta y aburrida del conferenciante de turno; se puede escuchar de otras muchas maneras. A mi me gusta escucharte, ilusionado, emocionado, feliz. Hoy te digo una vez más:

Habla, Señor, que tu siervo escucha.
habla, Señor, te quiero escuchar;
habla, Señor, dame tu mensaje;
habla, Señor, dame tu verdad.

Danos, Señor, buenas entendederas; que sepamos escuchar, que sepamos concretar.

miércoles, 2 de junio de 2010

NOVENA SEMANA DEL T. O.

JUEVES
SAN MARCOS 12, 28B-34

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK: http://www.santuariosanantonio.com/

Se acercó uno de los escribas, que había oído la discusión y, al ver lo bien que les había respondido, le preguntó:
—¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?
Jesús respondió:
—El primero es: Escucha, Israel, el Señor Dios nuestro es el único Señor; y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos.
Y le dijo el escriba:
—¡Bien Maestro!, con verdad has dicho que Dios es uno solo y no hay otro fuera de Él; y amarle con todo el corazón y con toda la inteligencia y con toda la fuerza, y amar al prójimo a como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios.
Viendo Jesús que le había respondido con sensatez, le dijo:
—No estás lejos del Reino de Dios.
Y ninguno se atrevía ya a hacerle preguntas.

El interlocutor en esta ocasión, Señor, fue un escriba. Había oído la discusión anterior, había comprobado que habías respondido bien y se acercó para preguntarte. Se ve que lo había meditado despacio y seriamente, porque la pregunta que te hizo, fue muy oportuna. Te preguntó: ¿cuál es el primero de todos los mandamientos?, es decir, ¿cuál es lo esencial para el hombre?

Tal vez, Señor, el escriba aquel era un buen cumplidor de la Ley; acaso hasta la enseñaba a cumplir a otros minuciosamente, y es posible que estuviera por encima de tantos preceptos, de tantas derivaciones, de tanta norma secundaria, con peligro de olvidar o minusvalorar lo principal. Quizás por eso, te preguntó: ¿cuál es el primero, o sea, lo que realmente merece la pena tener en cuenta?

Y Tú, Señor, le respondiste: El primero es: escucha Israel, el Señor Dios nuestro es el único Señor; y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Un único Dios y un amor total a este Dios. Y el segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, es decir, Dios único Dios y los demás imagen de Dios.

El escriba quedó satisfecho. Estaba de acuerdo. Aquello era lo que había aprendido de la Ley de Moisés, de sus mayores. Ahí estaba encerrado el decálogo entero. El escriba estaba contento.

Y Tú, Señor, le dijiste una cosa muy bonita: no estás lejos del Reino de Dios, es decir, estás cerca, acaso muy cerca, y quizás pronto llegaría a poseerlo para toda la eternidad. Y ya nadie se atrevió a preguntarte más cosas. La lección de hoy había sido entendida y acogida.

martes, 1 de junio de 2010

NOVENA SEMANA DEL T. O.

MIÉRCOLES
SAN MARCOS 12, 18-27

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK:  http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/c2o.htm

Después se le acercan unos saduceos —que niegan la resurrección— y comenzaron a preguntarle:
—Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si muere el hermano de alguien y deja mujer sin hijos, su hermano la tomará por mujer y dará descendencia a su hermano. Eran siete hermanos. El primero tomó mujer y murió sin dejar descendencia. Lo mismo el segundo: la tomó por mujer y murió sin dejar descendencia. De igual modo el tercero. Los siete no dejaron descendencia. Después de todos murió también la mujer. En la resurrección, cuando resuciten, ¿de cuál de ellos será esposa?, porque los siete la tuvieron por esposa.
Y Jesús les contestó:
—¿No estáis equivocados precisamente por no entender las Escrituras ni el poder de Dios? Cuando resuciten de entre los muertos, no se casarán ni ellas ni ellos, sino que serán como los ángeles en el cielo. Y sobre que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en el pasaje de la zarza, cómo le habló Dios diciendo: Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob? No es Dios de muertos, sino de vivos. Estáis muy equivocados.

Los fariseos y los herodianos habían desaparecido. Ahora llegan hasta Ti, Señor, unos saduceos. Estos negaban la resurrección de la carne. No admitían otra vida, ni otros tiempos. Sólo la materia contaba para ellos. Vivían la vida presente pero rechazaban la futura.

Comienzan a preguntar. Para fundamentar sus preguntas apelan, convencidos, a lo establecido por Moisés en el caso de que un hermano muera sin dejar hijos: el hermano debería tomar la mujer de su hermano y darle descendencia.

A continuación narran un caso, a todas luces, hipotético. Eran siete hermanos. Uno tras otro se casó con la misma mujer y los siete murieron sin dejar descendencia. Murió también la mujer. He aquí la cuestión: En la resurrección, cuando todos resuciten, ¿de cuál de ellos será esposa?

Tu respuesta no se hizo esperar. Con autoridad y firmeza les contestaste: estáis equivocados, no entendéis ni las escrituras ni el poder de Dios. Cuando resuciten los muertos, sabedlo bien, no habrá casamientos. Los cuerpos resucitados serán como Ángeles en el cielo.

Leed a Moisés, repasad el pasaje de la zarza, y allí veréis lo que Dios dice: Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob. Y sabed que Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos.

En consecuencia: estáis muy equivocados.

lunes, 31 de mayo de 2010

OCTAVA SEMANA DEL T. O.

MARTES
SAN MARCOS 10, 28-31    

CON UN SOLO CLIK: http://www.editorialdeespiritualidad.com/
Comenzó Pedro a decirle:
—Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.
Jesús respondió:
—En verdad os digo que no hay nadie que haya dejado casa, hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o campos por mí y por el Evangelio, que no reciba en este mundo cien veces más en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y campos, con persecuciones; y en el siglo venidero, la vida eterna. Porque muchos primeros serán últimos, y muchos últimos serán primeros.

Al fin intervino Pedro. Y es que Pedro no podía estar callado. Yo, de estar allí, me habría ocultado entre los demás y no hubiera rechistado. Pero Pedro no, Pedro era así, extrovertido, lanzado; tenía que estar en primera fila, no en vano iba a ser el cabeza del grupo; y con el tiempo sería: vicario tuyo. Bueno, pues eso, Pedro comenzó a decirte: Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido, es decir, somos tus discípulos.

Cada vez que reflexiono sobre esta afirmación de Pedro, me emociono. Primero por la verdad que encierra: Pedro y los otros discípulos habían decidido “dejarlo todo”; lo habían dejado todo para seguirte a Ti, Señor. Y en segundo lugar, por tantos y tantos que a lo largo de los siglos, para servirte a Ti y a los hombres, también lo dejaron todo.

Tú dijiste a Pedro: en verdad os digo que no hay nadie que habiendo dejado casa, hermanos o hermanas, madre o padre, o hijos, o campos por Mí y por el Evangelio, no reciba en esta vida cien veces más y después la vida eterna. Cien veces más y la vida eterna. ¡Hermosa promesa para el presente y para el futuro!

Y, al final, un regalo: muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros. Señor, desde mi pobreza, premia mi humildad.

domingo, 30 de mayo de 2010

NOVENA SEMANA DEL T. O.

LUNES
SAN MARCOS 12, 1-12

CON UN SOLO CLIK: http://www.gaceta.es/

Y comenzó a hablarles en parábolas:
—Un hombre plantó una viña, la rodeó de una cerca, excavó un lagar, edificó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó de allí. A su debido momento envió un siervo a los labradores, para percibir de éstos los frutos de la viña. Pero ellos, lo agarraron, lo golpearon y despacharon con las manos vacías. De nuevo les envió otro siervo, y a éste le hirieron en la cabeza y lo ultrajaron. Y envió otro y lo mataron; y a otros muchos, de los cuales a unos los herían y a otros los mataban. Todavía le quedaba uno, su hijo amado; y lo envió por último a ellos, pensando: “A mi hijo lo respetarán”. Pero aquellos labradores se dijeron: “Este es el heredero. Vamos, lo mataremos y será nuestra la heredad”. Y lo agarraron, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña. ¿Qué hará, pues, el dueño de la viña? Vendrá, exterminará a los labradores y entregará la viña a otros. ¿No habéis leído esta escritura:
La piedra que rechazaron los constructores,
ésta ha llegado a ser piedra angular.
Es el Señor quien ha hecho esto,
y es admirable a nuestros ojos?
Entonces intentaban prenderlo, pero tuvieron miedo a la multitud: comprendieron que había dicho aquella parábola por ellos. Y dejándole, se fueron.

Era costumbre en tu tiempo, Señor, hablar en parábolas; enseñar mediante comparaciones y ejemplos. Y Tú, con frecuencia, utilizaste este género para comunicarte con tus discípulos y también para aleccionar a la gente. A mí me gusta, ahora, leer tus parábolas, meditarlas despacio y procurar extraer conclusiones.

La de hoy, es una parábola sencilla, expresiva. Sacada de la vida diaria, por lo tanto, muy conocida para los contemporáneos. El tema central era la viña que un dueño había plantado, cercado, excavado, mimado. Pero un día, aquel dueño la arrendó a unos labradores y él se alejó de aquel lugar. ¡Y allí quedó su viña amada, en manos extrañas!

Pasado un tiempo, el dueño de la viña envió a uno de sus siervos con el fin de recibir de los labradores los frutos correspondientes. Y aquellos labradores agarraron a aquel siervo, lo golpearon y lo despidieron sin darle nada. Mandó a otro siervo e hicieron lo mismo. Envió a otros más y los trataron con desprecio, incluso a algunos los mataron.

Al dueño aún le quedaba una solución: enviaría a su hijo amado. A éste —pensaba— le respetarán. Pero aquellos labradores que lo único que proyectaban era hacerse con la herencia, apoderarse de la viña, al llegar el hijo, se dijeron unos a otros: “Este es el heredero, matémosle y será nuestra la viña”.

Y así lo hicieron: mataron al hijo y lo arrojaron fuera de la viña. La pregunta era evidente: “¿qué hará el amo de la viña?” y la respuesta también clara: “exterminará a los labradores y entregará la viña a otros”.

Y Tú, Señor, como conclusión citaste las palabras del Salmo 118. “La piedra que los constructores desecharon en piedra angular se ha convertido”.

Entonces, Señor, algunos de los oyentes, se fueron.

sábado, 29 de mayo de 2010

SOLEMNIDAD DE LA SANTISIMA TRINIDAD

Del evangelio según
san Juan 16, 12-15

CON UN SOLO CLIK:  http://santamariadebaionadiocesistuy-vigo.blogspot.com/

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: — «Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará.»

En este domingo, que sigue a Pentecostés, celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad. Esta celebración nos recuerda que Dios es un misterio. Misterio que hemos de vivir desde la fe y el amor.
En este misterio de Dios que hoy celebramos, es fundamental descubrir que Dios nos ama, que Dios nos quiere; que desea que todos nos salvemos y lleguemos al conocimiento de la verdad.

Y nos ama como somos: aunque nosotros no queramos saber nada de él, incluso aunque a veces lo persigamos. nos ama con fidelidad, y no deja de amarnos aunque seamos inconstante y pecadores. Nos ama más que nadie: nos ama hasta dar la vida por nosotros.

Por eso, hemos de descubrir que todo lo que Dios dice, enseña y manda, no lo hace para agobiarnos, sino para mostrarnos el verdadero camino que conduce a la felicidad y a la vida eterna. ¡Esta es la clave para comprender todo el mensaje cristiano, con todas sus exigencias! Esta es la clave también para poder creer en el Misterio de la Trinidad.

Misterio de amor: Tres Personas que son un solo Dios, porque el Padre es amor, el Hijo es amor y el Espíritu Santo es amor. Dios es todo amor y sólo amor, amor purísimo, infinito y eterno. Y porque Dios es amor, no vive en una espléndida soledad, sino que más bien es fuente inagotable de vida que se entrega y comunica incesantemente. Y hasta tal punto, que todos hemos sido creados a imagen de la Trinidad.

La prueba más fuerte de que hemos sido creados a imagen de la Trinidad es que sólo el amor de Dios nos hace felices. La Virgen María, estamos terminando el mes de mayo, con su dócil humildad, se convirtió en esclava del Amor divino: aceptó la voluntad del Padre y concibió al Hijo por obra del Espíritu Santo. Acudamos a su intercesión.

La fiesta de hoy, Solemnidad de la Trinidad, es una invitación a amar a Dios, a entrar en el misterio, y, a través del amor, dejar que El nos ilumine, se nos vaya manifestando, y nos haga crecer en la santidad para estar llenos de Él. Es una invitación a vaciarnos de nosotros mismo para llenarnos de Dios: y así seremos verdaderamente felices, sólo así viviremos auténticamente como personas y tendrá sentido nuestra vida.

viernes, 28 de mayo de 2010

OCTAVA SEMANA DEL T. O.

SÁBADO
SAN MARCOS 11, 27-33

CON UN SOLO CLIK: http://www.sacerdotesyseminaristas.org/

Llegan de nuevo a Jerusalén. Y mientras paseaba por el Templo, se le acercaron los príncipes de los sacerdotes, los escribas y los ancianos, y le dijeron:
—¿Con qué potestad haces estas cosas?, o ¿quién te ha dado tal potestad para hacerlas?
Jesús les contestó:
—Os voy a hacer una pregunta. Respondedme, y os diré con qué potestad hago estas cosas: el bautismo de Juan ¿era del cielo o de los hombres? Respondedme.
Y deliberaban entre sí: Si decimos que del cielo, replicará: “¿Por qué, pues, no le creísteis? Pero ¿vamos a decir que de los hombres? Temían a la gente; pues todos tenían a Juan como a un verdadero profeta. Y respondieron a Jesús:
—No lo sabemos.
Entonces Jesús les dijo:—Pues tampoco yo os digo con qué potestad hago estas cosas.

Otra vez en Jerusalén. De nuevo en el Templo. En el Templo te encontrabas, Señor, con la grandeza divina y con la miseria humana. En el templo pedías y curabas; bendecías y escuchabas. En el Templo vivías contento con Dios y hacías felices a los hombres.

Los sacerdotes, los escribas y los ancianos te seguían. Hasta allí llegaron. Y te preguntaron de dónde te venía esa potestad para realizar las cosas que hacías. Tú, Señor, les respondiste con otra pregunta: decidme: ¿el bautismo de Juan era humano o divino?

Y ellos, después de analizar el asunto durante un rato, te dijeron: no lo sabemos. Contestación que encerraba dos cosas: ignorancia o malicia; ignorancia porque debían saberlo; o malicia, porque sabiéndolo mentían.

Entonces Tú, Señor, descubriste su intención. Era como decir: lo sabéis, pero no queréis responder; lo sabéis pero carecéis de valor para manifestar la verdad. Por lo tanto, no merecéis contestación. No os voy a decir con qué potestad hago estas cosas. Y nadie dijo nada. Todos se fueron acobardados, mustios.

Tú, Señor, quiero pensar, seguirías en el Templo pidiendo al Padre-Dios, por todos los cobardes de la historia, por todos los envidiosos del mundo, por todos los insatisfechos y atolondrados.

jueves, 27 de mayo de 2010

OCTAVA SEMANA DEL T. O.
VIERNES
SAN MARCOS 11, 11-26

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Y entró en Jerusalén en el Templo; y después de observar todo atentamente, como ya era hora tardía, salió para Betania con los doce.
Al día siguiente, cuando salían de Betania, sintió hambre. Viendo de lejos una higuera que tenía hojas, se acercó por si encontraba algo en ella, pero cuando llegó no encontró más que hojas, pues no era tiempo de higos. Y la increpó:
—Que nunca jamás coma nadie fruto de ti.
Y sus discípulos lo estaban escuchando.
Llegaron a Jerusalén. Y, entrando en el Templo, comenzó a expulsar a los que vendían y a los que compraban en el Templo, y volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas. Y no permitía que nadie transportase cosas por el Templo. Y les enseñaba diciendo:
—¿No está escrito que mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones? Vosotros, en cambio, la habéis convertido en una cueva de ladrones.
Lo oyeron los príncipes de los sacerdotes y los escribas, y buscaban el modo de acabar con él; pues le temían, ya que toda la muchedumbre estaba admirada de su enseñanza.
Y al atardecer salieron de la ciudad.
Por la mañana, al pasar, vieron que la higuera se había secado de raíz. Y acordándose Pedro, le dijo:
—Rabbí, mira, la higuera que maldijiste se ha secado.
Jesús les contestó:
—Tened fe en Dios. En verdad os digo que cualquiera que diga a este monte: Arráncate y échate al mar, sin dudar en su corazón, sino creyendo que se hará lo que dice, le será concedido. Por tanto os digo: todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo recibisteis y se os concederá. Y cuando os pongáis de pie para orar, perdonad si tenéis algo contra alguno, a fin de que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone vuestros pecados..

Ibas, Señor, camino de Betania. Te acompañaban los doce. ¡Trece hombres avanzando por caminos de tierra y de polvo! Hablaríais de mil cosas. Cuándo con uno; cuándo, con otro. A éste, le ayudarías a cambiar su carácter; a otro, a ensanchar su corazón. A ratos, todos juntos cantaríais algún salmo. Otras veces caminaríais en silencio. En esto, casi de noche, llegasteis a Betania.

Aquella noche pasó sin novedad. Nada recogen los evangelistas. Estaríais fatigados y os retiraríais a descansar temprano, hasta el amanecer. Ni los ladridos de los perros ni el cantar de los pájaros rompieron vuestro sueño. Fue una noche tranquila, serena.

Al día siguiente, de madrugada, salíais de Betania. Poco después, Tú, Señor, sentiste hambre. De lejos viste una higuera llena de hojas; os acercasteis, pero al llegar no encontrasteis en ella más que hojas. Y aunque no era tiempo de higos, pronunciaste Tú, Señor, sobre la higuera, aquellas duras palabras: “nunca jamás coma nadie fruto de ti”. Y tus discípulos lo estaban escuchando.

Señor, si Tú sabías que la higuera no tenía higos, que no era tiempo de higos. ¿Por qué fuiste a buscarlos? ¿Por qué te disgustaste al no encontralos? ¿Qué querías enseñarnos? “Los Santos Padres, cuyo sentir recoge San Beda en su comentario al pasaje, nos enseñan que el milagro de Jesús tiene una intención alegórica: Jesús había venido a los suyos, al pueblo judío, con hambres de encontrar frutos de santidad y buenas obras, pero no encontró sino las prácticas exteriores, que al no tener su correspondiente fruto, se quedaban reducidas a mera hojarasca” .

Jesús les dice a los doce —así alegóricamente— si vosotros no queréis ser condenados, debéis ser árboles que den frutos de verdad. Se ve que los doce lo entendieron a la primera.

Somos pobres, Señor, pero no dejes de apreciar nuestros deseos, ilusiones, sueños, para que cuando vengas a recoger frutos, los encuentres.

miércoles, 26 de mayo de 2010

OCTAVA SEMANA DEL T. O.

JUEVES
SAN MARCOS 10, 46-52 

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Llegan a Jericó. Y cuando salía él de Jericó con sus discípulos y una gran multitud, un ciego, Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado junto al camino pidiendo limosna. Y al oír que era Jesús Nazareno, comenzó a decir a gritos:
—Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí.
Y muchos le reprendían para que se callara. Pero él gritaba mucho más:
—Hijo de David, ten piedad de mí.
Se paró Jesús y dijo:
—Llamadle.
Llamaron al ciego diciéndole:
—¡Animo!, levántate, te llama.
Él, arrojando su manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le preguntó:
—¿Qué quieres que te haga?
El ciego le respondió:
—Rabboni, que vea —le respondió el ciego.
Entonces Jesús le dijo:
—Anda, tu fe te ha salvado.
Y al instante recobró la vista. Y le seguía por el camino.

Jericó es una ciudad en el valle del Jordán. En otro tiempo amurallada. En tus días, Señor, ciudad de trasiego y cruce de caminos. Entre las gentes que transitaban por esta ciudad se encontraban pobres y pordioseros. Un día llegaste Tú, Señor, a Jericó y allí descansaste del trabajo de una jornada llena de actividad y de emociones.

A la mañana siguiente, cuando partías de Jericó con tus discípulos y acompañado de una gran multitud que te seguía, un ciego, Bartimeo, el hijo de Timeo, que estaba sentado al lado del camino, donde pedía limosna, comenzó a gritar: ¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí! Muchos le instaban a que callase. Pero él no hacía caso, al contrario, levantando más la voz, repetía lo mismo.

Te paraste en el camino. Aquellos gritos habían llegado hasta Ti. Mandaste que le llamaran. Le llamaron. El ciego, tan pronto oyó que le llamabais, arrojó su manto, sus cosas, dio un salto sobre el suelo y se acercó hacia Ti. La escena debió ser maravillosa: Tú, sonriente, amable. Los Apóstoles animando al ciego a que se ade-lantara. El ciego brincando de alegría; las gentes expectantes por lo que podía ocurrir.

Y enseguida, comenzasteis, Señor, un breve pero hermoso encuentro. Palabra y diálogo. ¿Qué quieres que te haga?, preguntaste. Y el ciego respondió: que vea Señor. Y Tú, Señor, con autoridad, con presteza, dijiste: Anda, tu fe te ha salvado. Y el ciego “al instante recibió la vista”. Y Tú, Señor, seguiste tu camino. Y el ciego caminaba a tu lado.

Por el camino hablarías con tus discípulos del comportamiento de Bartimeo: de su fuerza para pedir la curación, de su insistencia en su petición, del despego de sus cosas ante tu llamada, de la fe enorme que tenía, de la sencillez del diálogo que mantuvisteis, de la alegría al recobrar la vista, de la generosidad para seguirte por el camino.

Quiero Señor, como aquel ciego, tener fe en tu poder; ser constante en la oración; desprendido de mis cosas; generoso a tu llamada; agradecido por tu ayuda; responsable en la respuesta. Y al final, escuchar de Ti las palabras que dijiste a Bartimeo: Anda, tu fe ha salvado.

martes, 25 de mayo de 2010

OCTAVA SEMANA DEL T. O.
MIÉRCOLES
MARCOS 10, 32-45

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Iban de camino subiendo a Jerusalén. Jesús los precedía y estaban sorprendidos; los que le seguían tenían miedo. Tomó de nuevo consigo a los doce, comenzó a decirles lo que le iba a suceder:
—Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas, le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles; se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán, pero a los tres días resucitará.
Entonces se acercan a él Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, diciéndole:
—Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir.
Él les dijo:
—¿Qué queréis que os haga?
Y ellos le contestaron:
—Concédenos sentarnos uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu gloria.
Y Jesús les dijo:
—No sabéis lo que pedís.
¿Podéis beber el cáliz que yo bebo, o recibir el bautismo con que yo soy bautizado?
—Podemos — le dijeron ellos.
Jesús les dijo:
—Beberéis el cáliz que yo bebo, y recibiréis el bautismo con que yo soy bautizado; pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me corresponde a mi concederlo, sino que es para quienes está dispuesto.
Al oír esto los diez comenzaron a indignarse contra Santiago y Juan. Entonces Jesús, les llamó y les dijo:
—Sabéis que los que figuran como jefes de las naciones las oprimen, y los poderosos los avasallan. No tiene que ser así entre vosotros; por el contrario: quien quiera llegar a ser grande entre vosotros, sea vuestro servidor; y quien entre vosotros quiera ser el primero, sea esclavo de todos: porque el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en redención por muchos.

Tú, Señor, abrías camino. Tus discípulos te seguían inquietos. Habías vuelto a decirles que debías subir a Jerusalén. Y que ibas a ser ajusticiado, condenado y morir. Ellos no acababan de entender este lenguaje. Y, distraídos, discutían, un tanto indignados, sobre la petición de los Zebedeos, sobre la necesidad de beber tu cáliz, sobre la operación de los poderosos.

Me encanta, Señor, verte de camino, andariego, lleno de polvo y tostado por el sol. Me entusiasma verte viajero por los caminos del mundo, fáciles y serenos unos y otros escabrosos y llenos de dificultades. Yo también ando por los caminos calurosos del asfalto, de la modernidad y del esfuerzo. Y, además, me anima verte en as-censo, victorioso, subiendo a la meta de Jerusalén donde esperaban los grandes acontecimientos de tu vida.

Y como hablar contigo, Señor, es pedir, te ruego que yo sepa subir por el camino de mi vida; de esta vida mía concreta y determinada. Es posible que nadie contemple mis pasos, que pocos se fijen en mis trabajos y quehaceres, pero sé que Tú, Señor, los miras, los juzgas y apuntas mis esfuerzos.

Como Tú, Señor, yo también subo a la Jerusalén eterna. Y sé que, como Tú, antes de llegar a la cima salvadora, tengo que recorrer los vericuetos de la soledad, del sufrimiento, de la cruz.

Me consuela saber que Tú nos has precedido; que Tú vas delante; que Tú marcas las sendas y fijas las trochas. Estoy orgulloso de seguirte, de caminar detrás de tus huellas, de ser tu discípulo.

En un alto del camino, dijiste de nuevo que te iban a condenar a muerte; que te iban a entregar a los gentiles; que se iban a burlar de Ti, que te iban a escupir, azotar, a matar. Pero que al tercer día resucitarías.

lunes, 24 de mayo de 2010

OCTAVA SEMANA DEL T. O.

MARTES
SAN MARCOS 10, 28-31

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Comenzó Pedro a decirle:
—Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.
Jesús respondió:
—En verdad os digo que no hay nadie que haya dejado casa, hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o campos por mí y por el Evangelio, que no reciba en este mundo cien veces más en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y campos, con persecuciones; y en el siglo venidero, la vida eterna. Porque muchos primeros serán últimos, y muchos últimos serán primeros.

Al fin intervino Pedro. Y es que Pedro no podía estar callado. Yo, de estar allí, me habría ocultado entre los demás y no hubiera rechistado. Pero Pedro no, Pedro era así, extrovertido, lanzado; tenía que estar en primera fila, no en vano iba a ser el cabeza del grupo; y con el tiempo sería: vicario tuyo. Bueno, pues eso, Pedro comenzó a decirte: Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido, es decir, somos tus discípulos.

Cada vez que reflexiono sobre esta afirmación de Pedro, me emociono. Primero por la verdad que encierra: Pedro y los otros discípulos habían decidido “dejarlo todo”; lo habían dejado todo para seguirte a Ti, Señor. Y en segundo lugar, por tantos y tantos que a lo largo de los siglos, para servirte a Ti y a los hombres, también lo dejaron todo.

Tú dijiste a Pedro: en verdad os digo que no hay nadie que habiendo dejado casa, hermanos o hermanas, madre o padre, o hijos, o campos por Mí y por el Evangelio, no reciba en esta vida cien veces más y después la vida eterna. Cien veces más y la vida eterna. ¡Hermosa promesa para el presente y para el futuro!

Y, al final, un regalo: muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros. Señor, desde mi pobreza, premia mi humildad.

domingo, 23 de mayo de 2010

OCTAVA SEMANA DEL T. O.

LUNES
SAN MARCOS 10, 17-27

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Cuando salía para ponerse en camino, vino uno corriendo y, arrodillado ante él, le preguntó:
—Maestro bueno, ¿qué debo hacer para conseguir la vida eterna?
Jesús le dijo:
—¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino uno solo, Dios. Ya conoces los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no dirás falso testimonio, no defraudarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre.
—Maestro, todo esto lo he guardado desde mi adolescencia —respondió él.
Y Jesús, fijó en él su mirada y quedó prendado de él. Y le dijo:
—Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo. Luego, ven y sígueme.
Pero él, afligido por estas palabras, se marchó triste, pues tenía muchas posesiones.
Jesús, mirando a su alrededor, dijo a sus discípulos:
—¡Qué difícilmente entrarán en el Reino de Dios los que tienen riquezas!
Los discípulos quedaron impresionados por sus palabras. Y hablándoles de nuevo, dijo:
—Hijos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios.
Y ellos se quedaron aún más asombrados diciéndose unos a otros:
—Entonces, ¿quién puede salvarse?
Jesús, con la mirada fija en ellos, les dijo:
—Para los hombres esto es imposible, pero para Dios no; porque para Dios todo es posible.

Podía ser por la mañana. Tú, Señor, salías a predicar. Quizás aquella noche habías rogado por los jóvenes judíos. Los evangelistas no dicen expresamente que Tú te reunieras con jóvenes. Pero ese día, precisamente, cuando salías para ponerte en camino, vino un joven —y vino corriendo— y, arrodillado ante Ti, te preguntó: Maestro bueno, ¿qué he de hacer para conseguir la vida eterna? Aquel joven te llamó bueno y deseaba conseguir la vida verdadera.

Tú, Señor, dijiste al joven: ¿y por qué me llamas bueno?, nadie es bueno sino Dios. ¿Quisiste decirle que eras Dios, porque eras bueno? ¿Que no podías ser bueno si no fueras Dios? Y seguiste: Ya conoces los mandamientos. Él respondió: “Sí, los he guardado todos desde mi infancia”.

Fijaste en él tu mirada, le amaste, y enseguida añadiste: si quie-res conseguir la vida eterna, vende cuanto tienes, dáselo a los pobres y luego ven conmigo. Y fue entonces cuando se rompió el diálogo.

Y el joven, afligida el alma, se quedó de piedra. Quizás no esperaba aquella respuesta. Y se marchó cabizbajo y triste. La razón fue que tenía muchos bienes y en ellos tenía puesta su confianza.

sábado, 22 de mayo de 2010

Solemnidad de Pentecostés
Del santo Evangelio
según San Juan 20,19-23.


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Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: -Paz a vosotros. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: -Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: -Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

Cuando Jesús se despidió de sus discípulos, les prometió que el Espíritu vendría para estar siempre con ellos. Una luz de esperanza quedó brillando en el corazón sencillo y temeroso de aquellos hombres. Durante un tiempo, permanecieron escondidos, rezando y esperando, con mucho miedo, las puertas cerradas, atentos a cualquier ataque por sorpresa.

Y un día, en efecto, cerradas las puertas, un fuego vivo llegó como viento fuerte, abriendo violentamente las ventanas. Llegó hasta ellos el Espíritu Santo. Y aquellos hombres, cobardes y huidizos, sacudidos por el Espíritu Santo, enardecidos, se lanzaron a la calle a proclamar las maravillas de Dios, a anunciar la Buena Nueva.

Y, ante toda Jerusalén, proclamaron que Jesús había muerto por la salvación de todos, y también que había resucitado y que había sido glorificado, y que sólo en él estaba la redención del mundo entero.

Fue aquel día, el primer Pentecostés, el arranque de valor, rayano en la osadía, que pronto suscitó una dura persecución que hoy, después de veinte siglos, todavía sigue presente en la Iglesia. Porque hemos de reconocer que las insidias de los enemigos de Cristo y de su Iglesia no han cesado.

Unas veces de forma abierta y frontal, imponiendo el silencio con la violencia. Otras veces el ataque es tangencial, solapado y ladino. La sonrisa maliciosa, la adulación infame, la indiferencia que corroe, la corrupción de la familia, la degradación del sexo, la orquestación a escala internacional de campañas contra el mismo Papa, contra los sacerdotes.

Las fuerzas del mal no descansan, los hijos de las tinieblas continúan con denuedo su afán demoledor de cuanto anunció Jesucristo. Y lo peor de todo –lo recordaba Benedicto XVI en Fátima- es que algunos ataques proceden de quienes están dentro de la misma Iglesia. O de muchos ingenuos que no lo quieren ver, que no saben descubrir detrás de lo que parece inofensivo, la ofensiva feroz del que como león rugiente está a la busca de quien devorar.

Pero hoy, una vez más, fiesta de Pentecostés, cincuenta días después de la Pascua, es el momento de recordar que Dios puede más; que el Espíritu no deja de latir sobre las aguas del mundo; que la fuerza de su viento sigue empujando la barca de Pedro: la Iglesia.

De una parte, por la efusión y la potencia del Espíritu Santo, los pecados nos son perdonados en el Bautismo y en el Sacramento de la Reconciliación. Por otra parte, el Paráclito nos ilumina, nos consuela, nos transforma, nos lanza como brasas encendidas en el mundo apagado y frío.

Por eso, a pesar de todo, la aventura de amar y redimir, como lo hizo Cristo, sigue siendo una realidad palpitante y gozosa, una llamada urgente a todos los hombres, para que prendamos el fuego de Dios en cada alma, en el mundo entero. Así sea.

viernes, 21 de mayo de 2010

SÉPTIMA SEMANA DE PASCUA

SÁBADO
SAN JUAN 21, 20-25

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Se volvió Pedro y vio que le seguía aquel discípulo que Jesús amaba, el que en la cena se había recostado en su pecho y le había preguntado: “Señor, ¿quién es el que te va a entregar? Y Pedro, al verle, le dijo a Jesús:
—Señor, ¿y éste qué?
Jesús le respondió:
—Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú sígueme.
Por eso surgió entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no le dijo que no moriría, sino: “Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué?

Éste es el discípulo que da testimonio de estas cosas y las ha escrito, y sabemos que su testimonio es verdadero. Hay, además, otras muchas cosas que hizo Jesús, y que si se escribieran una por una, pienso que ni aun el mundo podría contener los libros que se tendrían que escribir.

Señor, Tú amabas a “los tuyos”, pero amabas con preferencia a Juan. Ocurrió que Juan iba detrás de Ti y de Pedro. Entonces, Pedro, viendo que Juan os seguía, te preguntó: Señor, ¿y éste qué? Y Tú le dijiste: Pedro, si quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú sígueme. “Junto a la autoridad de Pedro se reconoce también el papel de San Juan” .

Nos enseñabas, Señor, que lo importante es seguirte, sin mirar lo que hacen los demás. Cuando nos fijamos demasiado en los demás y elaboramos juicios comparativos de sus actos, con frecuencia perdemos de vista tu camino, el alma se llena de envidia y no llegamos al final de nuestra meta.

A veces miramos a nuestro alrededor y vemos a gentes que triunfan, que dominan, que realizan acciones eficaces. Alegrémo-nos de sus éxitos, de sus triunfos, de sus apostolados, sin olvidar, que Tú una y otra vez nos dices: “tú, sígueme”.

Y si a veces no te hemos seguido con la suficiente audacia e inmediatez con que nos hubiera gustado o no nos hemos excedido en el cumplimiento de nuestras obligaciones y en la exigencia de los derechos única y exclusivamente por servirte, perdónanos, Señor. Para Ti todo honor y toda gloria.

Tú diriges los acontecimientos a tu modo, a veces con instrumentos ineptos. Dime por dónde tengo que seguirte y ser feliz. Y que Pedro y Juan y los demás te sean fieles: “que cada caminante siga su camino”.

jueves, 20 de mayo de 2010

SÉPTIMA SEMANA DE PASCUA

VIERNES
SAN JUAN 21, 15-19




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Cuando acabaron de comer, le dijo Jesús a Simón Pedro:
—Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?
Le respondió:
—Sí, Señor, tú sabes que te amo.
Le dijo:
—Apacienta mis corderos.
Volvió a preguntarle por segunda vez:
—Simón, hijo de Juan, ¿me amas?
Le respondió:
—Sí, Señor, tú sabes que te amo.
Le dijo:
—Pastorea mis ovejas.
Le preguntó por tercera vez:
—Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?
Pedro se entristeció porque le preguntó por tercera vez: ¿Me quieres? y le respondió:
—Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te quiero.
Le dijo Jesús:
—Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras más joven te ceñías tú mismo e ibas a donde querías; pero cuando envejezcas extenderás tus manos y otro te ceñirá y llevará a donde no quieras —esto lo dijo indicando con qué muerte había de glorificar a Dios.
Y dicho esto, añadió:
—Sígueme.

Señor, te apareciste a tus discípulos y comiste con ellos. Al término de la comida preguntaste a Simón Pedro si te amaba más que los demás; él te dijo que Tú ya sabías que te quería; le dijiste que apacentase tus corderos.

De nuevo volviste a formularle la misma pregunta, y él volvió a ofrecerte la misma respuesta; y Tú le dijiste que pastoreara tus ovejas; una tercera vez le preguntaste a Pedro si te quería, y esta vez Pedro respondió que Tú lo sabías todo, que Tú sabías que te quería, y ahora Tú le dijiste que apacentase tus ovejas. Le nombraste cabeza del grupo.

Hermosa escena evangélica. Relato vivo del cumplimiento de una promesa. Hecho fundamental para los cristianos de entonces y para los cristianos de ahora.

Leo en nota a este texto: “En contraste con las negaciones de Pedro durante la pasión, Jesús como el Buen Pastor que cura a la oveja herida, confiere a Pedro el primado que antes le había prometido. “Jesús ha confiado a Pedro una autoridad específica: “A ti te daré las llaves del reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos” (Mt. 16, 19).

El poder de las llaves designa la autoridad para gobernar la casa de Dios, que es la Iglesia. Jesús, “el Buen Pastor” (Jn 10, 11) confirmó este encargo después de su resurrección: “Apacienta mis ovejas” (Jn 21, 15-17).

El poder de “atar y desatar” significa la autoridad para absolver los pecados, pronunciar sentencias doctrinales y tomar decisiones disciplinares en la Iglesia. Jesús confió esta autoridad a la Iglesia por el ministerio de los Apóstoles y particularmente por el de Pedro, el único a quien Él confió explícitamente las llaves del Reino” .

miércoles, 19 de mayo de 2010

SÉPTIMA SEMANA DE PASCUA

JUEVES
SAN JUAN 17, 20-26 

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»No ruego sólo por éstos, sino por los que han de creer en mí por su palabra: que todos sean uno; como Tú, Padre, en mí y yo en Ti, que así ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que Tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno. Yo en ellos y Tú en mí, para que sean consumados en la unidad, y conozca el mundo que Tú me has enviado y los has amado como me amaste a mí. Padre, quiero que donde yo estoy también estén conmigo los que Tú me has confiado, para que vean mi gloria, la que me has dado porque me amaste antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te conoció; pero yo te conocí, y éstos han conocido que Tú me enviaste. Les he dado a conocer tu nombre y lo daré a conocer, para que el amor con que Tú me amaste esté en ellos y yo en ellos.

Me agrada, Señor, contemplarte de nuevo en oración, en actitud de súplica confiada hacia tu Padre, pidiendo por “los tuyos”, por aquellos hombres sencillos y generosos a quienes habías llamado a que te siguieran y a quienes habías enseñado tantas cosas a lo largo de casi tres años.

Pero no rezaste sólo por ellos, “sino también por los que creerían en Ti por la palabra de tus apóstoles” que más tarde, llevarían tu mensaje a otros pueblos. Pedías por todos los hombres, porque por todos habías venido a la tierra, a todos amabas y por todos ibas a dar la vida.

En esta parte de tu oración sacerdotal, Señor, pedías por tus discípulos, por la unidad entre todos los que iban a creer en Ti a lo largo de los siglos. Era la petición por tu Iglesia, que debería ser una, como el Padre y Tú, sois uno. La unidad —lo sabías muy bien— iba a ser la garantía de la primera cristiandad, la señal de su doctrina, el rasgo de su testimonio, la nota de tu Iglesia.

“Jesucristo quiere que (...) su pueblo —nos recuerda el Concilio Vaticano II— crezca y lleve a la perfección su comunión en la unidad: en la confesión de una sola fe, en la celebración común del culto divino y en la concordia fraterna de la familia de Dios (...). El modelo y principio supremo de este misterio (de la unidad de la Iglesia) es la unidad de un solo Dios Padre e Hijo en el Espíritu Santo, en la Trinidad de personas”. Siguiendo el ejemplo de Cristo, el mismo Concilio ha recomendado insistentemente la oración por la unidad de los cristianos, definiéndola como el “alma de todo movimiento ecuménico” .

martes, 18 de mayo de 2010

SÉPTIMA SEMANA DE PASCUA

MIÉRCOLES
SAN JUAN 17, 11B-19

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Padre Santo guarda en tu nombre a aquellos que me has dado, para que sean uno como nosotros. Cuando estaba con ellos yo los guardaba en tu nombre. He guardado a los que me diste y ninguno de ellos se ha perdido, excepto el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura. Pero ahora voy a Ti y digo estas cosas en el mundo, para que tengan mi alegría completa en sí mismos. »Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, lo mismo que yo no soy del mundo. No pido que los saques del mundo, sino que los guardes del Maligno. No son del mundo lo mismo que yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu palabra es la verdad. Lo mismo que Tú me enviaste al mundo, así los he enviado yo al mundo. Por ellos yo me santifico, para que también ellos sean santificados en la verdad.

Señor, Tú también orabas. Esta vez, levantando los ojos al cielo, dijiste: “guarda en tu nombre a los que me has dado, que sean uno como nosotros”. Esta era la ambición de tus discípulos, saberse junto a Ti y estar unidos entre sí. Y, a buen seguro, que Tú, Cristo mío, les hablaste de estos dos temas varias veces: “os protegeré”; “permaneced en la unidad”. Y San Juan en este hermoso capítulo lo elabora.

Era como un recuerdo: cuando Tú estabas con ellos, los guardabas, los custodiabas, los protegías. Y ninguno se perdió, solamente el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura.

Sabías que ibas al Padre, y querías dejar a “los tuyos” las cosas claras; deseabas que estuvieran alegres y felices. San Juan insiste una y otra vez en que Tú estabas empeñado en cumplir la voluntad del Padre y que les amabas con locura. Lo necesitaban tus discípulos y también nosotros.

Hablaste del mundo, y que ellos no eran del mundo, y que Tú tampoco lo eras; pediste a tu Padre que no los retirara del mundo, sino que los guardases del mal; y otra vez: que no eran del mundo, y que tú tampoco lo eras. Y rogaste para que tu Padre los santificara en la verdad, en tu palabra.

El Padre te envió al mundo —a la tierra—, y Tú los enviaste a la tierra —al mundo—. Y otra vez les dijiste: por ellos me entrego, por ellos doy la vida. Para que ellos también se entreguen y den la vida.

lunes, 17 de mayo de 2010

SÉPTIMA SEMANA DE PASCUA

MARTES
SAN JUAN 17, 1-11

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Jesús, después de pronunciar estas palabras, elevó sus ojos al cielo y dijo:
—Padre, ha llegado la hora. Glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique; ya que le diste potestad sobre toda carne, que él dé vida eterna a todos los que Tú le has dado. Ésta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero y a Jesucristo a quien Tú has enviado. Yo te he glorificado en la tierra: he terminado la obra que Tú me has encomendado que hiciera. Ahora, Padre, glorifícame Tú a tu lado con la gloria que tuve junto a Ti antes de que el mundo existiera.
»He manifestado tu nombre a los que me diste del mundo. Tuyos eran, tu me los confiaste y ellos han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me has dado proviene de Ti, porque las palabras que me diste se las he dado, y ellos las han recibido y han conocido verdaderamente que yo salí de Ti, y han creído que Tú me enviaste. Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo sino por los que me has dado, porque son tuyos. Todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío, y he sido glorificado en ellos.
»Ya no estoy en el mundo, pero ellos están en el mundo y yo voy a Ti. Padre Santo guarda en tu nombre a aquellos que me has dado, para que sean uno como nosotros

Llegó la hora. Así nos lo dejaste dicho: Padre ha llegado la hora. Y pediste al Padre que te glorificara y que Tú glorificaras al Padre y que la vida eterna llegara a los que habías elegido. Así, a primera vista, “la hora” era irremediable, aunque era para bien: era la hora de las bendiciones, de la verdad, de la promesa.

Explicarías después qué es la vida eterna: la vida eterna es conocer a Dios Padre, conocerte a Ti, Dios Hijo, conocer a Dios Espíritu Santo. Y para conocer estas cosas necesitamos tu ayuda, “sin Ti nada, Señor”. Una vez más la pregunta: ¿por qué unos te conocen y otros no? ¿no nos ayudas a todos, Señor? Y si es así, ¿por qué no aceptamos tus palabras?, ¿por qué no te aceptamos a Ti?, ¿por qué no queremos conocerte?

Luego dirías: todo está llegando a su fin. “He coronado la obra que me encomendaste”. Ahora, llegará el premio de la gloria. Y he hablado de Ti, Padre, a los que me diste; han guardado tu palabra; han conocido que todo lo que tengo es recibido de Ti; han recibido mis palabras que eran tuyas; han creído que yo salí de Ti. Por eso, ahora te ruego por ellos, no ruego por el mundo, sino por estos.

La emoción era creciente: “Sí, todo lo mío es tuyo y lo tuyo mío y en ellos he sido glorificado. Ya no voy a estar aquí, en el mundo, pero ellos sí están en el mundo, mientras que yo voy a Ti”. Emoción: era la hora de la despedida, de la muerte, de la crucifixión y, a la vez, la hora del conocimiento, de la promesa, de la resurrección.