martes, 20 de julio de 2010

DÉCIMA SEXTA SEMANA DEL T. O.

MIÉRCOLES
SAN MATEO 13, 1-9

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK  http://www.diocesisdeteruel.org/

Aquel día salió Jesús de casa y se sentó a la orilla del mar. Se reunió en torno a él una multitud tan grande, que hubo de subir a sentarse en una barca, mientras toda la multitud permanecía en la playa. Y se puso a hablarles muchas cosas con parábolas:
—Salió el sembrador a sembrar. Y al echar la semilla, parte cayó jun-to al camino y vinieron los pájaros y se la comieron. Parte cayó en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra y brotó pronto por no ser hondo el suelo; pero al salir el sol, se agostó y se secó porque no tenía raíz. Otra parte cayó entre espinos; crecieron los espinos y la ahogaron. Otra, en cambio, cayó en buena tierra y dio fruto, una parte el ciento, otra el sesenta y otra el treinta. El que tenga oídos, que oiga.

Un día más saliste de casa. Tras un recorrido, corto o más largo, llegaste a la orilla del mar. Y allí, tomaste asiento. Un olor a agua retenida y a pescado viejo llenaba el ambiente. Muy pronto, una gran multitud se reunió junto a Ti. El gentío, Señor, fue tan grande que tuviste que subir a una barca y desde allí hablar a las gentes que permanecían en la playa.

Y les hablaste de muchas cosas. Y lo hiciste en parábolas. Con gran maestría y con gran acierto presentaste la parábola del sembrador. Acaso estabas viendo, desde la barca, a uno de los sembradores que trabajaban en la ladera del monte. Si no ahora, seguro que los habías visto muchas veces y te habías fijado en sus movimientos acompasados y rítmicos.

No era de extrañar que supieses muchas cosas sobre la labor de la siembra: la fuerza de la semilla, de los granos que caen en el camino y de los pájaros hambrientos; del terreno pedregoso y el agostamiento por la falta de raíz; de los espinos y las dificultades que tiene el trigo para crecer entre ellos; de la tierra buena y las distintas cosechas. Lo sabías todo.

Terminada la narración, la frase de costumbre: el que tenga oídos, que oiga. Todos tenían oídos y todos habían prestado atención. Se trataba de querer llevarlo a la práctica, vivirlo, amarlo.

Han pasado muchos años. Los sembradores de trigo han cambiado de táctica. Todo se ha modernizado: máquinas, semillas, abonos. Hoy apenas si las simientes caen en el camino; hay menos piedras por los senderos y existen sustancias para matar las malas hierbas. Pero todo es aplicable. La tierra buena sigue dando distintas cosechas. Depende de los oídos y de la voluntad en querer oír.

lunes, 19 de julio de 2010

DÉCIMA SEXTA SEMANA DEL T. O.

MARTES
SAN MATEO 12, 46-50

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK  http://www.izquierdo.nom.es/

Aún estaba él hablando a las multitudes, cuando su madre y sus hermanos se hallaban fuera intentando hablar con él. Alguien le dijo entonces:
—Mira, tu madre y tus hermanos están ahí fuera intentando hablar contigo.
Pero él respondió al que se lo decía:
—¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?
Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo:
—Estos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre.

Una vez más, Señor, estabas rodeado de gente. Estabas hablando a las multitudes. Y, en ese momento, llegaron tu madre y tus hermanos. Querían hablar contigo. La cosa era difícil, pero alguien” te dijo: tu madre y tus hermanos están ahí fuera intentando hablar contigo. El intermediario se ve que insistía.

Entonces Tú le respondiste: ¿y quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Nadie dijo nada. Tenían claro que Tú, Señor, eras hijo único, también sabían “que hermanos quería decir parientes”; y conocían que María era tu Madre, pero nadie dijo nada.

Entonces Tú, Señor, extendiste tu mano y mirando a tus discípulos dijiste: “éstos son mi madre y mis hermanos”; es decir, vosotros sois de mi familia. Todos vosotros sois mi familia si hacéis lo que Dios manda, lo que Dios quiere. Eso es lo importante.

“Hacerse discípulo de Jesús —según el Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2233— es aceptar la invitación a pertenecer a la familia de Dios, a vivir en conformidad con su manera de vivir”.

Parece que todos lo entendieron. Así lo entendió la Iglesia a lo largo de la historia. Lo entiende hoy y lo entenderá mañana.

domingo, 18 de julio de 2010

DÉCIMA SEXTA SEMANA DEL T. O.

LUNES SAN MATEO 12, 38-42

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK  http://www.diocesismalaga.es/

Entonces algunos de los escribas y fariseos se dirigieron a él:
—Maestro, queremos ver de ti una señal.
Él les respondió:
—Esta generación perversa y adúltera pide una señal, pero no se le dará otra señal que la del profeta Jonás. Igual que estuvo Jonás en el vientre de la ballena tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en las entrañas de la tierra tres días y tres noches. Los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación en el Juicio y la condenarán; porque se convirtieron ante la predicación de Jonás, y daos cuenta que aquí hay algo más que Jonás. La reina del Sur se levantará contra esta generación en el Juicio y la condenará; porque vino de los confines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y daos cuenta que aquí hay algo más que Salomón.

Cuando hablabas, Señor, no te cortabas la lengua. Decías las cosas claras, con firmeza, con amor. Les decías a los fariseos: “raza de víboras” y otras cosas por el estilo. Entonces algunos escribas y fariseos se dirigieron a Ti y te dijeron:

Maestro, queremos ver de Ti una señal. Queremos conocer si eres un hombre con autoridad o simplemente un soñador. Y la mejor prueba es que nos ofrezcas una señal. ¡Cuántas veces pedimos señales al cielo!

Y Tú les dijiste: os daré la señal de Jonás. Igual que Jonás estuvo en el vientre del cetáceo, estaré tres días y tres noches en las entrañas de la tierra. Pero ¡ojo!, Nínive y la Reina del Sur os pedirán cuentas.

Y les anunciaste la señal. Y, aunque no se cumplió al instante, sí se cumplió años después. De momento -les bastaba-, les dijiste que Tú eras más que Salomón, que eras hombre y eras Dios.

Señor, a pesar de tantas pruebas no acabamos de escuchar, no acabamos de entender. Nos resistimos, nos revelamos. Hoy te pido para mí y para todos los hombres que sepamos descubrir la señal de tu presencia que pasa cada día a nuestro lado.

sábado, 17 de julio de 2010

XVI Domingo del tiempo ordinario
Ciclo C. Evangelio según san Lucas
10, 38-42



CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://www.opusdei.es/

En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Ésta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y dijo: —«Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano.» Pero el Señor le contestó: —«Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán.»

Nos dice el Evangelio de hoy que Jesús en cierta ocasión se hospedó en Betania, en casa de Marta y María, las hermanas de Lázaro. No fue esta la única vez. Allí acudió, a estar con los tres hermanos, otras veces según lo refiere San Juan. Se encontraba Jesús a gusto con aquella familia que le ama con sencillez y generosidad. Había en aquella familia calor de hogar, un ambiente de sosiego, de paz, de dicha serena y entrañable.

Con razón se ha considerado el hogar de Betania como un modelo para los hogares cristianos que, según la predilección de Jesús, debería parecerse al hogar de Nazaret.

Procuremos que nuestro hogar tenga ese calor de familia bien avenida, que sea un lugar en el que guste estar y vivir, un sitio para descansar y recuperar fuerzas, un rincón íntimo de nuestra vida en el que encontramos cariño y comprensión, consuelo y ánimo para la lucha y el trabajo de cada día, y descanso para las fatigas que la existencia humana acarrea.

Nos fijamos en Marta y María. Dos personas que a pesar de ser hermanas no eran iguales, eran distintas. Marta, nerviosa, inquieta, se preocupaba demasiado de las cosas materiales, se angustia porque no llega a lo que ella quería.

María por el contrario, tranquila y de carácter sosegado. Sólo cuando le dicen que el Señor está fuera y la llamaba se levanta y acude a Jesús... Y mientras Marta va de un lado para otro, María escucha arrobada las palabras del Maestro.

Dos actitudes distintas. Dos actitudes que han quedado en la vida espiritual como modelos de la vida contemplativa y la vida activa.

Dos actitudes que lejos de ser contradictorias, podemos afirmar que son dos facetas de la vida espiritual que se complementan.

Podemos vivir una intensa vida de oración, ser contemplativos y al mismo tiempo podemos trabajar sin descanso por el Reino de Dios.

Podemos estar metidos en el corazón del mundo con el ejercicio de una profesión determinada, y al mismo tiempo estar de continuo estrechamente unidos a Dios.

Vivir estas dos realidades, puede parecer imposible, o por lo menos muy difícil, pero lo cierto es que es eso, en definitiva, lo que enseña la Iglesia.

Esto es lo que nos enseña la Constitución "Lumen gentium" del Vaticano II cuando nos habla de la unidad de vida, y nos exhorta a no vivir una vida cara a Dios y otra cara a los hombres, sino que esa vida de cada día, la que se desarrolla en una actividad cualquiera, esté siempre marcada y sostenida por una unión íntima con Dios, gracias a una vida espiritual sólida, alimentada con la oración y la mortificación, con la frecuencia de sacramentos que haga posible vivir habitualmente en gracia de Dios.

Marta y María: Oración y trabajo. Unidad de vida.

viernes, 16 de julio de 2010

DÉCIMA QUINTA SEMANA
DEL T. O. SÁBADO
SAN MATEO 12, 14-21

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK   http://www.irabia.org/

Al salir, los fariseos se pusieron de acuerdo contra él, para ver cómo perderle.
Jesús, sabiéndolo, se alejó de allí, y le siguieron muchos y los curó a todos, y les ordenó que no le descubriesen, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías:
Aquí está mi Siervo a quien elegí,
mi amado en quien se complace mi alma.
Pondré mi Espíritu sobre él
y anunciará la justicia a las naciones.
No disputará ni vociferará,
nadie oirá sus gritos en las plazas.
No quebrará la caña cascada,
ni apagará la mecha humeante,
hasta que haga triunfar la justicia;
y en su nombre pondrán su esperanza las naciones.

Tu doctrina, tu enseñanza, tu vida, en ocasiones chocaba con la doctrina, enseñanza y vida de los fariseos. Como ahora choca con la de tantos. Y “se pusieron de acuerdo contra Ti, para ver cómo perderte”. ¡Qué misterio, Señor! ¡Viniste a salvarnos y trataban de perderte!

Y Tú que lo sabías todo, te alejaste de allí. Pusiste tierra de por medio. No querías pelea, ni disgustos. No había llegado tu hora. Pero algunos conocieron tu camino, te siguieron y Tú, Señor, compasivo, los curaste a todos. Sólo una condición impusiste: que no te descubrieran.

Y así se cumplió lo del profeta Isaías que había dicho que el elegido de Dios, el amado de Dios, anunciaría la justicia a las naciones. Y que lo haría sin disputas, ni gritos, ni algazaras en las plazas. Y, aunque aparentemente pareciera débil y manso, nadie quebraría su fuerza, nadie apagaría su fuego, nadie callaría su voz, nadie pararía sus pasos. Te llamarías vencedor. “Y en su nombre pondrán su esperanza las naciones”.

Pasó aquel día y nadie te descubrió, tampoco nosotros queremos hacerlo. Sólo decir con fuerza: gracias por tantos favores, gracias por tantas caricias, gracias por tantas gracias.

jueves, 15 de julio de 2010

DÉCIMA QUINTA SEMANA DEL T. O.

VIERNES
SAN MATEO 12, 1-8

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://www.vatican.va/

En aquel tiempo pasaba Jesús en sábado por entre unos sembrados; sus discípulos tuvieron hambre y comenzaron a arrancar unas espigas y a comer. Los fariseos, al verlo, le dijeron:
—Mira, tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en sábado.
Pero él les respondió:
—¿No habéis leído lo que hizo David y los que le acompañaban cuando tuvieron hambre? ¿Cómo entró en la Casa de Dios y comió los panes de la proposición, que no les era lícito comer ni a él ni a los que le acompañaban, sino sólo a los sacerdotes? ¿Y no habéis leído en la Ley que, los sábados, los sacerdotes en el Templo quebrantan el descanso y no pecan? Os digo que aquí está el que es mayor que el Templo. Si hubie-rais entendido qué sentido tiene: Misericordia quiero y no sacrificio, no habríais condenado a los inocentes. Porque el Hijo del Hombre es señor del sábado.

Señor, Tú siempre estabas de paso. Ibas de un lugar a otro. Siempre dispuesto a llevar el mensaje, siempre atento a hacer el bien, a curar enfermedades, a sanar los corazones. Esta vez caminabas por entre los sembrados; era sábado; tus discípulos arrancaban espigas, comían sus granos, mataban el gusanillo del hambre. ¡Qué estampa tan hermosa!

Pero no a todos gustó aquella acción. En efecto, los fariseos protestaron que tus discípulos hacían lo que no era lícito hacer en sábado: trabajar, desgranar espigas entre sus manos, mientras avanzaban por los sembrados.

Pero Tú, Señor, les respondiste que leyeran de nuevo lo que hizo David y acompañantes; aquello de los panes de la proposición; y les dijiste también que leyeran más despacio lo de los sacerdotes en el Templo.

Con estos recuerdos, les viniste a decir que Tú eras mayor que David, más santo que los sacerdotes, más justo que todos; y que tus discípulos sabían bien lo que hacían. Lo que ocurre es que ellos no entendían lo que significa misericordia quiero y no sacrificio, de lo contrario no habrían echado en cara a tus discípulos esos detalles.

Y terminaste diciendo con autoridad: “Yo soy Señor del sábado”. Nosotros lo creemos y tratamos de seguirte. Ayúdanos, protégenos de los ojos críticos, de la intolerancia.

miércoles, 14 de julio de 2010

DÉCIMA QUINTA SEMANA DEL T. O.

JUEVES
SAN MATEO 11, 28-30

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://www.vatican.va/

»Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas: porque mi yugo es suave y mi carga es ligera.

No sé si fue a continuación de tu declaración solemne a los humildes o fue en otro momento, cuando pronunciaste, Señor, unas palabras que ensanchan el corazón y dan paz al alma. Son palabras sencillas, pero llenas de fuerza y compasión.

Te dirigiste a todos, a los fatigados y cansados, a los llenos de penas y de angustia, a todos los fatigados de recorrer la vida o de andar en búsqueda de la felicidad. En esas palabras, nos prometiste alivio, consuelo, paz, tranquilidad, sosiego.

Y a la vez, con elegancia, nos ofreciste una importante posibilidad: Llevar tu yugo, tu cruz, tu carga; no la nuestra, sino la tuya. Tuya, porque en realidad el peso de la cruz lo llevas Tú; a nosotros nos toca seguirte, arrimar un poco el hombro, caminar a tu lado.

Y todo habrá que hacerlo con sencillez, con mansedumbre, a tu estilo. Sin algaradas, sin voces, sin atolondramientos. Llevar la cruz de cada día, la carga de cada jornada; el yugo de cada mañana y de cada tarde. Sin dar lugar al cansancio.

Y nos prometiste que en Ti encontraríamos descanso y paz, sosiego y tranquilidad. Del cuerpo y del alma, de lo material y de lo espiritual. ¡Algo del cielo en la tierra! ¡Algo del premio en la lucha!

Y terminaste así: “porque mi yugo es suave y mi carga ligera”. Y aunque a nosotros, a veces, no nos parece ni tan suave, ni tan ligera, tu Palabra es verdad. ¡Quizás nosotros hablamos de otras cargas, no de las tuyas!

martes, 13 de julio de 2010

DÉCIMA QUINTA SEMANA DEL T. O.

MIÉRCOLES
SAN MATEO 11, 25-27

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://www.unav.es/

En aquella ocasión Jesús declaró:
—Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo.

¡Cuántas ocasiones tuviste, Señor, para hacer grandes declara-ciones, para fijar tu doctrina en las tablas públicas de los pueblos, para levantar acta solemne de tus normas y leyes! ¡Pero no lo hiciste! No era ése tu estilo. No habías escogido el camino del espectáculo ni de la majestuosidad para darte a conocer.

Esta vez, Señor, sí declaraste algo. Pero no lo hiciste a bombo y platillo. Lo realizaste con humildad y llaneza. ¡Hasta tus destinatarios eran sencillos, los pequeños de la tierra! Tú, Señor, dueño de cielos y tierras, ocultaste estas cosas a los sabios y prudentes y te fijaste en los sencillos, en los pobres, en los humildes.

Ese era el querer del Padre y a eso habías venido: a cumplir su voluntad. Y fijaste este mensaje: “nadie conoce al Hijo sino el Padre ni nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelárselo”.

Ten a bien, Señor, que te conozcamos a Ti, Hijo de Dios; que conozcamos al Padre, que conozcamos al Espíritu Santo; que conozcamos a la Santísima Trinidad.

Por nuestra parte, este es nuestro programa: creer en el Padre, creer en el Hijo y creer en el Espíritu Santo; esperar en el Padre, esperar en el Hijo y esperar en el Espíritu Santo; amar al Padre, amar al Hijo y amar al Espíritu Santo.

lunes, 12 de julio de 2010

DÉCIMA QUINTA SEMANA DEL T. O.

MARTES
SAN MATEO 11, 20-24

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK    http://www.spiritusmedia.org/

Entonces se puso a reprochar a las ciudades donde se habían realizado la mayoría de sus milagros, porque no se habían convertido:
—¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran realizado los milagros que han obrado en vosotras, hace tiempo que habrían hecho penitencia en saco y ceniza. Sin embargo, os digo que en el día del Juicio Tiro y Sidón serán tratadas con menor rigor que vosotras. Y tú, Cafarnaún, ¿acaso serás exaltada hasta el cielo? ¡Hasta el infierno vas a descender! Porque si en Sodoma se hubieran sido realizados los milagros que se han obrado en ti, perduraría hasta hoy. En verdad os digo que en el día del Juicio la tierra de Sodoma será tratada con menos rigor que tu.

También a Ti, Señor, alguna vez —es un decir— se te acababa la paciencia. Dale que te pego explicando las cosas y, al final, nada. Ni enterarse, ni enterarnos. ¡Qué paciencia, Señor, tenías con ellos y qué paciencia también tienes con nosotros!

Reprochaste a las ciudades en las que habías predicado tantas veces y en las que habías hecho tantos milagros, que por qué, habiendo oído y visto tantas cosas, no se habían convertido. ¡Qué misterio, Señor! ¡Qué misterio!

Y proferiste algunos ayes. Contra Corozain, contra Betsaida, contra Cafarnaún, ciudades preferidas por Ti y en las que tantos ratos habías pasado. Y, sin embargo, nada. Peor que Tiro y que Sidón; peor que Sodoma, que no habían recibido tantas caricias. Y tus ayes, Señor, sonaban a aviso, a acusación, a advertencia.

También nosotros, cristianos de hoy, que hemos recibido tantas gracias, que hemos escuchado tus serios avisos, tus amables advertencias, tus fuertes reprimendas, no te seguimos con garbo, no te entendemos con prontitud; no nos convertimos del todo.

Y también con nosotros —es un decir— se te acaba la paciencia, te molestas, te entristeces, sufres. ¡Qué duros de corazón somos a veces; qué tardos para entender, qué lentos para actuar; qué flojos para seguir tus pasos!

Señor, ten misericordia de nosotros; espera un año más; danos una nueva oportunidad.

domingo, 11 de julio de 2010

DÉCIMA QUINTA SEMANA DEL T. O.

LUNES
SAN MATEO 10, 34 - 11,1

CON UNSOLO GOLPE DE CLIK http://www.torreciudad.org/

»No penséis que he venido a traer la paz a la tierra. No he venido a traer la paz sino la espada. Porque he venido a enfrentar al hombre contra su padre, a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra. los enemigos del hombre serán los de su misma casa. »Quien ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y quien ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. Quien no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. Quien encuentre su vida, la perderá; pero quien pierda por mí su vida, la encontrará. »Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado. Quien recibe a un profeta por ser profeta obtendrá recompensa de profeta, y quien recibe a un justo por ser justo obtendrá recompensa de justo. Y cualquiera que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños por el hecho de ser discípulo, en verdad os digo que no quedará sin recompensa. Cuando terminó Jesús de dar instrucciones a sus doce discípulos, se fue de allí para enseñar y predicar en sus ciudades.

Tú, Señor, siempre amaste la paz. Te llamaron Príncipe de la paz. Cuando naciste, los ángeles cantaron: gloria a Dios en el cielo y en la tierra al hombre paz. Y, ahora, dices que no has venido a traer paz a la tierra, sino espada. Más aún, dices que has venido a enfrentar a los componentes de la misma familia; que nuestros enemigos serán los que viven en nuestra propia casa; que el hijo estará contra su padre, la hija contra su madre, la nuera contra su suegra, en fin que habrá pelea, guerra, discordia.

Y señalaste, además, que quien ama a su padre o a su madre más que a Ti no es digno de Ti, y el que ama a su hijo o hija, más que a Ti, tampoco; y que si no tomamos tu cruz y te seguimos no somos dignos de Ti; que si no nos empeñamos en encontrar la vida la perderemos; pero que si la perdemos la encontraremos.

Dijiste más: recibir a tus enviados, es recibirte a Ti, y recibirte a Ti es recibir al que te ha enviado. Luego, hablaste de la recompensa del profeta, de la recompensa del justo; de la recompensa de un vaso de agua fresca, de la felicidad.

Cuando terminaste de ofrecer estas enseñanzas, te fuiste de allí. Tenías que enseñar y predicar en otras ciudades. Y llegaste hasta la ciudad de mi alma. Quédate un rato —mejor, siempre— en mi ciudad y explícame estas instrucciones: lo de la paz, lo del enfrentamiento familiar, lo de amar más o menos; lo de la recompensa, lo de recibir a tus enviados..., explícame una y otra vez esto. Explícame todo, Señor. Tú tienes palabras de vida eterna.

sábado, 10 de julio de 2010

XV domingo tiempo ordinario 
Ciclo C Evangelio según san Lucas 
10, 25-37

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK  http://www.diocesispalencia.org/

En aquel tiempo, se presentó un maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba:
— «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?»
Él le dijo:
«Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?»
Él contestó:
— «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo.»
Él le dijo:
«Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida.»
Pero el maestro de la Ley, queriendo justificarse. preguntó a Jesús:
— «¿Y quién es mi prójimo?» Jesús dijo:
— «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo.
Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo:
“Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta.” ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayo en manos de los bandidos?»
Él contestó:
— «El que practicó la misericordia con él.»
Díjole Jesús:
— «Anda, haz tú lo mismo.»

Hay cuestiones en la vida que, sin duda, tienen una importancia decisiva para el hombre. Pero de entre todas esas cuestiones hay una que sobresale por su importancia sobre todas las demás: la salvación eterna de uno mismo. De nada nos sirven todas las otras cuestiones, si perdemos para siempre nuestra alma. Por eso cambió de forma radical la vida de san Francisco Javier. El santo de Loyola le repetía una pregunta que, poco a poco, se fue clavando en el corazón joven y ardiente de Javier, hasta dejarlo todo y seguir a Cristo, y marchar al fin del mundo. Aquella pregunta resuena, también hoy, en nuestros oídos: ¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?

Este personaje, este letrado de la Ley, que se acerca a Jesús para tenderle una emboscada, formula sin embargo una cuestión que todos nos debemos plantear, al menos una vez en la vida: ¿qué tengo que hacer yo para heredar la vida eterna? Y, como este letrado, hemos de dirigirnos al Maestro por antonomasia, al único que de verdad lo es, a Cristo Jesús. Es verdad que no podemos esperar una respuesta dirigida de modo personal, a cada uno de nosotros. Pero también es cierto que nuestro Señor Jesucristo nos hace llegar su respuesta a cada hombre en particular, o través de la propia conciencia, o por medio de cualquier otra forma de comunicación.
El problema, por tanto, no está en que Jesús responda o no responda, sino en que el hombre pregunte con interés o no lo haga. La cuestión está, sobre todo, en que al oír la respuesta, la lleve a cabo con decisión y generosidad. Porque hay que tener en cuenta que, lo mismo que la promesa es única y formidable, también las exigencias que puede implicar suponen esfuerzo y abnegación. Dios, en efecto, nos promete la vida eterna, pero también exige que, por amor a Él, nos juguemos día a día nuestra vida terrena.

Jugarse la vida es amar a Dios sobre todas las cosas, con todas nuestras fuerzas, con todo el corazón y con toda la mente. Amar con un amor cuajado en obras, con un amor que no se busca a sí mismo, con un amor desinteresado y generoso, con un amor que sabe ver al mismo Jesucristo en el menesteroso, que no pasa de largo nunca ante la necesidad de los demás, sino que por el contrario, se para y averigua en qué puede ser útil al prójimo, al que está cerca de él, al alcance de sus servicios.

Es lo que hizo el samaritano de la parábola. Los otros, un sacerdote y un levita de la Antigua Alianza, se hicieron los desentendidos, dieron un rodeo para no acercarse tan siquiera a quien yacía en tierra herido y ultrajado. Es una parábola que de alguna forma se repite de vez en cuando. Ojalá nunca pasemos de largo ante el dolor ajeno. (Cf A.G.M.)

viernes, 9 de julio de 2010


Querido D. Esteban: Desde Pamplona mi más cordial enhorabuena. Que Dios le otorgue mil bendiciones y gracias para que nos ayude a todos sus diocesanos a ser fieles servidores del Evangelio. Pido por usted y por su futura tarea apostólica. Me encomiendo, desde ya, a sus plegarias y deseo ser altavoz de sus palabras. Como muestra cuelgo aquí, en mi blog, su cariñoso y entrañable saludo. Que el Cristo del Otero y Nuestra Señora de la Calle le acompañen y guíen siempre en su camino. Atentamente, JMC

Queridos hermanos en el Señor:
Hace tan sólo unos momentos, se ha hecho público en Roma mi nombramiento como nuevo Obispo de la diócesis de Palencia.
Mi primer pensamiento se dirige, en actitud agradecida, a Nuestro Señor Jesucristo, que me llamó al orden episcopal hace ya casi diez años y que se ha fiado de mí para continuar su obra de salvación como sucesor de los Apóstoles.
Con sentimientos de filial obediencia, agradezco a Su Santidad el Papa Benedicto XVI, el haberme escogido para apacentar la iglesia particular de Palencia, vaceante tras el traslado de su último Obispo, Monseñor José Ignacio Munilla, a la diócesis de San Sebastián.
Acojo el nombramiento con sentimientos encontrados de tristeza y de alegría. Tristeza por tener que abandonar la Archidiócesis de Valencia, donde he nacido, he vivido y he ejercido el ministerio sacerdotal hasta ahora. Y tener que dejarla precisamente en estos momentos, en que su Arzobispo, Don Carlos Osoro Sierra, con quien siempre me he sentido tan unido, nos había ilusionado con un ambicioso itinerario de renovación espiritual y pastoral diocesana, itinerario con el que yo me había identificado plenamente. A él y al Sr. Cardenal Don Agustín García-Gasco, Arzobispo emérito de Valencia, les debo la pequeña experiencia que tengo en el gobierno pastoral de una diócesis.
Tristeza también por tener que alejarme, siquiera circunstancialmente, de mi familia, de mis amigos, y de tantos sacerdotes, personas consagradas y laicos cristianos, con quienes he estado íntimamente unido durante muchos años y a quienes siempre tendré en el recuerdo y en mi corazón. En este sentido imito, aunque de lejos, la actitud del patriarca Abraham cuando el Señor le pidió que dejase su casa, su tierra y su parentela y se dirigiese hacia lo desconocido, hacia el país de Canaán. A todos ellos les doy las gracias por las muestras de cariño que me han dispensado y les pido disculpas por las veces que les habré ofendido.
Nací en Valencia y me siento orgulloso de pertenecer a esta tierra tan hermosa, bendecida por Dios y bajo la protección de la Virgen María, en su entrañable título de “Mare de Deu dels Desamparats”. A ella confío mi nuevo ministerio y desde ahora pido su constante protección.
Pero me marcho también con sentimientos de cristiana alegría, por sentirme enviado por el Señor para cumplir una nueva misión en su Iglesia. No conozco más que por lecturas y referencias la iglesia particular de Palencia. Se me ha indicado que voy a ser el Obispo número cien del episcopologio palentino. Ello me dice bien a las claras que soy el furgón de cola de un numeroso grupo de grandes Obispos que me han precedido y que he de esforzarme por continuar la obra apostólica que ellos han realizado a lo largo de la dilatada historia de la diócesis.
Y voy a ser Obispo en esa noble tierra de la vieja Castilla, reavivando así mis antiguas raíces castellanas. Mi padre nació en un pequeño pueblo de la Tierra de Campos, Vidayanes del Campo, en la cercana provincia de Zamora. Allí vivió también mi entera familia paterna y allí pasé temporadas de mi vida juvenil. Vuelvo ahora a la Tierra de Campos, donde vivieron mis antepasados.
Mi pensamiento se dirige ya hacia todos los fieles cristianos de mi nueva iglesia particular. Saludo cordialmente a su Vicario General, Don Antonio Gómez Cantero, así como a los demás vicarios, al Colegio de Consultores, a todos los que trabajan en la Curia diocesana, al Cabildo de su bella Catedral, a los sacerdotes de los arciprestazgos de Brezo, Campoo-Santullán, Ojeda, Valle, Carrión, Campos, Camino de Santiago, Palencia y Cerrato. Me pongo desde este momento a vuestro servicio y espero que, cuando vaya, me admitáis de corazón como centro de comunión de vuestro presbiterio. Hemos de ir consiguiendo entre todos lo que el gran Papa Juan Pablo II nos enseñó en su Carta Apostólica “Novo Millennio Ineunte”: “Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo” (nº 43).
Mi pensamiento se dirige igualmente hacia los seminaristas de la diócesis y hacia todos los consagrados, tanto a los dedicados a la vida activa como a los de vida contemplativa, que tan rica tradición tiene por esas tierras. Vuestra dedicación y vuestra oración serán fundamentales para que yo pueda continuar desarrollando la misión evangelizadora de los pastores que me han precedido.
Y mi pensamiento se dirige finalmente hacia todos los fieles laicos: catequistas, agentes de pastoral, padres y madres de las familias cristianas, jóvenes que sois la esperanza de la Iglesia y sobre todo los que sufrís por la enfermedad, el dolor moral, la marginación, la pérdida de libertad o la pérdida del trabajo. Os aseguro que mi oración os tendrá presentes a todos ante el Señor y os pido desde ahora que recéis por mí.
A las autoridades, fieles cristianos y ciudadanos todos de Palencia se dirige desde la ciudad del Turia mi cordial saludo, esperando merecer que algún día me consideréis un palentino más. ¡Hasta pronto! Que Dios os bendiga.
Valencia, 9 de Julio de 2010

+ Esteban Escudero
Obispo electo de Palencia
Décima Cuarta Semana del T. O.
SÁBADO
San Mateo 10, 24-33

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK    http://www.diocesispalencia.org

»No está el discípulo por encima del maestro, ni el siervo por encima de su señor. Al discípulo le basta llegar a ser como su maestro, y al siervo como su señor. Si al amo de la casa le han llamado Beelzebul, cuánto más a los de su misma casa. No les tengáis miedo, porque nada hay oculto que no vaya a ser descubierto, ni secreto que no llegue a saberse. Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a plena luz; y lo que escuchasteis al oído, pregonadlo desde los terrados. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma; temed ante todo al que puede hacer perder alma y cuerpo en el infierno. ¿No se vende un par de pajarillos por un as? Pues bien, ni uno solo de ellos caerá en tierra sin que lo permita vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. Por tanto, no tengáis miedo: vosotros valéis más que muchos pajarillos.
»A todo el que me confiese delante de los hombres, también yo le confesaré delante de mi Padre que está en los Cielos. Pero al que me niegue delante de los hombres, también yo le negaré delante de mi Padre que está en los Cielos.

Es posible que de entre tus discípulos, después de escuchar las anteriores instrucciones, alguno comenzara a preguntarse por qué habían de suceder estas cosas ahora, y por qué les había de suceder a ellos. En realidad, todos estaban dispuestos a cumplir su misión, pero todo aquello era misterioso, extraño.

Tú, Señor, con gran compresión y no menos piedad, les aclaraste la cuestión: no está el discípulo —les dijiste— por encima del maestro, ni el siervo por encima de su señor. Al discípulo le basta imitar a su maestro; y al siervo le sobra con parecerse a su amo.

Y entonces, poniéndote de pie y llamando la atención hacia tu persona, les dijiste: Si a Mí me han llamado Beelzebul, qué no os llamarán a vosotros; si a Mí me condenaron a muerte, qué extraño os condenen a vosotros. Recordadlo bien: Os llamarán de todo, pero fuera el miedo, fuera el temor; porque todo llegará a saberse, porque todo, en su día, quedará al descubierto. A vosotros, igual que a Mí, os corresponde cumplir la voluntad de Dios y predicar la Buena Nueva.

Luego, Señor, hablaste a “los tuyos” del alma y del cuerpo, de los pajarillos, de los cabellos de la cabeza, de la providencia divina; y terminaste tu intervención con estas alentadoras palabras: a todo el que me confiese delante de los hombres, también yo le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos”. Y otras más: “al que me niegue, yo le negaré.

Al final llegó el silencio. Cada uno se dirigió a su casa. Aquella noche, Señor, es posible que tus discípulos soñaran con espadas y cárceles, con coronas de triunfo y rincones de cielo. Nosotros, ahora, después de veinte siglos, escuchamos tus consejos, reflexionamos sobre ellos, y procuramos entenderlos.

jueves, 8 de julio de 2010

Décima Cuarta Semana del tiempo ordinario Viernes San Mateo 
10, 16-23

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://www.vatican.va/

»Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Por eso, sed sagaces como las serpientes y sencillos como las palomas. Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en sus Sinagogas, y seréis llevados ante los gobernadores y reyes por causa mía, para que deis testimonio ante ellos y los gentiles. Pero cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué habéis de decir. Pues no sois vosotros los que vais a hablar, sino que será el Espíritu de vuestro Padre quien hablará en vosotros. Entonces el hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo; y se levantarán los hijos contra los padres para hacerles morir. Y todos os odiarán a causa de mi nombre; pero quien persevere hasta el fin, ése se salvará. Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra; en verdad os digo que no acabaréis las ciudades de Israel antes que venga el Hijo del Hombre.

Una vez más, enviaste a tus Apóstoles a predicar la Buena Nueva. Iban como ovejas en medio de lobos. Por eso quizás, Señor, les advertiste que, para que fuera eficaz su labor, deberían ser sagaces como serpientes y sencillos como palomas; y que deberían guardarse de los hombres.

Les advertiste, además, con cariño y con claridad, que, más pronto que tarde, serían entregados a los tribunales, que en ocasiones serían azotados en sus Sinagogas, que algunos serían llevados a los gobernantes y reyes..., y que todos deberían estar prestos a dar testimonio público de que eran tus seguidores, tus discípulos.

Quizás, Señor, al oír estas cosas, más de uno mostraría extrañeza en su rostro e inquietud en su espíritu. Pero Tú, Señor, les quisiste apaciguar diciendo: estad tranquilos, que yo saldré en vuestra defensa; hablaré por vosotros; y me pondré en vuestro lugar; y hasta “el Espíritu de vuestro Padre estará con vosotros”.

Y, tras la promesa de tu ayuda, les dijiste: “el hermano entregará a su hermano, el padre al hijo; y se levantarán los hijos contra los padres para hacerlos morir. Y todos os odiarán mucho por mi nombre. Aunque, eso sí, el que persevere hasta el fin, ese se salvará”. Nuevas caras de extrañeza, nuevos rostros de estupor. Pero también aceptación de todas tus palabras.

Y como había que comenzar: ir a una ciudad y a otra; y luego a otras, y otras más, la tarea era inmensa, añadiste: “en verdad os digo que no acabaréis las ciudades de Israel antes que venga el Hijo del Hombre”.

miércoles, 7 de julio de 2010

Décima Cuarta Semana del T. O.
JUEVES
San Mateo 10, 7-15 

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK (http://www.custodia.org)

Id y predicad: El Reino de los Cielos está cerca. Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, sanad a los leprosos, expulsad a los demonios. Gratuitamente lo recibisteis, dadlo gratuitamente. No llevéis oro, ni plata, ni dinero en vuestras bolsas, ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón, porque el que trabaja merece su sustento.
»En cualquier ciudad o aldea en que entréis, informaos sobre quién hay en ella que sea digno; y quedaos allí hasta que os vayáis. Al entrar en una casa dadle vuestro saludo. Si la casa fuera digna, venga vuestra paz sobre ella; pero si no fuera digna, vuestra paz revierta a vosotros. Si alguien no os acoge ni escucha vuestras palabras, al salir de aquella casa o ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies. En verdad os digo que en el día del Juicio la tierra de Sodoma y Gomorra será tratada con menos rigor que esa ciudad.

Tenías que irte, Señor, pero quisiste continuar entre nosotros. No en tu humanidad —como estuviste durante algunos años— sino a través de tus discípulos, tus Apóstoles. Un día los habías escogido y ahora los enviabas: id y predicad: el Reino de los Cielos está cerca.


Y para que cumplieran con su misión, Señor, les otorgaste numerosas gracias: curar enfermos, resucitar muertos, sanar leprosos, expulsar demonios, es decir, les concediste practicar las acciones que Tú hacías y manifestar tus mismas inquietudes.


Sólo les pediste una condición, la gratuidad. Si todo lo habían recibido gratis, que todo gratis lo dieran. Esta gratuidad sería una señal de rectitud de intención, de amor auténtico, de entrega completa. Y que prescindieran de las riquezas, del oro y de la plata, de las bolsas y de las alforjas; de las túnicas y de las sandalias; del bastón y del sustento.


El tiempo urgía. Había que visitar ciudades y aldeas, casas y poblaciones. Y, aunque no había que dar la sensación deprisa, tampoco deberían detenerse demasiado a realizar proyectos. Saludad y pedid cuando tengáis necesidad, agradeced la acogida; y, cuando no os reciban, sacudid el polvo de las sandalias.


Y tened siempre presente que vais como ovejas en medio de lobos. Por lo tanto habréis de ser sagaces como las serpientes y sencillos como palomas. Y no olvidéis de guardaros de los hombres.

martes, 6 de julio de 2010

DÉCIMA CUARTA SEMANA DEL T. O.

MIÉRCOLES
SAN MATEO 10, 1-7

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK  http://www.opusdei.es/

Habiendo llamado a sus doce discípulos, les dio potestad para expulsar a los espíritus impuros y para curar todas enfermedades y dolencias. Los nombres de los doce Apóstoles son éstos: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo, y Tadeo; Simón Cananeo y Judas Iscariote, el que le entregó.
A estos doce envió Jesús después de darles estas instrucciones:
—No vayáis a tierra de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; sino id primero a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Id y predicad: El Reino de los Cielos está cerca.

Cuando recuerdo tus correrías por tierras de Palestina, me estremezco y me emociono. El alma se me pone de puntillas y el espíritu borbotea en mi interior acciones de gracias. ¡Dichosas ciudades y benditas aldeas que tuvieron la suerte de recibir tus visitas! ¡Y benditas las Sinagogas y los hogares, donde predicabas la Buena Noticia, curabas distintas enfermedades y aplacabas numerosas dolencias!

¡Misterio de la gracia y de la libertad! Eras Dios y te sometiste a limitaciones de tiempo y espacio. Eras hombre y soñabas llegar hasta el último rincón de Palestina. Podías hablar con cada uno y te dirigiste a grupos numerosos, a multitudes ingentes. Eras dueño del tiempo y de las cosas y te faltaban jornadas, brazos, días.

Tal vez, por eso, aquel día llamaste a los doce y les diste extraordinarias potestades. Eran doce y les llamaste por su nombre. Y les diste precisas instrucciones; y les marcaste un orden; les dijiste: primero predicad, luego curad. Y todo hacedlo gratuitamente, sin esperar nada, porque gratis lo habéis recibido.

Y este ha sido tu proceder a lo largo de la historia. Y así sigues, Señor, contando con nuestros pobres brazos, con nuestra torpe palabra y con nuestras fuerzas débiles. Y hoy, como entonces, con calma, con paciencia, al paso de Dios, a tu paso, Señor, te vamos ayudando. Y sigues llamándonos por nuestro nombre, y sigues confiando en nuestra debilidad.

Cuando reflexiono sobre estas cosas me emociono internamente y el espíritu me envuelve como un torbellino impetuoso.

lunes, 5 de julio de 2010

DÉCIMA CUARTA SEMANA DEL T. O.

MARTES
SAN MATEO 9, 32-38

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK  http://bb16.org/

Nada más irse, le trajeron un endemoniado mudo. Después de expulsar al demonio habló el mudo. Y la multitud se quedó admirada diciendo:
—Jamás se ha visto cosa igual en Israel.
Pero los fariseos decían:
—Expulsa los demonios por el príncipe de los demonios.
Jesús recorría todas las ciudades y aldeas enseñando en sus Sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando todas enfermedades y dolencias.
Al ver a las multitudes se llenó de compasión por ellas, porque estaban maltratadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor.
Entonces dijo a sus discípulos:
—La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies que envíe obreros a su mies.

Cada día venía lleno de actividades. Y cada día traía su novedad y sus emociones. Terminabas de atender a una necesidad y de inmediato te llegaba una nueva súplica. Esta vez “te presentaron un hombre mudo, poseído del demonio”. ¡Un hombre que no podía hablar, y además estaba atado por el espíritu del mal. Un necesitado!

Nadie te dijo nada. Sólo te presentaron al hombre. Acaso fueron familiares de aquel desgraciado, acaso discípulos tuyos; acaso enemigos de tu Reino. No lo sabemos. Sólo sabemos que “de improviso” lo presentaron ante tus pies.

Y Tú, Señor, como siempre, empezaste por lo primero: “echaste fuera al demonio”. Y a continuación concediste el don del habla a aquel hombre, y “el mudo —el que hasta entonces era mudo— comenzó a hablar”. Quizás lo primero que te dijo fue: gracias; qui-zás te pediría perdón o tal vez te rogase ayudas futuras.

¡Era una maravilla ver y oír hablar al hombre que había sido mudo! Durante un buen rato sonaron los aplausos en la plaza. La gente “se maravillaba”, por eso, además de aplaudir y vitorear, decía: “Nunca jamás hemos visto tal cosa en Israel”. ¡Qué maravilla! Pero los de siempre decían: “arroja a los demonios por el pacto que tiene con el jefe de todos ellos”. ¡Qué cosas hay que oír! ¡Qué cosas hay que escuchar!

Pero Tú, Señor, no hiciste ni caso. Seguiste recorriendo las aldeas y ciudades, y enseñabas en las Sinagogas, y predicabas la buena nueva, y curabas y decías a tus discípulos: “La mies es mucha, hay que rogar a Dios que envíe trabajadores a su mies”.

domingo, 4 de julio de 2010

DÉCIMA CUARTA SEMANA DEL T. O.

LUNES
SAN MATEO 9, 18-26

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK  http://www.iglesianavarra.org/

Mientras les decía estas cosas, un hombre importante se acercó, se postró ante él y le dijo:
—Mi hija acaba de morir, pero ven, pon la mano sobre ella y vivirá.
Jesús se levantó y le siguió con sus discípulos.
En esto, una mujer que padecía flujo de sangre hacía doce años, acercándose por detrás, tocó el borde de su manto, porque se decía en si misma: «Con sólo tocar su manto quedaré sana». Jesús se volvió y mirándola, le dijo:
—Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado.
Y desde ese mismo momento quedó curada la mujer.
Cuando llegó Jesús a la casa de aquel hombre y vio a los músicos fúnebres y a la multitud alterada, comenzó a decir:
—Retiraos, la niña no ha muerto, sino que duerme.
Pero se reían de él. Y, cuando echaron de allí a la gente, entró, la tomó de la mano y la niña se levantó. Y esta noticia corrió por toda aquella comarca.

Hasta Ti, Señor, llegaban las gentes sencillas y las gentes importantes. Todos te seguían, a todos les interesabas, todos te necesitaban. Esta vez llegó un cierto “hombre distinguido” y se postró a tus pies. Algo llevaba en su corazón, algo que le importaba en gran manera. Su hija acababa de morir. No era la muerte de un cualquiera, era la muerte de su hija, tal vez la más querida, acaso la única.

Y te pidió, Señor, así, a bocajarro: “ven a imponer tu mano sobre ella para que reviva”. Sé, Señor, —vino a decir aquel hom-bre— que Tú puedes, basta que quieras, basta que vengas. ¡Qué fe tan grande! ¡Qué esperanza tan fuerte! Es verdad que tenía interés, pero también es verdad que tenía una gran fe.

Y Tú, Señor, como tantas otras veces, sin decir palabra, actuaste; te levantaste y seguiste a aquel hombre acompañado de tus discípulos. Su talante te había ganado el corazón y querías premiarle con uno de tus milagros. Tus discípulos iban contentos, esperando una nueva caricia de tus manos.

Mientras, en el camino, una mujer, aprovechando la ocasión, acaso el tumulto, se acercó hasta Ti. Ella conocía que de Ti salía una fuerza curativa. Por eso deseaba tocar el extremo de tu manto. Ella creía. Tú, Señor, te volviste y le dijiste: “mujer, tu fe te ha curado”. Y la mujer saltó de gozo, de alegría. Estaba curada. ¡Había merecido la pena!

Al rato llegaste a la casa del hombre distinguido. Lloros y gritos lastimeros, lamentos y plañidos. Y Tú, con autoridad, con dos palabras pusiste paz y sosiego en el ambiente. Luego dijiste: “la niña no ha muerto, está dormida”. Algunos “se reían”. Otros rezaban. Tú, sin decir nada, tomaste “de la mano a la niña y ésta se puso en pie”. Alegría, alborozo, fiesta en la casa. Y el suceso corrió por toda aquella tierra. Y ha llegado hasta nosotros.

sábado, 3 de julio de 2010

Del santo evangelio
según san Lucas 10, 1-12. 17-20

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK

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En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía:
— «La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. ¡Poneos en camino! Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino.
Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa.” Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa. Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: “Está cerca de vosotros el reino de Dios.”
Cuando entréis en un pueblo y no os reciban, salid a la plaza y decid: “Hasta el polvo de vuestro pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que está cerca el reino de Dios.” Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para ese pueblo.»
Los setenta y dos volvieron muy contentos y le dijeron: — «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.» Él les contestó: — «Veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado potestad para pisotear serpientes y escorpiones y todo el ejército del ene¬migo. Y no os hará daño alguno. Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; es¬tad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo.»

Dios que nos creó sin necesidad de nuestra colaboración, pudo salvarnos también sin que nosotros interviniéramos en ella. Sin embargo, no ha sido así.  En la nueva creación que supone nuestra redención, el Señor ha querido que fuéramos colaboradores suyos, que tuviéramos una parte, e importante, en la tarea de nuestra salvación y en la de todos los hombres. De este modo tan sencillo, pero tan profundo lo expresa san Agustín: “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin tí”.

Cuando Jesucristo redime al hombre, le llama a una vida sobrenatural, implica una respuesta y un compromiso. Dios sí, toma la iniciativa en la llamada, pero el encuentro salvador no se realiza sin la respuesta del hombre. Es decir, Dios ha querido que participemos activamente en nuestra salvación.

Y además de esta participación en la propia salvación, los hombres, porque Dios lo ha querido, tenemos también una participación en la salvación de los demás.

En este sentido, Nuestro Señor llamó en primer lugar a los doce apóstoles para que predicaran el Evangelio, llamó también a otros setenta y dos para que fueran delante de Él anunciando su llegada a la gente, preparándolos para recibir al Señor.

Y aquello no fue más que el principio de una larga historia que se prolonga a lo largo de los siglos.
Hoy, todos, también de los laicos, están llamados a participar en la obra de la salvación por medio de la predicación del Evangelio.

Cada creyente tiene una responsabilidad personal e intransferible en difundir el mensaje de Cristo, según su propio estado y condición.

Es cierto que el modo de predicar el Evangelio en el caso de los seglares no ha de consistir en predicar en las iglesias, la responsabilidad de predicar el Evangelio tiene un alcance mucho mayor, una repercusión más comprometida y costosa.

Se trata de predicar sobre todo con el ejemplo, presentando un testimonio sincero de vida cristiana y dando la cara cuando sea preciso por la doctrina de Cristo.

Las palabras de Jesús siguen teniendo vigencia. También hoy es mucha la mies y pocos los obreros.

Hay que reconocer que en el mundo que vivimos es mucha la tarea y escaso el número de los que son responsables, con seriedad, en esta empresa de transformar el mundo, según la mente de Cristo.

De ahí que hayamos de rogar, una y otra vez, al dueño de la mies para que envíe obreros a su mies, para que despierte la conciencia de los cristianos.

En estos momentos en los que hay que ir contra corriente y defender a la Iglesia y al Papa, hemos de confesar sin ambages, con obras sobre todo, nuestra condición de cristianos.

viernes, 2 de julio de 2010

DÉCIMA TERCERA SEMANA DEL T. O.

SÁBADO
SAN MATEO 9, 14-17

CON UNSOLO GOLPE DE CLIK  http://www.alserdelapalabra.blogspot.com/

Entonces se le acercaron los discípulos de Juan para decirle:
—¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos con frecuencia, y, en cambio, tus discípulos no ayunan?
Jesús les respondió:
—¿Acaso pueden estar de duelo los amigos del esposo mientras el esposo está con ellos? Ya vendrá el día en que les será arrebatado el esposo; entonces ya ayunarán.
»Nadie pone un remiendo de paño nuevo a un vestido viejo, porque lo añadido tira del vestido y se produce un desgarrón peor. Ni se echa vino nuevo en odres viejos; porque entonces los odres revientan, y el vino se derramaría, y los odres se pierden. El vino nuevo lo echan en odres nuevos y así los dos se conservan.

Juan el Bautista, el hijo de Isabel y de Joaquín, a quien Tú, Señor, habías saludado antes de nacer y de quien habías recibido el Bautismo en el río Jordán no hacía mucho tiempo, seguía rodeado de discípulos. Discípulos que seguían sus orientaciones, imitaban su vida austera y esperaban como Él tu acción salvífica a favor de Israel y, quizás, a favor de todos los hombres.

Juan, que se sabía la voz que clama en el desierto, que se sabía tu precursor, les habría hablado muchas veces de Ti; les habría hablado de tu origen divino y de tu misión mesiánica; un día te señaló con el dedo como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; más tarde enviaría a algunos de esos discípulos a tu presencia para que Tú mismo les dijeras quién eras, a qué habías venido a este mundo y qué esperabas de los hombres.

Así, poco a poco, los discípulos de Juan fueron entendiéndote. Pero lo entendieron mejor después de haber visto los milagros que Tú hacías delante de las gentes. Habían visto que dabas vista a los ciegos, movimiento a los cojos, audición a los sordos, curación a los leprosos, habla a los mudos, vida a los muertos y les anunciabas el Evangelio a todos, también a los pobres.

Quizás fue el asunto del ayuno la primera cuestión que te preguntaron los discípulos de Juan. ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos y tus discípulos no ayunan? Tu respuesta, Señor, fue hermosa. Acudiste a la vida, a una realidad cotidiana de suma importancia: los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos, no ayunan. Mientras está el esposo hay fiesta, música, jolgorio, alegría. Cuando el esposo se vaya o sea arrebatado, entonces ayunarán, haciendo duelo, vivirán sacrificadamente.

Luego, quizás mirando tu túnica recién estrenada o el odre nuevo que tenías delante, apelaste a la experiencia casera: los remiendos al vestido viejo se arreglan con paños viejos; el vino nuevo y fresco se echa en odres nuevos. Así el manto viejo se fortalece y el vino bueno se conserva. Una buena lección.

Señor, quizás dijiste, como en otros momentos: el que tenga oídos para oír que oiga, o quizás no dijiste nada porque el evangelista nada recoge. En cualquier caso, los discípulos de Juan se fueron hasta donde estaba su maestro y le contaron tus respuestas. Más tarde, el propio Juan les enviaría de nuevo a Ti. Entonces fue cuando vieron tus milagros.

jueves, 1 de julio de 2010

DÉCIMA TERCERA SEMANA DEL T. O.

VIERNES
SAN MATEO 9, 9-13

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://www.vatican.va/news_services/or/home_esp.html

Al marchar Jesús de allí, vio a un hombre sentado al telonio, llamado Mateo, y le dijo:
—Sígueme.
Él se levantó y le siguió.
Ya en la casa, estando a la mesa, vinieron muchos publicanos y pecadores y se sentaron también con Jesús y sus discípulos. Los fariseos, al ver esto, decían a sus discípulos:
—¿Por qué vuestro maestro come con publicanos y pecadores?
Pero él, lo oyó y dijo:
—No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Id y aprended qué sentido tiene: Misericordia quiero y no sacrificio; porque no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores.

Tu vida, Señor, era una vida agitada. No parabas. De aquí para allá. La gente te esperaba y tenías que llegar a todos, también a los descarriados, a los extranjeros, a los de cerca y también a los lejanos. No perdías el tiempo. Hoy “al pasar” viste a Mateo y le dijiste “sígueme”; él se levantó y te siguió. Luego te invitó a comer a su casa. Debía tener una buena casa, una casa elegante.

A la comida acudieron publicanos, recaudadores, pecadores. ¡Gentes de buen comer y de buen beber! Fuiste Tú y tus discípulos. De entre todos, Tú, Señor, eras el centro de las miradas, el tema de las conversaciones, el invitado principal.

Se había preparado un buen banquete y habían asistido muchos comensales. Los fariseos, que acechaban tus pasos, que te seguían a todas partes, que no te dejaban ni a sol ni a sombra, estaban fuera. En esto se acercaron a tus discípulos y les dijeron que ya estaba bien de comer con “publicanos” y “pecadores”, que por qué hacía eso su Maestro.

Entonces Tú, Señor, que estabas en todo, que no se te pasaba una, te dirigiste a aquellos acusadores y les dijiste: “No necesitan médico los que están fuertes sino los que están débiles”. Y sabed, amigos, que yo he venido a dar la vida por todos y a darla abundantemente.

Fariseos ilustres, reparad lo que significa misericordia quiero y no sacrificio. No olvidéis que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.