jueves, 21 de octubre de 2010

... SALE UNA NUBE
VIGÉSIMA NOVENA SEMANA DEL T. O.

 VIERNES
SAN LUCAS 12, 54-59

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://video.google.com/videoplay?docid=-3610974470110018085#

Decía a las multitudes:
—Cuando veis que sale una nube por el poniente, en seguida decís: “Va a llover”, y así sucede. Y cuando sopla el sur, decís: “Viene bochorno”, y también sucede. ¡Hipócritas! Sabéis interpretar el aspecto del cielo y de la tierra: entonces, ¿cómo es que no sabéis interpretar este tiempo? ¿Por qué no sabéis descubrir por vosotros mismos lo que es justo?
»Cuando vayas con tu adversario al magistrado, procura ponerte de acuerdo con él en el camino, no sea que te obligue a ir al juez, y el juez te entregue al alguacil, y el alguacil te meta en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que pagues el último céntimo.

Señor, en tu afán de predicar, no perdías ocasión. Igual adoctrinabas a solas a cada uno de tus discípulos, como te dirigías a pequeños grupos que te seguían. A veces, muchas veces, hablabas a multitudes.

Esta vez, en efecto, te dirigías a las multitudes. Y les hablabas de nubes y ponientes; de lluvias y chaparrones; de bochorno y viento sur; es decir, les hablabas de cosas conocidas, de experiencias humanas, de constantes ambientales. Tú y ellos conocíais a la perfección estas cosas.

Y de repente, diste un salto. Hablaste de la vida. Venga, no seáis falsos, hipócritas, interpretad, descubrid los signos de los tiempos, igual que sabéis interpretar el aspecto del cielo y de la tierra, es decir, dad el salto a lo trascendente, a lo verdaderamente importante. Sed consecuentes, no seáis hipócritas, no uséis dos medidas.

“En tu queja, Señor, juegas con dos sentidos de la palabra tiempo: el meteorológico y el de las etapas de la salvación. Parece como si quienes te conocieron hubieran utilizado un doble tipo de razonamientos; uno con lógica, para juzgar las cosas terrenas y otro, ilógico, para juzgarte a ti, Señor.

“Los signos que mostraste, Señor —los milagros, tu vida y tu doctrina— serían suficientes para confesarte como Mesías. Sin embargo, aquellas gentes —y también nosotros— no siempre supieron, ni sabemos, corresponder” .

Terminaste, Señor, tus palabras dando un consejo práctico: procurad entenderos buenamente. No llevéis a nadie a juicio ni a jueces, ni a los alguaciles ni a los magistrados. Terminaréis en la cárcel y de allí no saldréis hasta pagar el último céntimo. Entenderos antes, mientras vais de camino.

Las multitudes te escuchaban. Te escuchamos nosotros. Haz que aprendamos tus lecciones de vida y de costumbres. Y luego, seamos consecuentes, huyamos de la hipocresía, de la doble vida.

miércoles, 20 de octubre de 2010

VIGÉSIMA NOVENA SEMANA DEL T. O.

JUEVES
SAN LUCAS 12, 49-53

CON UN SOLO GLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=B_FVMHnwBoA

»Fuego he venido a traer a la tierra, y ¿qué quiero sino que ya arda? Tengo que ser bautizado con un bautismo, y ¡cómo me siento urgido hasta que se lleve a cabo! ¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, os digo, sino división. Pues desde ahora, habrá cinco en una casa divididos: tres contra dos y dos contra tres, se dividirán el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.

Aquel día, Señor, estabas especialmente contento. Tu rostro brillaba de forma especial. Tus ojos miraban con mirada profunda. Andabas más ligero que otros días. El manto te caía hasta el suelo con mayor elegancia que en otras jornadas. Hasta el viento era suave y ligero, la luz solar envolvía entre sus rayos las cosas.

Llegaste al lugar donde estábamos todos. Se hizo silencio. Nos sentamos. Los Apóstoles y nosotros, que allí estábamos todos. Tú, Señor, te pusiste de pie y comenzaste a decir: Fuego he venido a traer a la tierra.... y nos propusiste todo un programa de vida, tu propio programa.

Y lo hiciste todo de un tirón. El silencio se palpaba. Las miradas estaban todas dirigidas a Ti. Los ojos bien abiertos, tus palabras golpeaban nuestras almas. Las oímos con expectación y tremendamente emocionados. No entendimos todo. Ahora las vamos a leer de nuevo:

»Fuego he venido a traer a la tierra, y ¿qué quiero sino que ya arda? Tengo que ser bautizado con un bautismo, y ¡cómo me siento urgido hasta que se lleve a cabo! ¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, os digo, sino división. Pues desde ahora, habrá cinco en una casa divididos: tres contra dos y dos contra tres, se dividirán el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.

Nadie se atrevió a preguntarte nada. Ni siquiera Pedro. Nosotros ahora te preguntamos por la última parte: lo del entrenamiento.

Tú sabías que Dios te había constituido signo de contradicción y que esta contradicción afectaría asimismo a sus discípulos. ¡Ya lo creo que afectó! Y afecta y afectará siempre. ¡Misterios de la fe! ¡Misterios!

martes, 19 de octubre de 2010


NO SABÉIS NI EL DIA NI LA HORA

VIGÉSIMA NOVENA SEMANA DEL T. O.

MIÉRCOLES
SAN LUCAS 12, 39-48

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=3xgrjsd---I

Sabed esto: si el dueño de la casa conociera a qué hora va a llegar el ladrón, no permitiría que se horadase su casa. Vosotros estad también preparados, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del Hombre.
Y le preguntó Pedro:
—Señor, ¿dices esta parábola por nosotros o por todos?
El Señor respondió:
—¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente, a quien el amo pondrá al frente de su casa, para dar la ración adecuada a la hora debida? Dichoso aquel siervo a quien su amo cuando vuelva le encuentre obrando así. En verdad os digo que lo pondrá al frente de toda su hacienda. Pero si ese siervo dijera en sus adentros: “Mi amo tarda en venir, y comenzase a golpear a los criados y criadas, a comer, a beber y emborracharse, llegará el amo de aquel siervo el día menos pensado, a una hora imprevista, lo castigará duramente y le dará el pago de los que no son fieles. El siervo, que, conociendo la voluntad de su amo, no fue previsor ni actuó conforme a la voluntad de aquél, recibirá muchos azo-tes; en cambio, el que sin saberlo hizo algo digno de castigo, recibirá pocos azotes. A todo el que se le ha dado mucho, mucho se le exigirá, y al que le encomendaron mucho, mucho le pedirán.

Esto de la vigilancia era importante. Por eso, Señor, seguiste insistiendo en el asunto. Ahora a propósito del dueño de una casa, hablaste a todos y a cada uno de los oyentes; nos hablaste a nosotros, personas de todos los tiempos; y nos dijiste que había que estar vigilantes, que sí, que era necesario.

Pedro, que te había oído con atención todo el discurso, se dirigió a Ti, Señor, y te dijo: ¿Esto va por nosotros o por todos? Pedro estaba seguro de que tanto él como los demás Apóstoles lo habían entendido, pero como Tú, Señor, insistías tanto, no acababa de saber a quién o a quiénes te dirigías, si a ellos o a todos. Por eso, preguntó.

Y Tú, Señor, que siempre tenías palabras de vida eterna, contestaste haciendo a tu vez otra pregunta. Más tarde, te explayaste contando las grandezas de un buen siervo; y la estupidez de un siervo haragán: del siervo que está enterado y del que es ignorante, y de la paga o castigo de cada uno; de lo recibido y de lo que se exigirá.

Pedro no preguntó más. Seguro que se enteró de todo, del sentido de tus palabras; de sus destinatarios, del premio o castigo. De lo contrario hubiera seguido preguntando.

Nosotros, tampoco te preguntamos, aunque sí te pedimos que nos ayudes para saber escucharte y, sobre todo, poner por obra tus enseñanzas; que nos decidamos a estar vigilando para así tener la suerte de ser premiados por Ti, Señor.

lunes, 18 de octubre de 2010

VIGÉSIMA NOVENA SEMANA DEL T. O.

MARTES
SAN LUCAS 12, 35-38

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK 
http://video.google.com/videoplay?docid=-7537482264004045096#

»Tened ceñidas vuestras cinturas y encendidas las lámparas, y estad como quienes aguardan a su amo cuando vuelve de las nupcias, para abrirle al instante en cuanto venga y llame. Dichosos aquellos siervos a los que al volver su amo los encuentre vigilando. En verdad os digo que se ceñirá la cintura, les hará sentar a la mesa y acercándose les servirá. Y si viniese en la segunda vigilia o en la tercera, y los encontrase así, dichosos ellos.

Y, entre los consejos que diste para tu seguimiento, está la exhortación a la vigilancia, a no bajar la guardia, a no descuidarse en ningún momento. El pueblo nómada estaba acostumbrado a vigilar durante el descanso, podían llegar fieras, rateros, enemigos. Se imponía la vigilancia, la atención, la guardia.

Y para eso, Señor, diste precisos consejos: llevad “ceñidas las cinturas, encendidas las lámparas, la atención despierta, siempre con la mano en el gatillo, con la llave en la cerradura, dispuestos a defenderse, dispuestos a abrir.

Dichoso —viniste a decir—, el que vigila, el que está atento, el que permanece en la brecha, el que no duerme, el que no se deja embaucar, el que está despierto. Será feliz cuando llegue el amo y lo abra; cuando llegue el enemigo y lo ausente, cuando llegue el amigo y lo reciba.

Dichoso —seguiste—, porque el amo se pondrá a servirle; el enemigo no hará daño, cuando llegue el amigo y se vea reconoci-do, cuando llegues Tú y nos reconozcas. ¡Merece la pena vigilar, estar atentos!

Y estar atentos, siempre, en la primera hora, en la segunda vigilia o en la tercera. Siempre. Ayúdanos, Señor, a preparar la torre, la atalaya; a escoger las flechas o el fusil; a mirar por el miradete del Castillo; a hacer la guardia; de día y de noche, a media tarde y al anochecer.

domingo, 17 de octubre de 2010

VIGÉSIMA NOVENA SEMANA DEL T. O.

LUNES
SAN LUCAS 12, 13-21

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=mfY8_Dcx4Ho

Uno de entre la multitud le dijo:
—Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo.
Pero él le respondió:
—Hombre, ¿quién me ha constituido juez o encargado de repartir entre vosotros?
Y añadió:
—Estad alerta y guardaos de toda avaricia; porque si alguien tenga abundancia de bienes, su vida no depende de aquello que posee.
Y les propuso una parábola diciendo:
—Las tierras de cierto hombre rico dieron mucho fruto. Y se puso a pensar para sus adentros: “¿Qué puedo hacer, ya que no tengo dónde guardar mi cosecha? Y se dijo: “Esto haré: voy a destruir mis graneros, y construiré otros mayores, y allí guardaré todo mi trigo y mis bienes. Entonces le diré a mi alma: “Alma, ya tienes muchos bienes almacenados para muchos años. Descansa, come, bebe, pásalo bien”. Pero Dios le dijo: “Insensato, esta misma noche te van a reclamar el alma; lo que has preparado, ¿para quién será? Así ocurre al que atesora para sí y no es rico ante Dios.

Una y otra vez, leemos en el Evangelio, Señor, que las gentes te seguían para escuchar tu palabra y también para pedirte favores, milagros, o simplemente solución a sus problemas. Esta vez es una multitud la que está reunida a tu alrededor. En una breve pausa de tu enseñanza, uno colocó su pregunta: “di a mi hermano que reparta la herencia conmigo”.

Tú, Señor, con rapidez y con autoridad le diste una respuesta llena de sentido común y de prudencia. Y, además, aprovechaste para instruir, no sólo a aquel “hombre” sino también a los que Te escuchaban, sobre un tema importante: el valor de los bienes materiales: el tener y el ser.

Y para que aquella enseñanza quedara más clara y mejor fijada en sus mentes, les propusiste, Señor, una parábola: la cosa iba de tierras y de frutos; de extraordinaria cosecha y de proyectos ambiciosos; de bienes y riquezas; de descansos y ambiciones; de comidas y bebidas; de juergas y placeres. ¡Toda una vida por delante!

Y también de juicio y de rendición de cuentas; de planes y realidades; de cuerpos y de almas; de vida presente y futura, de examen y sentencias. Toda una lección espiritual y eterna para hombres pegados a lo material y pasajero.

“El tener más, lo mismo para los pueblos que para las personas, no es el fin último. Todo crecimiento es ambivalente. Necesario para permitir que el hombre sea más hombre, lo encierra como en una prisión desde el momento en que se convierte en el bien supremo que le impide mirar más allá” .

Aquel hombre, Señor, se marchó quizás con su problema pero entendiendo que para solucionar esos casos había que acudir al juez o al encargado de repartir los bienes. Y nosotros aprendimos lo importante de mirar las cosas materiales con prudencia y equilibrio, teniendo los bienes materiales no como fines, sino como medios para conseguir una cosa mejor y permanente.

sábado, 16 de octubre de 2010

una viuda que solía decirle...
XXIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 18, 1-8

CON UNSOLO GOLPE DE CLIK http://maps.google.com/

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: -- Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: "Hazme justicia frente a mi adversario"; por algún tiempo se negó, pero después se dijo: "Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esa viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara."  Y el Señor respondió: -- Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?

Decíamos el domingo pasado que la fe es un don de Dios; que la fe es un regalo que Dios nos entrega gratuitamente para nuestra salvación; que había que pedir al Señor que nos aumente la fe.

La Palabra de Dios de este domingo, nos recuerda que debemos ser hombres y mujeres de oración; que la oración, fundamentada en la fe, debe ser constante, totalmente confiada, perseverante; que debemos orar sin desfallecer.

Tres son los ejemplos de vida de fe y de oración nos ofrece la Palabra de Dios de este domingo. De distinto rango y formación, pero los tres, claro ejemplo para nosotros.

El primero, nos lo ofrece la primera lectura: se trata de Moisés, orando en la cima del monte, con los brazos abiertos y empuñando el bastón.

El segundo, nos lo presenta San Pablo, en la segunda lectura, se trata de su discípulo Timoteo, que preparado para el encuentro con la fe de Cristo por su abuela Loide y su madre Eunice, dos entrañables y piadosas mujeres hebreas, llega a ser un hombre de fe y modelo de oración constante y confiada.

El tercer ejemplo, el mismo Jesús nos lo propone, en el evangelio que acabamos de proclamar, como modelo de oración constante, de súplica reiterada; se trata de la viuda que no deja de pedir al juez negligente hasta que éste le hace justicia y le concede lo que le pide.

Con estos ejemplos nos enseña la Palabra de Dios que la fe y perseverancia en la oración, obtiene siempre lo que pide, lo que ruega.

Ahora bien, para rezar auténticamente, para conseguir lo que se pide hay que tener una fe fuerte, como la tuvo Moisés, como la tuvo Timoteo, como la tuvo la viuda del evangelio; y, a la vez, un abandono confiado en Dios, como se expresa en los salmos y cánticos bíblicos, como lo expresa la oración más perfecta de todas: el Padre Nuestro.

Por tanto, fe en Dios y oración. La fe y la oración se relacionan e influyen mutuamente.

Quien deja de orar va dejando al mismo tiempo de confiar en Dios en cada circunstancia de la vida y se va quedando solo; y el don sobrenatural de la fe, fuerte quizás en otro tiempo, es sepultado por una nueva visión de la vida meramente humana o materialista. Y al final, quizás antes de lo esperado, “se vive, como nos advierte constantemente el Papa Benedicto XVI, como si Dios no existiera”.

Por otra parte, cuanto más fe tenemos, más acudimos a Dios. La fe es la causa de la oración. Acabamos de verlo en los 33 mineros chilenos. Porque tenían fe rezaron y porque rezaron no perdieron la fe.

Queridos hermanos, levantemos en alto nuestros brazos, como lo hizo Moisés, y pidamos cuanto necesitemos; conservemos la fe recibida de nuestros mayores, como Timoteo, y seamos siempre fieles a Dios; oremos como la viuda del Evangelio hasta alcanzar lo que pedimos.

Que Santa María, nuestra Madre, que creyó y oró como nadie, nos conceda la gracia de ser hombres y mujeres de fe; hombres y mujeres rezadores. Así sea.

viernes, 15 de octubre de 2010

EN LA SINAGOGA
VIGÉSIMA OCTAVA SEMANA DEL T. O.

SÁBADO
SAN LUCAS 12, 8-12

CON SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.pensarporlibre.blogspot.com/

»Os digo, pues: a todo el que me confiese delante los hombres, también el Hijo del Hombre le confesará ante los ángeles de Dios. Pero el que me niegue ante los hombres, será negado ante de los ángeles de Dios.
»A todo el que diga una palabra contra el Hijo del Hombre, será perdonado; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no se le perdonará.
»Cuando os lleven a las Sinagogas, y ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo defenderos, o qué tenéis que decir, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquella hora qué es lo que hay que decir.

En tus predicaciones, Señor, no sólo enseñabas doctrina y marcabas comportamientos, también prometías premios y anunciabas tiempos venturosos. Aunque tus promesas iban siempre acompañadas de ciertas exigencias. Prometías, exigías y asegurabas.

Señor, fuiste especialmente claro: a todo el que me confiese delante de los hombres, el Hijo del Hombre le confesará delante de los ángeles de Dios. Una exigencia y una promesa. Una exigencia transitoria —en la tierra— y una promesa eterna —en los cielos—. ¡Merece la pena!

Pero también anunciaste lo contrario. El que me niegue será también negado. ¡Cuánto debió costarte decir esto último! ¡Cuánta pena pensando en las posibles negaciones! Pero no tembló tu voz. Pronunciaste lo último con el mismo aplomo que lo primero.

Y, como queriendo profundizar más en la cuestión, hablaste de ir en contra del Hijo, de ir en contra del Espíritu Santo. Los discí-pulos se quedaron “pasmados” y yo también me quedo pasmado ahora. Y te miro, Señor, despacio y te digo: que nunca nadie se ponga contra Ti, ni contra el Espíritu.

Tan pasmados quedaron “los tuyos” y tan pasmados estamos nosotros, que tuviste que echarnos un capote, echarnos una mano: no os preocupéis de defenderos, el Espíritu Santo os enseñará a contestar justamente.

Exigencias y promesas, peticiones y premios; en medio nuestras vidas; unas más cortas, otras más largas, más simples o más complicadas, pero siempre seguras si estamos a tu lado; si vivimos a tu sombra.

jueves, 14 de octubre de 2010

AL SERVICIO DE LA PALABRA

AL SERVICIO DE LA PALABRA
¿No se venden cinco pajarillo
por dos ases?
VIGÉSIMA OCTAVA SEMANADELT. O.

VIERNES
SAN LUCAS 12, 1-7

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=djwIe4u4npk

En esto, habiéndose reunido una muchedumbre de miles de personas, hasta atropellarse unos a otros, comenzó a decir sobre todo a sus discí-pulos:
—Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. Nada hay oculto que no sea descubierto, ni secreto que no llegue a saberse. Porque cuanto hayáis dicho en la oscuridad será escuchado a la luz; cuanto hayáis hablado al oído bajo techo será pregonado sobre los terrados.
»A vosotros, amigos míos, os digo: no tengáis miedo a los que matan el cuerpo y después de esto no pueden hacer nada más. Os enseñaré a quién habéis de temer: temed al que después de dar muerte tiene potestad para arrojar en el infierno. Sí, os digo: temed a éste. ¿No se venden cinco pajarillos por dos ases? Pues bien, ni uno sólo de ellos queda olvidado ante Dios. Aún más, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No tengáis miedo: valéis más que muchos pajarillos.

Señor, siempre que salías a predicar, la gente te escuchaba. No transcurría mucho tiempo y estabas rodeado de gentes. En ocasiones eran multitudes. Esta vez, se había congregado junto a Ti una muchedumbre de miles de personas. Tantos eran que se molestaban unos a otros. A todos quizás no les llegaba tu voz clara, nítida y precisa.

Quizás por eso, Tú, Señor, ante la dificultad de que todos te oyesen, comenzaste a decir a tus discípulos lo que deseabas aprendieran todos.

Guardaros de la hipocresía; todo ha de saberse; todo saldrá a la luz; todo al final será conocido. Quizás la gente no oyó bien tu mensaje. Tus discípulos sí. Y por eso, quizás, se asustaron, se llenaron de pena, comenzaron a preocuparse.

Y Tú, Señor, seguiste: no tengáis miedo. Hay enemigos y enemigos. Temed a los que matan el alma. Temed a los que arruinan el espíritu; temed a ésos. Pero no tengáis miedo de los demás. Mi Padre cuidará de vosotros.

No olvidéis que mi Padre se preocupa de todo, cuida de todo, de los pajarillos, de los animales indefensos; de los cabellos de la cabeza, de las cosas más insignificantes. ¡Cuánto más se cuidará de vosotros!

miércoles, 13 de octubre de 2010

VIGÉSIMA OCTAVA SEMANA T. O.

JUEVES
SAN LUCAS 11, 47-54

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://alserdelapalabra.blogspot.com/

¡Ay de vosotros, que edificáis los sepulcros de los profetas, después que vuestros padres los mataron! Así pues, sois testigos de las obras de vuestros padres y consentís en ellas, porque ellos los mataron, y vosotros edificáis sus sepulcros. Por eso dijo la sabiduría de Dios: Les enviaré profetas y Apóstoles, y a algunos los matarán y perseguirán, para que se pida cuentas a esta generación de la sangre de todos los profetas, derra-mada desde la creación del mundo, desde la sangre de Abel hasta la san-gre de Zacarías, asesinado entre el altar y el Templo. Sí, os lo aseguro: se le pedirá cuentas a esta generación. ¡Ay de vosotros, doctores de la Ley, porque os habéis apoderado de la llave de la sabiduría! Vosotros no habéis entrado y a los que querían entrar se lo habéis impedido. Cuando salió de allí, los escribas y fariseos comenzaron a atacarle con furia y a acosarle a preguntas sobre muchas cosas, acechándole para cazarle en alguna palabra.

Seguiste, Señor, con tus “ayes” de lástima y pena. Eran ayes a casos conocidos por todos: edificar mausoleos para profetas ajusticiados; unos hacen obras, otros aplican el castigo. Y esto, Señor, te dolía, por eso lo denunciabas.

El tema de los profetas era un asunto peliagudo. Hasta la sabiduría de Dios lo había recogido en su historia: “les enviaré profetas y Apóstoles, y a algunos los matarán y perseguirán, para que se pida cuentas a esta generación de la sangre de todos los profetas derramada desde la creación del mundo, desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, asesinado entre el altar y el Templo”. ¡La sabiduría de Dios!

¡Ay de los que os habéis apoderado de las llaves de la sabiduría! Tú, Señor, te detienes en señalar tres consecuencias de esa actitud: puede llevar a los demás a transgredir las leyes sin saberlo, e incluso a la muerte de los justos; y puede hacer imposible la salvación .

Cuando terminaste, Señor, saliste de allí, vinieron los ataques. Los de siempre: los escribas y los fariseos: que si eras muy duro, que si ya estaba bien de tanto atacar, que haber cómo respondías a las preguntas que te iban a formular...

Y ellos —los de siempre, los escribas y fariseos— comenzaron a atacarte, con furia y desdén; y comenzaron a acosarte a preguntas sobre muchas cosas; toda su ilusión era cazarte en alguna palabra, para poder acusarte y más tarde condenarte.

martes, 12 de octubre de 2010

¡AY DE VOSOTROS....!
VIGÉSIMA OCTAVA SEMANA DELT. O.

MIÉRCOLES
SAN LUCAS 11, 42-46

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://www.youtube.com/watch?v=19ZZXCa39kQ

Pero, ¡ay de vosotros, fariseos, porque pagáis el diezmo de la menta, de la ruda y de todas las legumbres, pero despreciáis la justicia y el amor de Dios! ¡Hay que hacer esto sin descuidar lo otro! ¡Ay de vosotros, fariseos, porque apetecéis los primeros asientos en las Sinagogas y que os saluden en las plazas! ¡Ay de vosotros, que sois como sepulcros disimulados, sobre los que pasan los hombres sin saberlo!
Entonces, cierto doctor de la Ley, tomando la palabra, le replica:
—Maestro, diciendo tales cosas, nos ofendes también a nosotros.
Pero el dijo:
—¡Ay también de vosotros, los doctores de la ley, porque imponéis a los hombres cargas insoportables, pero vosotros ni con uno de vuestros dedos las tocáis!

Aunque no con mucha frecuencia, a veces salieron de tu boca duros reproches. Muchos de ellos dirigidos a escribas y a fariseos. Hoy acabamos de recordar algunos. Son esos reproches que comienzan con un ¡ay! quejumbroso o dolorido. Esos ¡ayes! llenos de fuerza y esperanza.

Se trataba de hacer pequeños pagos: el diezmo de la menta, de la ruda, de las legumbres. Quizás había que hacerlo, pero sin olvidar la justicia y el amor a Dios. Lo de siempre: o esto o aquello; cuando de lo que se trata es de esto y aquello. No me extraña, Señor, que te salieran suspiros de condena.

O los ¡ayes! de los primeros puestos o de los saludos en las plazas. Tú, Señor, que habías venido a servir no a ser servido; Tú que habías venido a curar más que a ser aplaudido; te entiendo que condenes las aspiraciones egoístas.

Y creciste, Señor, en los lamentos: sepulcros disimulados; camuflaje de hojas; trapacería y comedia; máscaras y fachadas; maquillaje y cartón. Más claro, Señor, imposible. Y, a pesar de tantos avisos, nosotros sin enterarnos. Y tantos sin oír tus ayes y lamentos.

Aunque sí, alguien te oyó y se dio por enterado, pero no para cambiar, sino para irritarse. Como aquel doctor de la Ley, que con voz hueca y profunda, te replicó: “Maestro, diciendo tales cosas nos ofendes también a nosotros”.

Y Tú: “ay también de vosotros”, los doctores de la Ley. Mucho hablar y poco hacer; mucho predicar y poco dar trigo, mucha palabra pero ni mover un dedo a favor de los demás. ¡Ay de vosotros!

lunes, 11 de octubre de 2010

VIGÉSIMA OCTAVA SEMANA DEL T. O.
MARTES
SAN LUCAS 11, 37-41

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=49YMDD8tXfU&feature=related

Cuando terminó de hablar, cierto fariseo le rogó que comiera en su casa. Entró y se puso a la mesa. El fariseo se quedó extrañado al ver que Jesús no se había lavado antes de la comida. Pero el Señor le dijo:
—Así que vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, pero vuestro interior está lleno de carroña y maldad. ¡Insensatos!, ¿Acaso quien hizo lo de fuera no ha hecho también lo de dentro? Dad, más bien, limosna de lo que guardáis dentro y así todo quedará purificado para vosotros.

Cada vez eran más los que te seguían. Acudían a escucharte gentes de todas las clases y condiciones. Además de las gentes sencillas, llegaban a oírte escribas y fariseos. Allí, a tu alrededor, se colocaban unos y otros y Tú enseñabas la Buena Nueva. Esta vez, cuando terminaste de hablar, “cierto fariseo te rogó que comieras en su casa”. ¿Era una manera de agradecer tus palabras o un modo de cogerte en alguna contradicción? No lo sabemos.

Tú, Señor, aceptaste la invitación. Poco después, llegaste a la vivienda de aquel fariseo, entraste en su interior y te pusiste a la mesa. Parece que otros convidados habían llegado antes y, como era costumbre, se habían lavado las manos antes de sentarse a comer. Tú, Señor, en cambio no te lavaste. Y aquel fariseo “se quedó extrañado”, pero no te dijo nada.

Tú, Señor, sí hablaste. Y hablaste con severidad. Algunos dicen que este pasaje es “uno de los más severos del Evangelio”. En efecto, en él “desenmascaraste de modo vehemente el vicio por el que el judaísmo oficial se opuso con más fuerza a la aceptación de tu doctrina: la hipocresía revestida de legalismo.

Hay gentes que, so capa de bien, cumpliendo la mera letra de los preceptos, no cumplen su espíritu; no se abren al amor de Dios y del prójimo, y, bajo la apariencia de honorabilidad, apartan a los hombres del verdadero fervor, haciendo intolerable la virtud” .

Y hablaste claro. Hablaste de la limpieza exterior y de la limpieza interior; del origen de ambas realidades que no es otro que el amor creador de Dios; de la necesidad de ser generosos; de vivir la coherencia, de seguir la ley de Dios en su unidad.

Hazme, Señor, buen escuchador de tu Palabra, y, sobre todo, fiel cumplidor de ella. Que no me limite a escuchar tu mensaje sino que trate de vivirlo. Que cuide de la limpieza exterior pero que esa limpieza esté fundamentada en la limpieza interna. Que lave mis manos y que lave mi alma.

domingo, 10 de octubre de 2010


EL PROFETA JONÁS

VIGÉSIMA OCTAVA SEMANA DEL T. O.

LUNES
SAN LUCAS 11, 29-32

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=hQpVLKN8egQ

Habiéndose reunido una gran muchedumbre, comenzó a decir:
—Esta generación es una generación perversa; busca una señal y no se le dará otra señal que la de Jonás. Porque, así como Jonás fue señal para los habitantes de Nínive, del mismo modo lo será también el Hijo del Hombre para esta generación. La reina del Sur se levantará en el Juicio contra los hombres de esta generación y los condenará: porque vino de los confines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y daos cuenta que aquí hay algo más que Salomón. Los hombres de Nínive se levantarán en el Juicio contra esta generación y la condenarán: porque ellos se convirtieron ante la predicación de Jonás, y daos cuenta de que aquí hay algo más que Jonás.

Salir de casa y verte rodeado de gente, era todo uno. Admiraban tus palabras, anhelaban tus mensajes, esperaban tus sermones. Te llevabas, como se dice ahora, a la gente de calle apenas salías. Enseguida se corría la voz. Y pronto te encontrabas rodeado de gentes ávidas de escuchar tu voz, de aprender tus lecciones. Pero no era todo oro lo que relucía a tu lado, había también ganga.

Y Tú, Señor, amable, manso y humilde de corazón, no tenías pelos en la lengua para cantar las verdades. Con fuerza y con energía condenabas el mal aunque siempre te “abajabas” para comprender a las personas. ¡Generación perversa, llamaste a la tuya! ¡Señor!

Se ve que te había molestado lo de pedirte una señal. Habrías preferido más sencillez, más nobleza. Pero puestos a dar señales —dijiste— allá va la señal de Jonás. Y la gente, más o menos, entendió el asunto. Se acordaron de aquel profeta, de Nínive, de la Reina del Sur, de Salomón, del arrepentimiento de la ciudad, de todo aquello que era historia sagrada.

Me imagino, Señor, el momento. Quiero verte sentado en una piedra rocosa. Las manos sobre la cabeza, el manto arrastrando sobre el suelo y mucha gente mirándote a los ojos misericordiosos. Y Tú, ¡una señal! ¿Queréis una señal? La tendréis. Igual que Jonás, estaré tres días en el vientre de la tierra, al tercer día resucitaré. ¡Silencio!

De pronto, te pusiste de pie. Y repetiste: estaré tres días, como Jonás, en el vientre de la tierra, pero al tercer día resucitaré para nunca más morir.

sábado, 9 de octubre de 2010

XXVIII DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO
EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 17, 11-19


CON SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=YwZpw1gm2Xc

Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:
-- Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.
Al verlos, les dijo:
-- Id a presentaros a los sacerdotes.
Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo:
-- ¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?
Y le dijo:
-- Levántate, vete; tu fe te ha salvado.

La Primera lectura de la Misa de hoy nos recuerda la curación de Naamán el Sirio, sanado de la lepra por el Profeta Eliseo. El Señor se sirvió de este milagro para atraerlo a la fe, un don mucho mayor que la salud del cuerpo.

En el Evangelio tomado de San Lucas, nos relata un hecho similar: un samaritano -que, como Naamán, tampoco pertenecía al pueblo de Israel- que encuentra la fe después de su curación, como premio a su agradecimiento.

Recordemos la escena: Jesús, en su último viaje a Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Y al entrar en una aldea le salieron al encuentro diez leprosos que se detuvieron a lo lejos, a cierta distancia donde se encontraba el Maestro y el grupo que le acompañaba, pues la ley prohibía a estos enfermos acercarse a las gentes.

Y ellos, levantando la voz, pues están lejos, dirigen a Jesús una petición, llena de respeto, que llega directamente al Corazón de Cristo: "Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros".

Aquellos hombres, leprosos, excluidos de la sociedad, acuden a la misericordia divina. Y Jesús, lleno de lástima, se compadece de ellos y les manda ir a mostrarse a los sacerdotes, como estaba preceptuado en la Ley, para que certificaran su curación.

Y ellos, llenos de fe y esperanza, obedientes, se encaminaron donde les había indicado el Señor, como si ya estuvieran sanos; a pesar de que todavía no lo estaban. Y por su fe y docilidad, dice el texto, se vieron libres de la enfermedad.

Estos leprosos nos enseñan a acudir a la misericordia divina, que es la fuente de todas las gracias; y nos enseñan a tener fe y ser dóciles a quienes, en nombre del Maestro, nos indican lo que debemos hacer.

Y nos ofrecen también la oportunidad de preguntarnos si somos agradecidos: con Dios y con los demás.

Con frecuencia, vivimos pendientes de lo que nos falta y nos fijamos poco en lo que tenemos, en lo que nos ayudan y quizá por eso lo apreciamos menos y nos quedamos cortos en la gratitud. O pensamos que lo que tenemos nos es debido a nosotros mismos y nos olvidamos de lo que San Agustín señala al comentar este pasaje del Evangelio: "Nuestro, no es nada, a no ser el pecado que poseemos. Pues ¿qué tienes que no hayas recibido? (1 Cor 4,7)".

Muchos son los favores que recibimos de Dios directamente: salud, sol, lluvia, etc., y muchos también los beneficios que recibimos a través de las personas que tratamos diariamente. ¿Somos agradecidos? Es de bien nacidos ser agradecidos.

En concreto hoy, que celebramos el día de la Parroquia, es bueno que recordemos aunque sea rápidamente lo que la Parroquia nos ofrece, lo que de la Parroquia recibimos.

De la parroquia recibimos la gracia, el perdón, la Eucaristía, la Palabra de Dios, la formación doctrinal, la ayuda espiritual y la material en ocasiones, la amistad y la acogida y tantas otras cosas.

Por eso, conviene que hoy también nos preguntemos si amamos a la parroquia, si la defendemos, si somos agradecidos con ella.

Y nos preguntemos: ¿ayudamos a la parroquia con nuestra oración, con nuestro tiempo, con nuestras aportaciones materiales?.¿Vibramos con las cosas de la parroquia? ¿Nos alegramos de que marche cada vez mejor? ¿Qué haya más culto? ¿Qué haya más actividades?

viernes, 8 de octubre de 2010

VIGÉSIMA SÉPTIMA SEMANA DEL T. O.

SÁBADO
SAN LUCAS 11, 27-28

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.opusdei.es/art.php?p=36149

Mientras él estaba diciendo todo esto, una mujer de en medio de la multitud, alzando la voz, le dijo:
—Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron.
Pero él replicó:
—Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan.

Entre seguidores y detractores, entre fieles y curiosos se había arremolinado junto a Ti, Señor, una gran multitud de personas. Hombres y también mujeres. Niños y niñas, jóvenes, ellos y ellas, lo que se dice, una multitud. Los más, estaban de tu lado; algunos, dale que dale, te contradecían. El ruido era enorme. Para dejarse oír había que levantar fuerte la voz.

Eso es lo que hizo una mujer de en medio de la multitud, levantó la voz, y a pleno pulmón dijo algo encantador, que a buen seguro te gustó escuchar, como les gustó oír a muchas de las gentes allí congregadas. Echó un piropo a tu Madre. Tu Madre que, de haber estado allí, se hubiera sonrojado de vergüenza. ¡Era tan buena, humilde tu Madre!

Pero Tú, Señor, que tanto querías a tu Madre, en esos momentos estabas en otras cosas. Y alzando la voz también, para que te oyeran todos, replicaste: “Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan”.

“Tal como lo ha entendido la Tradición de la Iglesia, estas frases son un elogio de la grandeza de Santa María. Por encima de su maternidad física, Jesús proclama tu fidelidad espiritual” .

Alguno de los presentes —si es que Ella no estaba allí— se lo contaría después a tu Madre. Y ella, seguro, diría una vez más: hágase en mi según tu palabra; entrando así, por elevación, en el grupo de los bienaventurados. Nosotros seguimos llamándola, con alegría y fuerza, bienaventurada.

jueves, 7 de octubre de 2010

EL QUE NO ESTÁ CONMIGO
ESTÁ  CONTRA MI
VIGÉSIMA SÉPTIMA SEMANA DEL T. O.

VIERNES
SAN LUCAS 11, 15-26

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://video.google.com/videoplay?docid=-6332967446103444197#

Pero algunos de ellos dijeron:
—Expulsa los demonios por Beelzebul, el príncipe de los demonios.
Y otros, para tentarle, le pedían una señal del cielo. Pero él, que conocía sus pensamientos, les replicó:
— Todo reino dividido contra sí mismo queda desolado y cae casa contra casa. Si también Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo se sostendrá su reino? Puesto que decís que expulso los demonios por Beelzebul? Si yo expulso los demonios por Beelzebul, vuestros hijos ¿por quién los expulsan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero si yo expulso los demonios por el dedo de Dios, es que el Reino de Dios ha llegado a vosotros.
»Cuando uno que es fuerte y está bien armado custodia su palacio, sus bienes están seguros; pero si llega otro más fuerte y le vence, le quita sus armas en las que confiaba y reparte su botín. »El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama.
»Cuando un espíritu impuro ha salido de un hombre, vaga por lugares áridos en busca de descanso, pero al no encontrarlo, dice: “Me volveré a mi casa, de donde salí”. Y al llegar la encuentra bien barrida y en orden. Entonces va, toma otros siete espíritus peores que él, y entrando se instalan allí, con lo que la situación última de aquel hombre resulta peor que la primera.


Tal vez llegó camuflado en algún grupo. Acaso se presentó en un recodo del camino o salió de improviso de detrás de alguna esquina. Sea como fuese, allí estaba delante de Ti un endemoniado. El demonio era mudo. Tú te pusiste a expulsarlo. La gente, curiosa o preocupada, te rodeaba.

Cuando todo salió bien, muchos se hicieron de cruces, es decir, quedaron admirados. Pero no todos. Algunos, quizás sin pensarlo demasiado, dijeron que expulsabas los demonios por arte del príncipe de los demonios. Y otros pedían una señal que lo confirmara. ¡Qué ganas de complicar las cosas!

Tú, Señor, serio y un tanto disgustado, dijiste que era mal asunto estar divididos; que de la división no sale nada bueno; que antes de hablar convenía pensar lo que se iba a decir; que puede uno atraparse en sus mismas palabras; que hasta el fuerte puede caer.

Y en medio de estas cosas, pronunciaste una frase genial, una frase que no debiéramos olvidar nunca: El que no está conmigo está contra Mí, y el que no recoge conmigo, desparrama. Los Apóstoles debieron oír esta frase con enorme agrado y con gran emoción. Ellos estaban contigo, también se daban cuenta que muchos desparramaban sus vidas.

El mudo, agradecido, se fue a celebrarlo. Los quisquillosos siguieron en sus trece; los que te entendieron te dieron las gracias. Y Tú seguiste con el mismo tema, con otros ejemplos, con otras vivencias.

Ahora, nosotros, te decimos, Señor que queremos estar contigo, siempre y en todo; en los días de sol y cuando falte la luna; en las horas altas y en los momentos difíciles. Te decimos también que queremos recoger frutos, no desparramar; que queremos estar siempre contigo y no en la oscuridad de tus ausencias.

miércoles, 6 de octubre de 2010


PEID Y SE OS DARÁ


VIGÉSIMA SÉPTIMA SEMANA DEL T. O.
JUEVES
SAN LUCAS 11, 5-13

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.opusdei.es/art.php?p=40715

Y les dijo:
—¿Quién de vosotros que tenga un amigo y acuda a él a media noche y le diga: “Amigo, préstame tres panes, porque un amigo mío me ha llegado de viaje y no tengo qué ofrecerle”, le responderá desde dentro: “No me molestes, ya está cerrada la puerta; los míos y yo estamos acostados; no puedo levantarme a dártelos? Os digo que, si no se levanta a dárselos por ser su amigo, al menos por su importunidad se levantará para darle cuanto necesite.
»Así, pues, yo os digo: pedid y se os dará; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá; porque todo el que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y a quien llama, se le abrirá. ¿Qué padre de entre vosotros, si un hijo suyo le pide un pez, en lugar de un pez le da una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le da un escorpión? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?

Señor, a lo largo de tu vida apostólica, fuiste enseñando a tus discípulos a hacer oración. Les enseñaste con tu ejemplo —tantas veces te vieron, retirado en un lugar solitario— a hacer oración, que aprendieron de ti a realizarla. También les enseñaste las palabras que había que balbucear en esos ratos de amistad con Dios. Hoy quisiste señalar su eficacia.

Y, como era costumbre, acudiste a la vida ordinaria de los hombres. Y hablaste del amigo que acude a su amigo a media noche; de cómo le pide un favor; de la resistencia del amigo a dárselo; de la insistencia del otro en pedirlo, de la concesión al fin para quedar en paz y seguir el sueño. Y del hecho concreto, pasaste a la categoría, “hay que pedir”.

Hay que pedir para recibir; hay que buscar para encontrar; hay que llamar para que se nos abra. Siempre ha sido así, en la vida humana y también en la divina: el que busca encuentra, al que llama se la abrirá.

Y seguiste con otro ejemplo. Ahora del padre que es llamado por el hijo. El padre siempre acude a la llamada. Siempre socorre, siempre ayuda, siempre responde. A veces, se adelanta, siempre comprende, en ocasiones hasta se pasa.

Pues mejor actuará Dios, porque Dios es el único bueno. Si los hombres —que a veces son malos— actúan con generosidad, cuanto más y mejor actuará Dios, nuestro Padre del cielo, que siempre es generoso; que siempre obra bien.

A lo largo de los siglos, Señor, has recibido muchas peticiones; a tu corazón habrán llamado miles de personas, miles de corazones buscando alegría y consuelo. Y aunque siempre has sido generoso con todos, dadivoso en atenciones, tu corazón sigue lleno de amor, tu corazón permanece siempre a la espera.

martes, 5 de octubre de 2010

ENSÉÑANOS A ORAR
VIGÉSIMA SÉPTIMA SEMANA DEL T. O.

MIÉRCOLES
SAN LUCAS 11, 1-4

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=o62EyI_v__8


Estaba haciendo oración en cierto lugar. Y cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos:
—Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.
Él les respondió:
—Cuando oréis, decid:
Padre, santificado sea tu Nombre,
venga tu Reino;
sigue dándonos cada día nuestro pan cotidiano;
y perdónanos nuestros pecados,
puesto que también nosotros perdonamos
a todo el que nos debe;
y no nos pongas en tentación.

A pesar de estar, Señor, estrechamente unido al Padre, de vez en cuando te retirabas, solo, a hacer oración. Allí pasabas ratos, quizás horas en íntima presencia de Dios. ¡Cómo nos hubiera gustado recoger algunas de las cosas que tratarías con el Padre-Dios! ¡Quizás sea imposible, desde nuestra condición humana, tener experiencia de tu experiencia! ¡Quizás, sin quizás, ha sido mejor así! Nos habríamos muerto viendo tu gloria.

Y al terminar, ¡hala! enseguida comenzabas a atender a la gente. En esta ocasión el rato de oración quizás había sido más largo que otras veces, por eso, uno de tus discípulos, acercándose a Ti, todavía frescas tus experiencias, te dijo: Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.

En respuesta a esta petición, Tú, Señor, confiaste a tus discípulos y a tu Iglesia la oración cristiana fundamental. San Lucas da de ella un texto breve (con cinco peticiones), San Mateo nos transmite una versión más desarrollada (con siete peticiones). La tradición litúrgica de la Iglesia ha conservado el texto de San Mateo. Esta es la fórmula actual:

Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal. Amén.

“Esta oración que nos viene de Jesús es verdaderamente única: ella es “del Señor”. Por una parte, en efecto, por las palabras de esta oración el Hijo único nos da las palabras que el Padre le ha dado; Él es el Maestro de nuestra oración. Por otra parte, como Verbo encarnado, conoce en su corazón de hombre las necesidades de sus hermanos y hermanas los hombres, y nos las revela: es el Modelo de nuestra oración” .

San Agustín, Serm. 103,3. Sagrada Biblia. Nuevo Testamento. Ediciones Universidad de Navarra, Pamplona 1999, pág. 293.
San Josemaría, Conversaciones, n. 114.

lunes, 4 de octubre de 2010

MARTA y MARIA
VIGÉSIMA SÉPTIMA SEMANA DEL T. O.

MARTES
SAN LUCAS 10, 38-42

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://wwwnewmanreader.org/

Cuando iban de camino entró en cierta aldea, y una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Tenía ésta una hermana llamada María que, sentada también a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Pero Marta andaba afanada con numerosos quehaceres y poniéndose delante dijo:
—Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en las tareas de servir? Dile entonces que me ayude.
Pero el Señor le respondió:
—Marta, Marta, tú te preocupas y te inquietas por muchas cosas. Pero una sola cosa es necesaria: María ha escogido la mejor parte, que no le será arrebatada.

Mientras vivimos aquí en la tierra, estamos de camino. Somos viadores, caminantes, peregrinos hacia una patria eterna. A veces, con dificultades y sinsabores. La santa castellana, Teresa de Jesús, escribió que “esta vida es como una mala noche en una mala posada”. La meta está en el cielo, en la felicidad que nunca acaba. Tú, Señor, y “los tuyos” aquella mañana ibais “de camino”. Y al llegar a “cierta aldea” entrasteis en ella. Llamasteis a una puerta “y una mujer que se llamaba Marta”, os recibió en su casa.

Allí, en aquella casa descansasteis, repusisteis la fuerzas desgastadas. Vivían en aquella casa tres hermanos: Lázaro, Marta y María. Hicisteis con ellos una gran amistad, tanta que a estos tres hermanos se les conocerá más tarde como tus amigos. Con cada uno de ellos tuvisteis hermosos detalles: a Lázaro le prolongaste la vida; a María le hablaste del Reino del cielo; a Marta le enseñaste que “sólo una cosa es necesaria”.

Si nos atenemos a la letra de este texto, el evangelista no insiste en la necesidad de vivir la vida, tejida de acción y de contemplación, de amor al hombre y de amor a Dios, sino que, sencillamente, refiere una doble enseñanza: Marta que se agita, que se mueve, que trabaja sin parar y María que escucha, que medita y que contempla.

Entiendo que tus “palabras no son tanto un reproche a Marta como un elogio inmediato de la actitud de María que escucha tu palabra, Señor”. Escribió San Agustín: “Aquella se agitaba, ésta se alimentaba; aquella disponía muchas cosas, ésta sólo atendía a una. Ambas ocupaciones eran buenas” .

Y San Josemaría enseñó, de palabra y con su vida, que “hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de nosotros descubrir (...). No hay otro camino, hijos míos: o sabemos encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca” .

domingo, 3 de octubre de 2010


BUEN SAMARITANO

VIGÉSIMA SÉPTIMA SEMANA DEL T. O.

LUNES
SAN LUCAS 10, 25-37

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK

Entonces un doctor de la Ley se levantó y dijo para tentarle:
—Maestro, ¿qué debo hacer para conseguir la vida eterna?
Él le contestó:
—¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees tú?
Y éste le respondió:
—Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo.
Y le dijo:
—Has respondido bien: haz esto y vivirás.
Pero él, queriendo justificarse, le dijo a Jesús:
—¿Y quién es mi prójimo?
Entonces Jesús, tomando la palabra, dijo:
—Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos salteadores que, después de haberle despojado, le cubrieron de heridas y se marcharon, dejándolo medio muerto. Bajaba casualmente por el mismo camino un sacerdote; y, viéndole, pasó de largo. Igualmente, un levi-ta, llegó cerca de aquel lugar, al verlo, pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje se llegó hasta él, y al verlo, se llenó de compasión. Se acercó y lo vendó las heridas echando en ellas aceite y vino. Lo montó en su propia cabalgadura, lo condujo a la posada y él mismo lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más te lo daré a mi vuelta”. ¿Cuál de estos tres te parece que fue el prójimo de aquel que cayó en manos de los salteadores?
Él le dijo:
—El que tuvo misericordia con él.
Pues anda, le dijo Jesús, y haz tú lo mismo.

No todas las preguntas que te formulaban estaban llenas de buena intención, de deseo de saber, de ganas de conocer, de anhelo por vivir mejor. A veces, las preguntas encerraban una trampa, pretendían ponerte a prueba, tentarte. Es el caso de aquella pregunta de un doctor de la Ley: ¿Qué debo hacer para conseguir la vida eterna? Pregunta al parecer inocente, ingenua, inofensiva, pero llena de segundas intenciones. Tal vez, por eso Tú, Señor, le contestaste con otra pregunta: ¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees tú?

Y el doctor se lució: repitió la letra de la Ley. Y Tú le dijiste que bien. Así que ahora, ¡hala! a vivir esas normas. Y el doctor insistió: ¿pero quién es mi prójimo? Y Tú, lleno de amor, soltaste la bonita parábola que acabamos de leer más arriba. Ahora sólo quiero recalcar algunas palabras.

Un hombre: ¿Quién era ese hombre, Señor? Oigo que me dices: ese hombre eres Tú, es tu vecino; el que se cruza contigo por la calle; el que te adelanta a gran velocidad por la derecha, el viejo que se apoya en un bastón; el joven que cruza a tu lado velozmente; el guardia de circulación; el portero del trece; el viejo que vende castañas, el clérigo que perdona pecados; el cartero y el alguacil; el directo de orquesta y el peregrino a Santiago.

Y los que se cruzaron con el hombre ¿quiénes eran? Te oigo, Señor, que me dices: era el hortelano, el vendedor de billetes, el tendero, el clérigo, el militar, el emigrante, el nativo. Eran los demás hombres, los otros; todos nosotros que vamos y venimos por los corredores del mundo y nos tropezamos con la miseria y la necesidad, la pena y la tristeza.

Y el prójimo, ¿quien es? El que tiene misericordia y cede el paso al anciano, atiende al cargante, socorre al herido, tutea al charlatán, da tiempo al solitario, sueño al enfermo, piedad al abandonado. Ese es el prójimo.

Y al que preguntó le dijiste:

Pues anda y haz tú lo mismo. También yo debo hacer lo mismo, y el que vive en el tercero; y el que reparte gasolina; y el torero, y el sacristán, y el mozo del bar y el anciano del ático. Todos debemos ser buenos samaritanos, como Tú, Señor.

sábado, 2 de octubre de 2010


DE UN GRANO DE MOSTAZA

DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO
EVANGELIO SEGÚN
SAN LUCAS 17, 5-10


CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://www.newmanreader.org

En aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor: -- Auméntanos la fe. El Señor contestó: -- Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa montaña: "Arráncate de raíz y plántate en el mar," y os obedecería. Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: "En seguida, ven y ponte a la mesa? ¿No le diréis: "Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú"? ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: "Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer."

Auméntanos la fe, dicen los Apóstoles al Señor. Es una súplica que recuerda la de otro personaje evangélico que ansía la curación de un ser querido y, al sentirse sin la fe suficiente, exclama: "Señor, yo creo, pero ven en ayuda de mi falta fe". Se desprende de todo esto que la fe es, sobre todo, un don de Dios que hay que pedir con humildad y constancia, confiando en su poder y en su bondad sin límites. Por eso, la primera consecuencia que hemos de sacar del pasaje evangélico que consideramos es la de acudir con frecuencia a Dios nuestro Señor, para pedirle, para suplicarle con toda el alma que nos aumente la fe, que nos haga vivir de fe.

Es tan importante la fe, que sin ella no podemos salvarnos. Lo primero que se pregunta al neófito, que pretende ser recibido en el seno de la Iglesia, es si cree en Dios, Uno y Trino… El Señor llega a decir que quien cree en él tiene ya la vida eterna y no morirá jamás. San Juan dice en su Evangelio que cuanto ha escrito no tiene otra finalidad que ésta: que sus lectores crean en Jesucristo y, creyendo en él, tengan vida eterna. San Pablo también insistirá en la necesidad de la fe para ser justificados, y así nos dice que mediante la fe tenemos acceso a la gracia.

En contra de lo que algunos pensaron, y piensan, la fe de que nos hablan los autores inspirados es una fe viva, una fe auténtica, refrendada por una conducta consecuente. Santiago en su carta dirá que una fe sin obras es una fe muerta. El mismo san Pablo habla también de la fe que se manifiesta en las obras de caridad, en el amor verdadero que se conoce por las obras, no por las palabras. Podríamos decir que tan importantes son las obras para la fe, que cuando no obra como se piensa, se acaba pensando como se obra. En efecto, si no actuamos de acuerdo con esa fe terminamos perdiéndola. De hecho lo que más corroe la fe es una vida depravada. Por eso dijo Jesús que los limpios de corazón verán a Dios, porque es casi imposible creer en él y no vivir de acuerdo con esa fe.

La fe, a pesar de ser un don gratuito, es también una virtud que hemos de fomentar y de custodiar. El Señor que nos ha creado sin nuestro consentimiento, no quiere salvarnos si nosotros no ponemos cuanto podamos de nuestra parte. De ahí que hayamos de procurar que nadie ni nada enturbie nuestra fe. Tengamos en cuenta que ese frente es el más atacado por nuestro enemigo. Hoy de forma particular se han desatado las fuerzas del mal para enfriar la fe. El Señor viene a decir que al final de los tiempos el ataque del Maligno será tan fuerte, que conseguirá enfriar la caridad de muchos. Formula, además, una pregunta que nos ha de hacer pensar y también temer. Cuando vuelva el Hijo del Hombre -nos dice-, ¿encontrará fe en el mundo?

A la petición de los Apóstoles responde el Señor hablándoles del poder de la fe, capaz de los más grandes prodigios. Con un modo hiperbólico subraya Jesús la importancia y el valor supremo de la fe. En efecto, quien cree es capaz de las más grandes hazañas, no temerá ni a la vida ni a la muerte, verá las cosas con una luz distinta, vivirá siempre sereno y esperanzado... Pidamos al Señor que nos aumente la fe, luchemos para mantenerla íntegra, para vivir siempre en conformidad con lo que creemos. (A.G.M.)

viernes, 1 de octubre de 2010


DOS DE LOS SETENTA Y DOS

VIGÉSIMA SEXTA SEMANA DEL T. O.

SÁBADO
SAN LUCAS 10, 17- 24

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://www.vatican.va/

Volvieron los setenta y dos llenos de alegría diciendo:
—Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.
Él les dijo:
—Veía yo a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad, os he dado potestad para aplastar serpientes y escorpiones y sobre todo poder del enemigo, de manera que nada podrá haceros daño. Pero no os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos más bien de que vuestros nombres están escritos en el Cielo.
En aquel mismo momento se llenó de gozo en el Espíritu Santo y dijo:
—Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y prudentes y las revelaste a los pequeños. Sí, Padre, pues así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre, ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo.
Y volviéndose hacia los discípulos les dijo aparte:
—Bienaventurados los ojos que ven lo que estáis viendo. Pues os aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros estáis viendo y no lo vieron; y oír lo que estáis oyendo y no lo oyeron.

Fueron setenta y dos los discípulos que enviaste a predicar por las aldeas y ciudades. Treinta y dos parejas, pues los enviaste de dos en dos. Como el Padre me ha enviado —les dijiste— así os envío Yo. Si a Mí me han oído —insististe— también a vosotros os oirán. Si a Mí me han despreciado lo mismo harán con vosotros. Y les diste otras normas de comportamiento: desde llevar el bastón, las sandalias, hasta lo de sacudir el polvo del camino, lo de residir en lugares de paz.

Pasados unos días, Señor, “volvieron los setenta y dos llenos de alegría”. Alegría interna, producto del deber cumplido, de la misión realizada. Y alegría externa, en la cara, que es espejo del alma. Y comenzaron a contar. ¡Qué hermosos serían aquellos relatos! ¡Qué satisfacción en los discípulos, pero, sobre todo, qué satisfacción en Ti, Señor! Ellos en el sumo de la aventura decían: “hasta los demonios se nos someten en tu nombre”.

Y Tú, Señor, utilizando una luminosa metáfora contestaste: “veía yo a Satanás caer del cielo como un rayo”. El mal vencido por el bien; la oscuridad por la luz, el pecado por la gracia; el enemigo del hombre por la fuerza de Dios. Y seguiste: alegraos por esto, sí, por la potestad que os he dado, pero sobre todo, alegraos porque “vuestros nombres están escritos en el cielo”. Los setenta y dos emocionados y llenos de alegría se callaron.

Tú, Señor, “lleno de gozo en el Espíritu Santo”, dijiste estas palabras tan hermosas: “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños y sencillos. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre, ni quién es el Padre sino el Hijo; y a quien el Hijo quiera revelarlo”. Hubo de nuevo, por unos instantes, un silencio inmenso.

Luego te volviste a los setenta y dos y les dijiste: Sois unos privilegiados, unos bienaventurados por lo que estáis viendo y oyendo. Muchos profetas y reyes quisieron ver u oír estas cosas y no lo vieron. Y aunque el evangelista no dice nada, un aplauso cerrado debió cerrar aquel momento.

jueves, 30 de septiembre de 2010

BETSAIDA
VIGÉSIMA SEXTA SEMANA DEL T. O.

VIERNES
SAN LUCAS 10, 13-16

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://www.unav.es/

»¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran realizado los milagros que han sido hechos en vosotras, hace tiempo que habrían hecho penitencia sentados en saco y ceniza. Sin em-bargo, en el Juicio Tiro y Sidón serán tratadas con menos rigor que vosotras. »Y tú, Cafarnaún, ¿acaso serás exaltada hasta el cielo? ¡Hasta el infierno vas a descender! »Quien a vosotros oye, a mí me oye; quien a vosotros os desprecia, a mí me desprecia; y quien a mí me desprecia, desprecia al que me ha enviado.

Corazoín y Betsaida no estaban lejos de Cafarnaún. Las aguas del Tiberíades bajaban de sus montañas. Las gentes de estas ciudades eran conocidas por su vida ligera. Malas costumbres, mala vida, a pesar de los milagros que Tú, Señor, obraste entre aquellas gentes. Dicho llanamente, Señor, te tenían cansado por su falta de respuesta, por su dejadez y abandono. ¡Y mira que lo habías intentado! ¡Pero no quisieron! Ni un asomo de cambio, de conversión, de penitencia.

Se entiende perfectamente tu queja, Señor. Te acordaste de Tiro y de Sidón, de sus gentes y de sus vidas. Si hubieran visto lo de Corazoín y Betsaida, a buen seguro —lo decías Tú, Señor— se hubieran vestido de saco y ceniza y hubieran lavado sus culpas sentados en el suelo, habrían llorado su comportamiento.

Se comprende también lo de la mayor suavidad con Tiro y con Sidón y la mayor dureza con Corazoaín y Betsaida. Y con Cafarnaún —la hermosa Cafarnaún— la esbelta, la altiva, la elegante, la feliz. ¡Mayor será la caída, cuando la altura es más alta! Mayor será el golpe cuando desde más arriba se cae. ¡Cielo e infierno! ¡Grandeza y miseria!

Y expuesto el hecho, la anécdota, la vida, presentaste también la doctrina, el mensaje, la teoría. Así de claro: quien a vosotros oye, a Mí me oye; quien a vosotros os desprecia a Mí me desprecia; y quien a Mí me desprecia, desprecia al que me ha enviado.