miércoles, 14 de julio de 2010

DÉCIMA QUINTA SEMANA DEL T. O.

JUEVES
SAN MATEO 11, 28-30

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://www.vatican.va/

»Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas: porque mi yugo es suave y mi carga es ligera.

No sé si fue a continuación de tu declaración solemne a los humildes o fue en otro momento, cuando pronunciaste, Señor, unas palabras que ensanchan el corazón y dan paz al alma. Son palabras sencillas, pero llenas de fuerza y compasión.

Te dirigiste a todos, a los fatigados y cansados, a los llenos de penas y de angustia, a todos los fatigados de recorrer la vida o de andar en búsqueda de la felicidad. En esas palabras, nos prometiste alivio, consuelo, paz, tranquilidad, sosiego.

Y a la vez, con elegancia, nos ofreciste una importante posibilidad: Llevar tu yugo, tu cruz, tu carga; no la nuestra, sino la tuya. Tuya, porque en realidad el peso de la cruz lo llevas Tú; a nosotros nos toca seguirte, arrimar un poco el hombro, caminar a tu lado.

Y todo habrá que hacerlo con sencillez, con mansedumbre, a tu estilo. Sin algaradas, sin voces, sin atolondramientos. Llevar la cruz de cada día, la carga de cada jornada; el yugo de cada mañana y de cada tarde. Sin dar lugar al cansancio.

Y nos prometiste que en Ti encontraríamos descanso y paz, sosiego y tranquilidad. Del cuerpo y del alma, de lo material y de lo espiritual. ¡Algo del cielo en la tierra! ¡Algo del premio en la lucha!

Y terminaste así: “porque mi yugo es suave y mi carga ligera”. Y aunque a nosotros, a veces, no nos parece ni tan suave, ni tan ligera, tu Palabra es verdad. ¡Quizás nosotros hablamos de otras cargas, no de las tuyas!

martes, 13 de julio de 2010

DÉCIMA QUINTA SEMANA DEL T. O.

MIÉRCOLES
SAN MATEO 11, 25-27

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://www.unav.es/

En aquella ocasión Jesús declaró:
—Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo.

¡Cuántas ocasiones tuviste, Señor, para hacer grandes declara-ciones, para fijar tu doctrina en las tablas públicas de los pueblos, para levantar acta solemne de tus normas y leyes! ¡Pero no lo hiciste! No era ése tu estilo. No habías escogido el camino del espectáculo ni de la majestuosidad para darte a conocer.

Esta vez, Señor, sí declaraste algo. Pero no lo hiciste a bombo y platillo. Lo realizaste con humildad y llaneza. ¡Hasta tus destinatarios eran sencillos, los pequeños de la tierra! Tú, Señor, dueño de cielos y tierras, ocultaste estas cosas a los sabios y prudentes y te fijaste en los sencillos, en los pobres, en los humildes.

Ese era el querer del Padre y a eso habías venido: a cumplir su voluntad. Y fijaste este mensaje: “nadie conoce al Hijo sino el Padre ni nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelárselo”.

Ten a bien, Señor, que te conozcamos a Ti, Hijo de Dios; que conozcamos al Padre, que conozcamos al Espíritu Santo; que conozcamos a la Santísima Trinidad.

Por nuestra parte, este es nuestro programa: creer en el Padre, creer en el Hijo y creer en el Espíritu Santo; esperar en el Padre, esperar en el Hijo y esperar en el Espíritu Santo; amar al Padre, amar al Hijo y amar al Espíritu Santo.

lunes, 12 de julio de 2010

DÉCIMA QUINTA SEMANA DEL T. O.

MARTES
SAN MATEO 11, 20-24

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK    http://www.spiritusmedia.org/

Entonces se puso a reprochar a las ciudades donde se habían realizado la mayoría de sus milagros, porque no se habían convertido:
—¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran realizado los milagros que han obrado en vosotras, hace tiempo que habrían hecho penitencia en saco y ceniza. Sin embargo, os digo que en el día del Juicio Tiro y Sidón serán tratadas con menor rigor que vosotras. Y tú, Cafarnaún, ¿acaso serás exaltada hasta el cielo? ¡Hasta el infierno vas a descender! Porque si en Sodoma se hubieran sido realizados los milagros que se han obrado en ti, perduraría hasta hoy. En verdad os digo que en el día del Juicio la tierra de Sodoma será tratada con menos rigor que tu.

También a Ti, Señor, alguna vez —es un decir— se te acababa la paciencia. Dale que te pego explicando las cosas y, al final, nada. Ni enterarse, ni enterarnos. ¡Qué paciencia, Señor, tenías con ellos y qué paciencia también tienes con nosotros!

Reprochaste a las ciudades en las que habías predicado tantas veces y en las que habías hecho tantos milagros, que por qué, habiendo oído y visto tantas cosas, no se habían convertido. ¡Qué misterio, Señor! ¡Qué misterio!

Y proferiste algunos ayes. Contra Corozain, contra Betsaida, contra Cafarnaún, ciudades preferidas por Ti y en las que tantos ratos habías pasado. Y, sin embargo, nada. Peor que Tiro y que Sidón; peor que Sodoma, que no habían recibido tantas caricias. Y tus ayes, Señor, sonaban a aviso, a acusación, a advertencia.

También nosotros, cristianos de hoy, que hemos recibido tantas gracias, que hemos escuchado tus serios avisos, tus amables advertencias, tus fuertes reprimendas, no te seguimos con garbo, no te entendemos con prontitud; no nos convertimos del todo.

Y también con nosotros —es un decir— se te acaba la paciencia, te molestas, te entristeces, sufres. ¡Qué duros de corazón somos a veces; qué tardos para entender, qué lentos para actuar; qué flojos para seguir tus pasos!

Señor, ten misericordia de nosotros; espera un año más; danos una nueva oportunidad.

domingo, 11 de julio de 2010

DÉCIMA QUINTA SEMANA DEL T. O.

LUNES
SAN MATEO 10, 34 - 11,1

CON UNSOLO GOLPE DE CLIK http://www.torreciudad.org/

»No penséis que he venido a traer la paz a la tierra. No he venido a traer la paz sino la espada. Porque he venido a enfrentar al hombre contra su padre, a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra. los enemigos del hombre serán los de su misma casa. »Quien ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y quien ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. Quien no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. Quien encuentre su vida, la perderá; pero quien pierda por mí su vida, la encontrará. »Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado. Quien recibe a un profeta por ser profeta obtendrá recompensa de profeta, y quien recibe a un justo por ser justo obtendrá recompensa de justo. Y cualquiera que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños por el hecho de ser discípulo, en verdad os digo que no quedará sin recompensa. Cuando terminó Jesús de dar instrucciones a sus doce discípulos, se fue de allí para enseñar y predicar en sus ciudades.

Tú, Señor, siempre amaste la paz. Te llamaron Príncipe de la paz. Cuando naciste, los ángeles cantaron: gloria a Dios en el cielo y en la tierra al hombre paz. Y, ahora, dices que no has venido a traer paz a la tierra, sino espada. Más aún, dices que has venido a enfrentar a los componentes de la misma familia; que nuestros enemigos serán los que viven en nuestra propia casa; que el hijo estará contra su padre, la hija contra su madre, la nuera contra su suegra, en fin que habrá pelea, guerra, discordia.

Y señalaste, además, que quien ama a su padre o a su madre más que a Ti no es digno de Ti, y el que ama a su hijo o hija, más que a Ti, tampoco; y que si no tomamos tu cruz y te seguimos no somos dignos de Ti; que si no nos empeñamos en encontrar la vida la perderemos; pero que si la perdemos la encontraremos.

Dijiste más: recibir a tus enviados, es recibirte a Ti, y recibirte a Ti es recibir al que te ha enviado. Luego, hablaste de la recompensa del profeta, de la recompensa del justo; de la recompensa de un vaso de agua fresca, de la felicidad.

Cuando terminaste de ofrecer estas enseñanzas, te fuiste de allí. Tenías que enseñar y predicar en otras ciudades. Y llegaste hasta la ciudad de mi alma. Quédate un rato —mejor, siempre— en mi ciudad y explícame estas instrucciones: lo de la paz, lo del enfrentamiento familiar, lo de amar más o menos; lo de la recompensa, lo de recibir a tus enviados..., explícame una y otra vez esto. Explícame todo, Señor. Tú tienes palabras de vida eterna.

sábado, 10 de julio de 2010

XV domingo tiempo ordinario 
Ciclo C Evangelio según san Lucas 
10, 25-37

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK  http://www.diocesispalencia.org/

En aquel tiempo, se presentó un maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba:
— «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?»
Él le dijo:
«Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?»
Él contestó:
— «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo.»
Él le dijo:
«Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida.»
Pero el maestro de la Ley, queriendo justificarse. preguntó a Jesús:
— «¿Y quién es mi prójimo?» Jesús dijo:
— «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo.
Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo:
“Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta.” ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayo en manos de los bandidos?»
Él contestó:
— «El que practicó la misericordia con él.»
Díjole Jesús:
— «Anda, haz tú lo mismo.»

Hay cuestiones en la vida que, sin duda, tienen una importancia decisiva para el hombre. Pero de entre todas esas cuestiones hay una que sobresale por su importancia sobre todas las demás: la salvación eterna de uno mismo. De nada nos sirven todas las otras cuestiones, si perdemos para siempre nuestra alma. Por eso cambió de forma radical la vida de san Francisco Javier. El santo de Loyola le repetía una pregunta que, poco a poco, se fue clavando en el corazón joven y ardiente de Javier, hasta dejarlo todo y seguir a Cristo, y marchar al fin del mundo. Aquella pregunta resuena, también hoy, en nuestros oídos: ¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?

Este personaje, este letrado de la Ley, que se acerca a Jesús para tenderle una emboscada, formula sin embargo una cuestión que todos nos debemos plantear, al menos una vez en la vida: ¿qué tengo que hacer yo para heredar la vida eterna? Y, como este letrado, hemos de dirigirnos al Maestro por antonomasia, al único que de verdad lo es, a Cristo Jesús. Es verdad que no podemos esperar una respuesta dirigida de modo personal, a cada uno de nosotros. Pero también es cierto que nuestro Señor Jesucristo nos hace llegar su respuesta a cada hombre en particular, o través de la propia conciencia, o por medio de cualquier otra forma de comunicación.
El problema, por tanto, no está en que Jesús responda o no responda, sino en que el hombre pregunte con interés o no lo haga. La cuestión está, sobre todo, en que al oír la respuesta, la lleve a cabo con decisión y generosidad. Porque hay que tener en cuenta que, lo mismo que la promesa es única y formidable, también las exigencias que puede implicar suponen esfuerzo y abnegación. Dios, en efecto, nos promete la vida eterna, pero también exige que, por amor a Él, nos juguemos día a día nuestra vida terrena.

Jugarse la vida es amar a Dios sobre todas las cosas, con todas nuestras fuerzas, con todo el corazón y con toda la mente. Amar con un amor cuajado en obras, con un amor que no se busca a sí mismo, con un amor desinteresado y generoso, con un amor que sabe ver al mismo Jesucristo en el menesteroso, que no pasa de largo nunca ante la necesidad de los demás, sino que por el contrario, se para y averigua en qué puede ser útil al prójimo, al que está cerca de él, al alcance de sus servicios.

Es lo que hizo el samaritano de la parábola. Los otros, un sacerdote y un levita de la Antigua Alianza, se hicieron los desentendidos, dieron un rodeo para no acercarse tan siquiera a quien yacía en tierra herido y ultrajado. Es una parábola que de alguna forma se repite de vez en cuando. Ojalá nunca pasemos de largo ante el dolor ajeno. (Cf A.G.M.)

viernes, 9 de julio de 2010


Querido D. Esteban: Desde Pamplona mi más cordial enhorabuena. Que Dios le otorgue mil bendiciones y gracias para que nos ayude a todos sus diocesanos a ser fieles servidores del Evangelio. Pido por usted y por su futura tarea apostólica. Me encomiendo, desde ya, a sus plegarias y deseo ser altavoz de sus palabras. Como muestra cuelgo aquí, en mi blog, su cariñoso y entrañable saludo. Que el Cristo del Otero y Nuestra Señora de la Calle le acompañen y guíen siempre en su camino. Atentamente, JMC

Queridos hermanos en el Señor:
Hace tan sólo unos momentos, se ha hecho público en Roma mi nombramiento como nuevo Obispo de la diócesis de Palencia.
Mi primer pensamiento se dirige, en actitud agradecida, a Nuestro Señor Jesucristo, que me llamó al orden episcopal hace ya casi diez años y que se ha fiado de mí para continuar su obra de salvación como sucesor de los Apóstoles.
Con sentimientos de filial obediencia, agradezco a Su Santidad el Papa Benedicto XVI, el haberme escogido para apacentar la iglesia particular de Palencia, vaceante tras el traslado de su último Obispo, Monseñor José Ignacio Munilla, a la diócesis de San Sebastián.
Acojo el nombramiento con sentimientos encontrados de tristeza y de alegría. Tristeza por tener que abandonar la Archidiócesis de Valencia, donde he nacido, he vivido y he ejercido el ministerio sacerdotal hasta ahora. Y tener que dejarla precisamente en estos momentos, en que su Arzobispo, Don Carlos Osoro Sierra, con quien siempre me he sentido tan unido, nos había ilusionado con un ambicioso itinerario de renovación espiritual y pastoral diocesana, itinerario con el que yo me había identificado plenamente. A él y al Sr. Cardenal Don Agustín García-Gasco, Arzobispo emérito de Valencia, les debo la pequeña experiencia que tengo en el gobierno pastoral de una diócesis.
Tristeza también por tener que alejarme, siquiera circunstancialmente, de mi familia, de mis amigos, y de tantos sacerdotes, personas consagradas y laicos cristianos, con quienes he estado íntimamente unido durante muchos años y a quienes siempre tendré en el recuerdo y en mi corazón. En este sentido imito, aunque de lejos, la actitud del patriarca Abraham cuando el Señor le pidió que dejase su casa, su tierra y su parentela y se dirigiese hacia lo desconocido, hacia el país de Canaán. A todos ellos les doy las gracias por las muestras de cariño que me han dispensado y les pido disculpas por las veces que les habré ofendido.
Nací en Valencia y me siento orgulloso de pertenecer a esta tierra tan hermosa, bendecida por Dios y bajo la protección de la Virgen María, en su entrañable título de “Mare de Deu dels Desamparats”. A ella confío mi nuevo ministerio y desde ahora pido su constante protección.
Pero me marcho también con sentimientos de cristiana alegría, por sentirme enviado por el Señor para cumplir una nueva misión en su Iglesia. No conozco más que por lecturas y referencias la iglesia particular de Palencia. Se me ha indicado que voy a ser el Obispo número cien del episcopologio palentino. Ello me dice bien a las claras que soy el furgón de cola de un numeroso grupo de grandes Obispos que me han precedido y que he de esforzarme por continuar la obra apostólica que ellos han realizado a lo largo de la dilatada historia de la diócesis.
Y voy a ser Obispo en esa noble tierra de la vieja Castilla, reavivando así mis antiguas raíces castellanas. Mi padre nació en un pequeño pueblo de la Tierra de Campos, Vidayanes del Campo, en la cercana provincia de Zamora. Allí vivió también mi entera familia paterna y allí pasé temporadas de mi vida juvenil. Vuelvo ahora a la Tierra de Campos, donde vivieron mis antepasados.
Mi pensamiento se dirige ya hacia todos los fieles cristianos de mi nueva iglesia particular. Saludo cordialmente a su Vicario General, Don Antonio Gómez Cantero, así como a los demás vicarios, al Colegio de Consultores, a todos los que trabajan en la Curia diocesana, al Cabildo de su bella Catedral, a los sacerdotes de los arciprestazgos de Brezo, Campoo-Santullán, Ojeda, Valle, Carrión, Campos, Camino de Santiago, Palencia y Cerrato. Me pongo desde este momento a vuestro servicio y espero que, cuando vaya, me admitáis de corazón como centro de comunión de vuestro presbiterio. Hemos de ir consiguiendo entre todos lo que el gran Papa Juan Pablo II nos enseñó en su Carta Apostólica “Novo Millennio Ineunte”: “Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo” (nº 43).
Mi pensamiento se dirige igualmente hacia los seminaristas de la diócesis y hacia todos los consagrados, tanto a los dedicados a la vida activa como a los de vida contemplativa, que tan rica tradición tiene por esas tierras. Vuestra dedicación y vuestra oración serán fundamentales para que yo pueda continuar desarrollando la misión evangelizadora de los pastores que me han precedido.
Y mi pensamiento se dirige finalmente hacia todos los fieles laicos: catequistas, agentes de pastoral, padres y madres de las familias cristianas, jóvenes que sois la esperanza de la Iglesia y sobre todo los que sufrís por la enfermedad, el dolor moral, la marginación, la pérdida de libertad o la pérdida del trabajo. Os aseguro que mi oración os tendrá presentes a todos ante el Señor y os pido desde ahora que recéis por mí.
A las autoridades, fieles cristianos y ciudadanos todos de Palencia se dirige desde la ciudad del Turia mi cordial saludo, esperando merecer que algún día me consideréis un palentino más. ¡Hasta pronto! Que Dios os bendiga.
Valencia, 9 de Julio de 2010

+ Esteban Escudero
Obispo electo de Palencia
Décima Cuarta Semana del T. O.
SÁBADO
San Mateo 10, 24-33

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK    http://www.diocesispalencia.org

»No está el discípulo por encima del maestro, ni el siervo por encima de su señor. Al discípulo le basta llegar a ser como su maestro, y al siervo como su señor. Si al amo de la casa le han llamado Beelzebul, cuánto más a los de su misma casa. No les tengáis miedo, porque nada hay oculto que no vaya a ser descubierto, ni secreto que no llegue a saberse. Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a plena luz; y lo que escuchasteis al oído, pregonadlo desde los terrados. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma; temed ante todo al que puede hacer perder alma y cuerpo en el infierno. ¿No se vende un par de pajarillos por un as? Pues bien, ni uno solo de ellos caerá en tierra sin que lo permita vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. Por tanto, no tengáis miedo: vosotros valéis más que muchos pajarillos.
»A todo el que me confiese delante de los hombres, también yo le confesaré delante de mi Padre que está en los Cielos. Pero al que me niegue delante de los hombres, también yo le negaré delante de mi Padre que está en los Cielos.

Es posible que de entre tus discípulos, después de escuchar las anteriores instrucciones, alguno comenzara a preguntarse por qué habían de suceder estas cosas ahora, y por qué les había de suceder a ellos. En realidad, todos estaban dispuestos a cumplir su misión, pero todo aquello era misterioso, extraño.

Tú, Señor, con gran compresión y no menos piedad, les aclaraste la cuestión: no está el discípulo —les dijiste— por encima del maestro, ni el siervo por encima de su señor. Al discípulo le basta imitar a su maestro; y al siervo le sobra con parecerse a su amo.

Y entonces, poniéndote de pie y llamando la atención hacia tu persona, les dijiste: Si a Mí me han llamado Beelzebul, qué no os llamarán a vosotros; si a Mí me condenaron a muerte, qué extraño os condenen a vosotros. Recordadlo bien: Os llamarán de todo, pero fuera el miedo, fuera el temor; porque todo llegará a saberse, porque todo, en su día, quedará al descubierto. A vosotros, igual que a Mí, os corresponde cumplir la voluntad de Dios y predicar la Buena Nueva.

Luego, Señor, hablaste a “los tuyos” del alma y del cuerpo, de los pajarillos, de los cabellos de la cabeza, de la providencia divina; y terminaste tu intervención con estas alentadoras palabras: a todo el que me confiese delante de los hombres, también yo le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos”. Y otras más: “al que me niegue, yo le negaré.

Al final llegó el silencio. Cada uno se dirigió a su casa. Aquella noche, Señor, es posible que tus discípulos soñaran con espadas y cárceles, con coronas de triunfo y rincones de cielo. Nosotros, ahora, después de veinte siglos, escuchamos tus consejos, reflexionamos sobre ellos, y procuramos entenderlos.

jueves, 8 de julio de 2010

Décima Cuarta Semana del tiempo ordinario Viernes San Mateo 
10, 16-23

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://www.vatican.va/

»Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Por eso, sed sagaces como las serpientes y sencillos como las palomas. Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en sus Sinagogas, y seréis llevados ante los gobernadores y reyes por causa mía, para que deis testimonio ante ellos y los gentiles. Pero cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué habéis de decir. Pues no sois vosotros los que vais a hablar, sino que será el Espíritu de vuestro Padre quien hablará en vosotros. Entonces el hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo; y se levantarán los hijos contra los padres para hacerles morir. Y todos os odiarán a causa de mi nombre; pero quien persevere hasta el fin, ése se salvará. Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra; en verdad os digo que no acabaréis las ciudades de Israel antes que venga el Hijo del Hombre.

Una vez más, enviaste a tus Apóstoles a predicar la Buena Nueva. Iban como ovejas en medio de lobos. Por eso quizás, Señor, les advertiste que, para que fuera eficaz su labor, deberían ser sagaces como serpientes y sencillos como palomas; y que deberían guardarse de los hombres.

Les advertiste, además, con cariño y con claridad, que, más pronto que tarde, serían entregados a los tribunales, que en ocasiones serían azotados en sus Sinagogas, que algunos serían llevados a los gobernantes y reyes..., y que todos deberían estar prestos a dar testimonio público de que eran tus seguidores, tus discípulos.

Quizás, Señor, al oír estas cosas, más de uno mostraría extrañeza en su rostro e inquietud en su espíritu. Pero Tú, Señor, les quisiste apaciguar diciendo: estad tranquilos, que yo saldré en vuestra defensa; hablaré por vosotros; y me pondré en vuestro lugar; y hasta “el Espíritu de vuestro Padre estará con vosotros”.

Y, tras la promesa de tu ayuda, les dijiste: “el hermano entregará a su hermano, el padre al hijo; y se levantarán los hijos contra los padres para hacerlos morir. Y todos os odiarán mucho por mi nombre. Aunque, eso sí, el que persevere hasta el fin, ese se salvará”. Nuevas caras de extrañeza, nuevos rostros de estupor. Pero también aceptación de todas tus palabras.

Y como había que comenzar: ir a una ciudad y a otra; y luego a otras, y otras más, la tarea era inmensa, añadiste: “en verdad os digo que no acabaréis las ciudades de Israel antes que venga el Hijo del Hombre”.

miércoles, 7 de julio de 2010

Décima Cuarta Semana del T. O.
JUEVES
San Mateo 10, 7-15 

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK (http://www.custodia.org)

Id y predicad: El Reino de los Cielos está cerca. Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, sanad a los leprosos, expulsad a los demonios. Gratuitamente lo recibisteis, dadlo gratuitamente. No llevéis oro, ni plata, ni dinero en vuestras bolsas, ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón, porque el que trabaja merece su sustento.
»En cualquier ciudad o aldea en que entréis, informaos sobre quién hay en ella que sea digno; y quedaos allí hasta que os vayáis. Al entrar en una casa dadle vuestro saludo. Si la casa fuera digna, venga vuestra paz sobre ella; pero si no fuera digna, vuestra paz revierta a vosotros. Si alguien no os acoge ni escucha vuestras palabras, al salir de aquella casa o ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies. En verdad os digo que en el día del Juicio la tierra de Sodoma y Gomorra será tratada con menos rigor que esa ciudad.

Tenías que irte, Señor, pero quisiste continuar entre nosotros. No en tu humanidad —como estuviste durante algunos años— sino a través de tus discípulos, tus Apóstoles. Un día los habías escogido y ahora los enviabas: id y predicad: el Reino de los Cielos está cerca.


Y para que cumplieran con su misión, Señor, les otorgaste numerosas gracias: curar enfermos, resucitar muertos, sanar leprosos, expulsar demonios, es decir, les concediste practicar las acciones que Tú hacías y manifestar tus mismas inquietudes.


Sólo les pediste una condición, la gratuidad. Si todo lo habían recibido gratis, que todo gratis lo dieran. Esta gratuidad sería una señal de rectitud de intención, de amor auténtico, de entrega completa. Y que prescindieran de las riquezas, del oro y de la plata, de las bolsas y de las alforjas; de las túnicas y de las sandalias; del bastón y del sustento.


El tiempo urgía. Había que visitar ciudades y aldeas, casas y poblaciones. Y, aunque no había que dar la sensación deprisa, tampoco deberían detenerse demasiado a realizar proyectos. Saludad y pedid cuando tengáis necesidad, agradeced la acogida; y, cuando no os reciban, sacudid el polvo de las sandalias.


Y tened siempre presente que vais como ovejas en medio de lobos. Por lo tanto habréis de ser sagaces como las serpientes y sencillos como palomas. Y no olvidéis de guardaros de los hombres.

martes, 6 de julio de 2010

DÉCIMA CUARTA SEMANA DEL T. O.

MIÉRCOLES
SAN MATEO 10, 1-7

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK  http://www.opusdei.es/

Habiendo llamado a sus doce discípulos, les dio potestad para expulsar a los espíritus impuros y para curar todas enfermedades y dolencias. Los nombres de los doce Apóstoles son éstos: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo, y Tadeo; Simón Cananeo y Judas Iscariote, el que le entregó.
A estos doce envió Jesús después de darles estas instrucciones:
—No vayáis a tierra de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; sino id primero a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Id y predicad: El Reino de los Cielos está cerca.

Cuando recuerdo tus correrías por tierras de Palestina, me estremezco y me emociono. El alma se me pone de puntillas y el espíritu borbotea en mi interior acciones de gracias. ¡Dichosas ciudades y benditas aldeas que tuvieron la suerte de recibir tus visitas! ¡Y benditas las Sinagogas y los hogares, donde predicabas la Buena Noticia, curabas distintas enfermedades y aplacabas numerosas dolencias!

¡Misterio de la gracia y de la libertad! Eras Dios y te sometiste a limitaciones de tiempo y espacio. Eras hombre y soñabas llegar hasta el último rincón de Palestina. Podías hablar con cada uno y te dirigiste a grupos numerosos, a multitudes ingentes. Eras dueño del tiempo y de las cosas y te faltaban jornadas, brazos, días.

Tal vez, por eso, aquel día llamaste a los doce y les diste extraordinarias potestades. Eran doce y les llamaste por su nombre. Y les diste precisas instrucciones; y les marcaste un orden; les dijiste: primero predicad, luego curad. Y todo hacedlo gratuitamente, sin esperar nada, porque gratis lo habéis recibido.

Y este ha sido tu proceder a lo largo de la historia. Y así sigues, Señor, contando con nuestros pobres brazos, con nuestra torpe palabra y con nuestras fuerzas débiles. Y hoy, como entonces, con calma, con paciencia, al paso de Dios, a tu paso, Señor, te vamos ayudando. Y sigues llamándonos por nuestro nombre, y sigues confiando en nuestra debilidad.

Cuando reflexiono sobre estas cosas me emociono internamente y el espíritu me envuelve como un torbellino impetuoso.

lunes, 5 de julio de 2010

DÉCIMA CUARTA SEMANA DEL T. O.

MARTES
SAN MATEO 9, 32-38

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK  http://bb16.org/

Nada más irse, le trajeron un endemoniado mudo. Después de expulsar al demonio habló el mudo. Y la multitud se quedó admirada diciendo:
—Jamás se ha visto cosa igual en Israel.
Pero los fariseos decían:
—Expulsa los demonios por el príncipe de los demonios.
Jesús recorría todas las ciudades y aldeas enseñando en sus Sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando todas enfermedades y dolencias.
Al ver a las multitudes se llenó de compasión por ellas, porque estaban maltratadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor.
Entonces dijo a sus discípulos:
—La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies que envíe obreros a su mies.

Cada día venía lleno de actividades. Y cada día traía su novedad y sus emociones. Terminabas de atender a una necesidad y de inmediato te llegaba una nueva súplica. Esta vez “te presentaron un hombre mudo, poseído del demonio”. ¡Un hombre que no podía hablar, y además estaba atado por el espíritu del mal. Un necesitado!

Nadie te dijo nada. Sólo te presentaron al hombre. Acaso fueron familiares de aquel desgraciado, acaso discípulos tuyos; acaso enemigos de tu Reino. No lo sabemos. Sólo sabemos que “de improviso” lo presentaron ante tus pies.

Y Tú, Señor, como siempre, empezaste por lo primero: “echaste fuera al demonio”. Y a continuación concediste el don del habla a aquel hombre, y “el mudo —el que hasta entonces era mudo— comenzó a hablar”. Quizás lo primero que te dijo fue: gracias; qui-zás te pediría perdón o tal vez te rogase ayudas futuras.

¡Era una maravilla ver y oír hablar al hombre que había sido mudo! Durante un buen rato sonaron los aplausos en la plaza. La gente “se maravillaba”, por eso, además de aplaudir y vitorear, decía: “Nunca jamás hemos visto tal cosa en Israel”. ¡Qué maravilla! Pero los de siempre decían: “arroja a los demonios por el pacto que tiene con el jefe de todos ellos”. ¡Qué cosas hay que oír! ¡Qué cosas hay que escuchar!

Pero Tú, Señor, no hiciste ni caso. Seguiste recorriendo las aldeas y ciudades, y enseñabas en las Sinagogas, y predicabas la buena nueva, y curabas y decías a tus discípulos: “La mies es mucha, hay que rogar a Dios que envíe trabajadores a su mies”.

domingo, 4 de julio de 2010

DÉCIMA CUARTA SEMANA DEL T. O.

LUNES
SAN MATEO 9, 18-26

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK  http://www.iglesianavarra.org/

Mientras les decía estas cosas, un hombre importante se acercó, se postró ante él y le dijo:
—Mi hija acaba de morir, pero ven, pon la mano sobre ella y vivirá.
Jesús se levantó y le siguió con sus discípulos.
En esto, una mujer que padecía flujo de sangre hacía doce años, acercándose por detrás, tocó el borde de su manto, porque se decía en si misma: «Con sólo tocar su manto quedaré sana». Jesús se volvió y mirándola, le dijo:
—Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado.
Y desde ese mismo momento quedó curada la mujer.
Cuando llegó Jesús a la casa de aquel hombre y vio a los músicos fúnebres y a la multitud alterada, comenzó a decir:
—Retiraos, la niña no ha muerto, sino que duerme.
Pero se reían de él. Y, cuando echaron de allí a la gente, entró, la tomó de la mano y la niña se levantó. Y esta noticia corrió por toda aquella comarca.

Hasta Ti, Señor, llegaban las gentes sencillas y las gentes importantes. Todos te seguían, a todos les interesabas, todos te necesitaban. Esta vez llegó un cierto “hombre distinguido” y se postró a tus pies. Algo llevaba en su corazón, algo que le importaba en gran manera. Su hija acababa de morir. No era la muerte de un cualquiera, era la muerte de su hija, tal vez la más querida, acaso la única.

Y te pidió, Señor, así, a bocajarro: “ven a imponer tu mano sobre ella para que reviva”. Sé, Señor, —vino a decir aquel hom-bre— que Tú puedes, basta que quieras, basta que vengas. ¡Qué fe tan grande! ¡Qué esperanza tan fuerte! Es verdad que tenía interés, pero también es verdad que tenía una gran fe.

Y Tú, Señor, como tantas otras veces, sin decir palabra, actuaste; te levantaste y seguiste a aquel hombre acompañado de tus discípulos. Su talante te había ganado el corazón y querías premiarle con uno de tus milagros. Tus discípulos iban contentos, esperando una nueva caricia de tus manos.

Mientras, en el camino, una mujer, aprovechando la ocasión, acaso el tumulto, se acercó hasta Ti. Ella conocía que de Ti salía una fuerza curativa. Por eso deseaba tocar el extremo de tu manto. Ella creía. Tú, Señor, te volviste y le dijiste: “mujer, tu fe te ha curado”. Y la mujer saltó de gozo, de alegría. Estaba curada. ¡Había merecido la pena!

Al rato llegaste a la casa del hombre distinguido. Lloros y gritos lastimeros, lamentos y plañidos. Y Tú, con autoridad, con dos palabras pusiste paz y sosiego en el ambiente. Luego dijiste: “la niña no ha muerto, está dormida”. Algunos “se reían”. Otros rezaban. Tú, sin decir nada, tomaste “de la mano a la niña y ésta se puso en pie”. Alegría, alborozo, fiesta en la casa. Y el suceso corrió por toda aquella tierra. Y ha llegado hasta nosotros.

sábado, 3 de julio de 2010

Del santo evangelio
según san Lucas 10, 1-12. 17-20

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK

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En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía:
— «La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. ¡Poneos en camino! Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino.
Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa.” Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa. Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: “Está cerca de vosotros el reino de Dios.”
Cuando entréis en un pueblo y no os reciban, salid a la plaza y decid: “Hasta el polvo de vuestro pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que está cerca el reino de Dios.” Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para ese pueblo.»
Los setenta y dos volvieron muy contentos y le dijeron: — «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.» Él les contestó: — «Veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado potestad para pisotear serpientes y escorpiones y todo el ejército del ene¬migo. Y no os hará daño alguno. Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; es¬tad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo.»

Dios que nos creó sin necesidad de nuestra colaboración, pudo salvarnos también sin que nosotros interviniéramos en ella. Sin embargo, no ha sido así.  En la nueva creación que supone nuestra redención, el Señor ha querido que fuéramos colaboradores suyos, que tuviéramos una parte, e importante, en la tarea de nuestra salvación y en la de todos los hombres. De este modo tan sencillo, pero tan profundo lo expresa san Agustín: “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin tí”.

Cuando Jesucristo redime al hombre, le llama a una vida sobrenatural, implica una respuesta y un compromiso. Dios sí, toma la iniciativa en la llamada, pero el encuentro salvador no se realiza sin la respuesta del hombre. Es decir, Dios ha querido que participemos activamente en nuestra salvación.

Y además de esta participación en la propia salvación, los hombres, porque Dios lo ha querido, tenemos también una participación en la salvación de los demás.

En este sentido, Nuestro Señor llamó en primer lugar a los doce apóstoles para que predicaran el Evangelio, llamó también a otros setenta y dos para que fueran delante de Él anunciando su llegada a la gente, preparándolos para recibir al Señor.

Y aquello no fue más que el principio de una larga historia que se prolonga a lo largo de los siglos.
Hoy, todos, también de los laicos, están llamados a participar en la obra de la salvación por medio de la predicación del Evangelio.

Cada creyente tiene una responsabilidad personal e intransferible en difundir el mensaje de Cristo, según su propio estado y condición.

Es cierto que el modo de predicar el Evangelio en el caso de los seglares no ha de consistir en predicar en las iglesias, la responsabilidad de predicar el Evangelio tiene un alcance mucho mayor, una repercusión más comprometida y costosa.

Se trata de predicar sobre todo con el ejemplo, presentando un testimonio sincero de vida cristiana y dando la cara cuando sea preciso por la doctrina de Cristo.

Las palabras de Jesús siguen teniendo vigencia. También hoy es mucha la mies y pocos los obreros.

Hay que reconocer que en el mundo que vivimos es mucha la tarea y escaso el número de los que son responsables, con seriedad, en esta empresa de transformar el mundo, según la mente de Cristo.

De ahí que hayamos de rogar, una y otra vez, al dueño de la mies para que envíe obreros a su mies, para que despierte la conciencia de los cristianos.

En estos momentos en los que hay que ir contra corriente y defender a la Iglesia y al Papa, hemos de confesar sin ambages, con obras sobre todo, nuestra condición de cristianos.

viernes, 2 de julio de 2010

DÉCIMA TERCERA SEMANA DEL T. O.

SÁBADO
SAN MATEO 9, 14-17

CON UNSOLO GOLPE DE CLIK  http://www.alserdelapalabra.blogspot.com/

Entonces se le acercaron los discípulos de Juan para decirle:
—¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos con frecuencia, y, en cambio, tus discípulos no ayunan?
Jesús les respondió:
—¿Acaso pueden estar de duelo los amigos del esposo mientras el esposo está con ellos? Ya vendrá el día en que les será arrebatado el esposo; entonces ya ayunarán.
»Nadie pone un remiendo de paño nuevo a un vestido viejo, porque lo añadido tira del vestido y se produce un desgarrón peor. Ni se echa vino nuevo en odres viejos; porque entonces los odres revientan, y el vino se derramaría, y los odres se pierden. El vino nuevo lo echan en odres nuevos y así los dos se conservan.

Juan el Bautista, el hijo de Isabel y de Joaquín, a quien Tú, Señor, habías saludado antes de nacer y de quien habías recibido el Bautismo en el río Jordán no hacía mucho tiempo, seguía rodeado de discípulos. Discípulos que seguían sus orientaciones, imitaban su vida austera y esperaban como Él tu acción salvífica a favor de Israel y, quizás, a favor de todos los hombres.

Juan, que se sabía la voz que clama en el desierto, que se sabía tu precursor, les habría hablado muchas veces de Ti; les habría hablado de tu origen divino y de tu misión mesiánica; un día te señaló con el dedo como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; más tarde enviaría a algunos de esos discípulos a tu presencia para que Tú mismo les dijeras quién eras, a qué habías venido a este mundo y qué esperabas de los hombres.

Así, poco a poco, los discípulos de Juan fueron entendiéndote. Pero lo entendieron mejor después de haber visto los milagros que Tú hacías delante de las gentes. Habían visto que dabas vista a los ciegos, movimiento a los cojos, audición a los sordos, curación a los leprosos, habla a los mudos, vida a los muertos y les anunciabas el Evangelio a todos, también a los pobres.

Quizás fue el asunto del ayuno la primera cuestión que te preguntaron los discípulos de Juan. ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos y tus discípulos no ayunan? Tu respuesta, Señor, fue hermosa. Acudiste a la vida, a una realidad cotidiana de suma importancia: los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos, no ayunan. Mientras está el esposo hay fiesta, música, jolgorio, alegría. Cuando el esposo se vaya o sea arrebatado, entonces ayunarán, haciendo duelo, vivirán sacrificadamente.

Luego, quizás mirando tu túnica recién estrenada o el odre nuevo que tenías delante, apelaste a la experiencia casera: los remiendos al vestido viejo se arreglan con paños viejos; el vino nuevo y fresco se echa en odres nuevos. Así el manto viejo se fortalece y el vino bueno se conserva. Una buena lección.

Señor, quizás dijiste, como en otros momentos: el que tenga oídos para oír que oiga, o quizás no dijiste nada porque el evangelista nada recoge. En cualquier caso, los discípulos de Juan se fueron hasta donde estaba su maestro y le contaron tus respuestas. Más tarde, el propio Juan les enviaría de nuevo a Ti. Entonces fue cuando vieron tus milagros.

jueves, 1 de julio de 2010

DÉCIMA TERCERA SEMANA DEL T. O.

VIERNES
SAN MATEO 9, 9-13

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://www.vatican.va/news_services/or/home_esp.html

Al marchar Jesús de allí, vio a un hombre sentado al telonio, llamado Mateo, y le dijo:
—Sígueme.
Él se levantó y le siguió.
Ya en la casa, estando a la mesa, vinieron muchos publicanos y pecadores y se sentaron también con Jesús y sus discípulos. Los fariseos, al ver esto, decían a sus discípulos:
—¿Por qué vuestro maestro come con publicanos y pecadores?
Pero él, lo oyó y dijo:
—No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Id y aprended qué sentido tiene: Misericordia quiero y no sacrificio; porque no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores.

Tu vida, Señor, era una vida agitada. No parabas. De aquí para allá. La gente te esperaba y tenías que llegar a todos, también a los descarriados, a los extranjeros, a los de cerca y también a los lejanos. No perdías el tiempo. Hoy “al pasar” viste a Mateo y le dijiste “sígueme”; él se levantó y te siguió. Luego te invitó a comer a su casa. Debía tener una buena casa, una casa elegante.

A la comida acudieron publicanos, recaudadores, pecadores. ¡Gentes de buen comer y de buen beber! Fuiste Tú y tus discípulos. De entre todos, Tú, Señor, eras el centro de las miradas, el tema de las conversaciones, el invitado principal.

Se había preparado un buen banquete y habían asistido muchos comensales. Los fariseos, que acechaban tus pasos, que te seguían a todas partes, que no te dejaban ni a sol ni a sombra, estaban fuera. En esto se acercaron a tus discípulos y les dijeron que ya estaba bien de comer con “publicanos” y “pecadores”, que por qué hacía eso su Maestro.

Entonces Tú, Señor, que estabas en todo, que no se te pasaba una, te dirigiste a aquellos acusadores y les dijiste: “No necesitan médico los que están fuertes sino los que están débiles”. Y sabed, amigos, que yo he venido a dar la vida por todos y a darla abundantemente.

Fariseos ilustres, reparad lo que significa misericordia quiero y no sacrificio. No olvidéis que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.

miércoles, 30 de junio de 2010

DÉCIMA TERCERA SEMANA DEL T. O.

JUEVES
SAN MATEO 9, 1-8

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://www.infinitomasuno.org/
Subió a una barca, cruzó de nuevo el mar y vino a su ciudad. Entonces, le presentaron a un paralítico tendido en una camilla. Al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico:
—Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados.
Entonces algunos escribas dijeron en sus adentros: «Éste blasfema». Conociendo Jesús sus pensamientos, dijo:
—¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? Qué es más fácil, decir: Tus pecados te son perdonados, o decir: Levántate, y anda? Pues pa-ra que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar los pecados —se dirigió entonces al paralítico— levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.
Él se levantó y se fue a su casa. Al ver esto, la gente se atemorizó y glorificó a Dios por haber dado tal potestad a los hombres.

No sé de quién era la barca, Señor, pero parece que estaba a tu servicio. Con naturalidad te subiste a ella y en ella pasaste a esta orilla. En esta orilla estaba tu ciudad y a tu ciudad venías. Ya en casa, entre “los tuyos”, adoctrinabas a los que te seguían. Ellos te escuchaban y algunos te suplicaban actuases en su favor.

Te trajeron un paralítico. Y Tú, Señor, que veías el interior de las personas, que conocías la fe de aquel hombre enfermo, le dijiste: “Tus pecados te son perdonados”. ¡Qué alegría debió sentir aquel paralítico! Pide la curación del cuerpo y le curas el alma; pide la salud material y le concedes la alegría interna.

Pero ciertos escribas, en su interior, te tildaron de blasfemo. Y Tú, con paz y serenidad, les preguntaste: ¿el que puede hacer lo fácil (curar el cuerpo), no pude hacer lo difícil (dar salud al alma)? Pues, para que veáis que tengo poder para regalar gracia y salud, dijiste al enfermo: “levántate, toma tu camilla y echa a correr a tu casa”.

Y aquel paralítico, que tenía fe, que era humilde, que era pobre y obediente, “se levantó” y corrió con rapidez a su casa. Y hasta llevó a cuestas la camilla, como Tú lo habías mandado.

Y la gente, la buena gente, llena de emoción, comenzó a glorificar a Dios y a darte a Ti las gracias. ¡No salían de su asombro! ¡No se explicaban que Dios te hubiera dado tanto poder! Aún no sabían que, aunque eras hombre, también eras Dios.

martes, 29 de junio de 2010

DÉCIMA TERCERA SEMANA DEL T. O.

MIÉRCOLES
SAN MATEO 8, 28-34

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK  http://www.osma-soria.org/

Al llegar a la orilla opuesta, a la región de los gadarenos, vinieron a su encuentro dos endemoniados, que salían de los sepulcros, tan furiosos que nadie podía transitar por aquel camino. Y en esto, se pusieron a gritar diciendo:
—¿Qué tenemos que ver contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí antes de tiempo para atormentarnos?
Había no lejos de ellos una gran piara de cerdos paciendo. Los demonios le suplicaban:
—Si nos expulsas, envíanos a la piara de cerdos.
Les respondió:
—Id.
Y ellos salieron y entraron en los cerdos. Entonces toda la piara se lanzó corriendo por la pendiente hacia el mar y pereció en el agua. Los porqueros huyeron y, al llegar a la ciudad, contaron todas estas cosas, y lo sucedido a los endemoniados. Así que toda la ciudad vino al encuentro de Jesús y, cuando le vieron, le rogaron que se alejara de su región.

Señor, habías llegado a la otra orilla. Junto a la región de los gadarenos. Como en otras ocasiones te seguían tus discípulos. Ibais siempre juntos por pueblos y aldeas. Quizás pensabais descansar allí unos instantes, para seguir después la ruta establecida.

Pero en esto, muy cerca, se oyó un ruido inmenso. Un grupo de hombres furiosos corrían hacia Ti. Un griterío enorme estalló a tu lado. ¡Qué tenemos que ver contigo! Los gritos cada vez eran más fuertes y más secos. ¿Por qué actúas —te dijeron—, tan pronto, tan pronto? Nadie podía caminar tranquilo por el camino.

En una zona cercana, una piara de cerdos hozaban en el suelo y gruñían. Entre los gritos y los gruñidos, el ambiente se hacía insoportable. De súbito, los demonios te pidieron que, si ibas a expulsarlos, les permitieras meterse en los cerdos. Tú, Señor, se lo permitiste. Al instante, los cerdos se lanzaron pendiente abajo y se precipitaron en el mar. Se ahogaron todos.

Los porqueros, que hasta entonces habían estado tranquilos y serenos, al ver aquel espectáculo, huyeron despavoridos a la ciudad. Y contaron a sus vecinos lo que había sucedido. No querían creerlos. Al fin aceptaron el relato. Poco después, una gran muchedumbre, la ciudad entera, llegó hasta donde Tú estabas. Y uno de ellos, quizás el jefe, hablando en nombre de todos, te dijo que te alejaras de sus dominios.

Aquellos hombres, durante años, vivieron con menos bienes y, lo que es peor, sin tu presencia. Es posible que algunos murieran en la desgracia de haberte excluido de sus territorios, de haberte declarado persona incómoda para sus intereses.

Hoy, Señor, queremos decirte: quédate con nosotros, en nuestra región, en nuestra tierra, en nuestra vida, aunque para ello haga falta sacrificar bienes, tierras, amores. Tú vales más, Tú eres el mejor vecino.

lunes, 28 de junio de 2010

DÉCIMA TERCERA SEMANA DEL T. O.

MARTES
SAN MATEO 8, 23-27

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Se subió después a una barca, le siguieron sus discípulos. De repente se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; pero él dormía. Y se le acercaron para despertarle diciendo:
—¡Señor, sálvanos que perecemos!
Jesús les respondió:
—¿Por qué os asustáis, hombres de poca fe?
Entonces, puesto en pie, increpó a los vientos y al mar y sobrevino una gran calma. Los hombres se asombraron y dijeron:
—¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?

Aunque Tú, Señor, y tus discípulos erais pobres, ¡os faltaban tantas cosas!, disponíais de una barca para hacer las travesías necesarias. A lo mejor, la barca que Tú usabas, Señor, era prestada o de algún discípulo tuyo. Para el caso, da igual, lo que Tú nos enseñas es: a la hora de usar las cosas, lo que importa es usarlas como medios, no como fines. Para Ti, Señor, la barca propia o prestada era un medio para realizar la misión que te habías programado: predicar la buena noticia a los hombres.

Y tus discípulos, Señor, te siguieron. Iban contigo a casi todos los sitios. Aprendían de tus enseñanzas, tus consejos y, sobre todo, aprendían a vivir desprendidos, fijándose en tu vida. Te veían Señor de todas las cosas, pero despegado de ellas; lleno de sabiduría, pero acudiendo a ejemplos sencillos; lleno de virtud, pero presentándote humildemente.

Así caminabais en la barca: hablando unos con otros; quizás descansando del trabajo del día; acaso programando nuevos proyectos, nuevas rutas. En esto, “de repente se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca”. Y Tú, Señor, dormías.

¡Cuántas veces, a lo largo de la historia de los hombres, la barca de tu Iglesia se ha visto sacudida por las olas de las persecuciones; por las dificultades internas de sus miembros; por los ataques del enemigo malo y por los perversos ejemplos y actitudes de hombres malvados. Y Tú, Señor, mientras, haciendo como que duermes, como si contigo no fueran las cosas!

Y entonces —el viento arreciaba—, tus discípulos te despertaron; y a gritos, llenos de miedo, acudieron a Ti: Señor, sálvanos que perecemos. Así ha sido siempre nuestro comportamiento: acudir a Ti llenos de miedo ante las dificultades y pedirte intervengas con tu ayuda, y nos eches una mano.

Hoy como entonces llegó tu corrección: ¿Por qué os asustáis, hombres de poca fe? Nos falta fe, Señor; nos falta seguridad. Y a continuación, Tú, Señor, “puesto de pie” interviniste: y las dificultades desaparecieron y llegó la calma.

domingo, 27 de junio de 2010

DÉCIMA TERCERA SEMANA DEL T. O.

LUNES
SAN MATEO 8, 18-22

CON SOLO GOLPE DE CLIC  http://www.opusdei.org/

Al ver Jesús a la multitud que estaba a su alrededor, ordenó pasar a la otra orilla. Y se le acercó un escriba.
—Maestro, te seguiré adonde vayas —le dijo.
Jesús le contestó:
—Las zorras tienen sus guaridas y los pájaros del cielo sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza.
Otro de sus discípulos le dijo:
—Señor, permíteme ir primero a enterrar a mi padre.
—Sígueme y deja a los muertos enterrar a sus muertos — le respondió Jesús.

Una gran multitud te seguía, Señor. Pero Tú ordenaste pasar a la otra orilla. Y allí, en la otra orilla, se te acercó un escriba. Y él —no sabemos su nombre— te dijo: Te seguiré adonde vayas. ¡Qué disposición más generosa, qué actitud más noble y desinteresada! ¡Qué habría visto en Ti!

Y Tú, Señor, le contestaste: Las zorras tiene sus guaridas y los pájaros del cielo sus nidos, pero yo no tengo donde reclinar la ca-beza. Y cuando dormías “bajo teja”, era porque Pedro, Juan u otros discípulos te ofrecían sus casas. Tú tenías casa en Nazaret, pero un día la dejaste.

Tú, Señor, no buscabas poder, ni dinero, ni fuerza. Los que te siguieran deberían prescindir también de honores terrenos, hasta del cobijo de una casa. Tú después les darías el ciento por uno.

Llegó otro —éste era discípulo— y te dijo que su padre acababa de morir, que iría a enterrarle y que luego te seguiría. Y Tú, Señor, le dijiste: Sígueme y deja a los muertos enterrar a sus muertos. ¿Pero Señor, no es una obra de misericordia enterrar a los muertos? ¿Qué querías decirnos?

Deja a los muertos enterrar a sus muertos. “Esta frase, a primera vista dura, responde al lenguaje que a veces empleaba Jesús. En ese lenguaje se entiende bien que sean llamados “muertos” los que se afanan por las cosas perecederas, excluyendo de su horizonte la aspiración a las perennes” .

Una cosa quedaba clara, que Tú, Señor, exigías pobreza y sacrificio para seguirte; y quedaba claro también, que con estos ejemplos se entendían mejor las cosas.

sábado, 26 de junio de 2010

XIII DOMIGO TIEMPO ORDINARIO CICLO C
EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 9, 51-62

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://www.adelante-juego.com/

Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envío mensajeros por delante. De camino entraron en una aldea de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, le preguntaron.
-- Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?
El se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea. Mientras iban de camino, le dijo uno:
-- Te seguiré adonde vayas.
Jesús le respondió: -- Las zorras tienen madriguera y los pájaros nido, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.
A otro le dijo: -- Sígueme. Él respondió: -- Déjame primero ir a enterrar a mi padre.
Le contestó: -- Deja que los muertos entierren a tus muertos; tú vete a
anunciar el Reino de Dios.
Otro le dijo; -- Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi
familia. Jesús le contestó: -- El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale
para el Reino de Dios.

Las lecturas de este domingo nos hablan de vocación, de paciencia ante el mal, de seguimiento. Eliseo desea seguir a Elías y ponerse a su servicio; San Pablo nos recuerda que estamos llamados a servir a Dios, por amor, en libertad, empujados no por los deseos de la carne sino del espíritu; y el evangelio nos refiere, la petición que le hicieron a Jesús los hermanos Santiago y Juan, pidiendo a Jesús que enviase fuego a aquel pueblo de samaritanos que no había querido recibirles, y también nos refiere las falsas condiciones de algunos que desean seguir al Maestro.

Y Jesús, por una parte, corrige el deseo de venganza de aquellos dos discípulos, diciéndoles “no sabéis a que espíritu pertenecéis”, “el Hijo del Hombre no ha venido a perder a los hombres sino a salvarlos”. Y les da una hermosa lección, de modo que los Apóstoles vayan aprendiendo que el celo por las cosas de Dios no debe ser áspero y violento.

Y por otra parte , Jesús, ante aquellos judíos que le piden seguirle, pero que le ponen determinadas condiciones: tales como despedirse de los de su casa, enterrar a sus muertos, mirar hacia atrás, les expresa claramente las exigencias que comporta seguir al Maestro.

Y es que, entonces, como hoy, seguir a Jesús, ser cristiano, no es tarea fácil ni cómoda; para seguir al Señor, es necesario huir de la indignación y el deseo de venganza, por ingratos que sean los demás; y es necesario también, para seguir al Señor, poner el amor a Dios antes que ninguna otra cosa. Es decir, a Dios no podemos ponerle condiciones.

Nuestra lealtad a la tarea que Dios nos confía debe superar todo obstáculo: “No existe jamás razón suficiente para preferir otras cosas a Dios. Dios es lo primero. Así esta escrito: “Amarás a Dios sobre todas las cosas”.

“Hemos de ser fieles, leales, hacer frente a nuestras obligaciones, encontrando en Jesús el amor y el estímulo para comprender las equivocaciones de los demás y superar nuestros propios errores. (Es Cristo que pasa n.160)

El seguimiento de Cristo, en efecto, lleva consigo una disposición rendida, una entrega inmediata de lo que Jesús pide, porque esa llamada es un seguir a Cristo al ritmo de su mismo paso, que no admite quedarse atrás: a Jesús o se le sigue, o se le pierde.

En qué consiste el seguimiento de Cristo lo ha enseñado Jesús en el Discurso de la Montaña, y nos lo resumen los catecismos más elementales de la doctrina cristiana: cristiano quiere decir hombre que cree en Jesucristo y está obligado a su santo servicio.

Cada cristiano debe buscar, en la oración y el trato con el Señor, cuáles son las exigencias personales y concretas de su vocación cristiana. Acudamos a Nuestra Madre la Virgen, Santa María.