martes, 9 de noviembre de 2010

Y LOS OTROS NUEVE
TRIGÉSIMA SEGUNDA SEMANA DEL T. O.

MIÉRCOLES
SAN LUCAS 17, 11-19

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=WD5tHPS0rW0

Al ir de camino a Jerusalén, atravesaba los confines de Samaría y Galilea; y, cuando iba a entrar en un pueblo, le salieron al paso diez leprosos, que se detuvieron a distancia y le dijeron gritando:
—Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros.
Al verlos, les dijo:
—Id y presentaos a los sacerdotes.
Y mientras iban quedaron limpios. Uno de ellos, al verse curado, se volvió glorificando a Dios a gritos, y fue a postrarse a sus pies dándole gracias. Y éste era samaritano. Ante lo cual dijo Jesús:
—¿No son diez los que han quedado limpios? Los otros nueve ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino sólo este extranjero?
Y le dijo:
—Levántate y vete; tu fe te ha salvado.

Habías decidido bajar a Jerusalén. Atravesabas los confines de Samaria y Galilea. Algunas gentes, que trabajaban en los campos, te saludaban al pasar. Los discípulos, en ocasiones, se entretenían a que les explicaras algo. Otros conversaban entre sí o contigo. El paso era lento, pero constante. Cuando ibas a entrar en un pueblo, diez leprosos te salieron al paso. Nadie se había enterado hasta que estuvieron muy cerca.

Los leprosos se detuvieron a cierta distancia. Sabían bien las prescripciones de la Ley. Y querían cumplirlas. Antes de llegar a tu lado comenzaron a gritar. Te pedían que tuvieras piedad de ellos. ¡Daba pena escuchar sus ruegos!

Tú, Señor, sin otro interrogatorio les dijiste que fueran a presentarse a los sacerdotes. Y ellos fueron. Mientras caminaban, se notaron curados. Sólo uno, al verse curado, volvió a darte gracias. Era un samaritano. Los otros siguieron caminando.

Tú, Señor, al ver sólo a uno te quedaste extrañado. Preguntaste por los otros nueve. Quizás tus discípulos —para justificarlos— te dijeron que Tú mismo les habías enviado a presentarse a los sacerdotes. Que quizás luego vendrían. Pero no volvieron. Como tampoco volvemos nosotros muchas veces, después de haber sido perdonados, favorecidos, ayudados.

Al leproso samaritano, recién curado, carne limpia y alma limpia, honrado y agradecido, le dijiste: levántate, y vete; tu fe te ha salvado. Y él seguro, después de darte las gracias de nuevo, se iría al sacerdote y después iría a su casa brincando de alegría.

lunes, 8 de noviembre de 2010


TRIGÉSIMA SEGUNDA SEMANA DEL T. O.
SIERVOS INÚTILES SOMOS
MARTES
 SAN LUCAS 17, 7-10

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=-0QNwPHTb3E

»Si uno de vosotros tiene un siervo en la labranza o con el ganado y regresa del campo, ¿acaso le dice: “Entra enseguida y siéntate a la mesa? Por el contrario, ¿no le dirá más bien: “Prepárame la cena y disponte a servirme mientras como y bebo, que después comerás y beberás tu?” ¿Es que tiene que agradecerle al siervo el que haya hecho lo que se le había mandado? Pues igual vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: “Somos unos siervos inútiles; no hemos hecho más que lo que teníamos que hacer”.

Servir cuesta. Tú, Señor, lo sabías. Cuántas veces observaste en las gentes, incluso en tus discípulos, la poca inclinación a servir. Les gustaba más ser servidos. Aunque algunos se esforzaban por progresar en el arte de servir.

Aquella tarde fue una tarde lluviosa y fría. Quizás estabais todos alrededor del calor del hogar. Acaso en la casa de la suegra de Pedro. En un momento de silencio, comenzaste a contar lo del siervo que regresa del campo y cómo su dueño le ordena le sirva la mesa y si tenía que esperar agradecimiento el siervo al cumplir con su deber.

Todos tus discípulos se tornaron serios. Pensaron que estas palabras iban especialmente dirigidas a ellos. Ellos, que estaban deseosos de ser correspondidos con alguna prebenda y, sobre todo, que esperaban un buen premio en el futuro, se quedaron de un aire.

Tú, Señor, mirándoles a los ojos, añadiste: “Sí, así tenéis que actuar vosotros. Y cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: Somos unos siervos inútiles, no hemos hecho más que lo que teníamos que hacer”. Pero los discípulos no dijeron nada.

Tampoco Tú, Señor, dijiste nada. Aunque no hubiera sido nada extraño que comenzases a preparar la mesa, a ordenar la habitación, recoger los mantos, invitar a todos a cenar. En otra ocasión, te echaste al suelo, y lavaste los pies a tus discípulos, antes de entregar tu vida, en un servicio de amor y de entrega por todos.

domingo, 7 de noviembre de 2010


CAMPO DE MOSTAZA

TRIGÉSIMA SEGUNDA SEMANA DEL T. O.

LUNES
 SAN LUCAS 17, 1-6


CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=yKyiTIi6QKk

Les dijo a sus discípulos:
—Es imposible que no vengan los escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vienen!. Más le valdría que le ajustaran al cuello una piedra de molino y que le arrojaran al mar, que escandalizar a uno de esos pequeños: andaos con cuidado. »Si tu hermano peca, repréndele; y, si se arrepiente, perdónale. Y si peca siete veces al día contra ti, y siete veces vuelve a ti, diciendo: “Me arrepiento”, le perdonarás. Los Apóstoles dijeron al Señor:
—Auméntanos la fe.
Respondió el Señor:
—Si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a esta morera: arráncate y plántate en el mar, y os obedecería.

Los días eran largos. Tenías, Señor, tiempo para muchas cosas. Para orar en el silencio, Tú solo, en la espesura del bosque; para predicar a las multitudes a la orilla del mar o en la ladera suave del monte; para sanar con primor a los enfermos, atender peticiones, escuchar ruegos, oír acusaciones impertinentes. Y, además, tenías tiempo para adoctrinar, con pausa y parsimonia, a tus discípulos.

Esta vez, hablaste de varias cosas, entretejidas todas por un argumento común: “la conducta de tus seguidores, y en especial de quienes ocuparían algún cargo en la futura vida de la Iglesia” . Les hablaste de la gravedad del pecado de escándalo; de la grandeza del corazón para perdonar; de la necesidad de evitar todo engreimiento.

Y para que tus enseñanzas fueran más fáciles de entender y se quedaran gravadas en el corazón y en la cabeza, utilizaste imágenes y comparaciones conocidas por tus discípulos y asequibles a su formación. Así, para hablar de la gravedad del escándalo, usaste la imagen de piedra de molino, dura y maciza, imposible de soportar, atada al cuello, sin hundirse, por quien es arrojado al mar.

Para insistir en la necesidad de perdonar las ofensas recibidas, tomaste, Señor, como cifra de medida el número siete, número que encierra plenitud, saturación, totalidad. Era como decir, siempre.

Y para adoctrinar sobre la necesidad de evitar la vanagloria, el engreimiento, acudiste al grano de mostaza, a una semilla insignificante, pequeñísima, para advertirles que eso poco era suficiente para realizar cosas extraordinarias.

Que sepamos atender tus consejos; que tratemos de ser buen ejemplo para los demás; que sepamos perdonar siempre; y que con tu ayuda, nuestra fe mueva montañas y cumplamos tus mandamientos.

sábado, 6 de noviembre de 2010

CON SUS LÁMPARAS
TRIGÉSIMA SEGUNDA SEMANA DEL T. O.

DOMINGO (A)
SAN MATEO 25, 1-13

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=Pa1t9dUQ_PM

»Entonces el Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes, que tomaron sus lámparas salieron a recibir al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco prudentes; pero las necias, al tomar sus lámparas, no llevaron consigo aceite; las prudentes, en cambio, junto con las lámparas llevaron aceite en sus alcuzas. Como tardaba en venir el esposo les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: “¡Ya está aquí el esposo! ¡Salid a su encuentro!” Entonces se levantaron todas aquellas vírgenes y aderezaron sus lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes: “Dadnos aceite del vuestro porque nuestras lámparas se apagan”. Pero las prudentes les respondieron: “Mejor es que vayáis a quienes lo venden y compréis, no sea que no alcance para vosotras y nosotras”. Mientras fueron a comprarlo vino el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas y se cerró la puerta. Luego llegaron las otras vírgenes diciendo: “¡Señor, señor, ábrenos!” Pero él les respondió: “En verdad os digo que no os conozco”. Por eso: velad, porque no sabéis el día ni la hora.

En esta parábola, Señor, como en todas las parábolas, nos ofreces una enseñanza. La necesidad de la vigilancia. Necesitamos velar “porque no sabemos ni el día ni la hora” en que vendrás a pedirnos cuentas. ¡Lo has querido así!

El cuerpo de la parábola es la espera del esposo. Una realidad cotidiana, un hecho con frecuencia repetido. Nada nos cuesta imaginarnos el hecho. Quizás aquella misma noche había tenido lugar en la aldea donde Tú, Señor, con tus discípulos habíais descansado. Quizás todavía resonaban los cantos y parabienes en vuestros oí-dos.

Sea como fuera, el hecho es que Tú, Señor, aprovechaste para decirles a los que te seguían, que el Reino de los Cielos es como una boda: que el esposo eres Tú, que las diez vírgenes son las personas invitadas al Reino: que no basta tomar las lámparas sino que es necesario llenar las alcuzas con el aceite de las buenas obras.

“No basta con que estemos en la Iglesia, hay que mantener viva la fe y hacer buenas obras; hay que vigilar, permanecer en vela, vivir preparados”.

San Agustín comentó así este pasaje: “Vela con el corazón, con la fe, con la esperanza, con la caridad, con las obras (...); prepara las lámparas, cuida de que no se apaguen, aliméntalas con el aceite interior de una recta conciencia; permanece unido al esposo por el Amor, para que él te introduzca en la sala del banquete, donde tu lámpara nunca se extinga” .

Dice el texto que aquellas jóvenes, cinco eran necias y cinco prudentes; que las prudentes al llegar el esposo estaban allí, lo recibieron y entraron; que las necias, no estaban presentes y cuando llegaron, la puerta se había cerrado y no pudieron entrar.

Haz, Señor, que vivamos vigilantes, que estemos siempre pre-parados; que Te amemos siempre.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Y LES DIO UN TALENTO
VIGÉSIMA PRIMERA SEMANA DEL T. O.
SÁBADO
SAN MATEO 25, 14-30

CON SOLO GOLPE DE CLIK http://www.rtve.es/mediateca/videos/20101102/barcelona-se-preparan-para-visita-del-papa/919143.shtml

»Porque es como un hombre que al marcharse de su tierra llamó a sus servidores y les entregó sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno sólo: a cada uno según su capacidad; y se marchó. El que había recibido cinco talentos fue inmediatamente y se puso a negociar con ellos y llegó a ganar otros cinco. Del mismo modo, el que había recibido dos ganó otros dos. Pero el que había recibido uno fue, hizo un agujero en la tierra y escondió el dinero de su señor. Después de mucho tiempo, regresó el amo de dichos servidores e hizo cuentas con ellos. Cuando se presentó el que había recibido los cinco talentos, entregó otros cinco diciendo: “Señor, cinco talentos me entregaste; mira, he ganado otros cinco talentos”. Le respondió su amo: “Muy bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, yo te confiaré lo mucho: entra en la alegría de tu señor. Se presentó también el que había recibido los dos talentos, dijo: “Señor, dos talentos me entregaste; mira, he ganado otros dos talentos”. Le respondió su amo: “Muy bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, yo te confiaré lo mucho: entra en la alegría de tu señor”. Cuando llegó por fin el que había recibido un talento, dijo: “Señor, sé que eres hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste; por eso tuve miedo, fui y escondí tu talento en tierra: aquí tienes lo tuyo”. Su amo, le respondió: «Siervo malo y perezoso, sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo de donde no he esparcido; por eso mismo debías haber dado tu dinero a los banqueros, y así, al venir yo, hubiera recibido lo mío junto con los intereses. Por lo tanto, quitadle el talento y dádselo al que tiene los diez. »Porque a todo el que tenga se le dará y tendrá en abundancia; pero a quien no tiene, incluso lo que tiene se le quitará. En cuanto al siervo inútil, arrojadlo a las tinieblas de afuera: allí habrá llanto y rechinar de dientes».


Con insistencia volvías, Señor, sobre el mismo tema: el Reino de los Cielos. ¡Es tan rica su realidad! ¡Tan sublime su certeza! Por eso, te servías, para explicarlo, de hermosas parábolas y de originales comparaciones. En cada una mostrabas un matiz distinto, complementario. Hoy nos contaste la parábola de los talentos.

Es como un hombre que al marcharse de su tierra llamó a sus servidores y les entregó sus bienes. A todos confió algo. Pero en cantidades distintas. A uno le entregó cinco talentos, a otro dos y a otro uno sólo. Luego el amo se marchó.

Pasó el tiempo, la vida, las oportunidades para aquellos servidores. Los dos primeros trabajaron afanosamente, de sol a sol; ambos pusieron a rendir sus cualidades y sus fuerzas; ambos reflexionaron concienzudamente, buscaron soluciones a sus problemas, tomaron las cosas en serio. Resultado: ganancias, éxitos, beneficios.

En cambio, el que había recibido un solo denario, se dedicó a manosearlo, a pensar en si mismo, a mirarse al ombligo, a enterrar sus facultades y potencias por miedo a que se pudieran desgastar. Resultado: un agujero en el campo lleno de egoísmo, de fracaso.

Después de mucho tiempo, llegó el amo. Y habló con cada uno de sus criados. Trató de sus trabajos, de sus empresas, de sus quehaceres, de sus resultados. Al final, aquel amo pronunció el veredicto: felicidad a raudales para los que trabajaron con sus talentos; y tristeza inmensa para el agostero miedoso y cobarde.

Como colofón, añadiste: a todo el que tenga se le dará y tendrá en abundancia; pero a quien no tiene, incluso lo que tiene se le quitará. Al que tenga ganas de trabajar se le dará; al que no tengas ganas de trabajar se quedará sin nada.

Señor, que aprenda a trabajar; a querer esforzarme, a cooperar con tu gracia, con tus muchos o pocos talentos. Y luego, si respondo, a disfrutar de la alegría del cielo.
...CON SUS LÁMPARAS
VIGÉSIMA PRIMERA SEMANA DEL T. O.
VIERNES
SAN MATEO 25, 1-13

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://www.youtube.com/watch?v=QkMKC9XBygQ
»Entonces el Reino de los Cielos será como a diez vírgenes, que tomaron sus lámparas y salieron a recibir al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco prudentes; pero las necias, al tomar sus lámparas, no llevaron consigo aceite; las prudentes, en cambio, junto con las lámparas llevaron aceite en sus alcuzas. Como tardaba en venir el esposo, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: “¡Ya está aquí el esposo”! ¡Salid a su encuentro! Entonces se levantaron todas aquellas vírgenes y aderezaron sus lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes: «Dadnos de vuestro aceite del vuestro porque nuestras lámparas se apagan». Pero las prudentes les respondieron: “Mejor es que vayáis a quienes lo venden y compréis, no sea que no alcance para vosotras y para nosotras”. Mientras fueron a comprarlo vino el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas y se cerró la puerta. Luego llegaron las otras vírgenes diciendo: “¡Señor, señor, ábrenos! Pero él les respondió: “En verdad os digo que no os conozco”. Por eso, velad, porque no sabéis el día ni la hora.

Una y otra vez, insistes, Señor, sobre el Reino de los cielos. Y lo haces a través del género parábola. Esta vez, la parábola la tomaste de una costumbre social de tu tiempo: la espera del esposo que hacen las amigas de la novia.

En ella, desde un principio nos hablas de la necesidad de la prudencia, de emplear el sentido común, de ser precavidos; de poner los medios para alcanzar los fines. ¡Nos jugamos tanto en estas cosas!

Y sin embargo, unas veces, nos olvidamos de preparar lo necesario; otras, el cansancio, la espera, el desaliento minan nuestras fuerzas; desgastan nuestras energías, y caemos en el sueño, en la modorra, en el sopor, en la pereza; en ocasiones, aún habiendo sido diligentes y previsto ciertas dificultades, incluso hasta pequeños detalles, las limitaciones, propias de nuestra naturaleza, nos hacen caer en el sueño.

Y cuando lleguen, más tarde o más temprano, las voces y los gritos, el jolgorio y la bullanga, es el momento de actuar, de saltar a la arena, de tomar posiciones. Y de nuevo, la prudencia tomará protagonismo, la preparación será más necesaria y el orden más imperioso.

Al contrario, si no ha habido precaución, ni prudencia, ni orden, tras el sueño modorro y atolondrado, llegará el despertar ineficaz; y cuando se nos pidan soluciones rápidas y precisas, nos encontraremos con respuestas desordenadas e inútiles. Habrá, entonces, que desandar lo andado, y revolver emociones y curar entuertos; y hasta pedir milagros. Pero ya no habrá tiempo: las puertas estarán cerradas, los cerrojos bien echados.

Y llegará el esposo. Y felices, entrarán las prudentes, las sensatas; y dentro habrá gozo y alegría; y fuera, quedará la angustia, la aflicción y la congoja. Y en medio una puerta. Y los nudos de las manos que golpean de nuevo y las voces que llegan de dentro y que dicen: no os conozco. Y otra vez desde fuera dirán: ¡eh! que sí, que somos nosotras. Y desde dentro nuevo: ¡eh! que no os conozco.

Y terminaste con un breve mensaje: Por eso, velad, porque no sabéis el día ni la hora.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

LA OVEJA PERDIDA
TRIGÉSIMA PRIMERA SEMANA
DEL T. O. JUEVES
SAN LUCAS 15, 1-10

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=riWVcGE6D98

Se le acercaban todos los publicanos y pecadores para oírle. Pero los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
—Éste recibe a los pecadores y come con ellos.
Entonces les propuso esta parábola:
—¿Quién de vosotros, si tiene cien ovejas y pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la que se perdió hasta encontrarla? Y, cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozosos, y, al llegar a casa, convoca a los amigos y vecinos y les dice: Alegraos conmigo, porque he encontrado la oveja que se me perdió. Os digo que, del mismo modo, habrá en el cielo mayor alegría por un pecador que hace penitencia que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de conversión.
»O ¿qué mujer, si tiene diez dracmas y pierde una, no enciende una luz y barre la casa y busca cuidadosamente hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a las amigas y vecinas y les dice: Alegraos conmigo, porque he encontrado la dracma que se me perdió”. Así, os digo, hay alegría entre los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente.

Era un espectáculo. Apenas, Señor, salías de casa, enseguida la gente se colocaba a tu alrededor. Eran personas sencillas: desocupados, pobres, enfermos, mendigos.

También acudían fariseos y escribas, aunque éstos más que aprovecharse de tus enseñanzas, les gustaba criticar, murmurar, tratar de cogerte en alguna contradicción. Les sacaba de quicio que Tú, Señor, recibieras, incluso comieras con publicanos y pecadores.

Un día, Señor, propusiste una parábola. Comenzaste a contar que un pastor tenía cien ovejas y que perdió una; y que dedicó tiempo y tiempo a buscarla; y que al fin la halló, y que la trató con cariño; y que la trajo sobre sus hombros al redil, y que había sentido alegría por el hallazgo y que hizo una fiesta con sus amigos.

Los fariseos se hacían de cruces. Jamás habían oído hablar de un pastor tan excelente. Al contrario, sabían de pastores que abandonaban a las ovejas descarriadas, que trataban a palos a las lentas, que se aprovechaban de las gordas.

Mientras, los publicanos y pecadores se alegraban al escuchar tus palabras llenas de misericordia y de compasión. Aunque ni unos ni otros intervinieron en esta ocasión.

Sí interviniste Tú, Señor, con estas hermosas palabras: del mismo modo, habrá en el cielo mayor alegría por un pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de conversión.

Y luego, contaste lo de la mujer y la dracma perdida, de cómo había barrido la casa; de cómo la había hallado; de cómo se había alegrado con sus amigas.

Y añadiste: Así hay alegría entre los ángeles de Dios, por un pecador que se arrepiente.

martes, 2 de noviembre de 2010

TRIGÉSIMA PRIMERA
SEMANA DEL T. O.

MIÉRCOLES
SAN LUCAS14, 25-33

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=bt21eEL9EyY

Iba con él mucha gente, y se volvió hacia ellos y les dijo:
—Si alguno viene a mí y no odia a su padre y a su madre y a la esposa y a los hijos y a los hermanos y a las hermanas, hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga con su cruz y viene detrás de mi, no puede ser mi discípulo.
»Porque, ¿quién de vosotros, al querer edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos a ver si tiene para acabarla?. No sea que, después de poner los cimientos y no poder acabar, todos los que lo vean empiecen a burlarse de él, y digan: Este hombre comenzó a edificar y no pudo terminar”. O ¿qué rey, que sale a luchar contra otro rey, no se sienta antes a deliberar si puede enfrentarse con diez mil hombres al que viene contra él con veinte mil? Y si no, cuando todavía está lejos, envía una embajada para pedir condiciones de paz. Así pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo.

Habías, Señor, terminado el descanso del trajín de la jornada, saliste de nuevo a calle, a los caminos. Volviste a recorrer los campos de Palestina. Te seguía mucha gente. Unos hablaban a voces, otros susurraban bajito, los niños chillaban, corrían; las mujeres llevaban a sus hijos de la mano o en brazos. Y, a la vez, caminabais.

En esto, diste la vuelta, Señor, y comenzaste a hablar. Los que te seguían comenzaron a tomar asiento. Hubo silencio. Entonces Tú dijiste: os voy a hablar de cosas importantes. Todos abrieron bien sus oídos para oír mejor y sus ojos para seguir mejor los gestos de tus manos.

Mirad, dijiste: si queréis ser discípulos míos, nada de estar atados a padres, a hermanos, a mujer o a hijos, ni a la vida; tenéis que seguirme a Mí. Esto puede parecer una cruz y lo es de verdad, pero el que no carga con su cruz y viene detrás de mí, no puede ser mí discípulo. ¡La cosa iba en serio!

Conviene, pues, pensar. Pensar y calcular, igual que el que construye una torre: que si los cimientos, que si los gastos, que si puedo, que si no puedo seguir. Y luego decidir. O como el que se decide a presentar batalla, primero calcula a ver si tiene armamento, si tiene soldados, etc., de lo contrario pedirá condiciones de paz.

Para ser tu discípulo hay que renunciar a todos los bienes. Y después, seguirte. Muchos de los presentes te siguieron; otros te siguieron más tarde, hasta el fin, como Tú querías.

lunes, 1 de noviembre de 2010

TRIGÉSIMA PRIMERA SEMANA DEL T. O.
PROBANDO LA YUNTA DE  BUEYES
MARTES
SAN LUCAS 14, 15-24

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://www.youtube.com/watch?v=VJEpN4QwRk0

Cuando oyó esto uno de los comensales, le dijo:
—Bienaventurado el que coma el pan en el Reino de Dios.
Pero él le dijo:
—Un hombre daba una gran cena e invitó a muchos. Y envió a su siervo a la hora de la cena para decir a los invitados: “Venid, que ya está todo preparado”. Y todos a una comenzaron a excusarse. El primero le dijo: “He comprado un campo y tengo necesidad de ir a verlo; te ruego que me des por excusado”. Y otro dijo: “Compré cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlas; te ruego que me des por excusado”. Otro dijo: “Acabo de casarme, y por eso no puedo ir”. Regresó el siervo y contó esto a su señor. Entonces, irritado el amo de la casa, le dijo a su siervo: “Sal ahora mismo a las plazas y calles de la ciudad y trae aquí a los pobres, a los tullidos, a los ciegos y a los cojos”. Y el siervo dijo: “Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía hay sitio”. Entonces dijo el señor a su siervo: “Sal a los caminos y a los cercados y obliga a entrar, para que se llene mi casa. Porque os aseguro que ninguno de aquellos hombres invitados gustará mi cena”.

Cuando Tú, Señor, hablabas, uno de los comensales oyó la advertencia que le habías hecho a aquel “amigo anónimo”, al amigo que te había invitado a comer; y le pareció atinada y justa tu respuesta; incluso sentenció, por su cuenta, que “bienaventurado el que coma el pan en tu Reino”. Y aunque a este espontáneo, Señor, no le contestaste, sí pronunciaste a propósito de esta intervención una parábola hermosísima y llena de mensaje.

“La imagen del banquete adquiere ahora una significación peculiar pues sirve a Jesús para describir el Reino de Dios”. Tu Reino, Señor, que comenzaría en la tierra con el nacimiento de tu Iglesia.

“Con esta parábola explica la formación de la Iglesia como llamada universal a la salvación. Dios había elegido a Israel para que fuera mediador de esa salvación (cfr. Is 45); pero cuando estaba ya todo preparado (“venid, que ya está todo preparado”) y envió a su Hijo, los primeros invitados —el Israel más digno— lo rechazaron”.

“Por eso Dios ahora fundará su Iglesia con los despreciados de Israel (pobre y tullidos, ciegos y cojos) y con los paganos (los que están en los caminos y cercados)” .

Tú, Señor, terminaste con estas duras palabras: “Ninguno de aquellos hombres invitados (ricos, ambiciosos, creídos) gustará mi cena”. Y ahí se terminó el discurso, la parábola. El evangelista no añade nada más. Parece que todos callaron: amigos, comensales, discípulos, todos. Nadie habló.

Señor, acepto tu invitación y deseo ayudarte a llenar la sala de pobres, tullidos, ciegos, cojos, enfermos, perezosos, derrumbados.

domingo, 31 de octubre de 2010

SALA DE BANQUETES
TRIGÉSIMA PRIMERA SEMANA DEL T. O.
LUNES
SAN LUCAS 14, 12-14

CON SOLO GOLPE DE CLIK  http://www.quierosersanto.com/qss/

Decía también al que le había invitado:
—Cuando des una comida o cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos, no sea que también ellos te devuelvan la invitación y te sirva de recompensa. Al contrario, cuando des un banquete, llama a pobres, a tullidos, a cojos, y a ciegos; y serás bienaventurado, porque no tienen para corresponderte. Se te recompensará en la resurrección de los justos.

La invitación a comer que se hacen mutuamente las personas es una muestra clara de la amistad entre ellas. Compartir mesa y mantel da pie a confidencias mutuas y afianzar lazos de amistad. A Ti, Señor, con frecuencia te invitaban tus amigos. Una veces, la invitación venía exigida por el agradecimiento de algún favor o deseo de iniciar una amistad; otras, eras Tú mismo el que planeabas el encuentro. Tal es el caso de Zaqueo.

En todos los encuentros, procurabas Tú, Señor, extraer alguna lección importante. Eran la ocasión propicia para enseñar modos de comportamiento; para enseñar maneras de vivir las exigencias de la Ley Antigua y, sobre todo, era el momento para anunciar el estilo de vida de quienes iban a ser tus discípulos o seguidores. Esta vez también aprovechaste la ocasión. Fue al final.

El banquete había terminado. Tus discípulos, que quizás también habían asistido a aquella comida, se habían retirado. Los criados de tu anfitrión habían terminado de recoger las cosas. En la sala estabais sólo los dos: Tú y tu anónimo amigo. Después del jolgorio de la comida, ahora cuando reinaba en la sala un tranquilo silencio, mirando a los ojos de tu amigo, con franqueza y claridad, le dijiste:

Querido amigo: cuando programes un banquete —cosa estu-penda— llama “a pobres, a tullidos, a cojos, a ciegos”, a gentes que no te puedan pagar. Si así lo haces serás bienaventurado; Dios te premiará aquí en la tierra en la vida futura con el banquete del Reino. No olvides, amigo, que esa es una excelente recompensa.

Poco antes le habías dicho: “si invitas a amigos, a hermanos, a parientes, a vecinos —cosa buena— ellos te devolverán la invitación y quedarás pagado. Al dar algo, al invitar a alguien, al preparar un banquete, hay que mirar primero la intención, hay que mirar primero al cielo de Dios, después al suelo de los hombres.

Señor, que procure tener rectitud de intención: que recuerde el consejo que diste a tu amigo, si actúas con desprendimiento y con generosidad, sin esperar nada en cambio, “serás bienaventurado”.















sábado, 30 de octubre de 2010

UNA REFLEXION SENCILLA

Jesús y Zaqueo
XXXI DOMINGO TIEMPO ORDINARIO
EVANGELIO SEGÚN
SAN LUCAS 19, 1-10


CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=WCAEZwqsaNI

En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quien era Jesús, pero la gente se lo impedía porque era de bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo:
--Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.
Él bajó en seguida, y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban diciendo:
--Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.
Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor.
--Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más. Jesús contestó: --Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.

Celebrábamos el domingo pasado el día del Domund. Domingo Mundial de la Propagación de la fe. Este año con el lema: “Queremos ver a Jesús”. El mismo deseo, que en su tiempo, manifestaron a Felipe, unos griegos llegados a Jerusalén para la celebración de la Pascua.

Hoy la liturgia de la Iglesia nos propone un episodio que tuvo lugar en Jericó mientras Jesús atravesaba la ciudad. Recordemos, brevemente, algunos de sus elementos.

En primer lugar, nos fijamos en Zaqueo, jefe de publicanos, hombre muy rico, pero pequeño de estatura. Este hombre, muestra deseos de ver a Jesús, y aprovecha la ocasión para poder verle, cuando Jesús pasa cerca de su casa. Pero como es pequeño de estatura –dice el texto-, se sube a un árbol (un sicómoro, una higuera) “para poder verle”.

Y el Señor, que conoce el interior del hombre, y antes de que Zaqueo le diga nada, levantando los ojos se dirige a él y le dice: Zaqueo, baja enseguida que quiero “hospedarme en tu casa”.

Y Zaqueo, feliz, entusiasmado, a pesar de las murmuraciones de quienes no acogían al Señor, y sin dejarse confundir ni turbar, bajando enseguida de la higuera le acogió en su casa.

Y allí, en un clima de amistad y de sinceridad, de confianza, Zaqueo le dice a Jesús: “Señor doy la mitad de mis bienes a los pobres y, si a alguien he defraudado en algo, le devuelvo el cuádruplo”.

Y Jesús, que no se deja ganar en generosidad, corresponde con creces al gesto generoso de Zaqueo, y le dice: “Hoy ha venido la salud a tu casa, por cuanto éste es también hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido”.

“Nosotros –se preguntaba Juan Pablo II, comentando este evangelio-, ¿queremos ver a Jesús?. Más concretamente: Yo, ¿quiero ver a Jesús? ¿Hago todo por verle? ¿o evito el encuentro con El? ¿Prefiero verle o prefiero que El no me vea?. Y si ya lo veo de algún modo, ¿prefiero entonces verle de lejos, no acercándome ante sus ojos para no llamar la atención demasiado… para no tener que aceptar todo la verdad que hay en El, que proviene de El?

Son preguntas que la liturgia de hoy nos hace a cada uno de nosotros. Ojalá respondamos como Zaqueo: enseguida y con generosidad; con decisión y valentía; venciendo las dificultades interiores, nuestra pequeñez de espíritu; y venciendo las dificultades exteriores, de aversión y rechazo a las cosas de Dios, que hoy también se dan.

“No nos dejémonos fácilmente confundir y turbar, decía Juan Pablo II, por supuestas inspiraciones, ¿Por qué inspiraciones? Sencillamente por las “inspiraciones de este mundo”. Digámoslo con lenguaje de hoy: por una oleada de secularización e indiferencia respecto a los mayores valores divinos y humanos.

Renovemos la fe en Jesús, tengamos deseos de verle, de tratarle, de seguirle, de amarle. Esperemos en Él. Y no olvidemos sus palabras: que “el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido”. Así sea.

viernes, 29 de octubre de 2010

UNA REFLEXION SENCILLA

LOS ULTIMOS ERÁN LOS PRIMEROS
TRIGÉSIMA SEMANA DEL T. O.

SÁBADO
SAN LUCAS 14, 7-11

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.opusdei.es/art.php?p=41088

Les proponía a los invitados una parábola, al notar cómo iban eligiendo los primeros puestos, diciéndoles:
—Cuando alguien te invite a una boda, no vayas a sentarte en el primer puesto, no sea que otro más distinguido que haya sido invitado por él, y al llegar el que os invitó a ti y al otro, te diga: “Cédele el sitio a éste”, y entonces empieces a buscar, lleno de vergüenza, el último lugar. Al contrario, cuando te inviten, ve a ocupar el último lugar, para que cuando llegue el que te invitó te diga: “Amigo, sube más arriba”. Entonces quedarás muy honrado ante todos los comensales. Porque todo el que se ensalza será humillado; y el que se humilla será ensalzado.

Invitado a comer en casa de uno de los principales fariseos. Tú, Señor, aceptaste. Luego te acusarían de que comías con fariseos y pecadores, pero tu intención era otra, habías venido a salvar no a los justos, sino a los pecadores. Y una comida era un buen momento para hacer amistad, para dialogar, para deshacer dificultades, para contestar preguntas o plantear interrogantes.

Y, cuando todavía no habían llegado todos, aprovechaste para proponer una sencilla parábola a los que junto a Ti estaban sentados. Quizás sólo tus Apóstoles. El motivo te lo proporcionaron los invitados que al llegar, elegían los primeros puestos, es decir, los lugares más preferentes, mejores.

Es probable que hablaras en voz baja, que sólo te oyeran los más cercanos. En todo caso, les decías que no escogieran los primeros puestos, que quizás habría invitados con más motivos para estar en ellos; que sería vergonzoso tener que descender; que, al contrario, escogieran los últimos y, si era el caso, ya ascenderían y entonces quedaría muy bien ante los comensales.

Era toda una lección, Señor. Una lección transmitida de palabra, a través de una parábola. Una lección creíble y posible, porque Tú, Señor, la habías vivido antes y la seguías viviendo ahora, con tus obras. Eras el mayor y te ponías en último lugar; eras el más poderoso y servías; eras Dios y te habías abajado a ser hombre.

En aquella comida, Señor, terminaste con una sentencia hermosa: Porque todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será enaltecido. Ojalá aprendamos a humillarnos en cosas pequeñas y, si se tercia, en las grandes, para que podamos ser enaltecidos por Ti, Señor, en el banquete del Reino de los Cielos.

jueves, 28 de octubre de 2010

SEMANA DEL T. O.
VIERNES
SAN LUCAS 14, 1-6

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://www.hijodedios.org/


Un sábado, entró él a comer en casa de uno de los principales fariseos, ellos le estaban observando. Y resultó que delante de él un hombre hidrópico. Y tomando la palabra, les dijo Jesús a los doctores de la Ley y a los fariseos:
—¿Es lícito curar en sábado o no?
Pero ellos callaron. Y tomándolo, lo curó y lo despidió.
Y les dijo:
—¿Quién de vosotros, si se le cae al pozo un hijo o un buey, no lo saca enseguida en día de sábado?
Y no pudieron responderle a esto.

También entre los fariseos tenías amigos, Señor. En realidad Tú eras amigo de todos, también de los fariseos. Un día, uno de estos, te invitó a “comer a su casa”. Otros fariseos te estaban observando. A decir verdad, les tenías inquietos, preocupados. Habías desajustado sus formas de vida, sus enseñanzas, sus leyes. Estaban inquietos y te seguían con ganas de pillarte en algún renuncio.

Allí, delante de Ti, estaba un hombre hidrópico, un enfermo. Parecía un cebo para que picaras. Tú, que tanto querías a los enfermos y por los que te compadecías tan fácilmente, pues ¡hala!, un enfermo a tus pies.

Entonces Tú, Señor, con elegancia y majestuosidad, con el manto desplegado y tu semblante sereno y dominante, te dirigiste a los viejos doctores de la Ley y al grupo de los fariseos allí presentes y ¡zas!, ¿es lícito curar en sábado o no?

Les habías cogido una vez más con el pie cambiado. No supieron qué decir. Callaron. Quizás hubo alguna mueca sorda por lo bajo, o algún runrún acusador entre dientes, pero lo que se dice hablar, ni palabra. Todos callaron.

Tú, entonces, tomando la cabeza del enfermo entre tus manos, lo curaste. Quizás le diste algún consejo y una suave palmadita en la espalda. Y él te diría, sin duda, gracias. Y Tú, sin más, le despediste.

Luego, mirando despacio, con amor a los presentes, dijiste: ¿quién de vosotros, si se le cae al pozo un hijo, o un buey, no le saca enseguida el día de sábado? Nadie dijo nada. Es decir, no pudieron rebatir el argumento presentado por Ti, Señor. Estoy seguro que la comida fue muy entretenida.

miércoles, 27 de octubre de 2010


.... BAJO SUS ALAS

TRIGÉSIMA SEMANA DEL T. O.

JUEVES
SAN LUCAS 13, 31-35

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=MG-KBDHtd-Q


En aquel momento se acercaron algunos fariseos diciéndole:
—Sal y aléjate de aquí, porque Herodes te quiere matar.
Y les dijo:
—Id a decir a ese zorro: “Mira: expulso demonios y realizo curaciones hoy y mañana, y al tercer día acabo. Pero es necesario que yo siga mi camino hoy y mañana y al día siguiente, porque no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén”. »¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y lapidas a los que te son enviados. Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la gallina a sus polluelos bajo las alas, y no quisiste! Mirad que vuestra casa se os va a quedar desierta. Os aseguro que no me veréis hasta que llegue el día en que digáis: Bendito el que viene en nombre del Señor.

Señor, en el corazón del hombre, desde que Adán desobedeció el mandato de tu Padre Dios, anida un germen de maldad. Germen que se manifiesta en gritos de soberbia y en acciones de venganza. Soberbia contra el Creador y venganza contra sus criaturas. Es así desde el principio.

“En aquel momento se acercaron algunos fariseos” y te dijeron que salieras de allí, que te alejaras de aquellas tierras, que el rey Herodes quería acabar contigo: quería vengarse de Ti y terminar con tu vida. Herodes: prototipo del hombre alejado de Dios y borracho de venganza. Herodes: retrato del hombre enemigo de Dios.

Tú, Señor, agradeciendo a aquellos fariseos, al parecer amigos tuyos, les dijiste que comunicaran a Herodes —al malvado Herodes— que tenías poder para eludir sus golpes, para realizar si fuera necesario un milagro y para seguir tu camino y morir donde quisieras, cuando quisieras y como quisieras.

Revelador fue el sentido que diste a tu vida y a tu muerte. Copio del Catecismo de la Iglesia Católica: “Tú, Señor, aceptaste libremente tu pasión y tu muerte por amor a tu Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar: Nadie Te quita la vida, Tú la das voluntariamente (Jn. 10,18). De aquí tu soberana libertad cuando Tú mismo Te encaminas hacia la muerte .

El fracaso de tu misión ante los judíos es sólo aparente, pues llegará el momento en que Te confiesen como el Mesías que iba a venir. Tú lo dijiste: “Bendito el que viene en nombre del Señor”.


martes, 26 de octubre de 2010


PUERTA ANGOSTA

TRIGÉSIMA SEMANA DEL T. O.

MIÉRCOLES
SAN LUCAS 13, 22-30

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=zE6hk0brOhU

Y recorría ciudades y aldeas enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén. Y uno le dijo:
—Señor, ¿son pocos los que se salvan?
Él les contestó:
—Esforzaos para entrar por la puerta angosta, porque muchos, os digo, intentarán entrar y no podrán. Una vez que el dueño de la casa haya entrado y cerrado la puerta, os quedaréis fuera y empezaréis a golpear la puerta, diciendo: “Señor, ábrenos”. Y os responderá: “No sé de dónde sois” . Entonces empezaréis a decir: “Hemos comido y hemos bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas”. Y os dirá: “No sé de dónde sois; apartaos de mi todos los servidores de la iniquidad”. Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán y a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras que vosotros sois arrojados fuera. Y vendrán de oriente y de occidente y del norte y del sur y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios. Pues hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos.

Te habías propuesto recorrer las principales ciudades y aldeas de Palestina y lo estabas consiguiendo. En todas las ciudades ense-ñabas que el Reino de Dios está dentro del hombre; lo mismo hacías en las aldeas más pequeñas. Y, como meta, Señor, de tu divino caminar, estaba Jerusalén. Allí, Tú lo sabías bien, estaba el final. En Jerusalén, por amor, entregarías tu vida por la salvación de todos. Pero, mientras llegabas a la ciudad santa, a la meta fijada por el Padre, había que seguir cumpliendo su voluntad: seguir hacia adelante.

En uno de esos viajes, mientras avanzabas por el camino o descansabas bajo la sombra de una higuera mientras reponías fuerza, “uno” te preguntó si eran pocos los que se salvan. Tú contestaste, como a veces solías hacer, de forma indirecta; dijiste: esforzaos para entrar por la puerta estrecha.

Tal vez, desde el lugar donde os encontrabais, podía verse una gran casa, con varias puertas anchas y otras estrechas; también varias ventanas grandes y pequeñas. Es posible que, mientras escuchaban tus palabras, todos mirasen una de las puertas estrechas. Fuera lo que fuera, quedaron afectados cuando te oyeron decir que lo triste, es no entrar, lo angustioso, quedarse fuera.

Y, a continuación, te despachaste de lo lindo. Y hablaste de que gentes escogidas, pueblos elegidos, personas íntimas que hasta comieron y bebieron contigo se quedarían fuera del Reino; y habrá llanto porque verán dentro a Abrahán, a Isaac, a Jacob y ellos se quedarán fuera. Y que otros de Oriente y Occidente llegarían a tiempo a sentarse a la mesa del Reino. ¡Llanto y crujir de dientes!

lunes, 25 de octubre de 2010

GRANOS DE MOSTAZA
TRIGÉSIMA SEMANA DEL T. O.

MARTES
SAN LUCAS 13, 18-21

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.opusdei.es/art.php?p=22532

Y decía:
—¿A qué se parece el Reino de Dios y con qué lo compararé? Es como un grano de mostaza, que tomó un hombre y lo echó en su huerto, y creció y llegó a ser un árbol, y las aves del cielo anidaron en sus ramas.
Y dijo también:
—¿Con qué compararé el Reino de Dios? Es como la levadura que tomó una mujer y la mezcló con tres medidas de harina hasta que fermentó todo.

Señor, te interesaba ayudar a los necesitados, curar a los enfermos y consolar a los tristes; te importaba que las gentes descansaran y se abastecieran de pan y de peces; pero lo que nunca se iba de tu cabeza, Señor, era dar a conocer la naturaleza del Reino de Dios, que habías iniciado aquí en la tierra y tendría su culminación en los cielos.

Y lo hacías de mil modos, pero la forma que más te gustaba utilizar era la parábola. En el uso de las parábolas eras verdaderamente un experto. Te salían bordadas, les dabas siempre un aire tan personal que eras un especialista. Tú lo sabías y otras personas te lo habían dicho, empezando por tus discípulos, amigos y gentes que te seguían.

Esta vez, utilizaste el grano de mostaza. Tal vez, junto a José, tu padre adoptivo, más de una vez quizás lo habrías plantado en el huerto de tu casa. Aún recordarías las alabanzas que echaba José a esa planta. En verdad, José se parecía a la mostaza. Dios le sembró pequeño, desconocido, humilde, luego creció y fue capaz de cobijar en sus manos fuertes como robles, nada más y nada menos que al Hijo de Dios.

Pues así es el Reino de Dios, como José, como la mostaza, pequeño, insignificante; pero luego crecerá tanto —Tú lo veías en lontananza con claridad—, que sus ramas serán enormes y en ellas anidarían millones de personas.

Y dijiste también: el Reino de los cielos es como la levadura que tomó una mujer. Y ahora, seguro, pensaste en tu madre, María, que con frecuencia mezclaría la levadura con medidas de harina, y ante el asombro de tus ojos de niño y la alegría de José, todo fermentaría en la artesa.

¡Cómo fermentaría con el paso de los tiempos tu palabra en la Iglesia! Y Tú, Señor, elevando ahora los ojos al cielo, dabas gracias a Dios Todopoderoso. Y yo ahora, también te doy gracias.

domingo, 24 de octubre de 2010

TRIGÉSIMA SEMANA DEL T. O.

LUNES
SAN LUCAS 13, 10-17

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK

Un sábado estaba enseñando en una de las Sinagogas. Y había allí una mujer poseída por un espíritu, enferma desde hacía dieciocho años, y estaba encorvada sin poder enderezarse de ningún modo. Al verla Jesús, la llamó y le dijo:
—Mujer, quedas libre de tu enfermedad.
Y le impuso las manos, y al instante se enderezó y glorificaba a Dios.
Tomando la palabra el jefe de la Sinagoga, indignado porque Jesús curaba en sábado, decía a la muchedumbre:
—Seis días para trabajar; venid, pues, en ellos a ser curados, y no en día de sábado.
El Señor le respondió:
—¡Hipócritas!, cualquiera de vosotros ¿no suelta del pesebre en sábado su buey o su asno y lo lleva a beber? Y a ésta que es hija de Abrahán, a la que Satanás ató hace ya dieciocho años, ¿no había que soltarla de esta atadura aun día de sábado? Y cuando decía esto, quedaban avergonzados todos sus adversarios, y toda la gente se alegraba por todas las maravillas que hacía.

Todos los días o, al menos, los sábados acudías a la Sinagoga. Ibas a rezar, a aprender, y también a enseñar. Hoy te contemplamos enseñando en una de ellas. Habría más o menos gente. Estarían tus discípulos y otros buenos cumplidores. Hombres y mujeres. Entre las mujeres, había allí una mujer poseída por el espíritu, enferma de tiempo, encorvada, en fin, hecha polvo.

Al verla, seguro, Señor, te dio lástima. Y, sin que mediara petición alguna, le dijiste: mujer, quedas libre de tu enfermedad. Le pusiste sobre su cabeza las manos, se enderezó y glorificaba a Dios con todas sus fuerzas. ¡El milagro fue contemplado por todos los asistentes! ¡Se quedaron de piedra!

Mas el Jefe de la Sinagoga, ¡qué causalidad! salió por sus fueros. A Ti, Señor, no se atrevió a decirte nada. Pero a la muchedumbre le calentó la cabeza: que si había seis días para trabajar, que si no eran suficientes seis días, que acudiesen esos días, que tal y que cual. Y en vez de alabar a Dios por tal milagro, en vez de solidarizarse con aquella pobre enferma, lo que hizo fue: mangar una buena zapatiesta.

Tú, Señor, sacaste la caja de los truenos y dijiste: ¡Hipócritas! ¿No soltáis en sábado el buey y el asno a beber? ¿No es más importante esta mujer que ellos? Esta es hija de Abrahán, estaba atada de pies y manos por el enemigo durante tantos años, ¿no vale más que vuestros animales? ¿por qué no había que ayudarla en sábado a ser libre, a vivir a sus anchas, a disfrutar de la vida?

Al escuchar estas palabras, tus adversarios, Señor, quedaron avergonzados; los que te seguían se alegraron por esto y por todas las maravillas que hacías. Yo también me admiro y me alegro y canto a la libertad y a la esperanza.
 
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Cfr. S. Tomás de Aquino, Sup. Ev. Matt. in loc.

De dilig. Deo 1.1. Cfr. Sagrada Biblia. Nuevo Testamento. Ediciones Universidad de Navarra, Pamplona 1999, pág. 111.

sábado, 23 de octubre de 2010

EL FARISEO Y EL PUBLICANO
XXX DOINGO TIEMPO ORDINARIO CICLO C
 EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 18, 9-14


CON UN SOLO GOLPE DE CLIK

En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás:
-- Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: "¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo." El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador." Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

El domingo pasado el evangelio de San Lucas nos animaba a pedir con confianza e insistencia. Y nos ponía como ejemplo a aquella viuda que reclamaba justicia ante el juez injusto, “que ni temía ni a Dios ni a los hombres”.

Hoy la liturgia de la Iglesia nos ofrece una nueva característica de la oración: la humildad. Y lo hace a través de otra parábola: la parábola del fariseo y el publicano.

Aparecen en esta parábola dos personajes antitéticos: el primero es el representante de la pureza legal; el otro, de la injusticia y de la explotación del pueblo.

El primero, el fariseo, de pie, oraba con afectación y arrogancia: sólo él es justo, los demás son pecadores. Trata con desdén al publicano y formula un juicio temerario. Y termina su plegaria con una manifiesta alabanza de sí mismo: “Ayuno dos veces en la semana, doy diezmos de todo lo que poseo”.

Sin embargo, el publicano, se coloca lejos, se queda atrás, no se atreve a levantar la vista, se reconoce pecador. Y dice el texto, que el publicano volvió a su casa justificado.

Aprendamos pues a ser humildes ante Dios, a rezar con verdad y a no despreciar nunca a nadie.

Celebramos hoy la Jornada por la Evangelización de los Pueblos, el día Domund, este año con el lema: “Queremos ver a Jesús”.

Este lema está basado en la petición que algunos griegos, llegados a Jerusalén para la peregrinación pascual, le presentan al apóstol Felipe y que recoge el evangelio de San Juan.

“La misma petición, escribe en su mensaje Benedicto XVI para la Jornada Mundial de las Misiones, resuena también en nuestro corazón en este mes de octubre: Queremos ver a Jesús.

En una sociedad, sigue diciendo el Papa Benedicto XVI, vive en la soledad y en la indiferencia preocupantes, los cristianos debemos a prender a ofrecer signos de esperanza y extender el Evangelio y, “sin falsas ilusiones o inútiles miedos, comprometernos a hacer del planeta la casa de todos los pueblos”.

“Como lo peregrinos griegos de hace dos mil años, también los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes, no solo que “hablen” de Jesús, sino que “hagan ver” a Jesús; que hagan resplandecer el rostro de Jesucristo en cada ángulo de la Tierra (…) “especialmente ante los jóvenes de todos los continentes, destinatarios privilegiados y sujetos activos del anuncio evangélico”.

Hoy es un día de oración y de reflexión, de evangelización, de colaboración y de esfuerzo .






viernes, 22 de octubre de 2010

LA HIGUERA
VIGÉSIMA NOVENA SEMANA DEL T. O.

SÁBADO
SAN LUCAS 13, 1-9

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK

Estaban presentes en aquel momento unos que le contaban lo de los galileos, cuya sangre mezcló Pilato con la de sus sacrificios. Y en respuesta les dijo:
—¿Pensáis que estos galileos eran más pecadores que todos los galileos, porque padecieron tales cosas? ¡No!, os lo aseguro; pero si no os convertís, todos pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre de Siloé y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que vivían en Jerusalén? ¡No!, os lo aseguro; pero si no os convertís, todos pereceréis igualmente.
Les decía esta parábola:
—Un hombre tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar en ella fruto y no lo encontró. Entonces le dijo al viñador: “Mira, hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera sin encontrarlo; córtala, ¿para qué va a ocupar terreno en balde?” “Pero él le respondió: “Señor, déjala también este año hasta que cave a su alrededor y eche estiércol, por si produce fruto; si no, ya la cortarás”.

Tu andar, Señor, era ligero, presuroso, ágil. ¡Tenías tanto que hacer, que el tiempo te parecía siempre corto! Y aunque sabías, como nadie, que no se trata de correr mucho, sino de correr bien; que no se trata de hablar mucho, sino de hablar correctamente; siempre querías llegar a más, predicar a más, hacer más curaciones, excederte.

Una mañana, o quizás una tarde, te cogieron por su cuenta “unos” entendidos “que te contaban lo de los Galileos, cuya sangre mezcló Pilato con la de sus sacrificios”. En el relato es probable que pusieran el corazón y el alma, y es casi seguro que Tú, Señor, los escuchabas con atención y gran interés.

Al acabar el relato, Tú, Señor, quisiste aclarar un poco más aquel suceso. Y les preguntaste: ¿pensáis que aquellos galileos que perecieron eran peores que los demás que no perecieron? No lo eran, os lo aseguro. Pero conviene arrepentirse para no caer en la misma condena. Y, a continuación, recordaste a aquellos sobre los que cayó la torre de Siloé; tampoco eran peores.

Y, por el contexto, parece que fue a continuación cuando dijiste, Señor, lo del hombre que tenía una higuera, de cómo fue a buscar higos y no los encontró; de cómo se había enfadado y mandó arrancarla; pero por intercesión del viñador quiso darle una nueva oportunidad; que él la cavaría, le echaría abono y que entonces da-ría fruto; y si no, que la cortase.

Parece que el dueño consintió en hacerlo así. Y esperó un año y otro año, un mes y otro mes esperó. Y una y otra vez acudió a buscar frutos; y una y otra vez, probablemente se encontró con la higuera vacía. Y cada año volvía a hacer los mismos propósitos de cuidarla y atenderla. Y otra vez lo mismo.

Fue así como la higuera se hizo vieja. Y un día, al fin, la cortaron, de su leña se hizo un buen fuego para calentar la habitación de la vida y un pequeño cuadro donde el dueño escribió: ¡Misericordia!


BIBLIOTECA DE LA UNIVERSIDAD

HOMENAJE A LOS AMIGOS
DE LA UNIVERSIDAD DE NAVARRA

jueves, 21 de octubre de 2010

... SALE UNA NUBE
VIGÉSIMA NOVENA SEMANA DEL T. O.

 VIERNES
SAN LUCAS 12, 54-59

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://video.google.com/videoplay?docid=-3610974470110018085#

Decía a las multitudes:
—Cuando veis que sale una nube por el poniente, en seguida decís: “Va a llover”, y así sucede. Y cuando sopla el sur, decís: “Viene bochorno”, y también sucede. ¡Hipócritas! Sabéis interpretar el aspecto del cielo y de la tierra: entonces, ¿cómo es que no sabéis interpretar este tiempo? ¿Por qué no sabéis descubrir por vosotros mismos lo que es justo?
»Cuando vayas con tu adversario al magistrado, procura ponerte de acuerdo con él en el camino, no sea que te obligue a ir al juez, y el juez te entregue al alguacil, y el alguacil te meta en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que pagues el último céntimo.

Señor, en tu afán de predicar, no perdías ocasión. Igual adoctrinabas a solas a cada uno de tus discípulos, como te dirigías a pequeños grupos que te seguían. A veces, muchas veces, hablabas a multitudes.

Esta vez, en efecto, te dirigías a las multitudes. Y les hablabas de nubes y ponientes; de lluvias y chaparrones; de bochorno y viento sur; es decir, les hablabas de cosas conocidas, de experiencias humanas, de constantes ambientales. Tú y ellos conocíais a la perfección estas cosas.

Y de repente, diste un salto. Hablaste de la vida. Venga, no seáis falsos, hipócritas, interpretad, descubrid los signos de los tiempos, igual que sabéis interpretar el aspecto del cielo y de la tierra, es decir, dad el salto a lo trascendente, a lo verdaderamente importante. Sed consecuentes, no seáis hipócritas, no uséis dos medidas.

“En tu queja, Señor, juegas con dos sentidos de la palabra tiempo: el meteorológico y el de las etapas de la salvación. Parece como si quienes te conocieron hubieran utilizado un doble tipo de razonamientos; uno con lógica, para juzgar las cosas terrenas y otro, ilógico, para juzgarte a ti, Señor.

“Los signos que mostraste, Señor —los milagros, tu vida y tu doctrina— serían suficientes para confesarte como Mesías. Sin embargo, aquellas gentes —y también nosotros— no siempre supieron, ni sabemos, corresponder” .

Terminaste, Señor, tus palabras dando un consejo práctico: procurad entenderos buenamente. No llevéis a nadie a juicio ni a jueces, ni a los alguaciles ni a los magistrados. Terminaréis en la cárcel y de allí no saldréis hasta pagar el último céntimo. Entenderos antes, mientras vais de camino.

Las multitudes te escuchaban. Te escuchamos nosotros. Haz que aprendamos tus lecciones de vida y de costumbres. Y luego, seamos consecuentes, huyamos de la hipocresía, de la doble vida.