domingo, 14 de julio de 2013

SENCILLAS VIVENCIAS

EL CURA, EL AMA DEL CURA, 
EL GATO Y EL PERIQUITO

EL GATO DE DON MANUEL PALACIOS

Tras bajar del tren en la Estación de ferrocarril de Barruelo de Santullán, “negra y fea” como el carbón, el hombre joven que había encontrado  en el tren, me acompañó amablemente hasta la casa del Párroco.

Vivía Don Manuel Palacios, que así se llamaba el Párroco, en la casa parroquial. Le atendía la señora Victoria, “ama de cura”, le decían. También eran huéspedes de la misma casa un hermoso gato, no recuerdo su nombre, y un simpático periquito, al que llamaban Pocholo.

La casa parroquial estaba junto al Ayuntamiento. Para acceder a ella, desde la Plaza Mayor, había que subir varias escaleras.  Hasta allí, me acompañó el hombre joven del tren. Y como sabía dónde estaba el timbre, se adelantó y lo pulsó con fuerza.

Nos recibió, sonriente y alegre, la señora Victoria. –Pasen,  pasen, nos dijo. El señor Párroco está dentro.  Pasen, pasen, repitió. Entramos los dos. El Párroco, Don Manuel me saludó con una sonrisa de oreja a oreja. Desde ese momento, me di cuenta, que Don Manuel era un hombre bonachón. El tiempo, más tarde, me lo confirmó. No me había equivocado.

Luego saludó al hombre joven del tren. ¿Cómo estás, “parlapuñaos”, le dijo, sonriendo. - Como una rosa, Don Manuel, le contestó. Aquí le presentó al joven cura. Hemos coincidido en el tren y me ha parecido oportuno acompañarle.

Nos sonreímos los tres. El periquito que volaba sobre nuestras cabezas, intervino con un simpático gorjeo. También el gato dio un brinco sobre la mesa de Don Manuel y siguió atento nuestra conversación. El ama del cura se había ido a sus labores.

(Seguirá)


sábado, 13 de julio de 2013

SENCILLAS VIVENCIAS

DE AGUILAR DE CAMPOO 
A BARRUELO DE SANTULLÁN


ESTACIÓN DE FERROCARRIL DE AGUILAR DE CAMPOO

El hombre joven que me había encontrado en el tren, no paraba de hablar. No así, el matrimonio mayor, que apenas musitó palabra. Yo, por mi parte, escuchaba al hombre joven y observaba a los ancianos. Mientras, una y otra vez, venían a mi cabeza, los consejos que me había dado mi padre antes de salir de casa.

En estas estábamos, cuando pasó el interventor del tren. Nos pidió los billetes y nos avisó que estábamos a punto de llegar a Aguilar de Campoo. En efecto, a los cinco minutos, el viejo tren aminorando su marcha paró. Estábamos en la estación de Aguilar de Campoo.

El hombre joven y yo tomamos posiciones. El matrimonio mayor permaneció en su puesto. Con un adiós convencional, nos despedimos de ellos y bajamos al andén. En el andén había gente. Era casi de noche y no me enteré bien de las dimensiones de la estación.

Guiado por el hombre joven, nos dirigimos a una vía más estrecha. De allí, poco después, salió un tren más pequeño, destino a Barruelo de Santullán. También tomaron este tren otros viajeros. Según me dijo el hombre joven, eran trabajadores de la fábrica de galletas Fontaneda que volvían a Barruelo.

El hombre joven, dos personas más y yo nos colocamos en el mismo departamento. El hombre joven siguió hablando, hablando, hablando. No paraba de hablar. Me contó muchas cosas de Barruelo, algunas de las minas; de lo duro  que era el trabajo de los mineros, del riesgo que corrían. Me habló de muchas cosas.

(Mañana más).


PARA ESCUCHAR

viernes, 12 de julio de 2013

SENCILLAS VIVENCIAS

MI PRIMER FELIGRÉS

AYUNTAMIENTO DE BARRUELO DE SANTULLÁN

Se oyó el silbido de salida. El tren comenzó a moverse. Lentamente primero, más rápido después. Estamos en los primeros años de la década de los sesenta. El hombre más joven del departamento me preguntó: -Qué, ¿va muy lejos?. Le respondí que hasta Aguilar. Pues, hasta allí voy yo también, me dijo. Me alegró el hecho.

El matrimonio mayor no habló nada. La mujer se entretenía ordenando un pequeño bolso que sostenía entre sus manos. El hombre, a pesar del ruido del tren y de nuestra conversación, dormitaba pacientemente.

-Qué, volvió de nuevo a hablar el hombre más joven: ¿Es usted cura nuevo? Le dije que sí. Que me había ordenado en el Seminario de Palencia, el pasado 29 de junio, festividad de San Pedro y San Pablo. Y le dije también, que me dirigía a Barruelo, para presentarme al párroco, ya que me habían nombrado Coadjutor de dicho pueblo.

¡Cuánto me alegró!, terció el hombre joven. Yo vivo en Barruelo y conozco mucho a Don Manuel Palacios, el que va a ser su párroco. Hablo mucho con él y le ayudo en lo que puedo en mis ratos libres. 

Me alegró de nuevo este hecho. Y comencé a mirar aquel hombre, con cierta simpatía. Y comencé a pensar en los mineros de los que me había hablado mi padre, de modo distinto.

- Qué, intervino otra vez el hombre más joven: ¿Le apetece un cigarrillo? Mientras él hablaba, sacó su petaca, su librillo y su mechero. Le dije que no fumaba y le dí las gracias.

(Seguiré mañana)



jueves, 11 de julio de 2013

SENCILLAS VIVENCIAS

EN TREN, A MI PRIMER DESTINO

ESTACIÓN DE FERROCARRIL. OSORNO LA MAYOR

Llegó el día 10 julio, fecha en la que debía presentarme en el primer destino. La mañana de este día la pasé con mis padres y hermanos. Ordenamos un poco las cosas, vimos más despacio los regalos que había recibido en mi primera Misa y preparamos lo que tenía que llevar.

Fueron pocas cosas: un par de mudas, el pijama, los útiles de afeitar, el breviario recién estrenado, un Nuevo Testamento. Y poco más. Mi idea era, presentarme al Párroco, saber sus planes y volver de nuevo unos días a Villasarracino. Por eso, pensaba que no necesitaba llevar muchas cosas.

A eso de media tarde, me trasladé en una DKW del pueblo, a Osorno. Allí cogería el tren que iba de Palencia Santander y llegar hasta Aguilar de Campoo, donde debería tomar otro tren dirección de Barruelo de Santullán.

Me acompañaron hasta Osorno, mi padre y algún hermano, no recuerdo quien. Allí, en la sala de espera de la estación de Osorno, mientras llegaba el tren, mi padre me repitió, una vez más, los sabios consejos que ya me había dicho antes: “no hables mucho al principio, ve y observa; ten cuidado con los mineros, ya sabes como son…; con el Párroco se amable y atento”.

A la hora prevista llegó el tren. Me despedí de los míos. Subí al tren y traté de buscar asiento. Enseguida me acomodé en un viejo departamento en el que viajaban tres personas: un matrimonio mayor y un señor de unos treinta años. El saludo de rigor y  a esperar la salida.

Me asomé a la ventana y con la mano me despedí de mi padre y hermanos, mientras en la cabeza me iban dando vueltas los sabios consejos de un viejo labrador.

Seguiré mañana.

miércoles, 10 de julio de 2013

SENCILLAS VIVENCIAS

MI PRIMERA PELÍCULA EN TELEVISIÓN


Mis padrinos residían en Burgos. Me habían prometido, como regalo, pasar con ellos unos días en su casa. El anuncio del nombramiento y la fecha en la que tenía que presentarme a Don Manuel Palacios, al que iba a ser mi párroco, hizo que tuviéramos que adelantar el viaje y acortar los días de permanencia en la ciudad burgalesa.

Esta fue la razón, pues, de adelantar la salida, con cierta pena de mis padres y hermanos. No lo recuerdo con detalle, pero quizás fue el día cinco por la tarde, el momento en que no desplazamos hasta Burgos. Lo hicimos en el coche de mis padrinos.

Llegamos a la ciudad al anochecer. Después de la cena y un agradable rato de tertulia, comentando cosas del “catemisa”, vimos una película en la televisión. No recuerdo ni el título ni el tema. Lo que sí recuerdo es que fue aquel día la primera vez que veía televisión en una casa particular. Recuerdo, además, que la televisión era en blanco y negro y que alguna vez se le iban las imágenes.

En los años del Seminario ya había visto televisión, cierto. Pero no en el propio Seminario, sino cuando salíamos de paseo y en algún escaparate tenían la televisión encendida. Fue por tanto, para mí en esta ocasión, una auténtica novedad.

Como novedad fue también, a la mañana siguiente, celebrar la Misa en la Catedral de Burgos. Me acompañaron mis padrinos. Celebré en un altar lateral de unas de las naves, no sabría decir cuál, ni donde. Sí que celebré con emoción, con piedad y gran silencio interior. Celebré en latín, como estaba indicado en aquel tiempo.

Después visitamos la Catedral y otras cosas de Burgos. En Burgos permanecí un par de días más. El nueve de julio, después de comer me trasladaba a la caa de mis padres. Antes del anochecer estaba de nuevo en Villasarracino. Al día siguiente tenía que estar en Barruelo de Santullán y había que empezar bien.


martes, 9 de julio de 2013

SENCILLAS VIVENCIAS

MI PRIMER NOMBRAMIENTO


Y pasó el día de mi primera Misa. Gran emoción y acción de gracias. Muchos de los seminaristas invitados, se fueron a atender sus compromisos: asistir a otras primeras Misas.

Hoy no tocaron las campanas de la Iglesia. Las enramadas colocadas a la puerta de mi hogar y en el trayecto de mi casa a la Iglesia, iban perdiendo lozanía.

Pero no todo era final. Varios de los llegados a la fiesta de mi primera Misa, permanecieron varios días más. Hoy me acompañaron, junto con mis padres, hermanos y familiares, en la celebración de mi primera Misa en la ermita de Nuestra Señora de la Piedad.

Menos gente, sí. Pero el mismo ambiente, festivo y gozoso. Menos ruido, si, pero la misma alegría. Y comida, como apunté ayer, no iba a faltar. Por eso, parecía una continuación.

Además algunos parientes, de pueblos cercanos, llegaron este día a felicitarme y a unirse a nuestro gozo. También llegó una carta: sobre blanco, remite Obispado de Palencia; dentro; mi primer nombramiento: Coadjutor de Barruelo de Santullán.

Mi padre no había acertado, pues una y otra vez me venía diciendo: “Te nombrarán párroco de Camasobres y Casavegas (dos pequeños pueblecitos de la montaña palentina). No fue así.

El nombramiento, firmado por Don Eduardo Izquierdo, a la sazón Vicario General de la Diócesis, lo decía bien claro: Don José María Calvo de las Fuentes, ordenado sacerdote por Mons José Souto Vizoso, Obispo de Palencia, el pasado 29 de junio, ha sido nombrado Coadjutor de la Parroquia de Santo Tomas de Barruelo. Se presentará a su Párroco, Don Manuel  Palacios, el próximo 10 de julio”

Las vacaciones iban a ser cortas.


lunes, 8 de julio de 2013

SENCILLAS VIVENCIAS

MI PRIMER ROSARIO


Llegó la hora de la comida. Había sido preparada en la casa de mis padres. Para ello, hubo que desalojar habitaciones y ordenar locales adyacentes. Todo era muy familiar, muy sencillo. Para evitar un poco el trabajo a padres, hermanos, primos, se encargó hacer la comida a una cocinera de fuera.

A la hora de servir, colaboraron todos. Especialmente mis hermanas y primas. Resultó muy bien. Una comida abundante, barata, y a gusto de todos. No es el caso de especificar el menú. Solo señalar, que de las sobras, comimos y cenamos, los más allegados dos días más.

Si quiero contar un sencillo detalle ocurrido en el trascurso de la comida. Habíamos empezado un poco tarde, y en entre unas cosas y otras, llegó la hora del Rosario. ¡Qué hermoso! En aquellos tiempos, todos los domingos después de comer se rezaba el Rosario en la Iglesia.

Pues bien, a lo que iba. Al oír la campana de la Iglesia que avisaba al Rosario, me dijo mi madre: “José María, están tocando al Rosario; ¿irás a rezarlo?  Le dije que sí. Me levanté de la mesa y “raudo y veloz”, me dirigí a la Iglesia a rezar el Rosario.

Había púlpito en la parroquia, así que me subí al púlpito y comencé a rezar el Rosario. Tengo de aquel Rosario un recuerdo inmejorable. No se me ha olvidado nunca. Me sentí “servidor del pueblo”, fue una hermosa forma de comenzar el ministerio.

Terminé el Rosario. Volví de nuevo a casa. Allí estaban todos los comensales. Me recibieron con un gran aplauso. Recuerdo que a mis padres se les caía la baba.



domingo, 7 de julio de 2013

SENCILLAS VIVENCIAS

VENI CREATOR SPIRITUS


Con los acordes del órgano y las luces del templo encendidas, se inició la procesión hacia el altar. Iba en primer lugar, la cruz parroquial, detrás el turiferario, luego el párroco, diácono y subdiácono; en último lugar, el misacantano.

Genuflexión en la parte baja del presbiterio. Todos con solemnidad, subimos al altar, entonces todavía adosado a la pared. A una indicación del párroco, que hacía de maestro de ceremonias, entoné el Veni Creator Spiritus. Lo debí de hacer con tal unción y fervor, que me lo han recordado, con agrado, muchas veces.

Después siguió la Misa. Todo en latín, por supuesto. La homilía estuvo a cargo de un profesor del Seminario. Apenas recuerdo su contenido: habló del don del sacerdocio, de la misión del sacerdote, de una vida al servicio de los demás, de la alegría de ese día, del gozo en la familia, del orgullo del pueblo. En el coro cantaron los seminaristas del pueblo y compañeros venidos de fuera. El templo estaba lleno de gente.

Al final de la Misa, se inició el besamanos. Sentado en un elegante sillón, mirando al público, estaba el misacantano, A su lado los padrinos. El pueblo  entero de Villasarracino pasó a  besar  mis manos consagradas y darme la enhorabuena.

Yo en recompensa les entregué un recordatorio, donde figuraban mi nombre y fechas de ordenación y primera misa, los nombres de los padres y padrinos y también los nombres de mis primos que acaban de hacer su primera Comunión.

Terminada la fiesta religiosa, volvimos de nuevo a la casa. Otra vez los arcos, otra vez las canciones de los jóvenes, otra vez el sonido de campanas.  

Ya en la casa, refresco para todos.


sábado, 6 de julio de 2013

SENCILAS VIVENCIAS

DOS DE JULIO DEL 1963 
MI PRIMERA MISA


Y llegó la hora de ir a la Iglesia. De la casa del misacantano hasta la Iglesia, todo llano, hay una distancia de más de doscientos metros.  Pues bien, ese día toda esta distancia estaba completamente adornada con ramas de árboles, colocadas sobre las paredes. El suelo, maravillosamente alfombrado con flores y hierbas del campo. Toda una fiesta.

A penas salimos de la casa, comenzaron a sonar las campanas de la torre. Bajo un arco hecho con flores, portado por jóvenes del pueblo, iba el Misacantano. A su lado, derecha e izquierda, orgullosos, sus padres. Comenzaron las canciones compuestas para este momento.

Detrás, debajo de otro arco, el párroco del pueblo y los padrinos: los civiles y eclesiásticos. Debajo de un arco más, el predicador de la Misa. Detrás hermanos, primos, amigos, familiares, el pueblo.

Han pasado cincuenta años de aquella fecha, y todavía recuerdo emocionado aquel feliz momento. Y si entonces, me parecía un sueño, ahora un sueño me sigue pareciendo.

Llegamos a la Iglesia. Las puertas totalmente abiertas, el templo, a pesar de ser verano, lleno de gente. Seminaristas en el coro para armonizar la Misa, niños en los primeros puestos con los ojos abiertos, y arriba, en el presbiterio mis padres y padrinos. También dos primos míos, que aquel día hacían su primera comunión.

Los sacerdotes en la sacristía nos revestíamos para iniciar la ceremonia. El Párroco había preparado los mejores vestiduras. El acontecimiento lo merecía: cruz, incensario.

PARA ESCUCHAR

viernes, 5 de julio de 2013

SENCILLAS VIVENCIAS

PRIMERA MISA EN VILLASARRACINO

PANORÁMICA DE VILLASARRACINO

Día 2 de julio de 1963. Primera Misa de D. José María Calvo de las Fuentes. Todo estaba preparado. Padrinos, padrinos de honor, predicador. Estampas para entregar en el besamanos. Todo estaba preparado con ilusión y gozo.

Especialmente gozosos estaban los padres del misacantano. A una hora prudente, recuerdo, me llamó mi madre: José María, levántate, dentro de poco, van a llegar los jóvenes del pueblo a despertarte, será buenos que los recibas, ya vestido.

Así hice, y así fue. Llegaron un grupo numeroso de jóvenes, entonces en Villasarracino, todavía había jóvenes y comenzaron a cantar, con alguna variante y acomodada a un Misacantano, la Canción de las mañanitas que cantaba el Rey David:


Que linda es la mañana en que vengo a saludarte; 
venimos todos con gusto y placer a felicitarte.
El día en que tú naciste nacieron todos las flores. 
Y en la pila del bautismo cantaron los ruiseñores.

Ya viene amaneciendo, ya la luz del día nos dio. 
Levántate de mañana, mira que ya amaneció.


jueves, 4 de julio de 2013

SENCILLAS VIVENCIAS


VÍSPERA DE MI PRIMERA MISA


IGLESIA DE VILLASARRACINO

Llegamos a Villasarracino. Era la hora del coche línea. Allí me esperaban mis hermanos, primos y otras gentes del pueblo. Habían preparado el carro de varas que tenía mi padre, iba tirado por el burro pardo, tan estimado en la familia.

Del coche subimos al caro, me acompañaba mi amigo José Luis de Santiago. Cuesta arriba, entramos en el pueblo por la calle de la Fuente. A un lado y a otro de la calle, gente que nos recibía con fervor y entusiasmo.

Al instante, comenzaron a tocar las campanas de la Iglesia. En lo más alto de la torre ondeaba la bandera blanca y amarilla, señal de un nuevo misacantano. El pueblo, a pesar de ser verano, estaba de fiesta.

Yo saludaba a unos y a otros. Mientras se oían vivas al nuevo sacerdote, que ¡misterios de la vida! , que era yo, José María, el segundo hijo del Cojo e Villasarracino.

Dimos vista a la Plaza Mayor del pueblo. Con emoción, divisé la pequeña casa de mis padres, con su verja inconfundible. La entrada de la casa estaba adornada con ramos de árboles, fundamentalmente chopos.
 Enseguida se asomó mi madre, mujer sencilla y buena, que vino hacia mi para darme un abrazo. Detrás, mi padre, hombre sereno y fuerte, que mientras me daba un golpecito en la espalda, me decía: ¡José María, llegó el día!

Nos bajamos de carro. Saludé a parientes y amigos. En especial saludé a Don Sinforiano, Rector del Seminario de Palencia,  que iba ser el Predicador de mi Primera Misa.

Entre saludos y saludos, se hizo la hora de cenar. Lo hicimos en casa. Canticos y más canticos. Al fin, casi sin quererlo, llegó la hora de irse a descansar. Aquella noche, dormí  “allá dentro”.

PARA ESCUCHAR

miércoles, 3 de julio de 2013

SENCILLAS VIVENCIAS


 PRIMERAS MISAS

PARROQUIA DE SALDAÑA 

Y de Valdespina, que así se llama el pueblo donde celebró su Primera Misa Hipólito Rodríguez, uno de mis amigos, nos trasladamos, no recuerdo como, a Saldaña, lugar donde diría su Primera Misa de otro buen amigo: José Luis de Santiago Rodríguez.

Llegamos a Saldaña. Pueblo grande, uno de los partidos judiciales de Palencia. Nos esperaban impacientes. Sonaron las campanas de la Iglesia y los cohetes en el aire. Se notaba que al día siguiente un nuevo hijo de la Villa iba a subir por primera vez las gradas del altar.

Aquella noche dormimos poco. El jolgorio juvenil y el cambio de cama, hicieron de las suyas. La ilusión de la fiesta lo abarcaba todo. Dormimos menos tiempo, pero el despertar fue gozoso, repleto de alegría. Una primera Misa, merecía la pena.

Llegó la hora de salir de casa. Un sol radiante lucía en las calles y plazas. El pueblo estallaba en fiesta. La Iglesia, llena de gente. Cantos, vivas, un nuevo sacerdote.

Para todos, fue aquel día, fue de verdad, un día de fiesta. Especialmente para los padres y hermanos de José Luis y para los que le habíamos acompañado. La comida, ¡así eran las cosas entonces!, se preparó en la misma casa de los padres de José Luis.

A eso de las siete de la tarde, José Luis y yo, salimos hacia Villasarracino. Quiero recordar que el viaje lo hicimos en coche de línea: de Saldaña a Carrión de los Condes y después de Carrión de los Condes a mi pueblo. Me esperaban en un carro engalanado. Pero de esto escribiré mañana.


martes, 2 de julio de 2013

SENCILLAS VIVENCIAS

ALGUNOS DETALLES


Alguna de mis lectoras, me pedía ayer, más detalles sobre mi ordenación y primeros días de mi sacerdocio. Atendiendo a sus ruegos, a lo largo de estos días, iré ofreciendo algunos datos. 

Recibí el sacramento del orden, de manos Don José Souto Vizoso, a la sazón Obispo de la diócesis palentina, el día 29 de junio de 1963. Había fallecido Juan XXIII, y había sido elegido para sucederle Pablo VI. El Concilio seguía adelante.

La ordenación tuvo lugar en el Seminario Conciliar de San José (Palencia), lugar donde habíamos pasado un buen número de años: tres de filosofía y cuatro de teología, más uno de latín.  

Nos ordenamos 25 diáconos. En la actualidad vivimos quince.  Fue aquel  día 29 de junio de 1963 un día inolvidable.  Me acompañaron mis padres y mis hermanos, no todos . Tres de mis hermanas estaban fuera: dos en Madrid y otra en Colombia.
Después de la ordenación, para celebrarlo, comimos  a las orillas del río Carrión. ¡Qué distinto a ahora!

A media tarde, mis padres y hermanos volvieron al pueblo. Yo acompañé a uno de mis compañeros al suyo. Al día siguiente celebraba su primera  Misa.


El 28 y 29 pasados, se reunieron mis compañeros en la Trapa, de Dueñas, para celebrar los 50 años de sacerdocio. Por razones, que no son del caso, no puede asistir, aunque estuve en contacto permanente con ellos a través del teléfono.


lunes, 1 de julio de 2013

BREVE RESEÑA DE LOS COMIENZOS

BREVE RESEÑA DE LOS COMIENZOS

Recibí la ordenación sacerdotal en el Seminario Conciliar de San José de Palencia, el 29 de junio de 1963, de manos del entonces Obispo de la diócesis palentina, D. José Souto Vizoso. Celebré mi primera Misa solemne el 2 de Julio del mismo año en la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Villasarracino. Apenas unos días de descanso, el 10 de julio, recibía por carta mi primer nombramiento: Capellán de Minas de Barruelo de Santullán y Coadjutor de la Parroquia de Santo Tomás del mismo pueblo. Era Párroco de Barruelo de Santullán, Don Manuel Palacios, sacerdote campechano y bonachón, del que aprendí muchas cosas.

Como todos mis compañeros de curso, había salido del Seminario, decidido a ser buen sacerdote, a servir a las almas confiadas por el Obispo y a obedecer sus directrices. Para ello, era consciente, que debía continuar con la dirección espiritual que durante años había llevado en el Seminario. En efecto, seguí hablando con Don Isaac de la Torre Monge, quien había sido mi director en el Seminario en los últimos años de formación. Dos o tres veces, se desplazó Don Isaac desde Palencia hasta Barruelo de Santullán para poder hablar. Distaba, Barruelo de Santullán de la ciudad de Palencia más de cien kilómetros. Por lo que pronto, se dio cuenta que iba a ser muy difícil seguir manteniendo la dirección espiritual iniciada, por lo que me aconsejó que me buscase algún sacerdote de confianza más cercano a Barruelo, con el que poder dirigirme, con mayor facilidad y frecuencia.

Tuve suerte. Cerca de Barruelo había dos sacerdotes de Casa: Don José Antonio Abad (en Cillamayor y Matabuena) y Don Teodoro Goméz Mayo (en Vallejo de Orbó). Los dos pertenecían a  mi Arciprestazgo, por lo que coincidía con ellos en los retiros mensuales. Un día, no recuerdo el mes, hablé con Don Teodoro, le pedí dirección espiritual que aceptó gustoso.

Desde el primer momento me marcó un sencillo plan de vida, que traté de vivir con exactitud. Cada quince días, me entrevistaba con él, le contaba mis cosas y escuchaba sus consejos. Así, durante el tiempo que permanecí como Capellán de Minas y como Coadjutor de la Parroquia de Santo Tomás. Por cierto, durante esos meses, nunca me habló del Opus Dei, ni me propuso un estilo concreto de espiritualidad. Yo si me daba cuenta que no era aquella una dirección como la vivida en el Seminario, sino una dirección diferente en la que se respetaba la libertad y jamás se imponía por mandato nada.

Yo vestía, como todos los sacerdotes de aquel tiempo, de rigurosa sotana y llevaba además a la cintura un fajín color negro como lo hacían otros sacerdotes. Esto hacía, no sé porqué, me considerasen como perteneciente al Opus Dei. Aprendí mucho aquellos meses, tanto del Párroco, lleno experiencia, como de los sacerdotes del Opus Dei de los que hecho referencia más arriba: especialmente a estos los veía rezadores, trabajadores, apostólicos, contentos, felices.

Septiembre de 1964, habían pasado catorce meses de mi ordenación, y un año, más o menos, me nombraron Ecónomo de la Parroquia de Cillamayor y Simultáneo de la de Matabuena. A la vez, Don Teodoro Gómez Mayo dejó la Parroquia de Vallejo, para la que nombraron a Don Miguel Ángel Ortiz, incorporándose Don Teodoro como  Profesor en la Universidad Laboral de Tarragona. Esta circunstancia  hizo que tuviera que dejar de dirigirme con él. Y de momento, me quedé, dicho llanamente, huérfano de espíritu.

Sin embargo, por aquellos días, antes quizás también, no lo recuerdo, Don José Luis de Santiago Rodríguez, Ecónomo que lo era de  Valcovero, me invitó a acudir a un retiro que se celebraba en Cervera de Pisuerga y que iba a dirigir, según me dijo, Don José Alonso Bustillo, a la sazón, Párroco de la Parroquia de Santa Bárbara de Guardo.

Acepté aquella invitación. Y en el día y a la hora señalados, me presenté en la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Cervera. Asistieron varios sacerdotes. Me gustó el ambiente. Y saqué la impresión de que había conectado con un grupo de sacerdotes, llenos de inquietudes, de fe y de esperanza.

Aquel mismo día, me invitaron a hablar con Don José Alonso Bustillo, Párroco de Guardo, como he dicho, que había sido el que había predicado el retiro. Hablé con él y me gustó mucho su forma de ser. Me pareció haber encontrado una perfecta continuación de las charlas que había realizado con  Don Teodoro Gómez Mayo. Enseguida, supe que también era del Opus Dei. ¡Había tenido, pues, suerte en la nueva elección! Y desde aquel día, procuré llevar con él dirección espiritual.

En uno de esos retiros, que se celebraban en Cervera, pudo ser dos o tres meses más tarde, me invitaron a dar la meditación del retiro. Tema: Santificación del trabajo. La preparación y desarrollo fue para mí un descubrimiento.

Pocos días después, sería en el mes de Mayo, Don José Luis de Santiago me invitó a hacer una romería con otros sacerdotes, a la Fuente de la Virgen, ubicada en la Peña Redonda, cerca del Santuario del Brezo. En esa romería descubrí, claramente, el amor a la Virgen que demostraban aquellos sacerdotes a los que acompañaba. También el compañerismo, el trato, el cariño la alegría que manifestaban en sus conversaciones.

Más tarde, Don José Alonso Bustillo, me invitó a hacer una excusión que había preparado con otros sacerdotes de la zona. Fui encantado. Mi sorpresa, en aquella excusión, fue gratísima. Porque además de hacer ejercicio físico, aprendí a vivir la presencia de Dios y recitar jaculatorias mientras caminábamos. Recuerdo con un cariño enorme, de esta excursión y después de otras, las meditaciones que dirigía Don José Alonso Bustillo, mientras ascendíamos a la cumbre, cansados, casi sin aliento, pero contentos y felices.

Eran meditaciones sugerentes, exigentes, salpicadas de breves citas evangélicas y escogidos textos de San Josemaría, tomados de “Camino” y de otros lugares para mi entonces desconocidos. Todo ello, citas y ambiente, nos ayudaban a responder a la gracia divina y a las exigencias propias de la vocación sacerdotal.

Entre excursión y excursión, entre retiro y retiro, seguí hablando, con la periodicidad establecida, con Don José Alonso Bustillo, que poco a poco me fue llevando por el camino de la entrega. Un día, siempre con naturalidad, me invitó a hacer un curso de retiro que iba a tener lugar en Molinoviejo. Acepté. Debió ser a finales de junio, porque a ese curso de retiro acudieron varios profesores de Colegios e Institutos de distintas diócesis españolas. Entre los asistentes estaba también el entonces Capellán del Generalísimo Francisco Franco.

Este curso de retiro lo predicó Don Jesús Sancho, sacerdote agregado, entonces llamados oblatos, de Teruel. Para mi fue una experiencia rica, extraordinaria, tanto por el lugar donde se desarrollaba, Molinoviejo, por los temas desarrollados en las meditaciones y por el buen ambiente que se respiraba entre los ejercitantes. Algunos eran de la Obra, otros no. Pero todos, como era normal en aquel tiempo, vestíamos de riguroso hábito talar. Yo seguía llevando el fajín a la cintura, del que hablé más arriba, por lo que también allí -seguía sin saber por qué-, algunos me consideraban del Opus Dei.

Todo fue muy bien en aquel curso de retiro, horarios, temas desarrollados, comida, administración. Sólo, para mi, hubo una nota discordante: en la tertulia de la última noche, al explicar qué era y qué significaba el Opus Dei, en la Iglesia  y en la espiritualidad sacerdotal diocesana, se levantó entre los presentes una discusión: unos defendían con pasión a la Obra y su espiritualidad, otros apuntaban dificultades y pegas prácticas, que  se daban, decían, sobre todo, a la hora de vivir la obediencia al Obispo.

Total que regresé de aquel Curso de Retiro a mi Parroquia, un tanto desconcertado y algo inquieto por las opiniones que había escuchado en aquel último momento del Curso de Retiro. La primera vez que estuve con Don José Alonso Bustillo, le conté no sólo lo bien que había estado en Molinoviejo y los propósitos que había sacado de aquellos días de ejercicios, sino también el desasosiego que me habían producido las opiniones claramente encontradas de quienes habían sido compañeros de rezos y de descanso durante unos días.

Don José Alonso Bustillo, con la serenidad y aplomo que le caracteriza, empezó a hablarme de que no me preocupase, que el Opus Dei era querido por Dios y que “el cielo estaba empeñado en que se realizase”. Y me habló de vocación y de entrega; y me aconsejó que no hiciera ningún caso de los chismes que se contaban sobre el Opus Dei. Enseguida, por contraste, me dí cuenta que me había tropezado con algo importante, sobrenatural. Mi alma se serenó y seguí viviendo el plan de vida como siempre.

Semanas después, creo que fue a mediados de julio, Don José Alonso Bustillo me propuso, después de explicarme que era el Opus Dei, las exigencias de la vocación, y la posibilidad de que Dios me llamara a mí a seguir ese camino. Piénsatelo -me dijo- y la próxima semana volvemos a hablar. Lo pensé delante de Dios y cuando nos vimos la semana siguiente, le dije que sí. Aquella tarde, volví contento a casa.

Pocos días después, Don José Luis de Santiago Rodríguez me regaló un librito, titulado “Camino”, tamaño bolsillo, con tapas duras, amarillas, libro que aún conservo con cariño y cierta nostalgia. Comencé, ingenuo de mi, aprenderlo de memoria, mientras iba y venía de Cillamayor a Matabuena. Me quedé en el primer punto que tanto bien me ha hecho: “Que tu vida no sea una vida estéril. –Sé útil. Deja poso. –Ilumina con la luminaria de tu fe y de amor.
Borra, con tu vida de apóstol, la señal viscosa y sucia que dejaron los sembradores impuros del odio. –Y enciende todos los caminos de la tierra con el fuego de Cristo que llevas en el corazón”.

Pocas cosas sabía yo del Opus Dei. En el Seminario había leído algunos puntos de Camino, el libro “La Virgen Nuestra Señora”, de Don Federico Suárez, del que había extraído importantes notas para elaborar el sermón que me tocó predicar en la Novena de la Inmaculada. Y pocas cosas más. Eso sí, una cosa tenía clara, y así lo manifesté en varias ocasiones, nunca hablé mal del Opus Dei. Practiqué siempre aquella sabia sentencia: “de lo que no conoces con certeza, mejor no hablar".

Y como dije que si, enseguida me explicaron que tenía que escribir una carta al Padre (a nuestro Padre) pidiendo ser admitido en el Opus Dei; que era una cosa sencilla, y que si me parecía bien, podía escribirla el día  27 de julio en Palencia, lugar al que acudía de Valladolid, un Numerario. Acepté el lugar y el día con natural y prometí estar en Palencia el día 27 de julio en el lugar que me habían indicado. Fueron unos días llenos de ilusión y de emocionante espera.

Pero, cosas de la vida, el día 26 de Julio, murió una señora en Matabuena, pueblo que yo atendía. Tenía por obligación que hacer el funeral y por lo tanto, al tener que hacer el viaje en tren, no podía llegar a Palencia el día y a la hora señalados.,. ¡Todo el plan se me había venido abajo!. Pero hete aquí, ¡oh casualidad, mejor, oh providencia divina!, que a aquel funeral asistió un matrimonio de Palencia, parientes de la difunta, que tenían pensado volver a la capital una vez acabado el acto religioso y que estaban dispuestos a llevarme en su coche, si yo quería.

Pocos minutos después, a la una del medio día, terminado el funeral, salimos de Matabuena camino de Palencia. Y justo, cuando estaban terminando la tertulia, en casa de Don Jesús Espinosa, llegué yo un tanto asustado. Tras un breve saludo a los sacerdotes presentes- no recuerdo quienes eran, ni cuantos-, en un pequeño cuarto, sobre una mesa de madera, no sin cierta emoción, escribí la carta con una pluma estilográfica que me prestaron. No me acuerdo de nada de lo que escribí en el blanco papel, sólo recuerdo que en la casa de Don Jesús Espinosa, aquella tarde de marras, se percibía un ambiente de enorme alegría. Luego me enteré, que la cosa no era para menos: aquel día habíamos pitado de agregados (oblatos), en el Centro de Palencia, tres sacerdotes diocesanos: Augusto Sarmiento, Enrique Pérez y un servidor. ¡Buena cosecha, la de aquel día!

En el tren de la tarde volví a Cillamayor. Los campos que iba contemplando desde la ventanilla del tren, me parecieron más bellos que nunca. Y los viajeros que llenaban los aparcamientos, más importantes que en otras ocasiones. Hasta el traqueteo del viejo tren sonaba a música nueva. Llegue feliz a mi Parroquia, al caer la tarde. Una ligera cena con mi familia y un secreto guardado con siete llaves. Aquella noche, larga y corta a la vez, dormí como hacía días no lo había hecho.

Pocos días, después de hacer, una vez más, el trillado camino hacia a Guardo, para hablar con Don José Alonso Bustillo ¡qué emoción!, asistí a mi primer círculo. Asistieron otros sacerdotes (entre ellos, quiero recordar, Don Eutiquiano Saldón, Don José Luis de Santiago, Don José Antonio Fuentes Caballero, Don Andrés Quijano, Don Salvador Tejedor Melero, Don Carlos González, Don Pedro Antonio Millán), que al ver que no salía de la sala cuando iba a empezar el círculo, como había hecho otras veces, se quedaron extrañados.

Este primer círculo fue un descubrimiento: por lo que se dijo y por la piedad y seriedad mostrada por los asistentes y por otras muchas cosas. Recuerdo, con especial emoción que aquel día, después del círculo fuimos a comer a la casa de Don José Alonso Bustillo. ¡Qué  confianza y qué alegría entre los sacerdotes!. ¡Qué alegría entre todos! ¡Qué amistad se palpaba en el grupo! Como guinda, la presencia de la madre de Don José Alonso Bustillo, sirviendo a la mesa, tiempo después la conocí postrada en la cama en una habitación contigua.

Volví a Cillamayor, mi Parroquia, feliz y contento, olvidándome, en ésta como en otras tantas ocasiones, de las inclemencias de la vuelta que tenía que hacer en el viejo tren de la Robla, respirando el polvo del carbón que transportaba; o en los viajes en autostop, en los que me ocurrieron, no es el momento de contarlo, divertidas anécdotas, extraños y, a veces, sobrenaturales encuentros.

El día 15 de agosto era la fiesta de Nuestra Señora de la Asunción, Patrona de Cillamayor, donde estaba de Ecónomo. ¡Que atrevidos fueron los directores!, me propusieron asistir durante diez días, a la que sería mi primera convivencia, teniendo que dejar mis obligaciones parroquiales. ¡Algo insólito en aquellos momentos, dejar la Parroquia durante diez días y además el día de la fiesta de la Patrona del pueblo!. Acepté. Pensé que obedeciendo acertaba.

Por cierto, aquel año se había ordenado sacerdote un primo mío, acudí a él e ilusionado, me sustituyó durante quince días en la Parroquia, favor que agradecí enormemente. De paso, dio unas lecciones de latín a una hermana mía que estaba estudiando en el Colegio de Aguilar de Campóo. El predicador de la Misa de ese solemne día, para no comprometer a un recién ordenado, se lo encargué a Don Anselmo Bellota Peláez, compañero de curso en el Seminario y excelente amigo mío, que lo hizo encantado.

El recuerdo que guardo de aquella convivencia, que tuvo lugar en una casa cercana al pantano de Buendía (Guadalajara), es indescriptible.¡Qué alegría en el ambiente, qué espíritu apostólico en las conversaciones, qué delicadeza en las normas litúrgicas, qué detalles de cariño, qué amor a la Iglesia, al Papa, al Padre ….; que tertulias -esos ratos de familia, después de comer y de cenar-, donde se contaban cosas de la Obra, de nuestro Padre, del apostolado de unos  otros; donde se cantaban canciones para mi nuevas.

No es posible contar en esta breve nota aquella grata experiencia, y, menos aún, trasladar el exquisito sabor de las tertulias, llamadas “piratas”, en la que la gente mayor, en pequeños grupos, contaba cosas oídas o vividas al lado de nuestro Padre. ¡Magnífica convivencia!

Salí, pues, de aquella primera convivencia emocionado, me parecía todo tan bonito, que más de una vez pensé en el regalo que Dios me había concedido a mi, sacerdote recién ordenado. Con el tiempo, fui asentando las ideas y las cosas allí oídas.

Durante casi año y medio, acudí todas las semanas al circulo que se celebraba en Guardo, a pesar de las dificultades y críticas de propios y extraños. De extraños, porque de algunos me llegaron diversos comentarios negativos. Tampoco faltaron quejas provenientes de dentro: hasta de mis padres y hermanos, que aconsejados por no sé quien sacerdote, lo menos que me decían es: ¡dónde te has metido!. Para ellos, luego lo entenderían maravillosamente, el Opus Dei era algo que si no rozaba con lo prohibido o peligroso estaba muy cerca.

Por mi parte, con la gracia de Dios y la ayuda de los sacerdotes del Centro, me fui dando cuenta que me había tocado la lotería. No sólo no había perdió nada de mi condición diocesana, sino que había recibido la posibilidad de ser feliz y hacer felices a los demás.

Por aquellos días, me tropecé en la biblioteca parroquial de Cillamayor, en la que había estado Don José Antonio Abad, sacerdote de la Obra, un pequeño libro, titulado Santo Rosario. Me gustó tanto y como tenía que dejarlo una vez leído, me propuse copiarlo a máquina para tenerlo conmigo, y así lo hice. Después lo leí muchas veces. Más tarde, pasados algunos años, lo compré. Ahora dispongo del  comentario crítico realizado por Don Pedro Rodríguez.

Poco  a poco fui entendiendo las normas del plan de vida y las costumbres que me iban explicando. Una experiencia inolvidable fue el día que celebramos la fiesta de los Reyes Magos, algo que nunca había vivido con otros sacerdotes. Habíamos escrito la carta a los Reyes, en la que cada uno pedía pequeñas cosas, lo que quería. A mi me dejaron aquel año, entre otras cosas, una pequeña imagen de la  Virgen con Niño, imagen que aún conservo con ilusión y a la que rezo todos los días pidiendo por las vocaciones.

Fueron pasando los meses. Semana tras semana me acercaba hasta Guardo para tener el Círculo, hacer la charla y confesarme. Cosa que no me fue nada fácil, diría incluso que costoso, pero tengo que decir que cada vez que volvía, volvía más contento. Hasta la gente de la Parroquia lo notaba y, de modo especial lo percibían, mis hermanas que entonces vivían conmigo.

Un día, no recuerdo cuando ni donde fue, me dijeron que si me gustaría ir a estudiar Derecho Canónico a la Universidad de Navarra, en Pamplona. De entrada me pareció fabuloso, aunque insinué que lo que me gustaría estudiar era periodismo, pero para hacer esa carrera, estaba seguro, el Obispo no me concedería permiso, por lo que dije que sí, que iría a estudiar Derecho Canónico a Pamplona.

Tras pedir la autorización al Obispo de Palencia, Mons. José Souto Vizoso, que me concedió sin ningún reparo y sin prometerme ninguna ayuda económica de parte de la diócesis, preparé el viaje a Pamplona para comenzar el curso 1967-68.

Antes había ido, como era frecuente en aquel tiempo, viajando en auto-stop, hasta Pamplona, con el objeto de conseguir un lugar donde poder vivir. Tuve suerte, enseguida encontré un piso que me recomendó Don Félix Barrios, un sacerdote agregado de Segovia, que estaba estudiando en la Universidad de Navarra en Pamplona.

Ayudado por un primo que tenía un camión, me trasladé hasta Pamplona, con los pocos muebles que tenía en Cillamayor. Recuerdo que era un sábado. El domingo después de celebrar la Misa en la Parroquia de San José, donde luego colaboré muchos años, ordenamos las cosas del piso.

Al día siguiente me presenté a Don Amador García Bañón en el Colegio Mayor Aralar. Después de un breve saludo, de cortesía me dijo: “Sé que vienes a estudiar Derecho Canónico, pero ¿te daría igual estudiar Teología? Le dije que bueno, y me matriculé en el primer curso de Licenciatura en Teología.

 El 15 de octubre del año 1967 dieron comienzo las primeras clases en la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra, ubicada entonces en unas dependencias anejas al Claustro de la Catedral de Pamplona. Pero eso es ya otra historia, como otra historia es el viaje que realizó Nuestro Padre en aquel octubre del año 1967, para celebrar la Jornada de la Asociación de Amigos de la Universidad, en la que pude asistir a algunas tertulias de Nuestro Padre.


                   JMC