domingo, 14 de agosto de 2011

DÍA 13 y 14 DE AGOSTO DE 2011

TODO PASA, TODO SE ACABA…

Hoy es día 13 de agosto. Han pasado quince días desde que llegué, procedente de Pamplona, a pasar unos días de descanso en mi pueblo natal, Villasarracino (Palencia). Como siempre, cuando llego al pueblo, tengo la impresión de que el tiempo programado para descansar, aunque, intelectualmente sé que es limitado, no va a terminarse tan pronto.

Pero cada año, experimento que también en verano, o acaso más en verano, el tiempo pasa y de qué manera. Una vez más me viene a la memoria aquel lema grabado en el reloj de pared, colocado a la entrada de la casa de unos viejos amigos: tempus fugit, que podría traducirse leguaje paladino: el tiempo no para, el tiempo corre que se las pela.

Mi vida durante estos días ha estado marcada por la normalidad. Hora fija para levantarme y hora fija también para acostarme. Una vez más he comprobado que lo que más descansa y relaja es tratar de vivir con orden, es procurar seguir un plan de vida.

Por si pude ayudar, voy a poner, negro sobre blanco, los pasos recorridos por mi a lo largo de una jornada de un día cualquiera.

Me levanto a las ocho de la mañana. A esas horas, la claridad del sol ya hecho presencia en mi habitación hace un buen rato. Antes, me han despertado, sin pretenderlo, los canturreos monótonos de las tórtolas urbanas posadas en los tejados cercanos y las campanadas secas del reloj de la torre, que dista de mi casa, poco más de ochenta metros.

Me aseo con cierta celeridad. A las ocho y media comienzo a rezar el oficio divino. Lo hago paseando por el patio de mi casa. Algunos días, resistiendo el frescor de las mañanas de agosto; otros, con tiempo más apacible, disfrutando los primeros rayos del sol que, salvando el grosor de la torre, se asoman por encima de los tejados. Es un tiempo hermoso para recitar salmos davídicos y para empaparse de los mensajes de la Escritura y de los autores cristianos.

A las nueve, avisado por tintineo del reloj de la Villa, comienzo la media de oración de la mañana. A veces, metido en la oración, paseo. Otras veces, sentado en una de las hamacas del patio, mientras el sol me pega en la cara, trato de hablar con Dios, que eso es orar, según dejo escrito Santa Teresa de Avila: “orar es hablar con quien sabemos que nos ama”. Y entre el resoplido de los vencejos que revolotean por encima de mi cabeza, y el ruido entrecortado de algún tordo, metido en Dios, trato de sacar algún propósito.

El desayuno está en la mesa. Es el momento, en que nos reunimos los hermanos. Y mientras le damos buena cuenta a la fruta y al tazón de leche con kofles de trigo, se comentamos algún sucedido del día anterior. Siempre hay tema para comentar, aunque algunos, hablar tan de mañana, nos cueste un poco más.

La Misa este verano está programada a las once y media. Por eso, entre el final del desayuno y la hora de acercarme a la Iglesia para celebrar, me queda un tiempo bastante largo, que distribuyo, según los días, de diferente manera. En líneas generales, podría decirse que empleo este tiempo para trabajar, bien escribiendo algo, bien leyendo algo, y a veces, ordenando papeles. Son actividades estas que te permiten vivir con más facilidad, las normas de siempre: jaculatorias, actos de desagravio, comuniones espirituales, etc.

La Misa, durante casi todos los días de estas vacaciones, la ha presidido el párroco del pueblo, Don Balbino. Y hemos concelebrado con él, depende de los días, varios sacerdotes. Es Misa rezada, algún día se entona alguna canción, pero no frecuentemente. Se celebra con piedad, devoción y sin prisas. Asiste un número más crecido de personas que durante el año. Se nota que hay gente de vacaciones.

Terminada la Misa y la acción de gracias después de la comunión, a las doce o un poco después, rezo el ángelus. Algunos días me acompañan mis hermanas. Salgo de la iglesia, hablo con amigos y conocidos, y a eso de las doce y media, me dirijo al Ayuntamiento para montar estas páginas del blog. Suelo ser rápido. Por eso, a la una o poco más ya estoy de nuevo en casa. Aprovecho entonces, para hacer la lectura espiritual y el evangelio.

Desde de la una y media hasta las dos y media, hora de almorzar, me enfrasco en la lectura del libro que este verano estoy leyendo: Segunda navegación, de Alejandro Llano.

La comida es otro de los momentos en los que nos volvemos a juntar todos. Como en este tiempo hace muy bueno, la comida la hacemos en los locales de verano. Una mesa grande de madera, otrora, llena de gentes, ahora compuesta de cuatro personas. De conversación, cosas del presente, mezcladas con asuntos del pasado.

Tras el café y un breve rato de tertulia, un cierre de ojos momentáneo, para abrirlos enseguida de nuevo. Es el momento de rezar vísperas. Lo hago en la frescura de la casa. Me sabe a gloria esta nueva recitación de los salmos. Y con unas cosas y otras se han hecho las cinco. Es la hora de los toros y del trabajo sosegado de la tarde. Escribo, leo, ordeno asuntos.

Antes de que sea más tarde, y llegue el momento de la merienda, rezamos el rosario. Cinco misterios, alternando según los días. Rezo y paseo; rezo y medito. Y allá, en el alto del cielo, se almacenan avemarías e intenciones. Esperamos que la Virgen las ordene y las magnifique, porque a veces, nos dejamos llevar de la rutina, se nos amontonan y atolondran las plegarias.

Y llega uno de los momentos, después de la Misa, más apetecidos de todos los días. Es la hora de hacer la visita y la oración de la tarde. En la Iglesia, ¡tan poco frecuentada por los cristianos de este tiempo1, nos presentamos los hermanos a orar. Como es verano, el templo está fresquito, hay silencio exterior y con un poco de silencio interior, se hace fácil la conversación con el Señor. ¡Hay tantas cosas de las que hablar! ¡Hay tantas cosas qué pedir! Cuando ha pasado la media hora “ni más por devoción, ni menos por sequedad”, terminamos.

Rezo las preces, recompongo la consideración de los misterios y reflexiono sobre el examen particular, para matizar en algo; siempre hay algo que componer y seguir el día. Antes de abandonar el templo, rezo un acordaos, una comunión espiritual, para finalizar con el rezo de completas.

Un poco fruta y a hacer el paseo. Un paseo que durará hasta la ocho y media o más. Sobre los paseos he escrito muchos blogs este verano. No son paseos para cansarse si no más bien, para moverse. Hablamos mientras andamos y andamos mientras hablamos. Nos paramos algo y sacamos alguna fotografía. Saludamos a quienes nos encontramos por el camino y volvemos a casa con ganas de cenar.

Mientras se prepara la cena todavía me queda tiempo para leer, escribir o hacer alguna llamada por teléfono. Tras una cena ligera, vienen otros de los ratos agradables de la jornada. Nos juntamos todos los hermanos que ahora estamos en el pueblo (cinco) y jugamos a las cartas: al chinchón o al julepe. Cuando el reloj de la torre da las doce, recogemos los naipes y a dormir.

Un breve examen del día, tres avemarías, agua bendita sobre la cama y a descansar. En el firmamento lucen las estrellas, la luna se asoma entre las casas, los ruidos se alejan, el sueño se hace presente y hasta mañana a las ocho, cuando de nuevo me despierten los canturreos monótonos de las tórtolas y las campanadas del reloj de la torre.

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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Magnífico relato de un día repleto de cosas magníficas y ordinarias que se convierten en extraordinarias.
Me voy a copiar su relato y lo voy a aplicar a mi vida.
Me ha entusiasmado.

marta dijo...

Después de varios dias sin leer su blog, por motivos varios, me encuentro con este soberbio escrito.
Enhorabuena y muchas gracias por sus enseñanzas