LA BOLSA DE LOS RESPONSOS
Me he referido varias veces, en estos breves
recuerdos de mi primer año de sacerdocio como coadjutor en Barruelo, al carácter sencillo y campechano de Don
Manuel Palacios, el Párroco.
Hoy
quiero dejar constancia de un pequeño detalle que corrobora esa cualidad de
cercanía y confianza que vivía Don Manuel con todos y de modo particular con nosotros,
los coadjutores.
Era costumbre, por aquellos tiempos, al
terminar la Santa Misa, rezar en silencio un responso pidiendo por el terno
descanso de los difuntos por los que se había aplicado el Santo Sacrifico.
Mientras el sacerdote rezaba las oraciones
prescritas, los familiares del difunto y demás fieles que habían acudido a la
Misa, depositaban una limosna en el bonete que sostenía en sus manos el propio
sacerdote o un monaguillo colocado a su lado.
La limosna de esta sencilla ceremonia,
la recogía el sacerdote que había oficiado el Sacrificio. Era una manera de
ayudar al sacerdote, pequeña, pero significativa. Lo normal era que tales responsos fueran para al Párroco, ya que era él que celebraba estas Misas de difuntos.
Pues bien, y aquí está el detalle positivo, Don Manuel decidió que la cantidad recogida en estos responsos se depositase en una bolsa
y cada fin de semana, reunidos los tres sacerdotes, se hiciera el reparto, a
partes iguales, de lo recogido.
A los coadjutores nos pareció un detalle de cercanía, de
generosidad, de buen hacer. Siempre se lo agradecimos. Y ahora, al recordarlo,
lo vuelvo a agradecer. ¡Gracias Don Manuel, por su cercanía.