CON FRÍO EN LA CARA
Y EN LAS MANOS
Era costumbre en la parroquia de Santo Tomás,
Apóstol, de Barruelo de Santullán, como en otras parroquias de la diócesis,
acudir al cementerio, el día de todos los fieles difuntos, a rezar por las
almas de los que allí habían sido enterrados.
Esta misión sacerdotal, ya nos lo había
advertido Don Manuel con antelación, correspondía a los coadjutores. Por dos
razones, una, porque para llegar al cementerio había que subir una empinada
cuesta, y la otra, porque había que estar de pie durante mucho tiempo.
El día de difuntos, después de
celebradas las Misas, los dos coadjutores, Moisés y yo, con la bendición del Párroco, subimos al cementerio a rezar por los
difuntos. Hacía frío aquella mañana. Para protegernos, llevábamos buen calzado e íbamos bien abrigados.
Una vez en el cementerio comenzaban los
rezos. Se hacían del modo siguiente: Cada familia invitaba al sacerdote a que
se acercara a la sepultura donde descansaban sus familiares. Y allí, con
piedad y fervor, el sacerdote rezaba el responso con los fieles; al final, éstos depositaban su
limosna en el bonete que el sacerdote tenía en su mano. A cada limosna
depositada, correspondía un nuevo responso.
Terminada las oraciones con la primera familia,
te invitaba otra familia con la que se hacía lo
mismo. Y luego otra, y otra, y así hasta que no quedaban más. Entonces, se rezaba
una responso por todos los difuntos en general y terminaba el servicio religioso.
Como nos había advertido Don Manuel, este ejercicio piadoso exigía horas. Horas que había que estar de pie, con frío en la cara y en las manos. Sólo personas
jóvenes, como éramos nosotros, podían resistir aquella prueba.
Hoy después de muchos años, pensando en aquel cementerio y en aquellos
difuntos, rezo: “Que sus almas y las almas de todos los fieles difuntos, por la
misericordia de Dios descansen en paz! Amén.
1 comentario:
D Josemaria que tiemos aquellos
cuantoscosas pasadas
su feligresa
meme
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