lunes, 10 de mayo de 2010

SEXTA SEMANA DE PASCUA

MARTES
SAN JUAN 16, 5-11

CON UN SOLO CLIC: http://www.romereports.com/

Ahora voy a quien me envió y ninguno de vosotros me pregunta: “Adónde vas? Pero porque os he dicho esto, vuestro corazón se ha llenado de tristeza; pero yo os digo la verdad: os conviene que me vaya, pues si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros. En cambio, si yo me voy os lo enviaré. Y cuando venga Él, acusará al mundo de pecado, de justicia y de juicio: de pecado, porque no creen en mí; de justicia, porque me voy al Padre y ya no me veréis; de juicio, porque el príncipe de este mundo ya está juzgado.

Señor, un día, llegaste a nuestra tierra. Fue allí, en Belén, entre cánticos de ángeles y visitas de pastores. En la pobreza más absolu-ta y en la grandeza más sublime. Después, muy pronto, Señor, llegaron para Ti las persecuciones, y llegó la huida a Egipto, y la vuelta a Nazaret. Y se hizo realidad tu vida oculta entre tus paisanos, y se hizo visible tu trabajo y la amable compañía de José y María. Luego empezó la vida pública, llena de actividad y sobresaltos.

Ahora te vas a quien te envió, al Padre, y “ninguno Te pregun-ta”: ¿Adónde vas? Y por el tenor del texto, te muestras extrañado.

“Porque os he dicho esto, vuestro corazón se ha llenado de tristeza”. E insististe con una nueva razón, “os conviene que me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros. En cambio, si Yo me voy, os lo enviaré”. Te ibas, pero nos mandarías el Espíri-tu Santo. Y nos dijiste, Señor, que “cuando venga Él, acusará al mundo de pecado, de justicia y de juicio:

De pecado, porque no creen en Ti; de justicia, porque te vas al Padre y ya no te verán; de juicio, porque el príncipe de este mundo ya está juzgado.

domingo, 9 de mayo de 2010

SEXTA SEMANA DE PASCUA

LUNES
SAN JUAN 15, 26-16, 4

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»Cuando venga el Paráclito que yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de la verdad que procede del Padre, Él dará testimonio de mí. También vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo. »Os he dicho todo esto para que no os escandalicéis. Os expulsarán de las Sinagogas; aún más, llega la hora en que todo el que os dé muerte pensará que hace un servicio a Dios. Y esto os lo harán porque no han conocido a mi Padre, ni a mí. Pero os he dicho estas cosas para que cuando llegue la hora os acordéis de que ya os las había anunciado. No os las dije al principio porque estaba con vosotros.

Cuando lleguen los días en los que parezca que se desdibuja la obra por mi iniciada, no temáis; cuando el andamiaje de mi predicación y mi doctrina parezca que se tambalea, no tengáis miedo. Yo os enviaré el Paráclito y cuando venga, Él dará testimonio de Mí.

Recordad que os lo anuncié antes de que ocurriera; que os avisé con tiempo; que os hablé claro para que cuando sucediera no os escandalizarais. Porque llegarán días difíciles, horas amargas, situaciones penosas. Pero Yo estaré con vosotros.

Os expulsarán de la Sinagogas, os condenarán a muerte por mi nombre, incluso pensando los que lo promueven, que hacen un ser-vicio a Dios. Mas entonces, no tengáis miedo, el Espíritu estará con vosotros.

Todo eso lo realizarán porque no han conocido a mi Padre, ni han conocido al Espíritu Santo, ni me han conocido a Mí. Más vosotros confiad en mi Padre, confiad en el Espíritu Santo, confiad en Mí. Todo será para bien de los que me aman.

Os lo digo ahora, ahora que todavía hay tiempo, para que cuando ocurra os acordéis que os lo había anunciado. Mientras estuve con vosotros, a vuestro lado, no hizo falta advertir estas cosas. Ahora que estoy a punto de ser ajusticiado, condenado y muerto, os lo digo. Pero no temáis, Yo he vencido al mundo”.

Gracias, Señor, por tan hermosas advertencias; gracias por habernos abierto con tal claridad el camino de los hechos futuros; gracias por tus palabras de siempre, por tu predicación, por tu doctrina. Que tu Madre, Señor, nos guíe por la senda de la verdad, hasta llegar a tu Reino “en la hora” fijada por Ti.

sábado, 8 de mayo de 2010

VI D. DE PASCUA

Según San Juan 14,23-29.


CON UN SOLO CLIC: http://www.es.catholic.net/

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado ahora que estoy a vuestro lado; pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho. La Paz os dejo, mi Paz os doy: No os la doy como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: «Me voy y vuelvo a vuestro lado.» Si me amarais os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.


El Señor habla, según se recoge en el Evangelio que acabamos de proclamar, en la noche de la última Cena, del amor a Dios.

El amor de que habla Jesús es algo más, mucho más, que un mero sentimiento, que un deseo ardiente. Está identificado con la fidelidad, con el cumplimiento delicado y constante de la voluntad de la persona amada.

Eso es lo que el Maestro nos enseña, cuando dice:: El que me ama guardará mi palabra. Y por si acaso no lo hemos entendido añade: El que no me ama, no guardará mis palabras.

Examinemos nuestra conducta y veamos si de verdad amamos al Señor. Y en caso contrario, tratemos de rectificar.

Y en aquellos momentos de despedida, última Cena, cuando el Señor se da cuenta de cómo la tristeza se va apoderando del corazón de sus discípulos, trata de consolarlos con- la promesa del Espíritu Santo, el Paráclito, el Consolador del alma, que vendrá después de que él se vaya, llenándoles de fuego y de luz, de fuerzas y de coraje para emprender la ingente tarea que les aguardaba.

Él será quien los acompañe entonces en las hondas soledades, que luego vendrían; quien les hablaría en las largas horas de las persecuciones y tormentos.

Y además les dice Jesús: La paz os dejo, mi paz os doy. No os la doy como la da el mundo.

La del mundo es una paz hecha de mentiras y connivencias cobardes, de consensos y cesiones mutuas. Es una paz frágil que intranquiliza más que sosiega.

La paz de Cristo, en cambio, es recia y profunda, duradera y gozosa. Por eso, dice a continuación: No tiemble vuestro corazón ni se acobarde.

No, la cobardía no es posible para quien cree en Dios, para quien está persuadido de su poder y sabiduría. El miedo es propio de quien se sabe perdido, pero no de quien se sabe salvado.

Que tiemblen los que están alejados de Dios, los que no tienen la seguridad de la esperanza, ni la fortaleza de la fe, ni tampoco el gozo del amor. Esos sí tienen razón para temblar y acobardarse, pero un hombre que es hijo de Dios, no.

Caminemos con esta persuasión y avancemos alegres por la vida, desgranando nuestros días en un ambiente de incesante gozo pascual.

Que nada ni nadie nos turbe. Que pase lo que pase, conservemos la calma, vivamos serenos y optimistas, persuadidos de que Jesús, con su muerte y con su gloria, nos ha salvado de una vez para siempre.

viernes, 7 de mayo de 2010

QUINTA SEMANA DE PASCUA

SÁBADO
SAN JUAN 15, 18-21

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»Si el mundo os odia, sabed que antes que a vosotros me ha odiado a mí. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya; pero como no sois del mundo, sino que yo os escogí del mundo, por eso el mundo os odia. Acordaos de las palabras que os he dicho: no es el siervo más que su señor. Si me han perseguido a mí, también a vosotros os perseguirán. Si han guardado mi doctrina, también guardarán la vuestra. Pero os harán todas estas cosas a causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado.

Quizás te encontrabas, Señor, sentado sobre un pequeño tronco de madera. Los bordes de tu túnica, hecha de una pieza, caían cruzados sobre tus rodillas. Tras un largo caminar entre vides y olivos, ahora, pretendías descansar un poco. A tu alrededor, reposaban también tus discípulos. Comenzasteis a hablar. La conversación se fue apagando. Un prolongado silencio anunciaba alguna confidencia. Algo querías decir a “los tuyos”.

Y hablaste: amigos, si el mundo os odia, sabed que antes que a vosotros me ha odiado a Mí. Bien lo sabían tus discípulos, Señor, pero les gustó escucharlo de nuevo de tus labios. A nosotros también nos gusta escuchar esta advertencia. Y nos ayuda. Sobre todo cuando nos insultan y nos agreden moral o físicamente por nuestra condición de bautizados.

Tu mirada era penetrante, tus palabras pausadas y fuertes: Y seguiste: si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya; pero como no sois del mundo, sino que yo os escogí del mundo, por eso el mundo os odia. Tus Apóstoles entendieron tus palabras y vivieron sus consecuencias. Nosotros también queremos vivirlas, aunque a veces, lo olvidemos.

Y porque sabías que nuestra voluntad es floja y nuestra memoria quebradiza, añadiste, acordaos de las palabras que os he dicho y no olvidéis que no es el siervo más que su Señor. Y si me han perseguido a Mí, también a vosotros os perseguirán”. Y añadiste: y si han guardado mi doctrina, también guardarán la vuestra.

jueves, 6 de mayo de 2010

QUINTA SEMANA DE PASCUA

VIERNES
SAN JUAN 15, 12-17

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Éste es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros, en cambio, os he llamado amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca, para que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Esto os mando, que os améis los unos a los otros.

Este es mi mandamiento que os améis unos a otros como yo os he amado. Amarnos unos a otros como Tú, Señor, nos has amado. Meta alta, sublime, maravillosa. ¡Pero cuánto nos cuesta cumplir este mandato! ¡Cuánto nos cuesta, Señor!

Nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos. Dar la vida, de una vez, materialmente; o poco a poco en un desgaste continuo. Dar la vida por los amigos y también por los enemigos, es muestra de amor.

Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que Yo os mando. Ayúdanos, Señor, a hacer lo mandado y ayúdanos luego a poder decir: siervos inútiles somos. Hacer lo mandado. ¡Qué dicha hacer lo mandado! ¡Cuánto nos gustaría hacer más cosas; hacerlas mejor; proyectar nuevas empresas, realizar nuevos proyectos, hacer lo mandado mejor!

Somos amigos tuyos, Señor, que conocen la voluntad del Padre; amigos que conocen los senderos del Reino. Así de hermoso, así de bonito, amigos de Dios; conocedores —en la medida de lo posible— de los secretos de Dios.

Aquella noche en la que tus discípulos estaban unidos, les dijiste: no sois vosotros los que me habéis elegido, soy Yo quien os he elegido; y os he destinado para que vayáis y deis frutos y vuestro fruto dure. Elección, misión, frutos.

Lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dará. A veces, parece que todo está escrito, marcado; que nada puede ocurrir de otra manera, que existe la buena y la mala suerte. De acuerdo. Pero también existe el trabajo constante y la gracia de Dios.

miércoles, 5 de mayo de 2010

QUINTA SEMANA DE PASCUA

JUEVES
SAN JUAN 15, 9-11

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»Como el Padre me amó, así os he amado yo. Permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he dicho esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea completa.

Nos hablas hoy, Señor, en tu mensaje, del amor que el Padre te profesa y del amor que Tú nos tienes a nosotros. Nos recuerdas también la necesidad de permanecer en tu amor; la necesidad de guardar tus mandamientos, como Tú guardaste los mandamientos del Padre y así, permanecer en su amor.

Nosotros no siempre guardamos tus mandamientos. Pero sabe-mos que Tú eres misericordioso; sabemos que en tus manos descansamos tranquilos; que todos los hombres cabemos en el regazo de tu corazón. Y volvemos a empezar.

Descubrimos también lo diferentes que son nuestras actuaciones de las tuyas; nuestros juicios de los tuyos; nuestras exigencias de tus exigencias; tus premios de los nuestros; tus castigos de nuestros castigos. Tú siempre cumples, siempre permaneces fiel a tu amor.

Quisiste, Señor, compartir con nosotros la alegría que inundaba tu ser. Por eso, nos regalaste tu amistad; nos mostraste el camino del cielo, para que conociendo tus mandamientos, tratando de cumplirlos o pidiendo perdón si nos desviamos, alcanzar el premio.

Por otra parte sabemos que mientras recorremos la vida por este valle de lágrimas, nuestra alegría no será completa. Lo será en el más allá de la muerte, cuando en tu presencia gocemos de Dios pa-ra siempre, para siempre.

martes, 4 de mayo de 2010

QUINTA SEMANA DE PASCUA

MIÉRCOLES
SAN JUAN 15, 1-8            

CON UN SOLO CLIC: http://www.jmj2011madrid.com

»Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto lo poda para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí es echado fuera como los sarmientos y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y se os concederá. En esto es glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto y seáis discípulos míos.

Una nueva comparación: la vid y el labrador. ¡Bien conocían los judíos este símil! ¡Bien lo conocemos muchos de nosotros! Acaso algunos no sepan la naturaleza de este “arbusto” y desconozcan las actividades principales de este “oficio”. La vid es una planta pequeña, retorcida y frágil, que expande sus tentáculos para trepar y no arrastrarse; lo que tiene de débil y feo su constitución, lo tiene de sabroso y bello su fruto. El éxito de las viñas, depende del labrador.

A la viña hay que cuidarla; podarla cada año para que dé más fruto. Tenerla en orden. Y para tenerla en orden, hay que cavar los senderos, tratarla con productos preventivos. Después, madura ya la uva, vendrá su recogida, y finalmente, fermentada, su virtud alegrará el corazón del hombre.

Tú dijiste que eres la vid y nosotros los sarmientos; que hay que estar unidos a la vid para dar fruto; y que al que no está unido a la vid lo tiran fuera, se seca, y luego lo echan al fuego y arde.

Si permanecemos unidos a la vid todo se consigue, todo se logra, todo se alcanza. Y además tu Padre-Dios recibe gloria y nosotros alabaremos al Dios de los cielos. Y una cadena de consecuencias positivas vendrán de esta unión: los frutos, la alegría, la felicidad.

Con esta comparación, Señor, nos enseñaste que es necesario estar unidos a Ti. y que para estarlo a veces hay que arrancar algo; hay que podar. Haz, Señor, que seamos siempre sarmientos vivos, unidos a la vid, que demos gloria a Dios y frutos excelentes.

lunes, 3 de mayo de 2010

QUINTA SEMANA DE PASCUA

MARTES
SAN JUAN 14, 27-31          

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»La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis escuchado que os he di-cho. “Me voy y vuelvo a vosotros” Si me amarais os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Os lo he dicho ahora antes de que suceda, para que cuando ocurra creáis. Ya no hablaré mucho con vosotros, porque viene el príncipe del mundo; contra mí no puede nada, pero el mundo debe conocer que amo al Padre y que obro tal como me ordenó. ¡Levantaos, vámonos de aquí!

Señor, nos regalaste la paz, la tuya, la buena, esa paz tan distinta de la nuestra. Y con la paz, un buen consejo: “que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde”. Eso, Señor, queremos cumplir: no temblar de miedo y no acobardarnos nunca. Pero nos tienes que ayudar, Señor, con tu gracia y tu fuerza. Y si a pesar de todo, de vez en cuando, nuestro espíritu tiembla y nuestro corazón se acobarda, Tú sigue con nosotros.

Nos dijiste también: “Me voy y vuelvo a vuestro lado. Si me amarais os alegraríais de que me vaya al Padre, porque el Padre es más que Yo”. ¡Acepto, Señor, el misterio de tu realidad! Misterio que las palabras y los conceptos humanos, por nítidos que sean, no pueden expresarlo con claridad meridiana. “Os lo he dicho” para que estéis preparados, enterados.

“Yo no voy a hablar mucho con vosotros”, pues se acerca el Príncipe de este mundo —él no tiene poder sobre Mí—, “pero es necesario que el mundo comprenda que Yo amo al Padre y que lo que el Padre me manda, Yo lo hago”. La obediencia al Padre. ¡Qué ejemplo para nosotros los hombres, Señor!

De esta retahíla de afirmaciones, brota un doble mensaje: rebelión, desobediencia, por una parte; entrega, obediencia, amor, por otra. Señor, gracias por todo lo bueno que tenemos y poseemos; perdón por tantos despropósitos; y ayúdanos más en este camino que nos conduce al cielo.

domingo, 2 de mayo de 2010

QUINTA SEMANA DE PASCUA

LUNES
SAN JUAN 14, 21-26  

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El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama. Y el que me ama será amado por mi Padre, y yo le amaré y yo mismo me manifestaré a él.
Judas, no el Iscariote, le dijo:
—Señor, ¿y qué ha pasado para que tú te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?
Jesús le respondió:
—Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que escucháis no es mía sino del Padre que me ha enviado. Os he hablado de todo esto estando con vosotros; pero el Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, Él os enseñará todo y os recordará todas las cosas que os he dicho.

Señor, una nueva lección práctica la de hoy. La necesitaban tus discípulos, los discípulos de todos los tiempos y la necesitamos también nosotros. A veces, no te entendían o no entendemos, no porque tus “explicaciones sean obscuras”, insuficientes, sino porque nuestras “entendederas” son flojas, lentas, cobardes. No por malas explicaderas sino por malas entendederas.

El que me ama —dijiste— acepta mis mandamientos y los guarda”. Primera lección. Aceptar tus normas, después cumplirlas, y como consecuencia el amor. El refrán lo dice de otra manera: “obras son amores y no buenas razones”. La segunda lección fue igual de clara: “El que me ama será amado por mi Padre y Yo le amaré y Yo mismo me manifestaré a él”. Así, en cadena, sin lugar a vacíos, a imprevistos. A tal causa tal efecto.

Pero a veces, nos entretenemos en otras cosas. Como se entretuvo Judas —no el Iscariote— cuando te dijo: Señor, y ¿qué ha pasado para que Tú te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo? A la pregunta mitad ingenua mitad curiosa, respondiste así: Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él. Luego dijiste lo mismo en negativo. Lo que deseabas era que aprendiéramos la lección.

Y antes de acabar —como para asegurarte que asimilábamos tus lecciones— dijiste: “os he hablado de todo esto estando con vosotros”, no me habéis entendido, pero “el Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre os enseñará en mi nombre, Él os enseñará todo y os recordará todas las cosas que os he dicho”.

Señor, gracias por tus lecciones; por tus palabras, por tu entrega, y gracias por el Espíritu que habita en nosotros. Y ayúdanos a ser buenos discípulos.

sábado, 1 de mayo de 2010

QUINTA SEMANA DE PASCUA

DOMINGO (C)
SAN JUAN 13, 31-33A. 34-35 

CON UN SOLO CLI http://www.ine.es/fapel/FAPEL.INICIO

Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: — «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros.»

Cuando Judas abandonó el Cenáculo, comenzaba la hora de la Pasión, se iniciaba la noche más triste de la historia. Y, sin embargo, en ese preciso momento empezaba también la glorificación de Jesucristo. Son las paradojas de la historia de la gracia.

Él mismo Jesús nos lo dice en el pasaje evangélico que acabamos de proclamar: Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en Él. Comienza la Pasión, el sufrimiento, el dolor, pero comienza también la glorificación, la resurrección, el triunfo, la victoria. Los sufrimientos que a Jesús le hicieron sudar sangre y angustiarse hasta casi morir, eran el camino obligado para llegar al destino inefable de la gloria. Y no sólo para Él, sino también para todos los hombres, para cada uno de nosotros. El Señor fue el guía, el primero que pasó por esa ruta, marcando a golpe de sus pisadas el sendero que nos ha de llevar a nosotros a nuestro propio triunfo.

Por eso, en ese momento que recordamos hoy, les dice Jesús a los suyos, que ya le quedaba poco tiempo de estar con ellos. Sus palabras van a ser, prácticamente, las últimas palabras que les diría a los suyos. Esa es la razón, por la que tienen un relieve peculiar, una fuerza mayor. Hay como un cierto énfasis y solemnidad cuando les dice: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado.

Son estas palabras el testamento espiritual de Jesucristo, la última recomendación que venía a resumir y a culminar todo cuanto les había dicho a lo largo de su vida pública, tres largos años. ¡Que nos amemos unos a otros!. Y además, de la misma forma como Él nos amó, con la misma intensidad, con el mismo desinterés, con la misma constancia, con idéntica abnegación...

A los discípulos, como a nosotros, debió parecerles excesivo los que Jesús les pedía. Pero el Señor no aminora su exigencia. Y para que no les quede la menor duda, añade: La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros. No lo olvidemos nunca, el amor es la piedra de toque para un seguidor de Cristo.

viernes, 30 de abril de 2010

CUARTA SEMANA DE PASCUA

SÁBADO
SAN JUAN 14, 7-14  

CON UN SOLO CLIC: http://www.arguments.es/

Si me habéis conocido a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora le conocéis y le habéis visto.
Felipe le dijo:
—Señor, muéstranos al Padre y nos basta.
—Felipe —le contestó Jesús— ¿tanto tiempo como llevo con vosotros y no me has conocido? El que me ha visto a mí ha visto al Padre; ¿cómo dices tú: “Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que yo os digo, no las hablo por mí mismo. El Padre, que está en mí, realiza sus obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí; y si no, creed por las obras mismas. En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y las hará mayores que éstas porque yo voy al Padre. Y lo que pidáis en mi nombre eso haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pidiereis algo en mi nombre, yo lo haré.

En ocasiones, tus palabras, Señor, sonaban a despedida, a testamento. Eran como diálogos postreros de una amistad fuerte. Eran como deseos ardientes de que tu mensaje caído en tus discípulos, hubiera sido conocido de verdad.

Hoy les mostraste un camino claro y fácil. Les dijiste: Si me habéis conocido a Mí, conoceréis también a mi Padre. Entonces interviene Felipe: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. ¡Benditos Apóstoles! ¡Querían, pero no sabían! ¡Querían, pero no acababan de entender!

Y Tú, Señor, con la paciencia de siempre, dirigiéndote al bueno de Felipe, le dijiste: Felipe, ¿tanto tiempo como llevo con vosotros y no me habéis conocido? También a nosotros, Señor, nos dices muchas veces: ¡tantos siglos como estoy con vosotros y aún seguís con dudas!

Y como si fuera la última oportunidad —que no lo sería— le dijiste a Felipe: El que me ha visto a Mí ha visto al Padre (...), el Padre, que está en mí, realiza sus obras. Y dirigiéndote a todos, seguiste: Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en Mí; y si no, creed por las obras mismas. Este fue tu estilo de vida: enseñar y hacer.

Y como aguinaldo de este diálogo, añadiste: En verdad, en verdad os digo: el que cree en Mí, también él hará las obras que yo hago, y las hará mayores que estas porque yo voy al Padre. Y lo que pidáis en mi nombre eso haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo: si me pedís algo en mi nombre, Yo lo haré.

Hoy, Señor, te pido, para mí, para todos los hombres: fe en tus enseñanzas, esperanza en tus promesas, caridad en tus exigencias. Estoy seguro que Tú atenderás mis ruegos y darás fiel curso a mis plegarias.

jueves, 29 de abril de 2010

CUARTA SEMANA DE PASCUA

VIERNES
SAN JUAN 14, 1-6

CON SOLO CLIC http://www.unav.es

»No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas. De lo contrario, ¿os hubiera dicho que voy a prepararos un lugar? Cuando me haya marchado y os haya preparado un lugar, de nuevo vendré y os llevaré junto a mí, para que, donde yo estoy, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, sabéis el camino.
Tomás le dijo:
—Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podremos saber el camino?
—Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida —les respondió Jesús—; nadie va al Padre si no es a través de mí. Si me habéis conocido a mí, cono-ceréis también a mi Padre; desde ahora le conocéis y le habéis visto.

Señor, aquel día les dijiste a tus discípulos que no tuvieran miedo; que no se dejasen dominar por el palpitar del corazón. Que creyeran en Dios y que creyeran también en Ti. Lo mismo nos recuerdas hoy a nosotros: que no nos preocupemos por los vientos fuertes que azotan el ambiente y que creamos en Dios y en Ti. Eso basta.

Ante las llamadas al temor y a la duda, procuraremos que nuestros corazones, con tu gracia, no tiemblen. Y seguimos diciéndote que creemos en Ti, Señor, y en el Padre Dios y en el Espíritu Santo. Escuchamos, como dichas ahora y para nosotros, las palabras proferidas por Santa Teresa. “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda; la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta”.

Luego nos hablaste de distintas estancias; que ibas a prepararnos sitio; que volverías; que nos llevarás contigo; que adonde estás Tú, estaremos también los demás; que ya sabíamos el camino; que te siguiéramos.

La cosa era importante. Había que ir detrás de Ti, pero no sabíamos el camino ni a dónde ibas. Por eso, agradecemos que Tomás dijera: “cómo podemos saber el camino, si no sabemos adónde vas?

Tú respondiste: Tomás, Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por Mí. Ahora sabemos que Tú eres el camino y el término; que Tú eres el esfuerzo y el premio; que Tú eres el deseo y la eternidad.

miércoles, 28 de abril de 2010

CUARTA SEMANA DE PASCUA

JUEVES
SAN JUAN 13, 16-20         

CON UN SOLO CLIC: http://www.vatican.va/news_services/orHhome_esp.html

En verdad, en verdad os digo: no es el siervo más que su señor, ni el enviado más que quien le envió. Si comprendéis esto y lo hacéis seréis bienaventurados. No lo digo por todos vosotros: yo sé a quienes elegí; sino para que se cumpla la Escritura: El que come mi pan levantó contra mí su talón. Os lo digo desde ahora, antes de que suceda, para que cuando ocurra creáis que yo soy. En verdad, en verdad os digo: quien recibe al que yo envíe, a mí me recibe; y quien a mí me recibe, recibe al que me ha enviado.

La expresión “en verdad en verdad os digo”, significaba que lo que se iba a decir encerraba una especial importancia. Y así era recibido por los oyentes. Cuando en el Evangelio se utiliza esta fórmula, lo que pretende es dar una lección para la vida.

Tus discípulos, Señor, habían manifestado en sus conversaciones y en sus hechos, el deseo humano de sobresalir, de conseguir poder, de ocupar los primeros puestos. Tú bien lo sabías y con tu ejemplo tratabas de enseñarles que no era ese el camino que Tú seguías y exigías.

Con el lavatorio de los pies, realizado poco antes, les habías mostrado, de un modo sencillo y simbólico, que no habías venido a ser servido, sino a servir, y que tu servicio era universal: dar la vida por todos.

Pero además quisiste, Señor, enseñar la gran lección del servicio, no sólo con gestos sino también con palabras. Por eso, aprovechando este momento, tenso y difícil, quizás alzando un poco más la voz, dijiste a “los tuyos”: En verdad, en verdad os digo: no es el siervo más que su señor, ni el enviado más que quien le envió.

Y así, diste a entender a los Apóstoles, y en ellos a todos los que después formaríamos la Iglesia que el servicio humilde a los demás hace al discípulo semejante al Maestro. Si comprendéis esto y lo hacéis seréis bienaventurados.

La cosa estaba clara: Tú eras el Señor, el Maestro; todos nosotros, tus siervos, tus discípulos. Si ellos querían seguirte, tenían que imitarte; si nosotros queremos seguirte, tendremos que pisar en tus huellas.

“Si, por consiguiente, a la luz de esta actitud de Cristo se puede verdaderamente “reinar” sólo “sirviendo”, a la vez, el “servir” exi-ge tal madurez espiritual que es necesario definirla como el “reinar” .

Señor, enséñanos a servir como Tú, para reinar contigo.

martes, 27 de abril de 2010

CUARTA SEMANA DE PASCUA

MIÉRCOLES
SAN JUAN 12, 44-50   

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Jesús clamó y dijo:
—El que cree en mí, no cree en mí, sino en Aquel que me ha enviado; y el que me ve a mí, ve al que me ha enviado. Yo soy la luz que ha venido al mundo para que todo el que cree en mí no permanezca en tinieblas. Y si alguien escucha mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. Quien me desprecia y no recibe mis palabras tiene quien le juzgue: la palabra que he hablado, ésa le juzgará en el último día. Porque yo no he hablado por mí mismo, sino que el Padre que me envió, Él me ha ordenado lo que he de decir y hablar. Y sé que su mandato es vida eterna; por tanto, lo que yo hablo, según me lo ha dicho el Padre, así lo hablo.

Y seguiste hablando. Ahora decías: el que cree en Mí, no cree en Mí, sino en Aquel que me ha enviado. Aunque parece un juego de palabras, se trata de una importante afirmación en la que se encierra una profunda enseñanza trinitaria. Y añadiste: el que me ve a Mí, ve al que me ha enviado, que era como decir que Tú, Señor, eres el rostro de Dios, el camino hacia el Padre.

Decías también que Tú habías venido al mundo como luz; que el que cree en Ti no anda en tinieblas. Ayúdanos, Señor, a aceptar esa luz que eres Tú; ayúdanos a caminar en la claridad de tu doctrina, en la seguridad de tu presencia.

Hablabas de juzgar y de salvar; de que Tú no habías venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. Sálvanos, Señor, a todos, danos tu gracia y tu amistad; ahora, en la tierra y por toda la eternidad en el cielo. Y ayúdanos a recibir tus palabras, a cumplir tus mandamientos.

Insistías de nuevo que Tú venías enviado de Dios; que estabas cumpliendo la voluntad del Padre; que hablabas y enseñabas de lo que se te había mandado. Y que estabas convencido que así, obrando de este modo, cumplías la voluntad del cielo.

Y añadiste que todo lo que Tú hablaste y dijiste, era encargo del Padre. Y todo lo que los apóstoles hablarían después era encargo tuyo: “como el Padre me ha enviado, así os envío yo”.

lunes, 26 de abril de 2010

CUARTA SEMANA DE PASCUA

MARTES
SAN JUAN 10, 22-30        

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Se celebraba por entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno. Paseaba Jesús por el Templo, en el pórtico de Salomón. Entonces le rodearon los judíos y comenzaron a decirle:
—¿Hasta cuándo nos vas a tener en vilo? Si tú eres el Cristo, dínoslo claramente.
Les respondió Jesús:
—Os lo he dicho y no lo creéis; las obras que hago en nombre de mi Padre, éstas dan testimonio de mí. Pero vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y me siguen. Yo les doy vida eterna; no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos; y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.

Se celebraba una fiesta en Jerusalén, la Dedicación del Templo. Era invierno. Frío, viento, lluvia. Tú, Señor, paseabas por el pórtico de Salomón, lugar perteneciente al Templo. Y mientras paseabas, te fijabas en algo o acaso rezabas. En esto, un grupo de judíos te rodearon. Y sin más, te preguntaron: “¿Hasta cuándo nos vas a te-ner en suspenso? Si eres el Mesías, dínoslo claramente”.

Entonces Tú, Señor, tranquilo, sereno, dijiste; os lo he dicho mil veces y no me creéis. Además, las obras que yo hago en nombre de mi Padre dan testimonio de Mí. Pero, ni por esas, vosotros no creéis. Y no creéis, —os lo digo claramente—, porque no sois ove-jas mías. Si fuerais ovejas mías, escucharíais mi voz.

Yo conozco a mis ovejas y ellas me siguen. A éstas, les daré la vida eterna y no perecerán, nadie las arrebatará de mi mano, ni de la mano de mi Padre, porque el Padre y Yo somos uno en el Espíritu Santo.

Señor, hablaste claro; y dijiste quién eras. Lo dijiste con palabras y con hechos. Yo creo tus palabras y creo en tus hechos. Per-míteme, Señor, que subraye dos cosas: la realidad pastoril y la vida eterna.

Hablas de ovejas mías y ovejas no mías. Aunque yo sé que Tú has venido a llamar a todas las gentes; unos ya te han oído, otros todavía no. Al final, habrá un solo rebaño y un solo Pastor.

En la otra, prometes a tus ovejas la vida eterna, el premio defi-nitivo. Tus ovejas no perecerán jamás, nadie las arrebatará de tu mano, ni de la mano de tu Padre, con otras manos por muy fuertes que éstas parezcan.

Gracias, Señor, por tus palabras y por tus hechos. Te pido que al final de mi vida pueda cantar y gozar contigo del Padre y del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos.

domingo, 25 de abril de 2010

CUARTA SEMANA DE PASCUA

LUNES
SAN JUAN 10, 11-18              

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»Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por sus ovejas. El asalariado, el que no es pastor y al que no le pertenecen las ovejas, ve venir el lobo, abandona las ovejas y huye —y el lobo las arrebata y las dispersa—, porque es asalariado y no le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor, conozco las mías y las mías me conocen. Como el Padre me conoce a mí, así yo conozco al Padre, y doy mi vida por las ovejas. Tengo otras ovejas que no son de este redil, a ésas también es necesario que las traiga, y oirán mi voz y formarán un solo rebaño, con un solo pastor. Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que yo la doy libremente. Tengo poder para darla y ten-go potestad para recuperarla. Éste es el mandato que he recibido de mi Padre.

Y seguiste diciendo que Tú eras el Buen Pastor, que estabas dispuesto a dar la vida; que el asalariado cuando percibe el peligro, huye; que al asalariado no le importan las ovejas, que lo que le importa es medrar; que Tú, Señor, no eras así; que Tú eras el Buen Pastor.

Y como Buen Pastor conocías a tus ovejas y ellas a Ti, que lo mismo que el Padre te conocía y Tú a Él, así conocías a tus ovejas y estabas dispuesto a dar la vida por ellas; y que tenías otras ovejas que tenían que venir; y que tenían que oír tu voz, y que tenían que estar contigo; y que tenía que haber un solo rebaño y un solo Pastor; y que el Padre estaba feliz por esto.

Ahora sí; ahora, todos tus discípulos, Señor, entendieron. Y en sus mentes quedaron grabadas para siempre aquellas afirmaciones. Tanto, que jamás las olvidaron. Y se acordaban de ellas, cuando veían al pastor caminar delante de su rebaño.

Si embargo otros judíos, los que no estaban de tu parte, se opusieron. Y hubo una disensión a causa de estas palabras. Muchos decían que estabas endemoniado otros que estabas loco; pero otros decían: cosas así no las dice un endemoniado, ni un endemoniado hace los milagros que Éste hace.

sábado, 24 de abril de 2010

IV DOMINGO DE PASCUA
San Juan 10,27-30.


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En aquel tiempo, dijo Jesús: -Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno.

Jesús, nos dice el Evangelista San Marcos (6,30-34), al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas.

Hoy, podemos tener una sensación semejante a aquella que nos describe San Marcos. Porque en la sociedad en que vivimos hay mucha gente que vive desorientada, confundida, mareada, sin rumbo, sin ideales, sin una meta en la vida. Viven como ovejas que no tienen pastor pastor.

Los cristianos no tenemos este problema o, al menos, no deberíamos tenerlo. Porque nosotros, los cristianos, sí tenemos un Pastor, un guía, una persona que nos conduce hacia el cielo: ese pastor es CRISTO, EL SEÑOR. El es la luz que brilla en medio de las tinieblas de este mundo, lleno de obscuridad y de ignoracia. El es la luz que brilla en nuestra vida, que guía nuestra historia.

Cristo es el buen Pastor que dio su vida por nosotros, inmolándose en la cruz; Cristo es el Buen Pastor que nos conoce a cada uno como el Padre lo conoce y él conoce al Padre (cf. Jn 10, 14-15). Cristo es el Pastor. Él es el que guía al rebaño, el que le marca el camino. El que cuida del rebaño y lo protege, el que le da el alimento y se preocupa de que las ovejas estén sanas.

La Palabra de Dios de este Domingo nos lo manifiesta con claridad a través de la bella imagen del pastor y las ovejas: Jesús es el Pastor, nosotros las ovejas.

Los tres verbos pronunciados por Jesús en este breve pasaje evangélico son verbos de acción: escuchar, conocer y seguir. A través de estas palabras, unidas entre sí con un hilo luminoso y espiritual, se puede construir toda la historia de la vocación cristiana: escuchar, conocer, seguir. Todo un programa de acción. Por eso hoy es necesario que nos preguntemos si estamos siendo buenos discípulos: si sabemos escuchar al Señor, si tratamos de conocerle, si tratamos de seguirle.

Para contestar a esta pregunta nada mejor que revisar si somos dóciles para dejarnos guiar por Jesús, si somos diligentes para escuchar sus enseñanzas y las enseñanzas de la Iglesia, si intentamos vivir cada día como Él quiere que lo hagamos.

viernes, 23 de abril de 2010

TERCERA SEMANA DE PASCUA

SÁBADO
SAN JUAN 6, 60-69  

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Al oír esto, muchos de sus discípulos dijeron:
—Es dura esta enseñanza, ¿quién puede escucharla?
Jesús, conociendo en su interior que sus discípulos murmuraban de esto, les dijo:
—¿Esto os escandaliza? Pues, ¿si vierais al Hijo del Hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es el que da vida, la carne no sirve de nada: las palabras que os he hablado son espíritu y son vida. Sin embargo, hay algunos de vosotros que no creen. En efecto, Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que le iba a entregar.
Y añadía:
—Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí si no se lo ha concedido el Padre. Desde ese momento muchos discípulos se echaron atrás y ya no andaban con él.
Entonces Jesús les dijo a los doce:
—¿También vosotros queréis marcharos?
Le respondió Simón Pedro:
—Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios.

Tengo que reconocer, Señor, que a primera vista, este modo de hablar era duro. Y me explico que algunos de tus discípulos cuestionasen tus palabras. Les estabas diciendo, nada más y nada menos, que tenían que comer tu carne y beber tu sangre. Y en su interior brotaron las críticas.

Pero Tú, Señor, adivinando sus críticas les dijiste: “¿Esto os hace vacilar? ¿Y si vierais al Hijo del Hombre subir adonde estaba antes?” Era como decir, fiaos de Mi, de mi palabra, de mi poder, de la fuerza de mi espíritu.

Y seguiste: porque el Espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Mis palabras son Espíritu y Vida, y sin embargo, algunos no creéis. No admitís que os diga la verdad. Aquí está el secreto: en la verdad de mis palabras.

Y dijiste: Pero “nadie puede venir a Mí si mi Padre no se lo concede”. Por lo tanto, en vez de discutir, de reflexionar, de criticar, lo que debéis hacer, es pedir al Padre la gracia de entender, la gracia de amar.

Pero el hecho fue que algunos, desde entonces, se echaron para atrás y no volvieron a ir contigo. Señor, que yo nunca me eche para atrás, que siga siempre contigo.

Entonces, Tú, Señor, advirtiendo que los doce también temblaban, les dijiste: ¿También vosotros queréis marcharos? ¿También vosotros dudáis? Entonces Simón Pedro contestó: Señor, ¿a quién vamos a acudir que mejor nos vaya? Tus palabras son verdaderas. Nosotros creemos que Tú eres el Santo consagrado por Dios.

jueves, 22 de abril de 2010

TERCERA SEMANA DE PASCUA

VIERNES
SAN JUAN 6, 52-59             

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Los judíos se pusieron a discutir entre ellos: ¿Cómo puede éste
darnos a comer su carne?
Jesús les dijo:
—En verdad, en verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo le resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Igual que el Padre que me envió vive y yo vivo por el Padre, así, aquel que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajo del cielo, no como el que comieron los padres y murieron: quien come este pan vivirá eter-namente.
Estas cosas dijo en la Sinagoga, enseñando en Cafarnaún.

Disputaban los judíos entre sí, cómo podías Tú, Señor, darles a comer tu carne. La cuestión no era pequeña ni de poca importancia. Tú habías dicho que el que comiera tu carne tendría vida. Y no lo podían entender. Y disputaban entre sí.

Tú, Señor, les habías dicho: “Os aseguro, que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros”. Estaba clara la cuestión. Lo habías dicho con rotundidad. ¿Pero cómo era posible eso? Los judíos disputaban.

Y dijiste más: El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Insistías, Señor, en la necesidad de comer tu carne y beber tu sangre. Y esto, como condición de vida eterna, de resurrección final.

Y aún más: Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en Mí y Yo en él. Es verdadera comida y verdadera bebida y la promesa es también verdadera.

Y añadiste: El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come, vivirá por Mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron: el que come de este pan vivirá para siempre. No te entendían y volvías a repetirlo.

Dijiste esto, Señor, en la Sinagoga, en Cafarnaún. Se enteró mucha gente importante y sabia. Es decir, no fue una conversación de pasada, sino una enseñanza pública.

miércoles, 21 de abril de 2010

TERCERA SEMANA DE PASCUA

JUEVES
SAN JUAN 6, 44-51  

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Nadie puede venir a mí si no le atrae el Padre que me ha enviado, y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los Profetas: Y serán todos enseñados por Dios. Todo el que ha escuchado al que viene del Padre, y ha aprendido, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre, sino que aquel que procede de Dios, ése ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo que el que cree tiene vida eterna. »Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron. Éste es el pan que baja del cielo, para que si alguien lo come no muera. Yo soy el pan vivo que he bajado del cielo. Si alguno co-me este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.


Los hombres, según su condición de criaturas, no pueden conocerte ni llegar hasta Ti, Señor, si no son sanados y ayudados por tu gracia. Y si responden a tu llamada y secundan tu gracia, les prometes el premio eterno y la resurrección en el último día.

Siempre que reflexiono en este tema, Señor, brotan en mí deseos de responder a tus gracias; y, a la vez, ruego me ayudes a confiar plenamente en Ti, y a esperar, por tu misericordia, me concedas la salvación eterna.

Somos discípulos de Dios —según está escrito— y somos discípulos tuyos. Que aprendamos a servirte, a huir de la pereza, del miedo, de la cobardía que nos dificulta la entrega y que sepamos serte fieles en el quehacer de cada día. ¡Ayúdanos, Señor!

Primero escuchar tu llamada, después responder libremente, y luego lanzarnos a la lucha, jugarnos el yo, vencer la soberbia, superar la vergüenza; no tener miedo a nadie ni a nada, vivir en medio del mundo con el desparpajo, la espontaneidad, el servicio, la entrega de ser discípulos tuyos.

A Dios nadie lo ha visto. Sólo Tú, Señor. Pero si creemos, tenemos la vida eterna asegurada. Para ello, debemos estar y permanecer fuertes. Tú eres el pan de vida. Mejor que el maná. El maná era otra cosa. “Tú eres el pan vivo bajado del cielo; el que coma de él vivirá para siempre”. Tu carne es el pan para alimento del mundo.

Gracias Señor, por las veces que he comido tu Cuerpo y he bebido tu Sangre. Con palabras de la Liturgia, lleno de fe y de esperanza, te digo, Señor: “Oh sagrado convite en el cual se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda para la gloria futura”.

Y con Santo Tomás confieso: “Al juzgar de Ti se equivocan la vista, el tacto, el gusto, pero basta el oído para creer con firmeza; creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios; nada es más verdadero que esta Palabra de verdad”.

Somos débiles, criaturas, pero discípulos, hijos. Esperamos la resurrección de los muertos.