domingo, 10 de octubre de 2010


EL PROFETA JONÁS

VIGÉSIMA OCTAVA SEMANA DEL T. O.

LUNES
SAN LUCAS 11, 29-32

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=hQpVLKN8egQ

Habiéndose reunido una gran muchedumbre, comenzó a decir:
—Esta generación es una generación perversa; busca una señal y no se le dará otra señal que la de Jonás. Porque, así como Jonás fue señal para los habitantes de Nínive, del mismo modo lo será también el Hijo del Hombre para esta generación. La reina del Sur se levantará en el Juicio contra los hombres de esta generación y los condenará: porque vino de los confines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y daos cuenta que aquí hay algo más que Salomón. Los hombres de Nínive se levantarán en el Juicio contra esta generación y la condenarán: porque ellos se convirtieron ante la predicación de Jonás, y daos cuenta de que aquí hay algo más que Jonás.

Salir de casa y verte rodeado de gente, era todo uno. Admiraban tus palabras, anhelaban tus mensajes, esperaban tus sermones. Te llevabas, como se dice ahora, a la gente de calle apenas salías. Enseguida se corría la voz. Y pronto te encontrabas rodeado de gentes ávidas de escuchar tu voz, de aprender tus lecciones. Pero no era todo oro lo que relucía a tu lado, había también ganga.

Y Tú, Señor, amable, manso y humilde de corazón, no tenías pelos en la lengua para cantar las verdades. Con fuerza y con energía condenabas el mal aunque siempre te “abajabas” para comprender a las personas. ¡Generación perversa, llamaste a la tuya! ¡Señor!

Se ve que te había molestado lo de pedirte una señal. Habrías preferido más sencillez, más nobleza. Pero puestos a dar señales —dijiste— allá va la señal de Jonás. Y la gente, más o menos, entendió el asunto. Se acordaron de aquel profeta, de Nínive, de la Reina del Sur, de Salomón, del arrepentimiento de la ciudad, de todo aquello que era historia sagrada.

Me imagino, Señor, el momento. Quiero verte sentado en una piedra rocosa. Las manos sobre la cabeza, el manto arrastrando sobre el suelo y mucha gente mirándote a los ojos misericordiosos. Y Tú, ¡una señal! ¿Queréis una señal? La tendréis. Igual que Jonás, estaré tres días en el vientre de la tierra, al tercer día resucitaré. ¡Silencio!

De pronto, te pusiste de pie. Y repetiste: estaré tres días, como Jonás, en el vientre de la tierra, pero al tercer día resucitaré para nunca más morir.

sábado, 9 de octubre de 2010

XXVIII DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO
EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 17, 11-19


CON SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=YwZpw1gm2Xc

Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:
-- Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.
Al verlos, les dijo:
-- Id a presentaros a los sacerdotes.
Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo:
-- ¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?
Y le dijo:
-- Levántate, vete; tu fe te ha salvado.

La Primera lectura de la Misa de hoy nos recuerda la curación de Naamán el Sirio, sanado de la lepra por el Profeta Eliseo. El Señor se sirvió de este milagro para atraerlo a la fe, un don mucho mayor que la salud del cuerpo.

En el Evangelio tomado de San Lucas, nos relata un hecho similar: un samaritano -que, como Naamán, tampoco pertenecía al pueblo de Israel- que encuentra la fe después de su curación, como premio a su agradecimiento.

Recordemos la escena: Jesús, en su último viaje a Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Y al entrar en una aldea le salieron al encuentro diez leprosos que se detuvieron a lo lejos, a cierta distancia donde se encontraba el Maestro y el grupo que le acompañaba, pues la ley prohibía a estos enfermos acercarse a las gentes.

Y ellos, levantando la voz, pues están lejos, dirigen a Jesús una petición, llena de respeto, que llega directamente al Corazón de Cristo: "Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros".

Aquellos hombres, leprosos, excluidos de la sociedad, acuden a la misericordia divina. Y Jesús, lleno de lástima, se compadece de ellos y les manda ir a mostrarse a los sacerdotes, como estaba preceptuado en la Ley, para que certificaran su curación.

Y ellos, llenos de fe y esperanza, obedientes, se encaminaron donde les había indicado el Señor, como si ya estuvieran sanos; a pesar de que todavía no lo estaban. Y por su fe y docilidad, dice el texto, se vieron libres de la enfermedad.

Estos leprosos nos enseñan a acudir a la misericordia divina, que es la fuente de todas las gracias; y nos enseñan a tener fe y ser dóciles a quienes, en nombre del Maestro, nos indican lo que debemos hacer.

Y nos ofrecen también la oportunidad de preguntarnos si somos agradecidos: con Dios y con los demás.

Con frecuencia, vivimos pendientes de lo que nos falta y nos fijamos poco en lo que tenemos, en lo que nos ayudan y quizá por eso lo apreciamos menos y nos quedamos cortos en la gratitud. O pensamos que lo que tenemos nos es debido a nosotros mismos y nos olvidamos de lo que San Agustín señala al comentar este pasaje del Evangelio: "Nuestro, no es nada, a no ser el pecado que poseemos. Pues ¿qué tienes que no hayas recibido? (1 Cor 4,7)".

Muchos son los favores que recibimos de Dios directamente: salud, sol, lluvia, etc., y muchos también los beneficios que recibimos a través de las personas que tratamos diariamente. ¿Somos agradecidos? Es de bien nacidos ser agradecidos.

En concreto hoy, que celebramos el día de la Parroquia, es bueno que recordemos aunque sea rápidamente lo que la Parroquia nos ofrece, lo que de la Parroquia recibimos.

De la parroquia recibimos la gracia, el perdón, la Eucaristía, la Palabra de Dios, la formación doctrinal, la ayuda espiritual y la material en ocasiones, la amistad y la acogida y tantas otras cosas.

Por eso, conviene que hoy también nos preguntemos si amamos a la parroquia, si la defendemos, si somos agradecidos con ella.

Y nos preguntemos: ¿ayudamos a la parroquia con nuestra oración, con nuestro tiempo, con nuestras aportaciones materiales?.¿Vibramos con las cosas de la parroquia? ¿Nos alegramos de que marche cada vez mejor? ¿Qué haya más culto? ¿Qué haya más actividades?

viernes, 8 de octubre de 2010

VIGÉSIMA SÉPTIMA SEMANA DEL T. O.

SÁBADO
SAN LUCAS 11, 27-28

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.opusdei.es/art.php?p=36149

Mientras él estaba diciendo todo esto, una mujer de en medio de la multitud, alzando la voz, le dijo:
—Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron.
Pero él replicó:
—Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan.

Entre seguidores y detractores, entre fieles y curiosos se había arremolinado junto a Ti, Señor, una gran multitud de personas. Hombres y también mujeres. Niños y niñas, jóvenes, ellos y ellas, lo que se dice, una multitud. Los más, estaban de tu lado; algunos, dale que dale, te contradecían. El ruido era enorme. Para dejarse oír había que levantar fuerte la voz.

Eso es lo que hizo una mujer de en medio de la multitud, levantó la voz, y a pleno pulmón dijo algo encantador, que a buen seguro te gustó escuchar, como les gustó oír a muchas de las gentes allí congregadas. Echó un piropo a tu Madre. Tu Madre que, de haber estado allí, se hubiera sonrojado de vergüenza. ¡Era tan buena, humilde tu Madre!

Pero Tú, Señor, que tanto querías a tu Madre, en esos momentos estabas en otras cosas. Y alzando la voz también, para que te oyeran todos, replicaste: “Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan”.

“Tal como lo ha entendido la Tradición de la Iglesia, estas frases son un elogio de la grandeza de Santa María. Por encima de su maternidad física, Jesús proclama tu fidelidad espiritual” .

Alguno de los presentes —si es que Ella no estaba allí— se lo contaría después a tu Madre. Y ella, seguro, diría una vez más: hágase en mi según tu palabra; entrando así, por elevación, en el grupo de los bienaventurados. Nosotros seguimos llamándola, con alegría y fuerza, bienaventurada.

jueves, 7 de octubre de 2010

EL QUE NO ESTÁ CONMIGO
ESTÁ  CONTRA MI
VIGÉSIMA SÉPTIMA SEMANA DEL T. O.

VIERNES
SAN LUCAS 11, 15-26

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://video.google.com/videoplay?docid=-6332967446103444197#

Pero algunos de ellos dijeron:
—Expulsa los demonios por Beelzebul, el príncipe de los demonios.
Y otros, para tentarle, le pedían una señal del cielo. Pero él, que conocía sus pensamientos, les replicó:
— Todo reino dividido contra sí mismo queda desolado y cae casa contra casa. Si también Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo se sostendrá su reino? Puesto que decís que expulso los demonios por Beelzebul? Si yo expulso los demonios por Beelzebul, vuestros hijos ¿por quién los expulsan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero si yo expulso los demonios por el dedo de Dios, es que el Reino de Dios ha llegado a vosotros.
»Cuando uno que es fuerte y está bien armado custodia su palacio, sus bienes están seguros; pero si llega otro más fuerte y le vence, le quita sus armas en las que confiaba y reparte su botín. »El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama.
»Cuando un espíritu impuro ha salido de un hombre, vaga por lugares áridos en busca de descanso, pero al no encontrarlo, dice: “Me volveré a mi casa, de donde salí”. Y al llegar la encuentra bien barrida y en orden. Entonces va, toma otros siete espíritus peores que él, y entrando se instalan allí, con lo que la situación última de aquel hombre resulta peor que la primera.


Tal vez llegó camuflado en algún grupo. Acaso se presentó en un recodo del camino o salió de improviso de detrás de alguna esquina. Sea como fuese, allí estaba delante de Ti un endemoniado. El demonio era mudo. Tú te pusiste a expulsarlo. La gente, curiosa o preocupada, te rodeaba.

Cuando todo salió bien, muchos se hicieron de cruces, es decir, quedaron admirados. Pero no todos. Algunos, quizás sin pensarlo demasiado, dijeron que expulsabas los demonios por arte del príncipe de los demonios. Y otros pedían una señal que lo confirmara. ¡Qué ganas de complicar las cosas!

Tú, Señor, serio y un tanto disgustado, dijiste que era mal asunto estar divididos; que de la división no sale nada bueno; que antes de hablar convenía pensar lo que se iba a decir; que puede uno atraparse en sus mismas palabras; que hasta el fuerte puede caer.

Y en medio de estas cosas, pronunciaste una frase genial, una frase que no debiéramos olvidar nunca: El que no está conmigo está contra Mí, y el que no recoge conmigo, desparrama. Los Apóstoles debieron oír esta frase con enorme agrado y con gran emoción. Ellos estaban contigo, también se daban cuenta que muchos desparramaban sus vidas.

El mudo, agradecido, se fue a celebrarlo. Los quisquillosos siguieron en sus trece; los que te entendieron te dieron las gracias. Y Tú seguiste con el mismo tema, con otros ejemplos, con otras vivencias.

Ahora, nosotros, te decimos, Señor que queremos estar contigo, siempre y en todo; en los días de sol y cuando falte la luna; en las horas altas y en los momentos difíciles. Te decimos también que queremos recoger frutos, no desparramar; que queremos estar siempre contigo y no en la oscuridad de tus ausencias.

miércoles, 6 de octubre de 2010


PEID Y SE OS DARÁ


VIGÉSIMA SÉPTIMA SEMANA DEL T. O.
JUEVES
SAN LUCAS 11, 5-13

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.opusdei.es/art.php?p=40715

Y les dijo:
—¿Quién de vosotros que tenga un amigo y acuda a él a media noche y le diga: “Amigo, préstame tres panes, porque un amigo mío me ha llegado de viaje y no tengo qué ofrecerle”, le responderá desde dentro: “No me molestes, ya está cerrada la puerta; los míos y yo estamos acostados; no puedo levantarme a dártelos? Os digo que, si no se levanta a dárselos por ser su amigo, al menos por su importunidad se levantará para darle cuanto necesite.
»Así, pues, yo os digo: pedid y se os dará; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá; porque todo el que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y a quien llama, se le abrirá. ¿Qué padre de entre vosotros, si un hijo suyo le pide un pez, en lugar de un pez le da una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le da un escorpión? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?

Señor, a lo largo de tu vida apostólica, fuiste enseñando a tus discípulos a hacer oración. Les enseñaste con tu ejemplo —tantas veces te vieron, retirado en un lugar solitario— a hacer oración, que aprendieron de ti a realizarla. También les enseñaste las palabras que había que balbucear en esos ratos de amistad con Dios. Hoy quisiste señalar su eficacia.

Y, como era costumbre, acudiste a la vida ordinaria de los hombres. Y hablaste del amigo que acude a su amigo a media noche; de cómo le pide un favor; de la resistencia del amigo a dárselo; de la insistencia del otro en pedirlo, de la concesión al fin para quedar en paz y seguir el sueño. Y del hecho concreto, pasaste a la categoría, “hay que pedir”.

Hay que pedir para recibir; hay que buscar para encontrar; hay que llamar para que se nos abra. Siempre ha sido así, en la vida humana y también en la divina: el que busca encuentra, al que llama se la abrirá.

Y seguiste con otro ejemplo. Ahora del padre que es llamado por el hijo. El padre siempre acude a la llamada. Siempre socorre, siempre ayuda, siempre responde. A veces, se adelanta, siempre comprende, en ocasiones hasta se pasa.

Pues mejor actuará Dios, porque Dios es el único bueno. Si los hombres —que a veces son malos— actúan con generosidad, cuanto más y mejor actuará Dios, nuestro Padre del cielo, que siempre es generoso; que siempre obra bien.

A lo largo de los siglos, Señor, has recibido muchas peticiones; a tu corazón habrán llamado miles de personas, miles de corazones buscando alegría y consuelo. Y aunque siempre has sido generoso con todos, dadivoso en atenciones, tu corazón sigue lleno de amor, tu corazón permanece siempre a la espera.

martes, 5 de octubre de 2010

ENSÉÑANOS A ORAR
VIGÉSIMA SÉPTIMA SEMANA DEL T. O.

MIÉRCOLES
SAN LUCAS 11, 1-4

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=o62EyI_v__8


Estaba haciendo oración en cierto lugar. Y cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos:
—Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.
Él les respondió:
—Cuando oréis, decid:
Padre, santificado sea tu Nombre,
venga tu Reino;
sigue dándonos cada día nuestro pan cotidiano;
y perdónanos nuestros pecados,
puesto que también nosotros perdonamos
a todo el que nos debe;
y no nos pongas en tentación.

A pesar de estar, Señor, estrechamente unido al Padre, de vez en cuando te retirabas, solo, a hacer oración. Allí pasabas ratos, quizás horas en íntima presencia de Dios. ¡Cómo nos hubiera gustado recoger algunas de las cosas que tratarías con el Padre-Dios! ¡Quizás sea imposible, desde nuestra condición humana, tener experiencia de tu experiencia! ¡Quizás, sin quizás, ha sido mejor así! Nos habríamos muerto viendo tu gloria.

Y al terminar, ¡hala! enseguida comenzabas a atender a la gente. En esta ocasión el rato de oración quizás había sido más largo que otras veces, por eso, uno de tus discípulos, acercándose a Ti, todavía frescas tus experiencias, te dijo: Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.

En respuesta a esta petición, Tú, Señor, confiaste a tus discípulos y a tu Iglesia la oración cristiana fundamental. San Lucas da de ella un texto breve (con cinco peticiones), San Mateo nos transmite una versión más desarrollada (con siete peticiones). La tradición litúrgica de la Iglesia ha conservado el texto de San Mateo. Esta es la fórmula actual:

Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal. Amén.

“Esta oración que nos viene de Jesús es verdaderamente única: ella es “del Señor”. Por una parte, en efecto, por las palabras de esta oración el Hijo único nos da las palabras que el Padre le ha dado; Él es el Maestro de nuestra oración. Por otra parte, como Verbo encarnado, conoce en su corazón de hombre las necesidades de sus hermanos y hermanas los hombres, y nos las revela: es el Modelo de nuestra oración” .

San Agustín, Serm. 103,3. Sagrada Biblia. Nuevo Testamento. Ediciones Universidad de Navarra, Pamplona 1999, pág. 293.
San Josemaría, Conversaciones, n. 114.

lunes, 4 de octubre de 2010

MARTA y MARIA
VIGÉSIMA SÉPTIMA SEMANA DEL T. O.

MARTES
SAN LUCAS 10, 38-42

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://wwwnewmanreader.org/

Cuando iban de camino entró en cierta aldea, y una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Tenía ésta una hermana llamada María que, sentada también a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Pero Marta andaba afanada con numerosos quehaceres y poniéndose delante dijo:
—Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en las tareas de servir? Dile entonces que me ayude.
Pero el Señor le respondió:
—Marta, Marta, tú te preocupas y te inquietas por muchas cosas. Pero una sola cosa es necesaria: María ha escogido la mejor parte, que no le será arrebatada.

Mientras vivimos aquí en la tierra, estamos de camino. Somos viadores, caminantes, peregrinos hacia una patria eterna. A veces, con dificultades y sinsabores. La santa castellana, Teresa de Jesús, escribió que “esta vida es como una mala noche en una mala posada”. La meta está en el cielo, en la felicidad que nunca acaba. Tú, Señor, y “los tuyos” aquella mañana ibais “de camino”. Y al llegar a “cierta aldea” entrasteis en ella. Llamasteis a una puerta “y una mujer que se llamaba Marta”, os recibió en su casa.

Allí, en aquella casa descansasteis, repusisteis la fuerzas desgastadas. Vivían en aquella casa tres hermanos: Lázaro, Marta y María. Hicisteis con ellos una gran amistad, tanta que a estos tres hermanos se les conocerá más tarde como tus amigos. Con cada uno de ellos tuvisteis hermosos detalles: a Lázaro le prolongaste la vida; a María le hablaste del Reino del cielo; a Marta le enseñaste que “sólo una cosa es necesaria”.

Si nos atenemos a la letra de este texto, el evangelista no insiste en la necesidad de vivir la vida, tejida de acción y de contemplación, de amor al hombre y de amor a Dios, sino que, sencillamente, refiere una doble enseñanza: Marta que se agita, que se mueve, que trabaja sin parar y María que escucha, que medita y que contempla.

Entiendo que tus “palabras no son tanto un reproche a Marta como un elogio inmediato de la actitud de María que escucha tu palabra, Señor”. Escribió San Agustín: “Aquella se agitaba, ésta se alimentaba; aquella disponía muchas cosas, ésta sólo atendía a una. Ambas ocupaciones eran buenas” .

Y San Josemaría enseñó, de palabra y con su vida, que “hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de nosotros descubrir (...). No hay otro camino, hijos míos: o sabemos encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca” .

domingo, 3 de octubre de 2010


BUEN SAMARITANO

VIGÉSIMA SÉPTIMA SEMANA DEL T. O.

LUNES
SAN LUCAS 10, 25-37

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK

Entonces un doctor de la Ley se levantó y dijo para tentarle:
—Maestro, ¿qué debo hacer para conseguir la vida eterna?
Él le contestó:
—¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees tú?
Y éste le respondió:
—Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo.
Y le dijo:
—Has respondido bien: haz esto y vivirás.
Pero él, queriendo justificarse, le dijo a Jesús:
—¿Y quién es mi prójimo?
Entonces Jesús, tomando la palabra, dijo:
—Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos salteadores que, después de haberle despojado, le cubrieron de heridas y se marcharon, dejándolo medio muerto. Bajaba casualmente por el mismo camino un sacerdote; y, viéndole, pasó de largo. Igualmente, un levi-ta, llegó cerca de aquel lugar, al verlo, pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje se llegó hasta él, y al verlo, se llenó de compasión. Se acercó y lo vendó las heridas echando en ellas aceite y vino. Lo montó en su propia cabalgadura, lo condujo a la posada y él mismo lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más te lo daré a mi vuelta”. ¿Cuál de estos tres te parece que fue el prójimo de aquel que cayó en manos de los salteadores?
Él le dijo:
—El que tuvo misericordia con él.
Pues anda, le dijo Jesús, y haz tú lo mismo.

No todas las preguntas que te formulaban estaban llenas de buena intención, de deseo de saber, de ganas de conocer, de anhelo por vivir mejor. A veces, las preguntas encerraban una trampa, pretendían ponerte a prueba, tentarte. Es el caso de aquella pregunta de un doctor de la Ley: ¿Qué debo hacer para conseguir la vida eterna? Pregunta al parecer inocente, ingenua, inofensiva, pero llena de segundas intenciones. Tal vez, por eso Tú, Señor, le contestaste con otra pregunta: ¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees tú?

Y el doctor se lució: repitió la letra de la Ley. Y Tú le dijiste que bien. Así que ahora, ¡hala! a vivir esas normas. Y el doctor insistió: ¿pero quién es mi prójimo? Y Tú, lleno de amor, soltaste la bonita parábola que acabamos de leer más arriba. Ahora sólo quiero recalcar algunas palabras.

Un hombre: ¿Quién era ese hombre, Señor? Oigo que me dices: ese hombre eres Tú, es tu vecino; el que se cruza contigo por la calle; el que te adelanta a gran velocidad por la derecha, el viejo que se apoya en un bastón; el joven que cruza a tu lado velozmente; el guardia de circulación; el portero del trece; el viejo que vende castañas, el clérigo que perdona pecados; el cartero y el alguacil; el directo de orquesta y el peregrino a Santiago.

Y los que se cruzaron con el hombre ¿quiénes eran? Te oigo, Señor, que me dices: era el hortelano, el vendedor de billetes, el tendero, el clérigo, el militar, el emigrante, el nativo. Eran los demás hombres, los otros; todos nosotros que vamos y venimos por los corredores del mundo y nos tropezamos con la miseria y la necesidad, la pena y la tristeza.

Y el prójimo, ¿quien es? El que tiene misericordia y cede el paso al anciano, atiende al cargante, socorre al herido, tutea al charlatán, da tiempo al solitario, sueño al enfermo, piedad al abandonado. Ese es el prójimo.

Y al que preguntó le dijiste:

Pues anda y haz tú lo mismo. También yo debo hacer lo mismo, y el que vive en el tercero; y el que reparte gasolina; y el torero, y el sacristán, y el mozo del bar y el anciano del ático. Todos debemos ser buenos samaritanos, como Tú, Señor.

sábado, 2 de octubre de 2010


DE UN GRANO DE MOSTAZA

DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO
EVANGELIO SEGÚN
SAN LUCAS 17, 5-10


CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://www.newmanreader.org

En aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor: -- Auméntanos la fe. El Señor contestó: -- Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa montaña: "Arráncate de raíz y plántate en el mar," y os obedecería. Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: "En seguida, ven y ponte a la mesa? ¿No le diréis: "Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú"? ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: "Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer."

Auméntanos la fe, dicen los Apóstoles al Señor. Es una súplica que recuerda la de otro personaje evangélico que ansía la curación de un ser querido y, al sentirse sin la fe suficiente, exclama: "Señor, yo creo, pero ven en ayuda de mi falta fe". Se desprende de todo esto que la fe es, sobre todo, un don de Dios que hay que pedir con humildad y constancia, confiando en su poder y en su bondad sin límites. Por eso, la primera consecuencia que hemos de sacar del pasaje evangélico que consideramos es la de acudir con frecuencia a Dios nuestro Señor, para pedirle, para suplicarle con toda el alma que nos aumente la fe, que nos haga vivir de fe.

Es tan importante la fe, que sin ella no podemos salvarnos. Lo primero que se pregunta al neófito, que pretende ser recibido en el seno de la Iglesia, es si cree en Dios, Uno y Trino… El Señor llega a decir que quien cree en él tiene ya la vida eterna y no morirá jamás. San Juan dice en su Evangelio que cuanto ha escrito no tiene otra finalidad que ésta: que sus lectores crean en Jesucristo y, creyendo en él, tengan vida eterna. San Pablo también insistirá en la necesidad de la fe para ser justificados, y así nos dice que mediante la fe tenemos acceso a la gracia.

En contra de lo que algunos pensaron, y piensan, la fe de que nos hablan los autores inspirados es una fe viva, una fe auténtica, refrendada por una conducta consecuente. Santiago en su carta dirá que una fe sin obras es una fe muerta. El mismo san Pablo habla también de la fe que se manifiesta en las obras de caridad, en el amor verdadero que se conoce por las obras, no por las palabras. Podríamos decir que tan importantes son las obras para la fe, que cuando no obra como se piensa, se acaba pensando como se obra. En efecto, si no actuamos de acuerdo con esa fe terminamos perdiéndola. De hecho lo que más corroe la fe es una vida depravada. Por eso dijo Jesús que los limpios de corazón verán a Dios, porque es casi imposible creer en él y no vivir de acuerdo con esa fe.

La fe, a pesar de ser un don gratuito, es también una virtud que hemos de fomentar y de custodiar. El Señor que nos ha creado sin nuestro consentimiento, no quiere salvarnos si nosotros no ponemos cuanto podamos de nuestra parte. De ahí que hayamos de procurar que nadie ni nada enturbie nuestra fe. Tengamos en cuenta que ese frente es el más atacado por nuestro enemigo. Hoy de forma particular se han desatado las fuerzas del mal para enfriar la fe. El Señor viene a decir que al final de los tiempos el ataque del Maligno será tan fuerte, que conseguirá enfriar la caridad de muchos. Formula, además, una pregunta que nos ha de hacer pensar y también temer. Cuando vuelva el Hijo del Hombre -nos dice-, ¿encontrará fe en el mundo?

A la petición de los Apóstoles responde el Señor hablándoles del poder de la fe, capaz de los más grandes prodigios. Con un modo hiperbólico subraya Jesús la importancia y el valor supremo de la fe. En efecto, quien cree es capaz de las más grandes hazañas, no temerá ni a la vida ni a la muerte, verá las cosas con una luz distinta, vivirá siempre sereno y esperanzado... Pidamos al Señor que nos aumente la fe, luchemos para mantenerla íntegra, para vivir siempre en conformidad con lo que creemos. (A.G.M.)

viernes, 1 de octubre de 2010


DOS DE LOS SETENTA Y DOS

VIGÉSIMA SEXTA SEMANA DEL T. O.

SÁBADO
SAN LUCAS 10, 17- 24

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://www.vatican.va/

Volvieron los setenta y dos llenos de alegría diciendo:
—Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.
Él les dijo:
—Veía yo a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad, os he dado potestad para aplastar serpientes y escorpiones y sobre todo poder del enemigo, de manera que nada podrá haceros daño. Pero no os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos más bien de que vuestros nombres están escritos en el Cielo.
En aquel mismo momento se llenó de gozo en el Espíritu Santo y dijo:
—Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y prudentes y las revelaste a los pequeños. Sí, Padre, pues así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre, ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo.
Y volviéndose hacia los discípulos les dijo aparte:
—Bienaventurados los ojos que ven lo que estáis viendo. Pues os aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros estáis viendo y no lo vieron; y oír lo que estáis oyendo y no lo oyeron.

Fueron setenta y dos los discípulos que enviaste a predicar por las aldeas y ciudades. Treinta y dos parejas, pues los enviaste de dos en dos. Como el Padre me ha enviado —les dijiste— así os envío Yo. Si a Mí me han oído —insististe— también a vosotros os oirán. Si a Mí me han despreciado lo mismo harán con vosotros. Y les diste otras normas de comportamiento: desde llevar el bastón, las sandalias, hasta lo de sacudir el polvo del camino, lo de residir en lugares de paz.

Pasados unos días, Señor, “volvieron los setenta y dos llenos de alegría”. Alegría interna, producto del deber cumplido, de la misión realizada. Y alegría externa, en la cara, que es espejo del alma. Y comenzaron a contar. ¡Qué hermosos serían aquellos relatos! ¡Qué satisfacción en los discípulos, pero, sobre todo, qué satisfacción en Ti, Señor! Ellos en el sumo de la aventura decían: “hasta los demonios se nos someten en tu nombre”.

Y Tú, Señor, utilizando una luminosa metáfora contestaste: “veía yo a Satanás caer del cielo como un rayo”. El mal vencido por el bien; la oscuridad por la luz, el pecado por la gracia; el enemigo del hombre por la fuerza de Dios. Y seguiste: alegraos por esto, sí, por la potestad que os he dado, pero sobre todo, alegraos porque “vuestros nombres están escritos en el cielo”. Los setenta y dos emocionados y llenos de alegría se callaron.

Tú, Señor, “lleno de gozo en el Espíritu Santo”, dijiste estas palabras tan hermosas: “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños y sencillos. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre, ni quién es el Padre sino el Hijo; y a quien el Hijo quiera revelarlo”. Hubo de nuevo, por unos instantes, un silencio inmenso.

Luego te volviste a los setenta y dos y les dijiste: Sois unos privilegiados, unos bienaventurados por lo que estáis viendo y oyendo. Muchos profetas y reyes quisieron ver u oír estas cosas y no lo vieron. Y aunque el evangelista no dice nada, un aplauso cerrado debió cerrar aquel momento.

jueves, 30 de septiembre de 2010

BETSAIDA
VIGÉSIMA SEXTA SEMANA DEL T. O.

VIERNES
SAN LUCAS 10, 13-16

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»¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran realizado los milagros que han sido hechos en vosotras, hace tiempo que habrían hecho penitencia sentados en saco y ceniza. Sin em-bargo, en el Juicio Tiro y Sidón serán tratadas con menos rigor que vosotras. »Y tú, Cafarnaún, ¿acaso serás exaltada hasta el cielo? ¡Hasta el infierno vas a descender! »Quien a vosotros oye, a mí me oye; quien a vosotros os desprecia, a mí me desprecia; y quien a mí me desprecia, desprecia al que me ha enviado.

Corazoín y Betsaida no estaban lejos de Cafarnaún. Las aguas del Tiberíades bajaban de sus montañas. Las gentes de estas ciudades eran conocidas por su vida ligera. Malas costumbres, mala vida, a pesar de los milagros que Tú, Señor, obraste entre aquellas gentes. Dicho llanamente, Señor, te tenían cansado por su falta de respuesta, por su dejadez y abandono. ¡Y mira que lo habías intentado! ¡Pero no quisieron! Ni un asomo de cambio, de conversión, de penitencia.

Se entiende perfectamente tu queja, Señor. Te acordaste de Tiro y de Sidón, de sus gentes y de sus vidas. Si hubieran visto lo de Corazoín y Betsaida, a buen seguro —lo decías Tú, Señor— se hubieran vestido de saco y ceniza y hubieran lavado sus culpas sentados en el suelo, habrían llorado su comportamiento.

Se comprende también lo de la mayor suavidad con Tiro y con Sidón y la mayor dureza con Corazoaín y Betsaida. Y con Cafarnaún —la hermosa Cafarnaún— la esbelta, la altiva, la elegante, la feliz. ¡Mayor será la caída, cuando la altura es más alta! Mayor será el golpe cuando desde más arriba se cae. ¡Cielo e infierno! ¡Grandeza y miseria!

Y expuesto el hecho, la anécdota, la vida, presentaste también la doctrina, el mensaje, la teoría. Así de claro: quien a vosotros oye, a Mí me oye; quien a vosotros os desprecia a Mí me desprecia; y quien a Mí me desprecia, desprecia al que me ha enviado.

miércoles, 29 de septiembre de 2010


MANDÓ OTROS SETENTA Y DOS

VIGÉSIMA SEXTA SEMANA DEL T. O.

JUEVES
SAN LUCAS 10, 1-12

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Después de esto designó el Señor a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos delante de él a toda ciudad y lugar a donde él había de ir. Y les decía:
—La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, por tanto, al señor de la mies que envíe obreros a su mies. Id: mirad que yo os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa ni alforja ni sandalias, y no saludéis a nadie por el camino. En la casa en que entréis decid primero: “Paz a esta casa”. Y si allí hubiera algún hijo de paz, descansará sobre él vuestra paz; de lo contrario, retornará a vosotros. Permaneced en la misma casa comiendo y bebiendo de lo que tengan, pues el que trabaja es merecedor de su salario. No vayáis de casa en casa. Y en la ciudad donde entréis y os reciban, comed lo que os pongan; curad a los enfermos que haya en ella, y decidles: “El Reino de Dios está cerca de vosotros”. Pero en la ciudad donde entréis y no os acojan, salid a sus plazas, decid: Hasta el polvo de vuestra ciudad que se nos ha pegado a los pies lo sacudimos contra vosotros; pero sabed esto. el Reino de Dios está cerca”. Os digo que aquel día Sodoma será tratada con menor rigor que aquella ciudad.

Aquella tarde debió ser emocionante. Junto a Ti, Señor, un montón de discípulos. Todos unidos como una piña. La gente que os contemplaba se llevaba las manos a la cabeza. No entendían nada. Así las cosas, tras un silencio orante, comenzaste la faena. Designaste a setenta y dos; y, de dos en dos, los enviaste allá donde pensabas ir Tú, Señor.

Y les decías: ¡Mirad la mies, amplia, extensa, madura, pronta a ser recogida! Y nos faltan brazos, nos faltan obreros. Hay que contagiar las ganas, hay que conseguir más brazos. Pedid, se os dará.

Id vosotros. Os envío como corderitos en medio de lobos hambrientos. No llevéis estorbos, no os entretengáis por el camino. Dad paz y buscad paz. Permaneced en ese ambiente lo que haga falta. Donde no os abran la puerta, no insistáis; id a otro lugar.

Predicad este breve mensaje: El Reino de Dios está cerca de vosotros. Algunos os harán caso. Otros, ni caso os harán. Sacudid el polvo, no os detengáis en la plaza; pero cuando marchéis no dejéis de vocear que el Reino de Dios está cerca. Qué nadie pueda decir que no se enteró: pregonadlo bien.

Y te acordaste de Sodoma y de Roma, y de Babilonia, y de Jerusalén, y de Constantinopla, y de Grecia, y de Alejandría; y del mundo entero. ¡Grande es la mies y qué pocos los obreros! ¡Rogad al dueño de la mies mande obreros a su mies!

J. Casiano, Collc. 4,12. Cfr. Sagrada Biblia. Nuevo Testamento. Ediciones Universidad de Navarra, Pamplona 1999, pág. 289.

martes, 28 de septiembre de 2010

TE SEGUIRÉ, DONDE QUIERA QUE VAYAS
VIGÉSIMA SEXTA SEMANA DEL T. O.

MIÉRCOLES
SAN LUCAS 9, 57-62

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Mientras iban de camino, uno le dijo:
—Te seguiré adonde vayas.
Jesús le dijo:
—Las zorras tienen sus guaridas y los pájaros del cielo sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar su cabeza.
A otro le dijo:
—Sígueme.
Pero éste contestó:
—Señor, permíteme ir primero a enterrar a mi padre.
—Deja que los muertos entierren a sus muertos —le respondió Jesús—; tú vete a anunciar el Reino de Dios.
Y otro dijo:
—Te seguiré, Señor, pero primero permíteme despedirme de los de mi casa.
Jesús le dijo:
—Nadie que pone su mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios.

Los caminos de Palestina, Señor, sabían mucho de tus pisadas. Pisadas que marcaron huellas divinas donde luego pisarían con seguridad tus Apóstoles. Primero fueron unos pocos; después algunos más, luego los doce; más tarde otros discípulos. ¡Cuántas cosas ocurrieron en aquellos desplazamientos por aquellas sendas de polvo!

Por el camino, Señor, aclaraste parábolas; realizaste curaciones, escuchaste el desahogo de alguna pena, atendiste el requerimiento de distintas llamadas, respondiste a preguntas insidiosas de tus enemigos; en ocasiones contemplarías entusiasmado la hermosura de las flores, el brotar de las higueras, el cerner de las viñas, los rebaños de ovejas guiados por su pastor, y otros mil detalles.

Señor, mientras ibais de camino, uno de la multitud, te dijo: Te seguiré a donde vayas”. Y Tú, Señor, con la gravedad que requería el caso, sin dilación alguna, le contestaste: Las zorras tienen guaridas y los pájaros del cielo sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza. Y mirando a otro, le dijiste que Te siguiera; y otro Te dijo que estaba dispuesto a seguirte, pero que esperases un poco..., ¿razones? ¿disculpas?

Tu dijiste: deja a los muertos enterrar a los muertos; y también: nadie que pone su mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios. Así contestaste a uno y a otro y muchos que luego deseaban seguirte.

Seguir a Jesús exige radicalidad: “A veces (la voluntad) parece resuelta a servir a Cristo, pero buscando al mismo tiempo el aplauso y el favor de los hombres (...) Se empeña en ganar los bienes futuros, pero sin dejar de escapar los presentes. Una voluntad así no nos permitirá llegar nunca a la verdadera santidad” .

lunes, 27 de septiembre de 2010

VIGÉSIMA SEXTA SEMANA DEL T. O.

MARTES
SAN LUCAS 9, 51-56

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Y cuando estaba para cumplirse el tiempo de su partida, Jesús decidió firmemente marchar hacia Jerusalén. Y envió por delante unos mensajeros, que entraron en una aldea de samaritanos para prepararle hospedaje; pero no le acogieron porque llevaba la intención de ir a Jerusalén. Al ver esto, sus discípulos Santiago y Juan le dijeron:
—Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?
pero él se volvió hacia ellos y les reprendió. Y se fueron a otra aldea.

Una y otra vez, habías informado a “los tuyos” de la decisión de marchar hacia Jerusalén. Y, una y otra vez, tus discípulos te habían aconsejado lo contrario. Tus discípulos no querían que llegara a ser realidad lo que sabían iba a ocurrir, o, al menos, deseaban se retrasara lo más posible.

Pero Tú, Señor, lo tenías claro. Por eso, decidiste subir a Jerusalén. Para ello, enviaste a dos mensajeros para que fueran buscando hospedaje. Lo buscaron en una aldea de samaritanos que por cierto no quisieron darles cobijo, porque se enteraron que Tú, Señor, tenías intención de llegar a Jerusalén.

¡Así son las cosas, Señor! Además del dolor de pensar lo que se avecinaba; el dolor del desprecio, o al menos de la falta de aprecio. ¿Te acordarías, Señor del desprecio que sufrió tu padre adoptivo, José, cuando reiteradamente llamaba a las puertas de Belén, pidiendo posada para que Tú nacieras, y nadie le abría?

Entonces, tus discípulos Santiago y Juan, nerviosos e inquietos como estaban, quisieron dar a aquellos samaritanos un buen escarmiento. Y no se anduvieron con chiquitas: pidieron que el fuego los consumiera.

Pero Tú, Señor, volviéndote hacia ellos, es decir abajándote una vez más —quizás recordando el comportamiento de José años atrás— les reprendiste con cariño, les comprendiste, pero no aceptaste aquel comportamiento. No era tu estilo y no querías que fuera la forma de comportarse “los tuyos”, ante las seguras contrariedades que les llegarían.

Olvidando desprecios y llenos de compasión, os fuisteis a otra aldea. Donde una puerta se cierra, otra se abre.

¡Así debemos actuar siempre nosotros!

domingo, 26 de septiembre de 2010

VIGÉSIMA SEXTA SEMANA DEL T. O.

LUNES
SAN LUCAS 9, 46-50

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Les vino al pensamiento cuál de ellos sería el mayor. Pero Jesús, conociendo los pensamientos de su corazón, tomó un niño y lo puso a su lado, y les dijo:
—El que reciba a este niño en mi nombre, a mi me recibe; y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado: pues el menor entre todos vosotros, ése es el mayor.
Entonces Juan dijo:
—Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre, y se lo hemos prohibido, porque no viene con nosotros.
Y Jesús le dijo:
—No se lo prohibáis: pues el que no está contra vosotros, con vosotros está.

Quizás lo habían hablado alguna vez y quizás otras tantas lo habían aceptado. Ellos que lo habían dejado todo —barcas, redes, familia y posesiones— tenían que estar desprendidos de honores y fortuna, de cargos y poderes. Lo sabían muy bien, pero aquel día “les vino al pensamiento cuál de ellos sería el mayor”.

Y aunque esa pregunta anidaba en el pensamiento, nada dijeron en alto. Más Tú, Señor, que conocías “los pensamientos de sus corazones”, tomaste a un niño, lo pusiste a tu lado y dirigiéndote a tus discípulos, dijiste: El que recibe a este niño....

Modelo, pues, de conducta, el niño. Modelo de recompensa, el niño. El menor y el mayor. El débil, el silencioso, el indefenso, es el modelo a imitar, a copiar, a ser. ¡Hermosa manera de hablar de lo importante: servir; y dejarse de mandangas, de títulos, de honores.

Pero, Señor, cuando Tú te ponías trascendente, importante, “los tuyos” solían salir por peteneras. Como ahora Juan. En vez de reflexionar sobre el gran problema presentado, pregunta qué había que hacer con los intrusos, con los que se apoyaban en tu nombre, para expulsar demonios sin ser de “los tuyos”; que ellos, por su cuenta, se lo habían prohibido.

Pero Tú, Señor, aprovechando esta coyuntura, esta oportunidad, esta circunstancia diste, otra vez, una excelente doctrina: No se lo prohibáis, pues el que no está contra vosotros con vosotros está.

¡Excelente respuesta! ¡Ojalá aprendamos todos!

sábado, 25 de septiembre de 2010

XXVI DOMINGO TIEMPO ORDINARIO
EVANGELIO SEGÚN
SAN LUCAS 16, 19-31


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En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: -- Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas. Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Se murió también el rico, y lo enterraron. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno, y gritó: "Padre Abraham, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas."
Pero Abraham le contestó: "Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros." El rico insistió: "Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento." Abraham le dice: "Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen." El rico contestó: "No, padre Abraham. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán." Abraham le dijo: "Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto."

El Domingo pasado la Palabra de Dios nos hablaba de que no podemos servir a Dios y al dinero, y de lo peligroso que es, para nuestra salud espiritual, vivir pegados al dinero y a las realidades materiales. Este Domingo, la Palabra de Dios nos propone un camino excelente para vencer la tentación de servir al dinero: la fórmula es sencilla: compartir.

Siempre, pero más en estos tiempos de crisis, los cristianos no podemos permanecer insensibles ante las necesidades de los demás, ni podemos disfrutar solos lo que es nuestro: hemos de compartir lo que somos y lo que tenemos con los necesitados. ¿Y qué es compartir? Compartir, dicho es pocas palabras, es un acto de caridad y de justicia, justicia y caridad.

No valen las excusas, no vale decir: que lo hagan otros, los que más tienen. Cada uno ha de estar atento a las necesidades de los demás y ha de ayudarles en la medida de sus posibilidades, que son bastantes más de las que muchas veces nos imaginamos.

¿Y qué podemos compartir? Hemos de compartir nuestro dinero, nuestro tiempo, nuestro trabajo, nuestro cariño...; toda nuestra vida. La Palabra de Dios de hoy nos habla también del juicio de Dios. La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo.

Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo, bien para condenarse inmediatamente para siempre (cf. Catecismo, 1021-1022).

El rico Epulón del que nos habla el Evangelio vive como si Dios no existiera. Lo tiene todo. ¿Qué falta le hace Dios? Ni ve a Dios ni ve al pobre. Vive a sus anchas, nadando en el placer y en la abundancia. La riqueza y la abundancia le han vuelto ciego: ciego para no ver a Dios, ciego para no ver al pobre Lázaro, ciego y sordo para no escuchar la Palabra de Dios y no abrirse a su luz.

Un tema más que nos habla el Evangelio: Dios ya nos ha comunicado todo lo que nos tenía que decir: por medio de Jesucristo y de la Iglesia el Señor nos ha dejado muy clara cuál es su voluntad y cuál es el camino del bien. Por ello no hemos de pedirle medios espectaculares y extraordinarios, lo que hemos de hacer es abrir nuestro corazón a luz de Jesucristo y de la Iglesia y dejarnos guiar por ella.

“La señal de Dios para los hombres es el Hijo del hombre, Jesús mismo. Y lo es de manera profunda en su misterio pascual, en el misterio de muerte y resurrección. Él mismo es el «signo de Jonás». Él, el crucificado y resucitado, es el verdadero Lázaro: creer en Él y seguirlo, es el gran signo de Dios, es la invitación de la parábola, que es más que una parábola. Ella habla de la realidad, de la realidad decisiva de la historia por excelencia” (cf. Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, 260)

viernes, 24 de septiembre de 2010

EL HIJO DEL HOMBRE
VIGÉSIMA QUINTA SEMANA DEL T. O.

SÁBADO
SAN LUCAS 9, 43B-45

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Todos quedaron asombrados de la grandeza de Dios.
Y estando todos admirados por cuantas cosas hacía, dijo a sus discí-pulos:
—Grabad en vuestros oídos estas palabras: El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres.
Pero ellos no entendían este lenguaje, y les resultaba tan oscuro, que no lo comprendían; y temían preguntarle acerca de este asunto.

Tu fama, Señor, iba en aumento. La gente te seguía entusiasmada. Las curaciones iban creciendo. Muchos te alababan en público, otros lo hacían en privado. Todos estaban cada vez más admirados de tus palabras, de tus obras, de tu persona.

Quizás por eso, porque tu fama iba subiendo, un día en el que todos tus discípulos rebosaban de felicidad y se las prometían muy felices, les dijiste: Grabad en vuestros oídos estas palabras. Y del oído, pasarían al cerebro, al corazón, al santuario íntimo de cada uno.

Y sin respirar, con voz pausada y firme, dijiste: El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres. Un jarro de agua helada no hubiera caído peor. A todos se les cambió el color de la cara y el corazón comenzó a moverse a un ritmo trepidante. ¿Habían oído bien?

Habían oído bien. Pero no entendían este lenguaje. Nada parecido habían escuchado nunca. Y les resultaba tan oscuro, que no lo comprendían. Se hablaban unos a otros, seguían sin poder explicserlo. Y temían preguntarte, Señor, sobre esto. Y Tú, Señor, es posible que sonrieras, sufriendo en tu interior.

jueves, 23 de septiembre de 2010

¿Quién dicen.......?
VIGÉSIMA QUINTA SEMANA DEL T. O.

VIERNES
SAN LUCAS 9, 18-22

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Cuando estaba haciendo oración a solas, y se encontraban con él los discípulos, les preguntó:
—¿Quién dicen las gentes que soy yo?
Ellos respondieron:
—Juan Bautista. Pero hay quienes dicen que Elías, y otros que ha resucitado uno de los antiguos profetas.
Pero él les dijo:
—Y vosotros ¿quién decís que soy yo?
Respondió Pedro:
—El Cristo de Dios.
Pero él les amonestó y les ordenó que no dijeran esto a nadie.
Y añadió que el Hijo del Hombre debía padecer mucho y ser rechazado por causa de los ancianos, de los príncipes de los sacerdotes y de los escribas, y ser llevado a la muerte y resucitar al tercer día.

Te gustaba, Señor, quedarte solo y aprovechar para hacer oración. No sabemos cuánto tiempo empleabas en estos menesteres, pero parece que bastante. ¡Cómo sería tu oración, Señor! ¡Qué cosas saldrían de tu corazón y de tus labios! ¡Cómo bendecirías al Padre! ¡Cómo pedirías cosas buenas para nosotros los hombres!

Allí estaban también tus discípulos. Y de Ti aprendían a hacer oración; y de tu estilo de vida aprendían a recogerse en el silencio. Te observaban y procuraban copiar tus gestos y movimientos; y, sobre todo, tu talante y tu actitud.

En uno de estos descansos, o acaso en un final, les preguntaste que quién decía la gente que eras Tú. Tú bien lo sabías, pero querías oírlo de su boca. Y ellos, con total confianza, sin miedos, te dijeron que había de todo, que si unos decían que eras Juan el Bautista, otros, que si eras Elías, y otros, que si eras un Profeta de los antiguos.

Y Tú: y vosotros, ¿qué decís? Y Pedro: ¿Tú?, Tú eres el Cristo, ¿quién si no? No hay duda. Tú eres el Cristo de Dios. Entonces Tú, Señor, sonreíste; los Apóstoles se rieron todos a la vez, y llenos de alegría, brincaron de contentos y felices, agitaron las manos y movieron con fuerza sus túnicas.

Y Tú: Un momento. Os pido, por favor no digáis nada de esto. A nadie digáis nada. Y ellos, nada dijeron. Sólo más tarde, lo recordarían, lo contarían, los escribirían en letras de molde.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

HERODES EL GRANDE
VIGÉSIMA QUINTA SEMANA DEL T. O.

JUEVES
SAN LUCAS 9, 7-9

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El tetrarca Herodes oyó todo lo que ocurría y estaba perplejo, porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos, otros que Elías había aparecido, otros que había resucitado alguno de los antiguos profetas. Y dijo Herodes:
—A Juan lo he decapitado yo, ¿quién es, entonces, éste del que oigo tales cosas? Y deseaba verlo.

El tetrarca Herodes procuraba enterarse de todo. Hasta él llegaban los hechos y dichos de la gente del pueblo. También llegó hasta él las interpretaciones que de Ti hacían unos y otros. Estaba enterado de tu predicación, de tu doctrina, de los milagros que realizabas, de las curaciones que ejecutabas.

Pero las noticias que tenía sobre Ti, eran confusas, incluso contradictorias. Porque mientras unos decían que eras Juan el Bautista, que habías resucitado; otros decían que eras Elías que había vuelto de nuevo; incluso había gente que decía que uno de antiguos profetas. Por todo lo cual, Herodes estaba un tanto perplejo.

Lo que si tenía claro era la decapitación de Juan; él había sido el que dio la orden. Herodes le quería a Juan, pero aquella joven y la envidia de su madre le habían obligado a cometer aquella locura. Sabía, pues, que Juan había muerto, él mismo había visto su cabeza en una bandeja.

Por tanto, Tú, Señor, no podías ser Juan, entonces se preguntaba Herodes: ¿quién es éste del que oigo tales cosas? Por eso, y por amor propio, quizás, “deseaba verte”. Y ya sabes, lo que los poderosos se proponen lo consiguen. Y un día llegó a verte, cuando Pilato te envió a él en el proceso de tu Pasión.

Pero Tú no le hablaste, porque te tomó por un entretenimiento.

martes, 21 de septiembre de 2010

VIGÉSIMA QUINTA SEMANA DEL T. O.

MIÉRCOLES
SAN LUCAS 9, 1-6

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Convocó a los doce y les dio poder y potestad sobre todos los demonios, y para curar enfermedades. Los envió a predicar el Reino de Dios y a sanar a los enfermos. Y les dijo:
—No llevéis nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni tengáis dos túnicas. En cualquier casa que entréis, quedaos allí hasta que de allí os vayáis. Y si nadie os acoge, al salir de aquella ciudad, sacudíos el polvo de los pies en testimonio contra ellos. Se marcharon y pasaban por las aldeas evangelizando y curando por todas partes.

Un día, después de haber hecho Tú, Señor, una larga y profunda oración, llamaste a los que quisiste. Y de entre ellos escogiste a doce. Quisiste además llamarlos por su nombre. Ellos respondieron libremente, y te siguieron felices. Y desde aquel momento andaban siempre contigo.

Pasado el tiempo, otro día los convocaste y les diste poder y potestad sobre los demonios, y potestad para “curar enfermedades”. Si la primera llamada había sido conmovedora, este acto debió ser emocionante. Quizás volviste a llamarles por su nombre y, pasando por delante de cada uno, les impusiste las manos sobre su cabeza, a la vez que les decías palabras llenas de fuerza y de virtud.

A continuación, les enviaste a predicar el reino de Dios y a sanar a los enfermos. Y con claridad les dijiste: Predicar la Buena Noticia y ofrecer salud a las almas y vida a los cuerpos. Los Apóstoles, sin duda ninguna, se llenarían de emoción y de alegría.

Y, para que no perdieran el tiempo en preparaciones inútiles, antes de salir, les recordaste que no llevaran ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero; ni dos túnicas, es decir, que iniciaran el camino en la pobreza y en la necesidad.

Y, además, les recomendaste que pidieran posada para descansar; que agradecieran la acogida a quien se la diera, y que sacudieran las sandalias en el caso que no fueran recibidos.

Y aquellos doce, el alma llena de fervor y el ánimo alegre, al instante marcharon y pasaban por las aldeas evangelizando y curando por todas partes.

¡Qué felicidad y qué aventura!